ᴺᵘᵉᵛᵃˢ ᶜᵃʳᵃˢ, ⁿᵘᵉᵛᵒˢ ᵃᵐᵒʳᵉˢ

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𝐇𝐚𝐫𝐫𝐲 𝐥𝐥𝐞𝐠ó 𝐚 𝐬𝐮 𝐨𝐟𝐢𝐜𝐢𝐧𝐚, 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐚𝐬𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐝𝐢𝐝𝐨𝐬, 𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐫𝐚𝐬 𝐒𝐢𝐫𝐢𝐮𝐬 𝐥𝐨 𝐬𝐞𝐠𝐮í𝐚 𝐝𝐞 𝐜𝐞𝐫𝐜𝐚.

—¿De verdad te casarás con Pansy Parkinson? —preguntó su padrino, con una mezcla de incredulidad y preocupación en la voz.

Harry no le prestó atención. Algo más ocupaba su mente, una pregunta que le rondaba desde que había salido del Ministerio. Draco Malfoy. Ese nombre le sonaba demasiado familiar. Los Malfoy eran conocidos por su fortuna, pero había algo más...

—Ron, ¿recuerdas cuando tuve que ir a Hogwarts a entregar esos reconocimientos ridículos? —preguntó, deteniéndose para mirar a su amigo.

Ron levantó una ceja, divertido.

—¿Cuando casi te ahogas en medio del banquete? —rió— Los gemelos nunca dejan de recordarme esa escena. Fue épico.

Harry rodó los ojos, claramente irritado.

—Sí, bueno... eso también. Pero no, me refería a... ¿recuerdas a Draco?

Ron frunció el ceño, pensativo.

—¿Draco? ¿El del elevador?

—Exacto. ¿Estaba en ese evento?

Ron miró hacia el techo, tratando de hacer memoria. Después de unos segundos, su expresión cambió, como si algo hubiera hecho clic en su cabeza.

—Ah, sí... El rubio. Recuerdo que te quedaste mirándolo fijamente después de entregarle su reconocimiento. Lo anunciaron como el mejor en Defensa Contra las Artes Oscuras y el mejor alumno en general. Tú estabas prácticamente dormido de aburrimiento, pero en cuanto dijeron eso, levantaste la cabeza tan rápido que casi te mareas. Cuando pasó frente a ti para recibir su premio, chocaron al saludarse, y aunque él se disculpó y siguió su camino, tú no dejaste de mirarlo ni cuando ya se había ido. Fue ridículo, sinceramente.

Harry lo fulminó con la mirada.

—Gracias por recordármelo, Ron —dijo con sarcasmo, rodando los ojos— Pero volviendo al tema... Si Draco es aprendiz de Auror, será muy bueno en su trabajo. Podría ser una gran ventaja para el equipo.

Sirius, que hasta entonces había estado escuchando con atención, estalló en un gruñido de impaciencia.

—¡Basta de hablar de trabajo! —protestó— ¿Qué harás sobre el matrimonio?

Harry frunció el ceño, irritado por el cambio de tema.

—¿De qué hablas ahora? —preguntó, claramente fastidiado.

—Fuiste el primero en decir que las citas a ciegas eran una pérdida de tiempo, y ahora, de repente, después de una de ellas, dices que te quieres casar. ¿Qué ha cambiado?

Harry suspiró, cansado del interrogatorio.

—Te daré esa nuera política que tanto deseas —dijo con desdén, claramente harto.

Los ojos de Sirius se iluminaron.

—¿De verdad? ¿Pansy ya aceptó? —preguntó, lleno de emoción.

Harry le lanzó una sonrisa burlona, como si lo que decía fuera lo más absurdo que hubiera escuchado en su vida.

—¿Tú qué crees? —respondió con sorna.

Sirius lo miró, expectante.

—¿Entonces dijo que sí?

Harry se encogió de hombros con una expresión confiada y arrogante.

