𝐋𝐨𝐬 𝐜𝐮𝐚𝐭𝐫𝐨 𝐚𝐥𝐳𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐬𝐮𝐬 𝐜𝐨𝐩𝐚𝐬, 𝐛𝐫𝐢𝐧𝐝𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐞𝐧𝐭𝐮𝐬𝐢𝐚𝐬𝐦𝐨. El sonido del cristal resonó en el aire, impregnado de camaradería y éxito.
—¡Por Draco! —exclamó el entrenador, su voz vibrando con orgullo.
—¡Por Merlín, Draco! —agregó Eliot mientras se servía generosamente del bufé frente a ellos—. Este año estás imparable. Primero, el Gran Premio al Éxito, y ahora el mejor competidor del año. Deberías empezar a preocuparte por tu estantería de trofeos.
Brianna, sentada a su lado, no pudo evitar sonreír, su mirada llena de admiración.
—¡Eres el mejor, Draco! —dijo con energía, levantando su copa en su honor.
Draco, con una sonrisa comedida, tomó un sorbo de su bebida, pero no pudo evitar soltar una pequeña queja cuando el dolor en sus costillas le recordó la intensidad del combate. No quería mostrar su incomodidad frente a ellos, pero el malestar seguía presente.
—Gracias... —respondió con una inclinación leve de cabeza, ocultando el leve malestar tras una máscara de cortesía.
—¿Seguro que no quieres ir a la enfermería? —preguntó el entrenador, observándolo con algo de preocupación—. Podrían darte una poción de curación o algo para aliviar ese dolor.
Draco negó con suavidad, esbozando una sonrisa segura.
—No hace falta, ya tengo mi propia poción. Me la tomaré en un momento —dijo, su tono tranquilo, como si la incomodidad no fuera nada de qué preocuparse.
La conversación seguía ligera, el ambiente distendido, hasta que Eliot rompió el silencio con una observación curiosa.
—Creí que el jefe iba a unirse a la celebración —comentó, mirando hacia la entrada con cierta expectativa.
El entrenador soltó una risita antes de interrumpir con un aire conspirativo.
—¿No lo escucharon? —preguntó, bajando la voz como si compartiera un secreto—. Harry Potter tenía una cita a ciegas esta noche.
El comentario cayó como una losa sobre Draco. De inmediato, soltó el utensilio que sostenía en la mano, el sonido metálico reverberando en la mesa mientras desviaba la mirada. Aunque trató de mantener la compostura, no pudo evitar que el comentario lo afectara.
—¿Una cita a ciegas? —repitió Brianna, curiosa, mientras tomaba un sorbo de su copa—. ¿Y el hombre de la foto que salió en el periódico? No parecía del tipo de Harry...
Eliot, con la boca llena de comida, soltó un murmullo.
—¿Crees que sea como nosotros? —preguntó mientras masticaba—. Ya sabes, no se casan con cualquiera que sale en las fotos. Tiene que ser alguien de su mismo nivel.
Draco mantuvo la cabeza baja, sus ojos fijos en el mantel como si fuera el objeto más fascinante del mundo. Ninguno de sus compañeros parecía notar el súbito cambio en su humor, absortos en sus propias conversaciones. Pero para Draco, el dolor físico ahora se mezclaba con uno más profundo, uno que no podía apaciguar con pociones.
Mientras tanto, en otro lugar de la ciudad, Ginny Weasley caminaba por el elegante pasillo de un restaurante de lujo. Su vestido rojo se ceñía a su figura, y sus manos jugueteaban con un mechón de su cabello pelirrojo mientras lo acomodaba cuidadosamente. Parecía radiante, segura, mientras avanzaba siguiendo a la mesera que la guiaba hacia su cita.
—Por aquí, por favor —dijo la mesera, abriendo una puerta con un gesto educado, revelando una sala privada preparada para una cena íntima.
Ginny asintió, agradecida, mientras pasaba al interior del lugar. Antes de levantar la vista, se aplicó un toque de brillo labial, asegurándose de lucir impecable. Estaba lista para impresionar, lista para reencontrarse con Harry. Sin embargo, al levantar la mirada, sus ojos se encontraron con alguien que no esperaba ver.
