ᴹᵒᵐᵉⁿᵗᵒˢ ᴰⁱᶠíᶜⁱˡᵉˢ

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𝐃𝐫𝐚𝐜𝐨 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐚𝐛𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐩𝐚𝐬𝐨 𝐥𝐢𝐠𝐞𝐫𝐨 𝐩𝐨𝐫 𝐥𝐚 𝐚𝐜𝐞𝐫𝐚, 𝐜𝐨𝐧 𝐮𝐧𝐚 𝐬𝐨𝐧𝐫𝐢𝐬𝐚 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐫𝐨𝐬𝐭𝐫𝐨 𝐲 𝐮𝐧𝐚 𝐬𝐞𝐧𝐬𝐚𝐜𝐢ó𝐧 𝐝𝐞 𝐚𝐥𝐢𝐯𝐢𝐨 𝐞𝐧 𝐞𝐥 𝐩𝐞𝐜𝐡𝐨. Después de un mes complicado, por fin le habían devuelto su tarjeta negra. Su tarjeta negra. Esa sensación de control y libertad volvía a inundarlo, y lo mejor de todo era que ahora podía invitar a Harry a cualquier lugar que quisiera, sin preocuparse por el dinero. Por fin... pensó, mientras sacaba la tarjeta de su bolsillo y le daba un beso sonoro, antes de guardarla cuidadosamente.

Entró al bar con aire despreocupado, pero sus ojos escanearon el lugar con rapidez, buscando a la persona que lo había citado. Astoria estaba sentada en la barra, con una copa de vino en la mano, y su expresión, normalmente serena, parecía extrañamente descompuesta.

—¿Querías verme? —preguntó Draco con una sonrisa leve, aproximándose a ella— ¿Qué motivo te trae por aquí?

—¿Quieres beber algo? —replicó Astoria sin mirarlo, su voz algo arrastrada. Levantó la mano, señalando al camarero— Otra copa, por favor.

Draco frunció el ceño, observándola con más detenimiento. Las mejillas de Astoria estaban sonrojadas, sus labios ligeramente hinchados, y las palabras no le salían con claridad. Estaba borracha. Cuando el camarero le pasó la copa a Draco, Astoria tomó la botella y empezó a servirle, aunque con movimientos torpes.

—Dijiste que querías hablar —insistió Draco, su tono más serio—. ¿No era algo urgente?

Astoria llenó su copa y luego la suya, tomando un sorbo profundo antes de finalmente alzar la mirada.

—Draco... —murmuró, con la vista fija en el vino— Tú... ¿puedes, por favor, salir de la vida de Theodore?

La sonrisa de Draco se desvaneció al instante, reemplazada por una expresión fría y calculadora. Su mirada se afiló, pero mantuvo la calma.

—¿Acaso intentas vengarte de mí? —dijo Astoria con una sonrisa amarga, ahora mirándolo directamente.

Draco entrecerró los ojos, desconcertado.

—¿Qué? —preguntó, sin comprender del todo.

—Hace diez años, me dijiste que te gustaba Theodore —continuó ella, su voz baja pero cortante—. Y que te alejarías si yo sentía lo mismo. Al principio, él no me interesaba en lo más mínimo. Pero cuando me confesaste tus sentimientos, decidí salir con él. No quería dejártelo a ti.

Su mirada se volvió gélida, clavándose en Draco como dagas.

—¿Y ahora intentas recuperarlo? —su voz se cargó de veneno— Qué malvado. Es por eso que en la sociedad aún te consideran un mortífago.

Draco sintió que la paciencia se le agotaba. Se levantó lentamente, mirando a Astoria con una expresión más distante y gélida.

—Creo que has bebido demasiado —dijo en un tono imperturbable, preparándose para irse—. Hablaremos en otro momento.

Astoria, sin embargo, lo agarró del brazo antes de que pudiera marcharse.

—¿Por qué no le dijiste que salí con Avery a sus espaldas, antes de irme al extranjero? —soltó, sus palabras flotando en el aire con un peso devastador.

Draco se quedó inmóvil por un momento, pero antes de que pudiera responder, escuchó un sonido a sus espaldas. Theodore acababa de entrar al bar, y lo último que había dicho Astoria resonaba en el aire.