—Con esta cara, este cuerpo, mis modales impecables y mi irresistible personalidad —enumeró, señalándose de manera exagerada— ¿Por qué diría que no?

Sonrió con esa confianza que siempre lo había caracterizado.
































—Definitivamente, no —dijo Draco, tomando un respiro mientras hacía una pausa en su entrenamiento.

Las pruebas físicas eran agotadoras, diseñadas para medir la resistencia de los aspirantes a convertirse en Aurores. Y aunque Draco lo soportaba, no significaba que le gustara.

—¿En serio? —preguntó Blaise desde el otro lado de la línea— Créeme, te vendría bien. Tiene dinero —añadió casualmente, mientras pagaba en una tienda.

—¿Me ves con cara de casarme con un viejo rico? —bufó Draco, irritado, ajustando el celular en su oreja— Quiero dinero, claro, pero para mantenerme a mí mismo, no para que alguien más lo haga.

—Entonces, que te lo encontraras en el ascensor... es pura ironía —se burló Blaise.

Draco se estremeció al recordar ese incómodo encuentro.

—Fue una pesadilla —se quejó— Ojalá no me haya reconocido.

—Draco, solo te conoció cuando eras mujer —respondió Blaise con tono despreocupado.

Draco esbozó una sonrisa arrogante, mirando su reflejo en un espejo cercano.

—Pero, ¿cómo olvidar un rostro tan lindo como el mío?

Blaise soltó una risa burlona.

—Como sea, le diré a Pansy que arregle este lío, o la sacaré a la calle... como tus padres —se mofó Blaise, imaginando la furia de Draco al otro lado de la línea.

Antes de que Draco pudiera estallar, Blaise colgó de inmediato. Caminó unos pasos, mirando su celular con frustración. Esto es un completo desastre, pensó. Pero su caos mental fue interrumpido cuando sintió que algo chocaba contra él.

Un niño pequeño, con un marcador en la mano, había dejado una línea de tinta en su saco color crema.

—¡Ay, Merlín...! —gruñó Blaise, mirando la marca, frustrado.

La madre del niño llegó corriendo, claramente irritada.

—¡Te dije que no hicieras tonterías! —le regañó, mientras el niño comenzaba a llorar.

Blaise cerró los ojos un momento, respirando hondo y rogando por paciencia. Luego se arrodilló frente al pequeño.

—Oye, mocoso —dijo, calmado, pero firme.

Mientras tanto, Ron entró en la tienda, sin percatarse de la situación, dirigiéndose directamente a un estante para coger una bebida.

—Tienes que fijarte por dónde vas —continuó Blaise, señalando el marcador en las manos del niño—. No es bonito jugar con esto. Un niño bien educado pide disculpas y no repite los mismos errores, ¿entendido?

El niño lo miró con un puchero, mientras Blaise suspiraba, resignado. Maldito corazón de serpiente, pensó, antes de tomar el marcador de la mano del niño.

—Si prometes prestar más atención la próxima vez, te enseñaré un truco de magia, ¿de acuerdo? —dijo Blaise, extendiendo su meñique.

El niño lo miró un segundo, luego entrelazó su pequeño dedo con el de Blaise, quien esbozó una leve sonrisa. Despacio, comenzó a dibujar una mariposa sobre la mancha del saco, con trazos finos y delicados.

Ron, que acababa de acercarse, elevó una ceja, sorprendido al ver al hombre dibujando con tanta precisión.

Cuando terminó el dibujo, Blaise colocó su mano sobre la mariposa, chasqueó los dedos y, al retirar la mano, una mariposa real salió volando, revoloteando alrededor del niño, que estalló en carcajadas.

Los ojos de Ron se abrieron de par en par. ¿Un mago?.

—¿Ves? Las cosas feas pueden convertirse en algo bonito —dijo Blaise, sonriendo suavemente—. Pero no vuelvas a hacer esto o yo me convertiré en un ogro —advirtió juguetonamente, devolviéndole el marcador.

