ᴱⁿᶜᵘᵉⁿᵗʳᵒˢ ˢᵉᶜʳᵉᵗᵒˢ

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𝐍𝐚𝐝𝐢𝐞 𝐝𝐢𝐣𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚𝐬 𝐫𝐞𝐥𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐟𝐮𝐞𝐫𝐚𝐧 𝐬𝐞𝐧𝐜𝐢𝐥𝐥𝐚𝐬, 𝐦𝐮𝐜𝐡𝐨 𝐦𝐞𝐧𝐨𝐬 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐢𝐧𝐯𝐨𝐥𝐮𝐜𝐫𝐚𝐛𝐚𝐧 𝐚𝐥 𝐭𝐫𝐚𝐛𝐚𝐣𝐨. Era exasperante no poder ver a Harry con libertad, como lo haría cualquier pareja normal. Pero estábamos lejos de serlo, y aún no estábamos listos para exponer tanto de nosotros al mundo. Sin embargo, cada día que pasaba con él, más me enamoraba, más sentía que mi vida —tan meticulosamente calculada— se llenaba de caos en el mejor de los sentidos.

—Cuando creé el orfanato, lo hice para asegurarme de que ningún niño se sintiera solo —dijo Harry, su voz cálida resonando a mi lado.

Observé a los niños jugar en el campo. Teddy, siempre enérgico, corría con una pelota mientras los demás lo seguían, sus risas llenando el aire.

—No quería que los niños crecieran sintiéndose como yo lo hice —continuó Harry—. Sirius me dio un hogar, pero... eso no siempre significó que me sintiera acompañado. Con la muerte de mis padres, comprendí que había muchos niños ahí afuera, como yo, que me necesitaban. No buscaba solo salvar el mundo mágico, quería darles un futuro a esos niños. Algo más que simple magia.

Me volví hacia él, mirándolo con ternura, una sonrisa involuntaria asomándose en mis labios. Siempre tan noble, Potter.

—Pensé que considerabas la vida un tanto aburrida —respondí, con un deje de burla—, con todos los títulos que cargas por ser "El Salvador". Debe ser algo pesado para ti.

Harry me lanzó una mirada divertida, una que, a pesar de los días, aún tenía el poder de desarmarme.

—La vida no es aburrida ni pesada —dijo, volviendo su atención a los niños—. Cada momento es irreemplazable. Las personas que hacen daño... no son malas solo porque hieren, sino porque roban esos momentos únicos. Como tú —añadió, con una sonrisa ladina— que reduces todo a números y economía.

Le lancé una mirada ofendida, aunque no pude evitar sonreír. Harry tomó mi mano, entrelazando sus dedos con los míos.

—No es una transacción —dijo con suavidad—. No se trata de que la muerte de uno haga la vida de otro más valiosa. Es una experiencia humana... Y muchos lo olvidan.

Sentí su mano cálida sobre la mía, y apreté su agarre, mi mente dándole vueltas a lo que decía. Siempre tenía una forma tan sencilla de ver las cosas que parecían inmensamente complejas.

—Aun así... —murmuré, mirando al campo—. A veces siento que el mundo muggle es peor que el mágico. Muchos no perdonan ni siquiera cuando se trata de niños. Las personas que lastiman a los más inocentes... esas personas deberían morir.

Harry asintió, sin soltar mi mano, pero su expresión se mantuvo serena.

—El mundo muggle tiene muchos defectos, lo sé. Pero eso no nos da el derecho de decidir quién vive o muere. No somos dioses, Draco. Todos, muggles o magos, merecen una oportunidad de vivir, de ser felices y de tomar sus propias decisiones.

Lo miré en silencio, observando su perfil. Tan confiable, tan sabio. Sentí una oleada de calidez al pensar que había tomado la mejor decisión al enamorarme de él. Harry, con toda su nobleza y complicaciones, era todo lo que necesitaba. De pronto, unos pasos apresurados rompieron mi trance, y vi a Teddy llegar corriendo hacia nosotros, jadeando tras haber jugado con la pelota.

—Padrino... —respiró con dificultad—. ¿No tienes... algo... para la sed?

Harry rió suavemente, y con un gesto casual, apareció una botella de agua que le tendió al niño. Teddy se la bebió tan rápido que casi se atraganta.