—Si le hubieras contado a Theodore lo que hice, —continuó ella, ignorando la llegada de su novio— él y yo habríamos terminado. Y tú podrías haber estado con él todo este tiempo. ¿Por qué no se lo dijiste, Draco?

Draco bajó la mirada un segundo, antes de alzarla de nuevo, sus ojos brillando con frialdad.

—Pensé que sería demasiado cruel —respondió, su voz ahora dura—. ¿Cómo iba a decirle algo así a alguien cuyo mundo se derrumbó cuando lo dejaste?

Astoria sonrió irónicamente, tomando otro sorbo de su copa.

—Pero, Astoria, —añadió Draco, más calmado pero implacable— ahora me arrepiento. Desearía habérselo dicho.

Se giró hacia la salida, dispuesto a marcharse. Sin embargo, justo antes de cruzar la puerta, se detuvo. Theodore estaba allí, parado como una estatua, su rostro pálido y sus ojos llenos de confusión.

—Theodore... —murmuró Astoria, su tono lleno de miedo.

Draco intercambió una mirada con su mejor amigo, sin decir una palabra. Luego, pasó junto a él y salió del bar, pero Theodore no lo dejó ir tan fácilmente.

—Draco, espera... —llamó Theodore, alcanzándolo en la acera y tomando su mano con firmeza.

Draco se detuvo, aunque no lo miró de inmediato.

—¿A qué te referías? —preguntó Theodore, su voz temblando— Eso que dijiste... ¿es verdad?

Draco finalmente lo miró, sus ojos fríos e impenetrables. Luego, observó la mano que lo sujetaba y habló con dureza.

—Suéltame, Theodore —ordenó—. Estás cometiendo un error. No deberías hacer esto... ni a mí ni a Tori.

Theodore lo soltó de inmediato, bajando la mirada con un gesto de culpa.

—Lo siento, Draco.

—No te disculpes conmigo —replicó Draco, su tono cortante—. Discúlpate con Astoria. Ahora entiendo mejor por qué actúa como lo hace... viéndote a ti.

Con esas palabras, Draco lo miró una última vez, antes de girarse y alejarse en la oscuridad de la noche, dejando a Theodore solo, inmóvil y perdido en medio de la calle.





















































La noche estaba húmeda y el cielo amenazaba con desatar una tormenta, pero Draco apenas lo notaba mientras corría hacia el taxi. Su respiración era rápida, el pulso acelerado, y un cosquilleo nervioso se instalaba en su pecho. Había quedado con Harry, y no quería hacerlo esperar más de lo necesario. Apenas el coche se detuvo frente al quiosco, Draco lanzó unos billetes al conductor y salió corriendo hacia donde vio a Harry, quien lo esperaba pacientemente bajo la luz tenue de un farol.

—Perdóname —dijo Draco, jadeando ligeramente cuando llegó a su lado—. Vine tan rápido como pude. ¿Esperaste mucho?

Harry negó con la cabeza.

—No, tranquilo. —Su tono era relajado—. Me sorprendió mucho que me invitaras a una cita de verdad —añadió con una leve risa, como si aún no se lo creyera.

Draco, aún recuperando el aliento, sintió cómo el calor subía por su cuello hasta sus mejillas. Esa palabra, cita, sonaba más intensa cuando venía de Harry. Intentó disimular su nerviosismo.

—Bueno... —empezó a decir con una sonrisa tímida— ¿Qué te apetece comer? Hay opciones coreanas, japonesas, chinas, occidentales... Solo dilo. —El brillo en los ojos de Harry se intensificó—. Podemos cenar en cualquier restaurante de Londres con solo una llamada —le guiñó un ojo, haciendo que Draco sintiera una pequeña punzada de orgullo al verlo tan relajado.

Draco alzó la barbilla, sacando su tarjeta negra como si fuera su trofeo personal.

—Eso también puedo hacerlo yo ahora —anunció, su sonrisa ensanchándose—. Me devolvieron mi tarjeta, y esta noche es mi turno de consentirte. Empezamos con comida occidental grasosa y luego lo rematamos con comida coreana bien picante.

Harry soltó una carcajada ligera y asintió, visiblemente emocionado.

—Suena perfecto.