—Harry... qué gusto vernos de nuev... —empezó a decir, pero su voz se apagó al instante cuando frunció el ceño al reconocer la figura frente a ella—. ¿Ron?
Draco caminaba sin rumbo, arrastrando los pies sobre la acera mientras las farolas iluminaban la fría y solitaria noche. No había destino en mente, solo la necesidad de moverse, de dejar atrás el eco de sus pensamientos que retumbaba en su cabeza. La noche le parecía infinita y vacía, reflejando su propio estado de ánimo. Harry fue a una cita... pensó con amargura, pateando una piedra que se cruzó en su camino.
—Dijo que no se rendiría en enamorarme... —murmuró para sí, su voz cargada de frustración—. Supongo que no podía esperarme tanto tiempo.
Decir esas palabras en voz alta le dolía más de lo que imaginaba. El nudo en su garganta se apretaba mientras la realidad le golpeaba con fuerza. ¿Qué pasó con eso? se preguntó, una pregunta que no tendría respuesta, o al menos no una que quisiera enfrentar. Sabía que era su culpa, todo recaía sobre él. Había dicho que besarlo fue un error, había tratado de alejarlo.
—Todo vuelve al final... —susurró, mordiéndose el labio, incapaz de contener el resentimiento que sentía consigo mismo.
El viento frío lo atravesaba, pero el verdadero frío venía de dentro. De repente, Draco sacó su celular, mirándolo con determinación, mientras giraba en dirección opuesta a su departamento. No podía dejarlo así. No podía rendirse, no esta vez. No, no puedo dejarlo. Sus pasos se aceleraron hasta que empezó a correr, el aire cortando sus mejillas mientras se dirigía hacia el lugar donde su entrenador mencionó que Harry estaba.
—¿Hola? —se escuchó la voz de Harry al otro lado de la línea, sorprendida.
—Vete de ahí ahora mismo —bramó Draco sin detenerse, su respiración agitada.
—¿Sabes dónde estoy para decirme eso? —preguntó Harry, su tono cargado de confusión.
—Sí, lo sé. —Draco cruzó una calle, mirando frenéticamente a su alrededor—. Estás en el hotel Paris.
—¿Qué? —La incredulidad en la voz de Harry fue palpable.
Draco se detuvo, tratando de controlar el latido frenético de su corazón. La rabia, la confusión y el miedo lo consumían.
—¿Cómo puedes hacerme esto? —regañó Draco, su voz quebrada—. Me dijiste que me harías enamorarme de ti, ¿y ahora vas a una cita a ciegas? —Su respiración se volvía irregular—. He estado esperando todo el maldito día, preguntándome cuándo me escribirías, imaginando si estabas cenando con otra mujer... o con un hombre. Me estaba volviendo loco. ¿Cómo puedes hacer eso? No sé nada ya. —Alzó la vista al cielo, como si buscara una respuesta entre las estrellas—. A partir de ahora, no me importará lo que diga la gente. Solo pensaré en nosotros. Así que... no vayas a esa cita, Harry. —Terminó, casi rogando.
El silencio que siguió fue insoportable. Draco miró la pantalla de su celular, asegurándose de que la llamada seguía activa. Sí, Harry estaba ahí, pero no decía nada.
—¿Por qué no hablas? —preguntó, su voz frágil—. ¿Ya ni siquiera quieres hablar conmigo, verdad?
—No —respondió Harry al fin, su voz suave y cargada de emoción—. Solo... me gusta escucharte cuando te pones celoso. ¿Por qué iría a una cita a ciegas con otra persona? ¿Realmente piensas tan mal de mí?
Draco parpadeó, confuso, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
—Pero... dijeron que tendrías una cita a ciegas hoy...
—Draco... —la voz de Harry sonaba diferente ahora, más cercana—. Voltea.
Draco levantó la cabeza y lentamente giró sobre sus talones. Allí, a unos pasos de distancia, estaba Harry, sonriéndole con calidez. El aire que separaba a ambos pareció desvanecerse en el instante en que sus miradas se encontraron.
