𝐃𝐄𝐒𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐕𝐈𝐒𝐓𝐀 𝐀É𝐑𝐄𝐀, 𝐀𝐐𝐔𝐄𝐋 𝐁𝐎𝐒𝐐𝐔𝐄 𝐃𝐄 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐀Ñ𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐄𝐂Í𝐀 𝐒𝐈𝐌𝐏𝐋𝐄 𝐘 𝐌𝐎𝐃𝐄𝐒𝐓𝐎, 𝐀𝐁𝐑𝐀𝐙𝐀𝐃𝐎 𝐏𝐎𝐑 𝐋𝐀 𝐍𝐀𝐓𝐔𝐑𝐀𝐋𝐄𝐙𝐀. Un paisaje de ensueño enmarcaba el lago, alimentado por una cascada que, en su caída, llenaba el aire de un susurro apacible. Ríos serpenteaban alrededor, brindando vida a una fauna exuberante. Pero más allá de esta apacible visión, al adentrarse en el paraje, una barrera invisible revelaba una imponente mansión, escondida y solo visible para aquellos que tenían el honor de conocer a sus dueños: la Mansión Potter-Malfoy.
—¡Rápido, pongan las mesas ahí! —ordenó Pansy a un grupo de elfos, su tono autoritario dejando claro que no iba a tolerar errores.
—¿A qué hora llegarán los invitados? —preguntó Narcissa, ajustando el delicado broche de perlas en su cuello, mientras observaba los preparativos.
—A las tres —respondió Hermione, con eficiencia, mientras revisaba una larga lista de verificación en su libreta mágica.
Blaise, algo agitado, acomodaba adornos florales en un rincón, disperso en su propio apuro.
—¡Blaise, usa la magia! —lo regañó su esposo, Ronald, desde la distancia.
—¡Sí, sí! Pero hasta la magia tiene límites, ¡hay que ser meticuloso! —replicó Blaise, sin perder el entusiasmo.
—Por eso no me gustan las bodas —murmuró Lucius, con tono desdeñoso, cómodamente sentado en una banca, luciendo lentes de sol y un vaso de whisky de fuego en mano.
—¡Lucius, ayúdame con esto! —lo llamó su esposa.
—Sí, querida. —Se levantó resignado y fue a su lado, aunque su expresión dejaba claro que preferiría estar bebiendo.
A cierta distancia, Crabbe y Goyle cuchicheaban con sus típicas risas cómplices.
—¿Crees que esté embarazado? —preguntó Goyle en tono burlón.
—Casi tiene treinta; pensé que no iba a salir ni en rifa —bromeó Crabbe, y ambos rieron de su ocurrencia.
Pansy no tardó en interrumpir su pequeña burla.
—Los que no saldrán en rifa son ustedes dos —les recriminó, con esa autoridad de quien conoce su valor—. Vayan a poner los dulceros en su lugar y no en sus bocas.
—¡Sí, jefa! —respondieron casi a coro antes de salir corriendo.
Hermione, con paciencia de madre, trataba de apartar a su pequeña Rose Granger-Parkinson, quien había decidido morder la oreja de Dobby, confundiéndola con un biberón.
—¡Rose, la oreja de Dobby no es un biberón! —exclamó, apartando a la niña de un elfo muy incómodo.
Fred y George, en su acostumbrada sincronización, se lanzaron desde el techo de la mansión, cada uno montado en su escoba. Con rapidez y destreza, decoraban el exterior con guirnaldas florales, dando toques de elegancia y alegría.
Más abajo, Molly, armada con su varita, ajustaba las sillas frente a un altar rústico decorado con hermosas flores y cortinas de encaje blanco. Frente a la laguna, el altar parecía un refugio de paz y amor, listo para la unión. Arthur, mientras tanto, esparcía pétalos en un sendero que guiaba hacia el altar, rodeado de flores blancas y rosadas.
—¡Oh, impresionante! —dijo Arthur al ver una cámara de video que habían traído—. Molly, esto es increíble. Con este artefacto muggle, ¡tendremos recuerdos en movimiento! Quizá deberíamos comprar una...
Dentro de la casa, Teddy corría de un lado a otro, abotonando su pequeño traje azul claro, con el cabello rubio revuelto en su apuro por peinarlo y ajustarse los zapatos.
