𝐃𝐞𝐬𝐩𝐮é𝐬 𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐜𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐩𝐮𝐞𝐫𝐭𝐚, 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐬𝐞 𝐚𝐛𝐫𝐢ó 𝐜𝐚𝐬𝐢 𝐝𝐞 𝐢𝐧𝐦𝐞𝐝𝐢𝐚𝐭𝐨. Unos brazos cálidos me rodearon con una ternura que me tomó por sorpresa. Al instante, el familiar aroma a lavanda y frutos secos inundó mis sentidos, y una sonrisa se formó en mis labios. Devolví el abrazo con el mismo afecto, sintiendo una inesperada sensación de alivio. La mano de mi tía trazó círculos lentos sobre mi espalda, como si intentara consolar algo que yo ni siquiera sabía que necesitaba consuelo. Y, en ese momento, de alguna manera, funcionó.
Se separó de mí y me sonrió con la misma calidez de siempre, esa que lograba desarmarme.
—Creí que no vendrías. Te dije que me visitaras después de que regresaras de Francia —dijo, dándome un suave golpe en el hombro, con la misma energía ligera que recordaba.
—Perdón, tía Andy —respondí, esbozando una sonrisa.
Andromeda Tonks, mi tía. Hermana de mi madre, pero, a diferencia de Narcissa, Andy siempre había tenido un aire distinto, menos rígido, más libre. Era una bruja hermosa, de rasgos finos y aristocráticos, con el cabello oscuro que alguna vez compartió con su hermana. Su figura seguía siendo delgada, aunque los años habían suavizado un poco su silueta. Sus ojos grises, cargados de una sabiduría que solo la vida dura puede otorgar, seguían brillando con una bondad que, a veces, me hacía sentir un poco incómodo. No estaba acostumbrado a ese tipo de cariño.
—Bueno, pasa —me sonrió de nuevo, señalando con la mano la entrada.
Asentí, avanzando al interior de la mansión. Su hogar, a diferencia de la frialdad de la Mansión Malfoy, era cálido y acogedor, con un ambiente que olía a hogar. El fuego chisporroteaba suavemente en la chimenea, y los muebles estaban decorados con buen gusto, pero sin la pretensión de mi familia. Era un espacio donde podías relajarte, algo que siempre me había costado hacer.
—Luces muy guapo —comentó Andromeda mientras pasaba a mi lado, guiándome hacia la sala—. ¿Tienes 25 ya? Cómo han pasado los años. Aún recuerdo cuando te cambiaba los pañales.
Me reí con ella mientras tomaba asiento a su lado en un sofá mullido. Típico de ella, siempre recordando lo vergonzoso.
—Muy olorosos, por cierto —añadió con una sonrisa traviesa—. Lucius era demasiado cobarde para cambiarte, decía que su preciada nariz se iba a pudrir.
No pude evitar reírme ante la imagen mental de mi padre, su elegante y altiva figura, huyendo de una simple tarea de paternidad.
—Pero basta de hablar del pasado —dijo ella, ajustándose el chal que llevaba sobre los hombros y acomodándose—. Háblame de ti, Dragón.
En ese momento, una elfina doméstica apareció con una bandeja, sirviendo con precisión dos tazas de té y una tetera de porcelana.
—Gracias, Cecile —dijo mi tía con una sonrisa amable.
La elfina hizo una reverencia antes de desaparecer en silencio.
—¿Ya tienes trabajo? —preguntó Andromeda, volviendo a enfocarse en mí.
—Sí —respondí, tomando un sorbo del té—. Me llegó un correo del Ministerio. Mi jefe me envió una carta, fui aceptado oficialmente. Parece que tuve algunas llamadas perdidas, pero no creo que eso afecte.
Andromeda arqueó una ceja, claramente divertida.
—Nunca pensé que te vería usando aparatos muggles, Dragón.
—Ni yo —admití, sonriendo—. Pero la necesidad te impulsa a adaptarte.
Hubo un breve silencio cómodo antes de que cambiara de tema.