—¿Cómo hizo eso? —preguntó la madre, sorprendida, mirando a Blaise.

—Ah, solo era de papel —respondió Blaise, con una sonrisa encantadora—. Tenía un hilo invisible que la hacía flotar, no se preocupe.

La madre asintió, sonriendo, pero con expresión de disculpa.

—Déjeme al menos pagarle la lavandería de su saco —insistió.

Blaise miró su saco, la mariposa ya se había desvanecido, y la mancha junto con ella. Sin embargo, la ocultó con un gesto.

—No es necesario —dijo, negando con la cabeza—. Aunque quisiera pagarme, dudo que su quincena sea suficiente —añadió con un toque irónico, antes de marcharse.

Ron lo siguió con la mirada, impresionado por lo que acababa de ver. Volvió a mirar al niño, que ahora estaba feliz de la mano de su madre. Una sonrisa apareció en los labios del pelirrojo mientras se dirigía a la caja a pagar su bebida.

Mientras tanto, Blaise caminaba por la calle, buscando su cartera. Bufó, frustrado. Muy bien, Blaise. Primero el niño y ahora la cartera. Dio media vuelta para regresar a la tienda, pero al girar, chocó con alguien.

—Perdón... —murmuró, apartándose rápidamente, pero cuando levantó la vista, su corazón dio un vuelco.

Frente a él, un par de ojos azules, una piel salpicada de pecas y un inconfundible cabello pelirrojo. Blaise sintió un nudo en la garganta, su corazón latiendo desbocado.

El hombre de chocolate frente al perfecto hombre blanco. Un choque perfecto, al menos para él.

—¿Estás bien? —preguntó Ron, observándolo con curiosidad.

Blaise se quedó sin palabras por un segundo. Esa voz, ese momento... parecía obra de Cupido.

—Ah, sí... gracias —logró balbucear finalmente.

Ron le sonrió antes de continuar su camino, sin saber la impresión que había dejado. Blaise, aún estático, lo miró alejarse, debatiéndose internamente.

¿Le pido su número? pensó, pero negó rápidamente. No, no puedo dar el primer paso. Ellos deben hacerlo... aunque yo también soy un hombre. Miró de nuevo a Ron. ¿Quién es él?


























Pansy llegó a su edificio, pero aún le faltaban unos cuantos escalones para alcanzar su departamento. Se detuvo a mitad del camino, jadeando, mientras miraba hacia arriba.

—Sí... así es... —murmuró entre respiraciones agitadas—. Así de alto está mi sueño.

Resopló antes de continuar subiendo los últimos escalones. El esfuerzo era agotador, pero prefería eso a tomar el elevador y arriesgarse a que alguien le dijera a su padre dónde estaba escondida.

—Ojalá al llegar... —dijo con la voz entrecortada— me den mi deseo.

Por fin alcanzó el piso de su departamento, apoyándose en la pared para recuperar el aliento. Maldijo sus tacones. Debería haberme puesto tenis... pero no, la señorita quería verse icónica, se reprendió mentalmente antes de continuar caminando.

Cuando estaba a punto de llegar a su puerta, alguien salió repentinamente de uno de los departamentos vecinos. El susto la hizo tropezar, cayendo al suelo con un golpe seco.

—¡Maldita sea! —se quejó, sobándose la cadera—. ¡Oye, idiota! ¿No ves que iba pasando?

Alzó la vista, aún furiosa, y lo primero que notó fue una cabellera castaña. La luz del sol no le permitía ver claramente el rostro, hasta que la figura se acercó más.

—Perdón... —dijo la chica, extendiendo su mano para ayudarla—. Acabo de mudarme. ¿Estás bien?

Pansy parpadeó varias veces, deslumbrada. ¿Es un ángel?, se preguntó mientras aceptaba la mano que le ofrecían.