Pero justo cuando estaban a punto de avanzar, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, aumentando rápidamente en intensidad. Draco levantó la mirada hacia el cielo oscuro, observando cómo las nubes grises se unían, pesadas y ominosas. Al lado, notó que Harry empezó a moverse con incomodidad, inquieto, el cambio de clima despertando algo en él. Draco vio el brillo en los ojos de Harry cambiar, y supo de inmediato lo que estaba pasando. El trauma de Harry con la lluvia.

Sin dudarlo, Draco sacó un paraguas de su bolsillo y lo abrió, cubriendo a ambos del aguacero repentino. Harry lo miró sorprendido, como si el simple gesto lo sacara de sus pensamientos oscuros. Sus ojos viajaron del paraguas a Draco, y de repente, en su mente, se formó una imagen del pasado. Era un recuerdo de un Draco más joven, también cubriéndolo de la lluvia, sonriendo de la misma manera.

—Siempre quise tener una cita bajo la lluvia con alguien especial —comentó Draco, rompiendo el silencio tenso y relajando la atmósfera con una sonrisa—. Y ahora puedo hacerlo. ¿Te parece?

Harry, todavía procesando ese recuerdo y la ternura en la voz de Draco, asintió sin poder ocultar su sorpresa. Ver a Draco tan atento y considerado hacía que su corazón latiera con fuerza. Y lo más sorprendente de todo era lo mucho que Draco se había adaptado al mundo muggle. Treinta minutos después, estaban en el metro, con Draco liderando el camino con la seguridad de quien lo ha hecho un millón de veces.

—El metro es lo mejor cuando llueve —murmuró Draco, manteniendo su tono bajo mientras ambos se sostenían de los tubos—. No hay tráfico, y es mucho más rápido. —Lo explicó como si Harry nunca hubiera montado en metro antes.

Harry lo observaba mientras hablaba, encantado. Escuchar a Draco hablar de algo tan simple como el transporte público con tanta naturalidad solo lo hacía sentir más atraído por él. El metro se balanceaba ligeramente mientras avanzaba, y un empujón accidental de la multitud hizo que Harry tropezara, acercándose aún más a Draco. Estar tan cerca, en un espacio tan pequeño, solo intensificaba la calidez entre ambos.

Draco lo miró, sonriendo, y tomó la mano de Harry, entrelazando sus dedos. Harry apretó su mano en respuesta, sintiendo una paz abrumadora. Aquí, en el mundo muggle, eran simplemente Harry y Draco. No había expectativas, ni miradas furtivas, ni rumores. Eran ellos, y nada más.

—¿El restaurante al que quieres ir está cerca? —preguntó Harry, lanzándole una mirada curiosa.

Draco sonrió, con esa chispa de complicidad que Harry tanto amaba.

—Antes de eso, hay un lugar al que debemos ir —dijo, con los ojos brillando de emoción—. Sígueme.

Sin dudarlo ni un segundo, Harry sonrió de vuelta y dejó que Draco lo guiara.









































Llegaron a un lugar que parecía sacado de un sueño, un jardín vasto, rebosante de flores de todos los colores y formas, organizadas en macetas, ramos y adornos florales. Cada rincón irradiaba una fragancia única que los envolvía en un ambiente tranquilo mientras caminaban tomados de la mano, jugando distraídamente con los dedos entrelazados.

Draco sonrió con los ojos brillantes, observando las flores a su alrededor.

—Es muy bonito —comentó, su tono cargado de admiración.

Harry lo miró de reojo, con una sonrisa suave en el rostro, disfrutando de la emoción genuina de Draco.

—¿Te gustan las flores? —preguntó Harry, con ese tono cálido que reservaba solo para él.

Draco le devolvió la mirada, reflexionando por un momento antes de sonreír.

—Así como a las mujeres las conquistan con flores, hay algunas que las puedes conquistar con libros —empezó a decir con ese aire ligeramente altivo que lo caracterizaba—. Pero yo prefiero lo tradicional. —Señaló un hermoso ramo a su lado—. Flores. Siempre fue un sueño venir a un lugar así con mi novio.

Harry, conmovido, se inclinó y le plantó un suave beso en la frente.

—Y se hizo realidad —dijo con orgullo en la voz.