—¿Y tú, tía? ¿Cómo te va a ti? ¿Y cómo está Edward?
—¡Ah, Teddy! —exclamó, poniéndose de pie rápidamente—. ¡Es cierto! ¡Teddy, ven aquí! ¡Llegó Draco!
—No es necesa... —comencé, pero me quedé mudo al escuchar los pasos rápidos que bajaban por las escaleras.
Unos segundos después, un niño de cabello azul brillante entró corriendo en la sala, con un aire de entusiasmo desbordante. Teddy Lupin. Aún conservaba esa energía infantil que lo hacía parecer más pequeño, más tierno. Sus ojos, grandes y curiosos, me recordaron la misma mirada traviesa que su madre, Tonks, solía tener. Llevaba una camiseta desgastada con dibujos animados y unos pantalones cortos que revelaban unas rodillas llenas de raspones. Su cabello azul, tan vibrante como el cielo despejado, contrastaba maravillosamente con la palidez de su piel.
—Saluda, Teddy. Es Draco —le dijo Andromeda, sonriéndome con orgullo.
—¡Hola, Draco! —dijo Teddy, lanzándome una sonrisa brillante mientras se me acercaba con ese andar torpe de los niños.
—Se ve grande —comenté, mirando a mi tía, quien sonrió.
—Ya cumplió 8 años —respondió ella, mientras Teddy se sentaba al borde del sofá, balanceando los pies con impaciencia.
Recordé la primera vez que lo vi. Lo había llamado "pequeño búho" porque nunca dormía en las noches. Siempre estaba despierto, inquieto, moviéndose de un lado a otro. De vez en cuando jugaba con él, pero en realidad, nunca fui muy fan de los niños. Me aburrían. Pero Teddy, de alguna forma, tenía algo que me hacía reír. Quizás era el hecho de que su magia se reflejaba en cada pequeño cambio en su apariencia, o quizás era simplemente su inocencia.
—¿Cómo estás, pequeño búho? —pregunté, con una sonrisa casi imperceptible.
Teddy rió, esa risa sincera y libre de preocupaciones que solo los niños tienen.
—¡Ya no soy un búho! —protestó, aunque su tono era de pura diversión.
—Claro que no —respondí—. Ahora eres todo un dragón, ¿verdad?
Asintió con ese entusiasmo infantil, mientras una pequeña sonrisa se formaba en mi rostro, pero apenas duró un segundo. Tan pronto como miré a mi tía, casi me estremecí. Conocía esa mirada, la mirada de los Black. Esa que te analizaba hasta el alma, como si pudiera ver cada grieta, cada mentira oculta bajo la superficie. Sabía que ella sabía que algo en mí no estaba bien, pero entonces sonrió, como si hubiese decidido no decir nada... por ahora.
—Iré a la tienda —dijo de repente, agarrando su bolso con una gracia innata y dirigiéndose a la puerta.
Mi cerebro tardó unos segundos en procesarlo. ¿Dejarme a solas con el niño? Miré a Teddy, que ya había encontrado la manera de ocupar su tiempo, jugando con unas figuras de acción mágicas. Volví a mirar a mi tía y la seguí, casi tropezando mientras ella caminaba a paso firme, elegante como siempre.
—¿Pero tía... no me dejarás con él, verdad? —protesté, intentando mantener el ritmo mientras ella parecía flotar hacia la salida.
—Por supuesto que sí —respondió sin detenerse—. Te sorprendería lo mucho que ha cambiado ese niño.
—Pero, no soy niñera —dije, alzando la voz un poco más de lo que pretendía.
—No, pero eres su tío —se giró para mirarme directamente a los ojos—. Te hace falta, y te ayudará más de lo que crees.
La miré perplejo. ¿Cómo podría un niño ayudarme a mí, Draco Malfoy? ¿Qué podría enseñarme este mocoso de ocho años?
—Es solo un niño —murmuré—. ¿Cómo podría ayudarme?