—¿Teddy, dónde estabas? ¿Y los anillos? —preguntó Brianna al verlo.
—¡Ya los guardé! Pero estoy buscando el ramo de mi papi Draco —respondió él, inquieto.
—Creo que está en la sala —le indicó ella, señalando con la cabeza hacia la dirección.
—¡Gracias! —exclamó Teddy, retomando la carrera.
Al llegar a la sala, su paso se detuvo cuando, a través de la ventana, vio una figura que lo hizo ruborizarse al instante. Allí, junto a su madre Fleur, estaba Victoire Weasley. Teddy sintió que su corazón se aceleraba, pero luego volvió a la realidad y salió disparado hacia el ramo.
En el segundo piso, Draco observaba la escena desde una ventana. Vestía un traje blanco, sencillo pero elegante, adornado con un pequeño broche de panda en la solapa, que le había regalado Teddy hacía unos meses. Su camisa era de un gris perla que acentuaba su pálida complexión, y sus zapatos de cuero italiano reflejaban el mismo tono suave de su corbata.
Draco suspiró, notando cada detalle de la decoración y la agitación que se vivía abajo. Una sonrisa suave se dibujó en su rostro al ver cómo todos parecían tan inmersos en sus labores, preparando aquel día especial para él y Harry. Había pasado por momentos de duda y confusión antes de llegar aquí, pero ahora, vestido y listo, esperaba con calma el momento que marcaría un nuevo comienzo en su vida.
Draco sintió un sabor amargo ascender en su garganta y apenas tuvo tiempo de correr al baño. Su cuerpo se inclinó sobre la taza del inodoro, y dejó escapar lo que le sobraba en el estómago. El sonido de pasos se acercaba rápidamente, y una vocecita familiar resonó en el pasillo.
—¡Papi! ¡Ya llegué...! —Teddy se detuvo en seco al ver la escena y, con expresión de preocupación, gritó—. ¡Papi!
Draco bajó la palanca y cerró la tapa del inodoro, tratando de tranquilizar a su hijo con una sonrisa cansada antes de sentarse en la tapa.
—Hola, pequeño búho.
Teddy dejó el ramo a un lado y se acercó, observándolo con sus grandes ojos azules, llenos de inquietud.
—¿Papi, estás bien?
—Sí, cariño, creo que... solo son los nervios. —Draco sonrió, tratando de aliviar la preocupación de Teddy.
Afuera, Harry, vestido impecablemente con un elegante traje negro de corte clásico, avanzaba por el pasillo hacia la puerta del baño. En sus manos llevaba una flor cuidadosamente escondida detrás de su espalda: la flor favorita de Draco. Extendió una mano para tocar la puerta, pero el comentario de Teddy lo detuvo.
—Vomitar no es estar bien —reclamó el niño con seriedad, cruzando los brazos.
Harry frunció el ceño, captando la alarma en el tono de su hijo y, sin dudarlo, abrió la puerta.
—¿Draco, estás bien? —preguntó, dando un paso adelante.
—¡No! —exclamó Teddy, corriendo hacia él y extendiendo las manos para bloquearle el paso.
—¡No! —repitió Draco al unísono, cerrando rápidamente la puerta del baño, mientras el color de su rostro regresaba poco a poco.
Harry parpadeó, sorprendido y algo confundido, mirando a Teddy y luego a la puerta cerrada.
—¿Pero...? ¿Ahora qué?
—Es de mala suerte ver a tu futuro esposo antes de la ceremonia —dijo Teddy con firmeza, dándole una mirada que claramente había heredado de Draco.
—Ted, solo quiero asegurarme de que tu papi está bien —intentó Harry, suavizando su tono, tratando de encontrar una rendija en esa inesperada barrera.
Desde dentro del baño, Draco alzó la voz en tono de advertencia.
—¡No te atrevas a acercarte más, Potter!
Teddy miró a su papá adoptivo con una expresión de reprobación.
—Hay que respetar las tradiciones, papá. —Señaló la puerta con autoridad—. Además, siempre me dijiste que esperarías a mi papi el tiempo que fuera necesario, así que ve al altar y espéralo ahí.
Harry abrió los ojos, impresionado por el inesperado temple de su hijo. Había visto esa expresión desafiante en Draco incontables veces, pero ahora la misma determinación brillaba en los ojos de Teddy.