—Iba a invitarte a salir hoy —dijo Harry, guardando su celular mientras cerraba la llamada—. Qué bueno que te seguí.
Draco lo observó, sus ojos llenándose de lágrimas, pero no de tristeza, sino de alivio y emoción. Sin pensarlo, empezó a caminar hacia él, cada paso más decidido que el anterior.
—Draco —advirtió Harry, aunque había una sonrisa juguetona en su voz—, si te acercas más, nunca te dejaré ir.
Draco se detuvo solo por un segundo, sonriendo con un brillo en sus ojos, antes de volver a caminar hacia él, más rápido, con más urgencia. Harry también comenzó a avanzar, acortando la distancia entre ambos.
—No dirás que esto también fue un error, ¿verdad? —bromeó Harry, aunque su voz temblaba ligeramente.
Draco no respondió con palabras, solo lo miró con intensidad. Lo agarró de la corbata, tirando de él hasta que sus rostros estuvieron tan cerca que apenas podían respirar otra cosa que no fuera el aliento del otro.
—Te pagaré por ese beso... con otro beso —susurró Draco antes de cerrar la distancia entre sus labios.
Harry lo envolvió con sus brazos, rodeando su cintura con fuerza, correspondiendo al beso como si fuera el único aire que necesitara para vivir. Sus labios se encontraron con una mezcla de pasión y ternura, y en ese momento todo encajó. Si había sido un error la primera vez, este era uno que ambos estaban dispuestos a repetir, una y otra vez.
Porque Draco amaba a Harry. Y Harry amaba a Draco.
Draco salió del baño, con el cabello aún goteando ligeramente, cuando el tono insistente de su teléfono rompió la calma matutina. Alzó una ceja con curiosidad y revisó la pantalla. El número era uno que ya reconocía con una calidez extraña y familiar. Su novio. Esa palabra que, en otros tiempos, le habría parecido tan banal, ahora tenía un peso diferente, uno que le hacía sonreír sin darse cuenta.
—¿Hola? —dijo mientras se pasaba la toalla por el cabello, intentando secarlo de forma rápida pero eficaz.
—¿Dormiste bien? —preguntó Harry al otro lado de la línea, su voz baja y suave como siempre.
Draco dejó que la sonrisa se ampliara un poco más en sus labios.
—Sí, dormí como un tronco —rió suavemente— ¿Y tú?
—No tanto... —La pausa entre las palabras de Harry hizo que Draco se anticipara a algo cursi, y no se equivocó— Te extrañaba demasiado.
Draco sintió el calor subirle al rostro, y, aunque estaba solo, no pudo evitar sonreír como un tonto. Merlín, que idiota te pones con él, pensó, pero la ternura en sus ojos lo delató.
—Qué cursi eres —replicó, con una mezcla de diversión y afecto.
—Soy honesto —respondió Harry, con esa risa ligera que Draco comenzaba a amar escuchar. Luego, su tono se volvió más serio, pero igual de lleno de cariño—. Estoy frente a tu edificio. ¿Qué tal si nos vemos antes del trabajo?
Draco se quedó en silencio por un segundo, incrédulo.
—¿Qué? ¡Pero aún no termino de vestirme! —protestó, mirando su reflejo con el cabello desordenado y la piel aún húmeda.
—Está bien —Harry dejó escapar una pequeña risa que hizo que Draco rodara los ojos con una sonrisa—. Sé cuánto te gusta verte impecable. Tómate el tiempo que necesites, yo te espero. Solo quiero verte lo antes posible.
Draco mordió suavemente su labio inferior mientras colgaba. Se permitió un segundo de pura emoción antes de lanzarse a su rutina. Ponerse guapo era casi un arte para él, y hoy, con Harry esperando, no iba a escatimar en esfuerzos.
Primero, se dirigió al espejo, aplicando una mascarilla hidratante que dejara su piel radiante y fresca. Mientras esperaba que la mascarilla hiciera su magia, untó en su cabello un tratamiento suavizante que le diera el brillo perfecto sin parecer excesivo. Una vez terminado, se lavó los dientes con cuidado meticuloso, no solo para el aliento fresco, sino porque la blancura de sus dientes era parte de la impresión general.