—Descúbrelo tú mismo, querido —dijo antes de subirse a un taxi. Me quedé allí, viendo cómo el coche desaparecía en la distancia.
Parpadeé varias veces. Primero mi madre me manda con mi tía, y ahora resulta que me han dejado con un mocoso. Por eso no quiero tener hijos. Me imaginé diciendo: "Ve con tu padre" solo para darme cuenta de que en este caso, ese padre sería yo... y Teddy no tenía a nadie más.
—Mierda... —murmuré entre dientes.
¿Cómo voy a lidiar con esto? Me dirigí de vuelta a la puerta de la casa, el estómago apretado. Ni siquiera puedo decirle que vaya con su abuela porque no está. Entré de nuevo, sintiendo el peso de una tarea para la que no estaba preparado.
Cuando llegué a la sala, Teddy seguía entretenido con sus juguetes. Ahora estaba usando una figura para estrangular a otra, y luego las chocaba con un sonido gutural, como si hubiera una explosión.
¿A su edad yo ya estaba leyendo sobre la historia de mi familia y tenía profesores privados. ¿Qué se supone que haga con él?
—Edward... ¿te gusta estudiar? —pregunté, sabiendo de antemano que la respuesta no sería la que esperaba.
Teddy levantó la mirada de sus juguetes con una expresión de total desaprobación y negó vigorosamente.
—¡Eso es para viejos! —me respondió con la simplicidad aplastante de un niño.
Abrí la boca, ofendido. Si este niño fuera mío, ya lo habría puesto a estudiar. Pero, claro, no lo era. Solo... era mi sobrino.
—Cuando viene mi padrino, jugamos al Quidditch —mencionó de repente, con una sonrisa emocionada—. Es muy divertido, incluso me trajo regalos de Francia. ¡Y trajo un panda que escondió en mi cuarto!
Fruncí el ceño.
—¿Un panda? —repetí, algo incrédulo.
—Sí, dijo que sería para su futuro esposo —dijo con toda la seriedad del mundo, encogiéndose de hombros—. Yo creo que será un rarito.
Abrí la boca, claramente ofendido por segunda vez en cuestión de minutos.
—¿Cómo que un rarito? ¿Qué tienen de malo los pandas? —respondí, incapaz de dejarlo pasar.
—¡No tienen nada de malo! —dijo Teddy rápidamente, con una mirada defensiva—. Pero los dragones son mucho más guays. Pueden volar, escupen fuego... ¡los pandas solo comen bambú!
—¡Los pandas son adorables! —repliqué, sin poder creer que estaba discutiendo con un niño de ocho años—. Y son raros. No es fácil ver uno. En cambio, los dragones... son más comunes en el mundo mágico.
Teddy me miró como si acabara de decir la cosa más ridícula del mundo.
—¿Comunes? —dijo, agitando las manos dramáticamente—. ¡Los dragones son increíbles! ¡Puedes montar uno y volar por todo el mundo! ¡Y son enormes! Los pandas solo... se sientan y mastican todo el día.
Me crucé de brazos, más por hábito que por estar realmente molesto.
—Pero los pandas son tranquilos y pacíficos —dije, intentando sonar razonable—. No causan problemas. No queman cosas accidentalmente. Además, ¿has visto alguna vez un panda bebé? Son adorables.
Teddy me miró, considerando mis palabras por un momento. Luego frunció el ceño, pensativo.
—Bueno... los pandas bebés son lindos... pero... los dragones bebés también lo son.
Sonreí, asintiendo.
—De acuerdo, eso es cierto. Los dragones bebés son... interesantes.
Él también sonrió, aparentemente satisfecho.
—Entonces... —dijo, mordiéndose el labio—. ¿Empate?
Lo pensé un segundo, y luego extendí la mano hacia él.
—Empate.
Teddy chocó su pequeña mano con la mía, y por un momento, me sentí... bueno, no exactamente bien, pero tampoco mal. Algo había cambiado en esa pequeña discusión absurda, algo que no esperaba encontrar en una mañana que creí perdida.