Draco dejó escapar una pequeña risa, un sonido que casi parecía llevar un toque de incredulidad. Como si, a pesar de todo, aún no pudiera creer que ese momento fuera suyo.

—Es verdad —replicó, mirando de nuevo las flores—. Mi madre me enseñó mucho sobre flores. Los claveles son mis favoritos, hay de tantos colores. Mira, ahí hay unos morados —añadió señalando un ramo con entusiasmo.

Harry frunció el ceño ligeramente, observando las flores más de cerca.

—Creo que esos no son claveles. Son lisianthus —aclaró, con su tono ligeramente analítico.

Draco le lanzó una mirada burlona, levantando una ceja.

—Claro, lisianthus —repitió con una leve burla, antes de mirar otro arreglo—. Estas también son bonitas. Aunque, probablemente tampoco sean claveles.

Harry, con una sonrisa apenas contenida, se acercó para analizar otra flor.

—¿No son mudans? —murmuró en tono pensativo.

Draco arqueó una ceja, mirando la flor de nuevo antes de soltar una carcajada suave.

—No, Harry, son peonías. —Le señaló el cartel que confirmaba el nombre.

Harry lo miró con esa seriedad fingida que a Draco siempre le hacía gracia.

—Es lo mismo —respondió Harry, encogiéndose de hombros, pero sin soltar su expresión seria.

Draco, haciendo un esfuerzo por contener una sonrisa sarcástica, suspiró.

—El nombre no importa —añadió con un tono paciente, su sarcasmo apenas disimulado—. Lo que quise decir es: concéntrate en la belleza de las flores, no en cómo se llaman.

Harry lo miró de nuevo, esta vez con una sonrisa más sincera.

—Es verdad —dijo, acercándose un poco más—. Ya seas Adara Bridgerton o Draco Malfoy, sigues siendo la persona más hermosa del mundo. Y no me interesa estar con nadie más si no es contigo.

Draco soltó una risa nerviosa, fingiendo indiferencia mientras le daba un leve golpe en el pecho.

—¿Es que estamos celebrando nuestro aniversario o algo así para que me coquetees tanto? —murmuró, con un brillo travieso en los ojos.

Antes de que Harry pudiera responder, la florista se acercó.

—¿Cómo quiere sus flores? —preguntó amablemente, interrumpiendo el momento.

Harry se giró hacia ella con una sonrisa radiante.

—Bueno... —empezó, pero la sonrisa en sus labios no dejó lugar a dudas sobre lo que tenía en mente.

Minutos después, Draco estaba sosteniendo un gran ramo de flores, sus brazos apenas lograban envolverlo todo, y su expresión era una mezcla de sorpresa y diversión.

—¿Esto está bien? —preguntó, mirando a Harry con los ojos brillando, asombrado por el gesto.

Harry asintió con entusiasmo, aplaudiendo con una leve sonrisa mientras las personas que pasaban admiraban el arreglo floral que Draco llevaba con tanta gracia.

Draco sonrió, recordando algo de repente.

—Casi lo olvido —dijo con una sonrisa astuta—. Hay una comida que se debe comer en un día lluvioso como este. —Le guiñó un ojo con complicidad—. Vamos.

Agarró la mano de Harry con firmeza y lo guió fuera del jardín de flores.





















































El restaurante de lujo al que habían llegado era el tipo de lugar donde Draco ya no se sentía incómodo. Con la confianza que le otorgaba su tarjeta negra, la opulencia y el ambiente exclusivo se alineaban a la perfección con su elegancia natural. Los meseros trajeron varios platos a la mesa, cada uno más tentador que el anterior. Era una escena impecable. Una cita perfecta.

Draco tomó una cucharada de su caldo, y sus ojos brillaron al saborearlo.

—Está increíble —dijo, con ese entusiasmo que rara vez mostraba.

Harry sonrió, mirando a Draco antes de probar su propio plato.

—¿Tan bueno está? —preguntó, tomando un sorbo del caldo frente a él.

—Cuando el clima es tan húmedo y sombrío como hoy —Draco señaló la ventana, donde la lluvia volvía a golpear el cristal—, lo mejor es un caldo caliente y picante como este. Pruébalo, te encantará.