Después, seleccionó con precisión quirúrgica su ropa. Optó por una camisa de seda gris, que se sentía fresca y ligera sobre la piel, con el primer botón estratégicamente desabrochado para darle un toque casual. Los pantalones, negros y ajustados, realzaban su figura sin ser llamativos. Finalmente, un par de zapatos de cuero oscuro completaron el conjunto. La chaqueta, gris carbón, tenía el corte perfecto. Se miró al espejo una última vez, satisfecho con el resultado. Todo en su lugar. Perfecto.
Media hora después, Draco bajaba por el ascensor. Al salir al vestíbulo, la sonrisa traviesa de Margaret lo recibió.
—Tu hombre te espera afuera —dijo, con un tono picarón y una sonrisa ladeada que hizo que Draco se sonrojara un poco más de lo que le habría gustado.
—Gracias, Margaret —murmuró antes de despedirse, todavía sintiendo el rubor en sus mejillas.
Cuando salió del edificio, ahí estaba Harry, apoyado despreocupadamente en un poste, con esa sonrisa encantadora que lo hacía parecer inalcanzable. Draco se acercó, intentando mantener la compostura.
—Hola —saludó Draco suavemente, sintiendo el peso de los ojos verdes de Harry sobre él.
—Luces increíble, como siempre —respondió Harry, tomando su mano y dándole un beso en la palma con una ternura que le hizo sentir cosquillas—. ¿Vamos?
Draco asintió, sonriendo de forma involuntaria mientras sentía el calor de la mano de Harry entrelazándose con la suya.
Cuando llegaron al restaurante, Draco no pudo evitar quedarse impresionado. El lugar era lujoso, decorado con candelabros elegantes, paredes revestidas en tonos crema y dorados, y mesas con manteles blancos inmaculados. El aroma a café recién hecho y pan horneado llenaba el aire.
—Vaya —comentó Draco, admirando el entorno—. He oído hablar de este sitio, pero jamás pensé que estuviera abierto tan temprano.
Harry sonrió, señalándole una silla con un gesto caballeroso.
—El dueño es amigo mío —dijo con modestia—. Me hizo el favor de abrir solo para nosotros. Por favor, siéntate.
Draco se dejó guiar, divertido por el aire formal de Harry.
—Gracias —dijo con una sonrisa juguetona mientras se sentaba.
Harry se quitó su abrigo y lo colgó cuidadosamente en la silla frente a él antes de mirarlo con una seriedad suave.
—Voy a un viaje de negocios a Estados Unidos —anunció, midiendo la reacción de Draco.
Draco frunció el ceño, haciendo un pequeño puchero antes de disimularlo con una sonrisa.
—Entonces, por eso el desayuno sorpresa —comentó, cruzándose de brazos—. ¿Esperas que te extrañe, Potter?
Harry sonrió, levantándose.
—Espera aquí —dijo, con una mirada que sugería algo inesperado.
—¿Qué? ¿Vas a cocinar tú? —preguntó Draco, incrédulo, mientras veía a Harry caminar hacia una pequeña cocina dentro del restaurante.
—Sí. Cuando era niño, Sirius era un desastre en la cocina, así que tuve que aprender por mi cuenta —Harry explicó mientras comenzaba a sacar utensilios y ingredientes—. Mi tía Petunia también me enseñó un poco, cuando no estaba demasiado ocupada conmigo.
Draco lo observó desde la distancia, sorprendido al ver lo hábil que era en la cocina. Harry manejaba los cuchillos con precisión, picando finamente verduras y rompiendo los huevos con una facilidad que indicaba años de práctica. Preparaba un omelette, mezclando champiñones frescos, espinacas y queso, añadiendo especias con un toque ágil. Los movimientos fluidos y el aroma que empezaba a impregnar el aire hicieron que Draco se inclinara hacia adelante, encantado.
—No sabía que eras tan talentoso en la cocina —dijo Draco, acercándose a la barra para ver mejor—. Esto huele... delicioso.