—Despacio, Teddy —lo regañé levemente, entre risas, sin poder evitar sentir cierto orgullo paternal.

Teddy se limpió con la manga y me dedicó una sonrisa radiante.

—Está bien, papi —dijo, con esa dulzura que siempre lograba hacerme rodar los ojos.

—¡Vamos, Ed! —gritó uno de los niños desde el campo.

—¡Ya voy! —respondió Teddy antes de girarse hacia nosotros—. Papá Harry, papi Draco, cuiden mi agua —pidió con una sonrisa antes de salir disparado de nuevo hacia sus amigos.

Lo observé correr, y una sonrisa sincera se formó en mis labios. Es un buen chico, pensé, satisfecho con el resultado de lo que había creado mi tía.

—Entonces... ¿estos niños son como tus hijos? —murmuré, sin quitar la vista de Teddy.

—Nuestros, ahora —respondió Harry, mirándome de reojo con una sonrisa llena de calidez.

—Tuyos, Potter. Apenas puedo con Edward, ni creas que voy a aceptar más responsabilidades —bromeé, sin poder evitar una sonrisa.

Harry se echó a reír de una manera que resonó en mi pecho antes de tomar mi mano y besar mi palma con una ternura que me hizo arder las mejillas al instante. Maldita sea, Harry.

—Aun así... —murmuró, deslizándose hacia mí y pasando su brazo por mis hombros, acurrucándome contra él en la banca—. No descartemos la idea por completo.

Dejé caer mi cabeza en su cuello, inhalando su aroma familiar y reconfortante.

—No hijos, Potter —recordé en voz baja, con la nariz rozando su piel.

—Eso aún está por verse —bromeó Harry.

Idiota, pensé, aunque no pude evitar sonreír mientras me acurrucaba más cerca de él. En ese momento, todo parecía más fácil. Como si el mundo entero desapareciera y solo quedáramos nosotros dos, envueltos en esa extraña pero perfecta rutina de amor y secretos.



























Caminábamos de la mano por las calles, dirigiéndonos a mi departamento. El sol ya se había ocultado, pero el calor del día aún flotaba en el aire. Este definitivamente iba a convertirse en uno de mis días favoritos. Después de dejar a Teddy con mi tía Andrómeda, habíamos decidido ir a por un helado. Era una de esas pequeñas cosas cotidianas que nunca me imaginé disfrutando tanto, pero con Harry a mi lado, hasta lo más trivial parecía perfecto.

—Bueno, al menos pudo ser peor —comenté, mientras le daba otra mordida a mi helado, saboreando la combinación de dulce y frío.

—¿Peor? —Harry me sonrió, esa sonrisa que siempre me desarma— Admitámoslo, fue divertido, aunque salieras todo lleno de barro.

—Nunca había jugado a ese juego tan raro —respondí con un ligero bufido, aunque no pude evitar sonreír también.

—Fútbol, Draco. Se llama fútbol —corrigió él, riendo entre dientes.

—¡Eso! —exclamé, señalando con mi helado— Me patearon el pie por todas partes. Si mañana no puedo caminar, será tu culpa, Potter.

Harry soltó una carcajada, y no pude evitar unirme a su risa. Siempre tenía esa manera de hacer que incluso mis quejas sonaran menos serias, y eso me molestaba un poco. Aunque no tanto como para querer que parara. Subimos al ascensor, y cuando llegamos a mi piso, entré en el departamento, listo para relajarme después de un día tan entretenido. Pero en cuanto abrí la puerta, me quedé congelado.

Ahí estaban Pansy, Blaise, Granger y Weasley, todos cómodamente instalados en mi sala, comiendo como si fuera su casa.

—¿Qué demonios...? —murmuré, desconcertado.

—¡Hola, Dray! —saludó Pansy con su típica actitud despreocupada.

Harry entró detrás de mí, tan sorprendido como yo. Claramente, ninguno de los dos esperaba encontrar esta pequeña reunión en mi departamento.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Harry, quitándose el abrigo mientras lanzaba una mirada interrogante a sus amigos.

Ron, sin soltar el abrazo que le daba a Blaise, respondió con total naturalidad:

—Dijeron que podíamos comer aquí.

Hermione, sosteniendo la mano de Pansy, añadió con una sonrisa:

—Este lugar es más grande que nuestros departamentos.