—Ah, sí... estoy bien —respondió con un aire despreocupado—. Tantos años cayendo que ya me he acostumbrado.

La chica castaña le sonrió, pero Pansy notó que aún tenían las manos entrelazadas. Rápidamente soltó la suya, aclarando su garganta, incómoda.

—Soy Hermione Granger —se presentó la chica, con una sonrisa cálida.

Pansy la observó por unos instantes. Hermione... hasta su nombre es perfecto, pensó, antes de sacudir la cabeza para despejarse.

—Yo soy Pansy... Pansy Parkinson —dijo, señalando hacia su puerta—. Vivo justo enfrente.

—Oh... eres tú —comentó Hermione, con un destello de reconocimiento—. Ayer vinieron unos hombres preguntando por ti.

Pansy la miró con horror. Mierda, seguro fue mi padre....

—Les dije que habías salido y que tal vez no volverías temprano —continuó Hermione, interrumpiendo sus pensamientos.

Pansy se quedó mirándola, sorprendida.

—¿De verdad? —preguntó, sin poder ocultar su asombro.

—Sí, bueno... espero no haber sido grosera —se disculpó Hermione.

—No, no... hiciste lo correcto —Pansy sonrió ampliamente, dejando a un lado su seriedad.

—Oh, me alegra —respondió Hermione, devolviéndole la sonrisa. Hubo un breve momento de silencio entre las dos antes de que Hermione desviara la mirada, algo nerviosa—. Lamento haberte golpeado.

Pansy bajó la vista, mordiendo su labio.

—No te preocupes... —hizo una pausa, como si lo estuviera pensando—. ¿Qué tal si me invitas a comer como compensación?

Hermione la miró, sorprendida, antes de sonreír tímidamente y asentir.

—Claro, ¿por qué no? —respondió—. ¿Te parece el fin de semana?

Pansy asintió con entusiasmo. Perfecto, pensó. Ambas se despidieron, y Pansy entró a su departamento con una sonrisa boba en el rostro. Este día no podía mejorar más, se dijo.

Sin embargo, su teléfono sonó en ese instante. Contestó sin mirar quién llamaba.

—¿Hola?

Y sí, las cosas podían empeorar. Horas más tarde, Pansy se encontraba cerca de un puente, con Draco a su lado.

—¿Potter quiere verte? ¿Por qué? —preguntó Draco, alzando una ceja.

—No lo sé... pero es esta noche —murmuró ella, soltando un suspiro de frustración.

—Bueno, puedes aprovechar para decirle la verdad —comentó Draco, como si fuera lo más obvio del mundo.

Pansy frunció los labios, observando a Draco con una expresión que él conocía demasiado bien. Sus ojos empezaron a adquirir ese brillo suplicante que anticipaba problemas.

—Dray, mi hermoso y perfecto amigo... —comenzó ella con voz melosa.

—¿Qué? —respondió Draco, seco, mirándola de arriba abajo.

—¿Podrías ir tú en mi lugar?

Draco parpadeó, incrédulo.

—¿Qué? —preguntó, sorprendido.

—Tengo una reunión importante —sonrió ella, con inocencia fingida—. Algunos de nosotros sí trabajamos.

—Y yo estoy tratando de conservar este posible empleo que me darán... si todo sale bien —gruñó Draco, fulminándola con la mirada.

—Por favor... —rogó Pansy, poniendo su mejor cara de lástima.

Draco la miró durante unos instantes, evaluando si ceder o no... Nah.

—No. Arregla tus asuntos. Cancela tu reunión y ve a verlo. No me arrastres a esto.

—Te pagaré —soltó Pansy, sin pensarlo dos veces.

Draco alzó una ceja, intrigado.

—Cuatro mil galeones. El doble que la vez pasada —ofreció, sin perder un segundo.

De pronto, en la mente de Draco resonó el sonido imaginario de una caja registradora. Claro que no, tenía dignidad, no iba a venderse solo por dinero... ¿o sí?


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