Quizás mi tía tenía razón.
Suspiré profundamente, aún sintiendo que no tenía la menor idea de cómo lidiar con un mocoso. Mi experiencia con niños era casi inexistente, y con cada minuto que pasaba, me convencía más de que no estaba hecho para este tipo de cosas. Sin embargo, rendirme no era una opción. Vamos, Draco, me dije, piensa en algo divertido.
¿Qué me gustaba hacer cuando era pequeño? Reflexioné un momento. No podía enseñarle magia, era demasiado pequeño para eso. Y nada de lo que yo hacía a su edad parecía encajar con el espíritu caótico y bullicioso de Teddy. De repente, una idea me asaltó, algo completamente fuera de lugar en mi vida, pero que quizás funcionaría con él.
—Edward, ¿te gusta el karaoke? —le pregunté, intentando no sonar demasiado serio.
Teddy me miró, ladeando la cabeza con curiosidad.
—¿Kara...qué? —preguntó, visiblemente confundido.
Sonreí, algo encantado por su desconocimiento.
—Karaoke. Es algo que hacen los muggles. Básicamente, es una reunión donde la gente canta sus canciones favoritas a todo pulmón. Es... bastante ruidoso, pero creo que podría gustarte —expliqué, observando cómo sus ojos comenzaban a brillar.
—¿Cantar? ¡Sí! —exclamó, saltando un poco en su lugar—. ¡Quiero intentarlo!
Me sentí repentinamente triunfante. Bien, un paso hacia adelante, pensé.
—Perfecto —dije, mirando alrededor de la habitación, buscando algo que pudiera funcionar como una pista de música. Mi mirada se detuvo en un gramófono polvoriento en una esquina de la sala.
Saqué mi varita con un gesto elegante y, con un simple movimiento, una melodía empezó a resonar en el aire. No era exactamente lo que esperaba, pero había estado escuchando esa canción toda la mañana. Perfecto, pensé, aunque de inmediato me di cuenta de que tal vez no era la mejor elección. La canción que comenzó a sonar no era otra que "Wannabe" de las Spice Girls.
Teddy me miró con una mezcla de sorpresa y diversión, pero antes de que pudiera decir nada, ya estaba moviendo la cabeza al ritmo de la música.
—¡Vamos! —le insté, mientras me levantaba con una extraña energía—. Solo sigue la corriente.
Con mi varita en mano, la llevé a mi boca simulando un micrófono, sintiendo cómo mi habitual seriedad se esfumaba por completo. Empecé a cantar, o más bien a intentarlo, aunque sabía perfectamente que no tenía talento alguno para ello.
—So tell me what you want, what you really, really want...
I'll tell you what I want, what I really, really want —canté desafinadamente, con voz grave y torpe, moviéndome como si estuviera imitando a uno de los muggles en esos videos que había visto alguna vez.
Teddy, por su parte, soltó una carcajada tan fuerte que casi se cayó de la silla.
—¡Eso fue horrible! —exclamó entre risas, agarrándose la barriga.
No pude evitar sonreír, aunque una parte de mí se sintió ligeramente ofendida. ¿Cómo es posible que se ría así de mí? Pero en lugar de enojarme, decidí seguir el juego. Estaba claro que no tenía la menor esperanza de cantar bien, pero al menos podía intentar divertirme un poco.
—¿Ah, sí? ¡Veamos si puedes hacerlo mejor! —repliqué con un tono retador.
Teddy, sin perder tiempo, agarró un cepillo de cabello que había en una mesa cercana y lo levantó, imitándome. Con un dramatismo exagerado, comenzó a cantar también, aunque sus palabras estaban entremezcladas con más risas.
—If you wanna be my lover... —repitió, con una voz finita y chillona, haciendo gestos grandilocuentes con las manos.