Fruncí el ceño, incrédulo.

—Vaya, no sabía que mi departamento se había convertido en un hotel —bufé, mirando a mis amigos con los brazos cruzados.

Blaise y Pansy solo me sonrieron con inocencia fingida. Sabían que no podía enfadarme de verdad con ellos, pero eso no significaba que no lo intentara.

—Harry, ¿no tienes frío? —preguntó Hermione de repente, notando que mi novio estaba solo con su camiseta.

—Es cierto —murmuré, girándome hacia él y tomando su mano—. Vamos, te daré algo de mi ropa.

Harry me sonrió y me siguió a la habitación. Justo cuando estábamos entrando, escuché la voz de Blaise llamando desde la sala:

—¡No hagan nada que nosotros no haríamos!

Rodé los ojos, sintiendo el calor subir a mis mejillas mientras cerraba la puerta. Idiotas. El armario se abrió en cuanto me acerqué, y comencé a buscar entre mi ropa, tratando de ignorar los comentarios absurdos de mis amigos.

—Veamos... —murmuré para mí mismo, hurgando entre las prendas hasta que encontré algo cómodo y lo suficientemente grande para Harry.

Cuando me giré con la ropa en mano, lo encontré mirando las fotos de Hogwarts que tenía en la estantería.

—Te ves tan tierno... —sonrió Harry, volviendo su mirada hacia mí—. Tan lindo como te recuerdo.

Me quedé perplejo por un segundo.

—¿Cómo?

—Seguro no te acuerdas —se acercó, tomando la prenda de mis manos—, pero yo sí. Te recuerdo perfectamente cuando éramos niños. Aunque no lo pareciera, ya me fijaba en ti.

Lo miré a los ojos, sintiendo que mi corazón se aceleraba, aunque intenté disimularlo con un resoplido. Rodé los ojos para no mostrar lo nervioso que me ponía esa confesión.

—Vamos, quítate la camiseta —dije, tratando de cambiar el tema lo más rápido posible, empujando la prenda hacia él.

Harry se quedó mirándome, parpadeando lentamente antes de esbozar una sonrisa traviesa.

—¿Me vas a mirar?

Elevé una ceja y dejé que mis ojos recorrieran su cuerpo de arriba abajo, tratando de mantener la compostura. Mordí mi labio, luchando por no dejar que mi mente se fuera por caminos inapropiados. No pienses en eso, Draco. No pienses en eso.

—Claro que no —respondí, sonriendo nerviosamente antes de darme la vuelta apresuradamente—. ¡Mejor ve al baño a cambiarte!

—No —dijo Harry con tono juguetón, mientras comenzaba a levantar su camiseta—. Te mostraré.

Me giré de golpe, sobresaltado.

—¡No! ¡Claro que no! —protesté rápidamente, sintiendo el calor subir a mi rostro—. Ve al baño.

Lo empujé hacia la puerta del baño, mi rostro seguramente tan rojo como mi bufanda de Gryffindor. Cuando logré cerrar la puerta tras él, solté un suspiro largo y pesado, apoyándome contra la pared. Me pasé una mano por la cara, intentando calmarme.

Maldita sea, Draco... no deberías tener pensamientos impuros... es tu novio, me regañé mentalmente, dándome una pequeña cachetada en la mejilla para intentar volver a la cordura.

Harry siempre tenía esa habilidad de hacerme perder el control. Y lo peor de todo es que lo sabía.
























Minutos después, Harry salió del baño, vestido con la ropa que le había dado. Me costaba contener la sonrisa; se ve tierno, pensé, notando cómo la camisa le caía ligeramente grande en los hombros, pero de alguna manera eso solo lo hacía lucir aún más adorable.

—¿Está bien que use tu ropa? —preguntó, mirando hacia abajo como si quisiera asegurarse de que no estaba rompiendo alguna ley invisible.

—Está bien —respondí, riendo suavemente—. Me quedaba grande a mí, pero en ti se ve genial.

Me acerqué a él, la sonrisa persistente en mis labios. Harry me miraba con curiosidad.

—¿Qué es tan gracioso? —inquirió, levantando una ceja.

—Es que... —empecé, pero antes de que pudiera continuar, un grito desde afuera me interrumpió.