—Bien, pequeño líder. —Harry sonrió, cediendo ante la actitud solemne del niño. Luego, sacó la flor que llevaba escondida detrás de su espalda y la extendió hacia Teddy—. Solo dale esto a tu papi, ¿de acuerdo? —Miró la puerta del baño con una mezcla de ternura y preocupación—. Draco, si te sientes mal, podemos posponer la boda, amor.
Dentro del baño, Draco sonrió para sí, reconfortado al escuchar el tono afectuoso de Harry y la consideración detrás de sus palabras. Negó suavemente, como si Harry pudiera verlo.
—Estoy bien, hazle caso a tu hijo.
Harry sonrió ante la respuesta decidida de Draco y se inclinó para pasar una mano por el cabello de Teddy, quien dejó escapar una risita tierna antes de abrir la puerta y ver a su papá adoptivo salir.
Cuando Teddy cerró la puerta tras él, se volvió hacia Draco, y ambos intercambiaron una sonrisa de alivio.
Harry estaba de pie junto al altar, mirando hacia el lago sereno que se extendía frente a él, sintiendo cómo la brisa fresca le calmaba los nervios. De repente, el suave murmullo del agua fue reemplazado por una melodía que resonó por todo el lugar, suave y delicada, como si las mismas notas estuvieran encantadas. Las personas a su alrededor comenzaron a levantarse y girarse hacia el fondo, y Ron, a su lado, le tocó el hombro, animándolo a hacer lo mismo.
Harry respiró profundamente antes de voltearse, y cuando lo hizo, sus ojos se desviaron un momento, demasiado abrumado para sostener la mirada. Pero, casi de inmediato, regresó su atención al pasillo, donde Draco avanzaba entre Lucius y Narcissa, caminando con una elegancia que lo dejaba sin aliento. Draco le sonrió, y en ese instante Harry supo que estaba ante algo que no podía compararse con nada. Con un nudo en la garganta, sintió sus ojos llenarse de lágrimas mientras observaba, embelesado, cómo se acercaba el amor de su vida.
A su lado, Ron le dio un pañuelo discretamente, y Harry, con una sonrisa agradecida, se limpió las lágrimas, tratando de contener la emoción.
Cuando finalmente llegaron, Lucius soltó el brazo de Draco, pero no sin antes mirar a Harry con ojos serios y directos.
—Cuídalo, Potter —dijo Lucius en un tono que oscilaba entre la advertencia y el mandato.
Draco sonrió, divertido, lanzándole una mirada a Harry que parecía decir: ¿Ves cómo es?
Harry asintió con solemnidad, y cuando Lucius le extendió la mano de Draco, él la tomó, sintiendo una calidez profunda en ese contacto. Fue como si cada recuerdo que habían compartido regresara de golpe: aquella noche bajo la lluvia, cuando Draco lo cubrió sin dudarlo; el día que vio a Draco graduarse y desaparecer entre la multitud; su reencuentro en esa cita a ciegas inesperada; y cada momento de felicidad, de risas, de lágrimas, y las veces que habían enfrentado juntos lo más difícil. Todo estaba allí, contenido en ese simple toque, y de repente, el mundo parecía adquirir un nuevo sentido: uno en el que Draco siempre estaría a su lado.
Draco también sintió un temblor de nervios en su estómago, pero bastó ver los ojos de Harry para calmarse. No tenía dudas de que él era su hogar, su refugio y el lugar donde siempre querría volver.
Narcissa, conteniendo las lágrimas, besó a su hijo en la frente y, con una sonrisa llena de amor y orgullo, lo dejó frente a Harry. Ambos tomaron sus lugares mientras todos los presentes se acomodaban en sus asientos, y el oficiante, un hombre de voz cálida, dio la bienvenida.
—Señoras y señores, estamos aquí reunidos en este glorioso día para presenciar la unión de Harry Potter y Draco Malfoy. Ahora, por favor, procedan a decir sus votos.
Harry respiró hondo, tomando las manos de Draco y mirándolo con una intensidad que hizo que todo a su alrededor desapareciera. No existía nadie más en ese instante; era solo él y Draco, inmersos en un universo de emociones compartidas.