Harry, siempre dispuesto a seguir los consejos de Draco, probó el caldo y asintió, complacido.

—Es delicioso. Picante, con un toque de limón... la combinación perfecta.

Draco, satisfecho con su elección, sonrió con aire de autosuficiencia.

—Obvio, tengo buen gusto —dijo con una pizca de vanidad—. Por eso me enamoré de ti.

Harry lo miró con una sonrisa cálida, pero el sonido de su teléfono vibrando lo interrumpió.

—Voy a contestar rápido —pidió Harry, levantándose de la mesa y saliendo para tomar la llamada.

Draco asintió sin darle mayor importancia y se concentró en su caldo, añadiéndole un poco más de condimentos. Sin embargo, su atención se desvió hacia la ventana, donde la lluvia caía con más intensidad.

—¿Otra vez llueve? —murmuró con un leve ceño fruncido— Esto no es bueno para Harry.

Recordó el trauma de Harry con la lluvia y mordió su labio, deseando, como tantas veces antes, poder controlar el clima con magia. Se levantó de su asiento y decidió cambiarse al lado de la mesa donde la ventana no sería una distracción.

Cuando Harry regresó unos segundos después, lo miró curioso.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Quería sentarme a tu lado —mintió Draco, dándole una mirada despreocupada.

Harry arqueó una ceja pero, como siempre, no pudo resistirse a la naturalidad de Draco. Se sentó junto a él, pasando su tazón y sus cubiertos a Draco antes de apoyarse en su mano, observándolo.

Draco, queriendo mantener la atención de Harry lejos de la lluvia, se inclinó ligeramente hacia adelante, cubriendo la vista de la ventana. Comenzó a hablar rápidamente.

—Hoy Blaise y Pansy me hicieron la vida imposible —dijo, con una sonrisa divertida—. No te imaginas el caos que armaron en mi casa porque no quise prestarles mi televisión para su cita con Granger y Weasley.

Harry lo escuchaba, pero sus sospechas crecían. El movimiento sutil de Draco para bloquear su vista de la ventana no pasó desapercibido. Intentó apoyarse hacia atrás, pero Draco, en un movimiento perfectamente sincronizado, se inclinó aún más, asegurándose de que la lluvia quedara fuera del campo de visión de Harry.

—Terminaron diciendo que harían un sindicato para comprar mi departamento por unos días. Son exagerados los dos. Te recomiendo que no los contradigas a menos que esté yo presente; podrían volverse aún más insoportables.

Harry esbozó una sonrisa, pero su mente estaba en otro lugar. Recordaba cada detalle de cómo Draco lo había estado cuidando todo el día. Lo había notado: desde que evitó mencionar la lluvia hasta cuando, de repente, lo sacó del mercado de flores al escuchar que una mujer mencionaba que había dejado de llover. Era sutil, pero Draco estaba atento a cada una de sus reacciones, protegiéndolo de la tormenta, como había hecho mucho tiempo atrás en su primer encuentro.

Harry levantó la vista hacia la ventana. Aunque la lluvia seguía cayendo, el simple hecho de saber que Draco lo cuidaba le daba una extraña sensación de calma. Un pequeño escalofrío recorrió su cuerpo, pero esta vez fue más fácil de controlar.

Draco seguía hablando, distraído.

—Y entonces le dije a ese niño: "Mi padre se enterará de esto" —continuaba Draco, con esa mezcla de seriedad y humor—. Salió corriendo, por supuesto. Porque mi padre siempre se enteraba de todo, lo tenía agotado. Creo que por eso le pedía a Dumbledore que...

De pronto, Harry se inclinó y lo besó, interrumpiéndolo suavemente. Draco se separó, con los ojos muy abiertos, claramente sorprendido.

—¿Qué...? —susurró, sintiendo el calor subirle a las mejillas.

Harry lo miró con una intensidad inesperada y murmuró:

—Me gustas mucho, Draco.

Draco lo observó en silencio por un segundo, sus labios curvándose en una sonrisa tímida pero genuina. Sin decir nada, se inclinó hacia Harry y le devolvió el beso, esta vez con más tranquilidad, como si todo el peso del día lluvioso se disipara en ese instante.













































Harry y Draco caminaban en silencio, una comodidad

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