—¡Señor Malfoy! —la voz de Pansy retumbó, llena de urgencia— ¡Draco, tus padres regresaron!

Mi mente se congeló. Todo mi cuerpo se tensó al instante. No pueden verlo, pensé con terror. Abrí los ojos de par en par, y mi corazón comenzó a latir a mil por hora. Tengo que sacarlo.

—Ay, mierda... —murmuré, sintiendo el pánico crecer.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró Harry, que ahora parecía tan nervioso como yo.

Me acerqué a la puerta, tratando de pensar rápido, pero mi mente estaba en caos. Abrí la puerta apenas un poco para espiar por la rendija. Afuera, Pansy y Blaise estaban haciendo lo imposible por mantener a mis padres entretenidos.

—Es que... Draco... se está... ¡Cambiando! —dijo Pansy con una sonrisa forzada, claramente inventando sobre la marcha.

—¡Acaba de llegar de trabajar! —añadió Blaise, exagerando.

—¿Fue a trabajar en domingo? —preguntó mi madre, escéptica.

Rodé los ojos y cerré la puerta con un golpe suave, sintiendo una oleada de frustración. Por Merlín, esto no está pasando.

—¿Draco? ¡Draco, ya llegamos! —anunció la voz de mi madre, cada vez más cerca.

—Ay, no... —murmuré en un hilo de voz. Tiré de Harry hacia un rincón. No, aquí no, lo jalé a otro lado. Tampoco ahí. Busqué desesperadamente mi varita, solo para recordar que la había dejado en la sala. ¡Mi maldita varita está en la sala!

—Harry, ¿tu varita? —le pregunté en un susurro urgente.

—¿Qué? —dijo, claramente confundido y nervioso.

—¡Tu varita, Harry! —repetí, dándole un golpe leve en el brazo para apurarlo—. ¡Sácala!

—¡Está en mi abrigo! —susurró él, casi desesperado.

—¡Maldita sea, Potter! —gruñí en un susurro entre dientes.

Escuché el sonido inconfundible de los pasos de mi padre acercándose a la puerta.

—¿Ya vas a salir, Draco? —preguntó Lucius, su tono calmo pero inflexible— Voy a entrar.

—¡No! ¡Aún no he terminado de cambiarme! —grité, con una pizca de pánico en la voz.

—¡Señor Malfoy, déjeme presentarle a mi novia! —gritó Pansy, claramente intentando desviar la atención de mi padre mientras tiraba de él.

Miré a Harry, que me observaba expectante, sabiendo que la situación estaba a punto de salirse de control.

—Quédate aquí —le ordené en un susurro apremiante. Harry asintió sin dudarlo, obediente.

Respiré hondo, alisándome la ropa, y salí de la habitación con la mejor cara de indiferencia que pude reunir.

—Mamá, papá —los saludé con una sonrisa forzada, inclinándome ligeramente hacia ellos—. Qué sorpresa verlos por aquí.

Ellos me miraron con sonrisas serenas, sin sospechar nada. Traté de empujarlos sutilmente hacia la puerta para que se fueran, pero, por supuesto, no funcionó. Trajeron comida para todos, lo cual solo complicaba la situación. Mi suerte estaba empeorando por minutos.

Pasada una hora, todos estaban sentados en la sala, compartiendo vino y charlando como si no hubiera un Gryffindor escondido en mi habitación. Mientras mis padres conversaban, yo apenas podía concentrarme. Mis pensamientos estaban atrapados en la habitación contigua, donde Harry debía de estar aburrido y desesperado.

Perdón... pensé con tristeza, sabiendo que no podía hacer mucho por él ahora.

Intenté disimuladamente alcanzar mi varita que estaba en la mesa, pero mi madre, rápida como siempre, me dio un suave golpe en la mano.

—Nada de varitas en la comida, Draco —me regañó, y yo no pude evitar bufar, molesto.

—Lamentamos haber interrumpido su cita —dijo mi padre, lanzando una mirada a Blaise, Ron, Hermione y Pansy.

—No hay problema —respondió Hermione, siempre tan diplomática.

Lucius la observó por un momento, evaluándola con la mirada de alguien acostumbrado a juzgar.

—¿Eres hija de muggles? —preguntó sin emoción.

—Así es, señor Malfoy —respondió ella con calma, sosteniéndole la mirada.