—Draco —comenzó, su voz temblando al inicio—, desde el primer momento en que te vi, supe que había algo en ti que siempre me cautivaría. —Hizo una pausa, buscando las palabras en la mirada de su futuro esposo—. En cada momento que hemos vivido juntos, me has enseñado que el amor va más allá de las palabras, de las promesas. Me has demostrado que el amor es paciencia, es risa y es confianza. —Respiró con profundidad—. Y hoy, frente a ti, te prometo que siempre estaré aquí, para apoyarte, para reír y llorar contigo, para ser tu amigo, tu compañero y, sobre todo, la persona que nunca dejará de amarte.
Draco, con los ojos vidriosos, apretó suavemente las manos de Harry, aferrándose a cada palabra como si fuera un tesoro, y comenzó a hablar, complementando las promesas de su amado.
—Harry —respondió con suavidad, y su voz parecía entrecortada por la emoción—, nunca pensé que el destino me llevaría hasta aquí, a este lugar contigo. Me enseñaste que el amor no siempre se muestra en gestos grandiosos, sino en los pequeños detalles, en los momentos más simples. —Desvió la mirada un segundo, tratando de contener sus propias lágrimas, pero la emoción se desbordaba en cada palabra—. Y aquí, frente a ti, te prometo ser tu refugio, tu hogar. Te prometo que siempre caminaré a tu lado, en los días buenos y en los difíciles, que siempre encontrarás en mí a alguien que te escuche, que te ame. Prometo amarte con cada parte de mí, con cada recuerdo y cada sueño, porque eres mi mundo, Harry, y no hay otro lugar al que quisiera pertenecer.
Se miraron, olvidándose del resto del mundo, sus palabras entrelazándose en un eco que solo ellos comprendían, un espacio donde solo existían ellos dos, en ese amor tan profundo que habían construido.
El oficiante sonrió, permitiéndoles unos segundos para absorber el momento.
—Entonces, en virtud del poder conferido por el amor que los une —dijo, con una voz llena de solemnidad—, los declaro esposos.
Harry y Draco no necesitaron más señal; sus labios se encontraron en un beso suave y lleno de promesas, mientras los aplausos estallaban alrededor. En ese instante, ambos sabían que no necesitaban nada más, porque juntos, tenían todo.
Harry tomó a Draco de la mano y lo guió al centro de la pista, con una sonrisa que parecía iluminarlo todo. La música comenzó a sonar con suavidad, y ambos se sumergieron en ese primer baile como esposos. Harry juntó su frente con la de Draco, cerrando los ojos y dejando que el momento los envolviera, mientras Draco lo abrazaba por el cuello, sintiendo la calidez de su ahora esposo. Allí, en medio de la pista, parecían flotar, perdidos el uno en el otro y en ese amor profundo que compartían.
Con los novios abriendo la pista, los demás invitados empezaron a unirse, cada uno con sus parejas, moviéndose al ritmo de la melodía. Pansy y Hermione bailaban con su pequeña hija Rose entre ellas, sonriéndose mutuamente antes de darse un beso tierno. Blaise y Ron, en un momento de camaradería, también se unieron al baile, entre risas y pasos torpes.
Teddy, sin perder el tiempo, se armó de valor y extendió la mano para invitar a Victoire a bailar. La niña aceptó con una sonrisa y ambos comenzaron a moverse con una gracia que sorprendía a todos. Gracias a las clases de baile que Draco le había dado, Teddy guiaba con seguridad, disfrutando cada instante.
Un rato después, Draco descansaba a un lado de la pista con una copa de vino, acompañado de Blaise y Pansy, quienes lo observaban con esa mezcla de cariño y camaradería que solo los años podían forjar.
—La verdad, me gusta —comentó Pansy mientras daba un sorbo a su propia copa—. Creo que le das a todo esto un toque de sofisticación insuperable.
Blaise soltó un suspiro exagerado de falsa indignación, rodando los ojos teatralmente.
—Siempre quieres sobresalir, ¿no, Malfoy? Y yo que pensé que ibas a dejarme tener la mejor boda de los tres.
Pansy alzó la ceja y lo miró con picardía.
—¡Por favor! La mía fue la mejor —aseguró, antes de sonreír con un guiño—. Pero bueno, un Malfoy jamás cede el primer lugar.
Draco soltó una carcajada y alzó su copa, brindando en silencio con sus amigos.