Ambos se acomodaron de nuevo en la mesa, las sillas crujieron levemente al contacto con el suelo de mármol mientras retomaban su desayuno. Harry, como siempre, mantuvo ese aire despreocupado, mientras comía con tranquilidad. Draco, sin embargo, estaba más pendiente de cualquier posible error de etiqueta que pudiera cometer, aunque se esforzaba en aparentar lo contrario.
—Me preocupa que te guste demasiado y acabes pidiéndome que te lo haga todos los días —comentó Harry entre bocados, con un brillo divertido en los ojos.
Draco, que acababa de dar un sorbo de agua, casi lo escupe de la sorpresa. ¡Maldita sea, Draco, no pienses mal! Se reprendió internamente, pero logró sonreír de forma más o menos tranquila, aunque su mente estaba en completo caos.
—Veremos —respondió finalmente, disimulando su nerviosismo, antes de tomar la cuchara y probar el omelette.
En cuanto el primer bocado tocó su lengua, sus ojos se iluminaron con una genuina sorpresa. Estaba delicioso, cada ingrediente perfectamente equilibrado, el queso fundido con los champiñones era una combinación perfecta.
—Esto es increíble... —murmuró Draco, impresionado—. Definitivamente merece una foto.
Sonriendo para sí, sacó su móvil y buscó el ángulo perfecto para capturar la imagen del plato. Sus dedos se movieron con precisión, acomodando el teléfono para obtener la mejor iluminación posible.
Harry lo observaba, una sonrisa divertida en sus labios.
—¿Y yo? —preguntó en tono juguetón—. ¿No merezco una foto también?
Draco bajó el móvil lentamente, y levantó la vista, arqueando una ceja con una expresión traviesa.
—Es mejor tenerte de frente —dijo con un tono coqueto, guiñándole un ojo.
Pero en su pequeño gesto, movió el brazo de manera torpe, tirando accidentalmente la cuchara de la mesa.
—¡Genial! —bufó Draco, cruzando los brazos con frustración.
Harry no pudo evitar soltar una pequeña risa mientras se inclinaba para recoger la cuchara caída. Sin embargo, algo captó su atención, y una sonrisa más amplia se formó en su rostro.
—Draco... tus calcetines —dijo, señalando hacia los pies de su novio con aire divertido.
Draco frunció el ceño, siguiendo la dirección de la mirada de Harry. Al bajar la vista, vio la catástrofe: una calceta morada y la otra amarilla. Su rostro pasó del desconcierto al horror en cuestión de segundos.
—¡¿Qué?! Pero... ¡estaba seguro de que me había puesto el par! —exclamó Draco, llevando una mano a su boca, incapaz de procesar lo que veía.
Harry soltó una risa sincera, claramente disfrutando de la situación.
—¿Tenías tantas ganas de verme que ni siquiera te diste cuenta? —preguntó, mirándolo con esos ojos verdes que parecían burlarse de la manera más encantadora posible.
—Te juro que pensé que eran iguales —gruñó Draco mientras sacaba su varita con rapidez, apuntando a sus calcetines y transformándolos en un par perfectamente igualado con un simple toque de magia.
Harry aún reía cuando su mirada se posó en la camisa de Draco, y una chispa traviesa iluminó su rostro de nuevo.
—Oye, y esa camisa... —comentó, señalándola con sutileza.
Draco se tensó de inmediato, y se cubrió ligeramente con los brazos, mirándose con preocupación.
—¿No se ve bien? —preguntó, la ansiedad comenzando a asomarse en su voz.
Harry sonrió con esa calma inquebrantable.
—No, se te ve linda —dijo, sonriendo mientras lo miraba con una intensidad que casi parecía demasiado para un comentario tan sencillo.
Draco lo miró, entrecerrando los ojos.
—Te encanta burlarte de mí, ¿verdad?
—Sí —admitió Harry sin siquiera titubear, sonriendo de oreja a oreja.
Draco bufó, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño como un niño al que acaban de regañar.
—La verdad es que... cuando me pongo nervioso, tiendo a confundirme con cosas tan simples como los calcetines —confesó, su voz bajando un poco mientras admitía su torpeza—. Y,
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