—Hermione fue la mejor bruja de su generación —intervino Pansy, orgullosa de su novia—. Quizás sea la próxima Ministra de Magia.

—¿Ministra? —dijo Lucius, elevando una ceja— Ese es un cargo muy pesado, señorita Granger.

—Estoy más que preparada, he trabajado duro para ello —respondió Hermione con confianza, pero sin arrogancia.

Mi padre asintió, observándola con una mirada analítica.

—Espero que lo logre. Esta sociedad necesita algo nuevo —dijo, sorprendentemente sin sarcasmo.

Yo, por mi parte, estaba desesperado. ¿Cómo hacer que se vayan ya? Intenté nuevamente.

—Mamá, papá, deben estar cansados —dije con la mejor voz de anfitrión que pude reunir—. ¿Por qué no damos por terminada la noche?

Lucius me miró con una expresión irónica.

—Yo no estoy cansado —dijo, con un leve toque de desafío—. ¿Cariño, tú estás cansada?

—Mamá debe estar cansada —insistí, sonriendo con desesperación apenas disimulada.

—Que no —respondió mi padre, mirándome con esos ojos que decían que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Lo miré, frustrado, mientras él me devolvía la mirada, disfrutando de mi incomodidad.

Esto es un desastre, pensé, mientras mis manos comenzaban a temblar levemente bajo la mesa.

Miré a la habitación con preocupación cuando escuché la voz de mi madre.

—Es verdad, Draco, tú trajiste un vino excelente a la casa, ¿no? —dijo, levantándose de la silla—. Estoy segura de que está en tu habitación.

Abrí los ojos alarmado, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de mí.

—No, mamá... no creo que... —intenté detenerla, pero fue demasiado tarde. Mi madre ya estaba abriendo la puerta de mi habitación.

—¡Mi madre está aquí! —grité, entrando detrás de ella, con el corazón en la garganta. Pero cuando miré alrededor, no había nadie.

Parpadeé, confundido, buscando desesperadamente algún rastro de Harry.

—Aquí está —dijo mi madre, sacando una botella de vino de un rincón, sonriendo satisfecha—. Vamos a beberlo.

Me quedé congelado unos segundos antes de forzar una sonrisa, asintiendo con la cabeza. Cuando mi madre salió de la habitación, cerré la puerta rápidamente detrás de mí.

—¿Harry? ¿Harry? —susurré, buscando a mi novio por todos lados.

La puerta de mi armario se abrió lentamente, y allí estaba Harry, envuelto entre mis ropas, mirándome con una mezcla de resignación y ternura.

—¡Harry! —exclamé, acercándome rápidamente.

Harry hizo un pequeño puchero al verme, y no pude evitar sonreír, acariciando su cabello con suavidad.

—Debiste haberte preocupado mucho —dije con tono de disculpa, tomando sus manos entre las mías y besándolas con suavidad, queriendo aliviar la tensión.

Las risas de mis amigos y padres resonaban desde el comedor.

—No creo que acaben pronto —murmuró Harry, suspirando con resignación.

Mordí mi labio, mirando la puerta y luego hacia la ventana, buscando alguna solución desesperada.

—Quizás... —pensé en voz alta, mirando la ventana—. Podrías saltar desde aquí.

Harry se acercó a la ventana, donde la luz de la luna iluminaba su rostro. Miró hacia abajo y luego hacia mí, tragando saliva con dificultad.

—Moriría —dijo secamente, levantando una ceja.

—Sí, ¿verdad? —admití, sintiendo que mi idea no era exactamente brillante.

—Sí —añadió, mirando alrededor con nerviosismo—. Estoy muy nervioso.

—Yo también —admití, sintiendo que el pánico no cesaba.

—¿Draco, qué haces ahí adentro? —preguntó mi padre, su voz firme y cercana.

—¡Ya voy! —grité rápidamente.

Harry me miró señalando el armario, claramente dispuesto a esconderse de nuevo.

—Vuelve ahí adentro —asentí, sabiendo que no teníamos otra opción por ahora—. Regresaré pronto.

Antes de que se metiera, me acerqué y lo besé suavemente en los labios. Luego, abrí la puerta con precaución, mirando de reojo a mis padres, que se dirigían hacia la cocina. Pansy, que estaba al tanto de la situación, me lanzó una

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