—¿Señor Potter? —interrumpió una voz familiar detrás de él.
Draco se giró, encontrando a Harry acercándose con una sonrisa divertida en el rostro. Su esposo. Aún no terminaba de acostumbrarse a la palabra, y, de alguna forma, le encantaba.
—¿Yo? —dijo Draco, sonriendo mientras Blaise y Pansy ponían los ojos en blanco y se alejaban disimuladamente.
—Así es —susurró Harry mientras rodeaba la cintura de Draco con sus brazos—. Draco Potter... me gusta cómo suena.
Draco entrecerró los ojos, fingiendo molestia.
—Qué cursi eres —lo regañó con una sonrisa antes de inclinarse y besarlo.
Harry sonrió sobre sus labios.
—Vámonos ya, no quiero seguir compartiéndote con esta gente —murmuró, deslizando su mano por la espalda de Draco.
—Me gusta la idea —aceptó Draco con una media sonrisa.
Una hora más tarde, ambos caminaban hacia la salida, donde los esperaba un avión privado para llevarlos a su luna de miel. Cambiados ya en ropa elegante y perfectamente combinados, caminaban bajo la lluvia de flores lanzadas por sus familiares y amigos que aplaudían a su alrededor. Draco se detuvo en la entrada y giró, observando al grupo expectante que se había reunido para atrapar el ramo.
Sin mirar a nadie en particular, Draco lanzó el ramo hacia atrás, escuchando los gritos y risas de quienes intentaban atraparlo. Con un golpe de suerte, el ramo aterrizó en las pequeñas manos de Teddy, quien parpadeó, atónito. Pero al ver a Victoire sonriéndole junto a él, Teddy se sonrojó intensamente y, nervioso, lanzó el ramo en otra dirección. El ramo terminó golpeando accidentalmente a Daphne, que estaba distraída comiendo pastel y terminó con su cara cubierta de betún y flores.
Draco y Harry, entre risas, subieron al avión, listos para su aventura. Ya a bordo, Draco miró por la ventanilla mientras el avión despegaba, observando el cielo que se abría ante ellos. Harry tomó su mano, besándola suavemente en la palma, y Draco sonrió, cerrando los ojos por un momento, sintiéndose completamente feliz y en paz.
Durante su luna de miel, viajaron por algunos de los lugares más hermosos del mundo: Francia, con sus campos llenos de lavanda; Italia, donde disfrutaron del vino y la historia; Canadá, con sus vastos paisajes naturales; y Alemania, donde exploraron castillos y bosques llenos de magia. Finalmente, llegaron a Suiza, rodeados de montañas y paisajes idílicos.
Fue allí, en un rincón escondido entre las montañas, donde Draco descubrió la causa de los malestares que lo habían perseguido. Harry, tomándolo entre sus brazos, lo miró con asombro y ternura cuando entendieron que, en su interior, una nueva vida comenzaba a crecer. La sorpresa se transformó en alegría, y en ese momento, ambos supieron que su historia apenas había comenzado.
Teddy caminaba de la mano de sus dos papás, observando con asombro el imponente tren de Hogwarts, que estaba listo para llevarlo a su primer año en el colegio. Sus ojos brillaban de emoción, aunque también había en su expresión un toque de nerviosismo.
—Es... muy grande —murmuró, su voz llena de una mezcla de fascinación y respeto ante la locomotora que exhalaba nubes de vapor.
Draco miró a su hijo con una sonrisa comprensiva y le dio un ligero apretón en el hombro.
—¿Tienes todo listo? —le preguntó, con ese tono que usaba para asegurarse de que nada se escapara de su control.
—¡Sí! —afirmó Teddy, asintiendo con entusiasmo—. Preparé todo ayer, como me dijiste, papi.
Harry sonrió y lanzó una mirada divertida a Draco.
—Créeme, se ha estado preparando desde la semana pasada —bromeó.
Draco levantó una ceja, fingiendo exasperación.
—Qué gracioso —dijo, aunque no pudo evitar que una sonrisa se asomara en sus labios.
De pronto, Teddy señaló con entusiasmo hacia la figura de la mujer del carrito de dulces que comenzaba a subir al tren.
—¿Puedo comprar todos los dulces que quiera? —preguntó, sus ojos llenos de
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