Me eché a reír. ¡Qué espectáculo! Allí estábamos, un niño de ocho años con un cepillo como micrófono y yo, un adulto, con mi varita en la mano, cantando una canción muggle en la sala de mi tía. Pero algo extraño comenzó a suceder mientras la canción continuaba. Mientras cantábamos (mal, por cierto), una especie de calidez se fue instalando dentro de mí. No era solo la música ni la risa; era la presencia de Teddy, su risa contagiosa, su energía brillante.
Lo miré por un momento mientras seguía cantando, simulando ser una estrella de rock. Este niño... Teddy no era simplemente mi sobrino, era... diferente. Había algo especial en él, algo que hacía que, por primera vez en mucho tiempo, me sintiera bien, incluso despreocupado.
—¡Yo soy el mejor! —exclamó Teddy, interrumpiendo mis pensamientos, mientras hacía un pequeño giro torpe y casi se tropezaba con la mesa.
Sonreí, esta vez sin sarcasmo.
—Está bien, reconozco que tienes más talento que yo en esto —admití, medio en broma—. Pero no te emociones tanto, aún no eres una estrella.
Teddy me miró con una sonrisa traviesa.
—¡Ya lo soy! —declaró, levantando su cepillo como si fuera un trofeo—. ¡Soy una estrella de dragones! ¡Y tú puedes ser... un panda!
Solté una carcajada. Otra vez con los pandas....
—¿Un panda? —pregunté, alzando una ceja con teatralidad—. Me parece un insulto... pero está bien. Al menos seré un panda elegante.
Nos miramos por un segundo, y entonces ambos estallamos en risas, de esas que no puedes controlar. De repente, me di cuenta de que algo dentro de mí había cambiado. No sabía cómo explicarlo, pero sentí algo nuevo por primera vez. Este niño, mi sobrino, era... único. Y no me refiero solo a que fuera especial para mí. Era más que eso. Era el primer niño con el que realmente me sentía... conectado.
La música seguía sonando en el fondo mientras Teddy, riendo aún, seguía bailando torpemente, y me di cuenta de que, sin importar cuán terrible fuera el día o la situación, siempre sería el único niño al que vería de esta manera. Mi pequeño sobrino.
So, here's a story from A to Z
You wanna get with me, you gotta listen carefully
We got Em in the place who likes it in your face
You got G like MC who likes it on a
Easy V doesn't come for free, she's a real lady
And as for me, ha you'll see
Slam your body down and wind it all around
Slam your body down and wind it all around
El reloj marcaba la hora exacta en la que Draco debía salir corriendo. Miró una vez más a Andrómeda y a Teddy, ambos despidiéndose desde lejos. Teddy agitaba su mano con tanta energía que parecía que se iba a despegar del suelo. Andrómeda, más tranquila, sonreía mientras veía a su sobrino apresurarse.
—¡Adiós! —gritó Teddy, su voz resonando en el aire mientras Draco ya se perdía en la distancia, con una sonrisa divertida en el rostro.
Andrómeda bajó la mano, observando al pequeño mientras este seguía mirando el camino por donde Draco había desaparecido.
—¿Y? ¿Te gustó estar con tu tío? —le preguntó suavemente, alzando una ceja mientras se inclinaba ligeramente hacia él.
Teddy, con una expresión seria y decidida, respondió sin dudar.
—Papi.
Andrómeda parpadeó, claramente sorprendida por la palabra.
—¿Cómo? —le preguntó, inclinándose un poco más para asegurarse de haber escuchado bien.
El niño sonrió ampliamente antes de girarse hacia su abuela.
—Es mi nuevo papi —declaró con total convicción, como si fuera la cosa más natural del mundo—. Encontré al futuro esposo de mi padrino Harry. A él le gustan los pandas.
Andrómeda se quedó en silencio un segundo, parpadeando varias veces mientras intentaba procesar lo que Teddy acababa de decir. Pero luego, una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.
—Teddy —dijo con una risa ligera—, a mucha gente le gustan los pandas.
Teddy negó con vehemencia, tomando la mano de su abuela mientras seguía con su razonamiento infantil y lógico.
—Sí, pero no todos conocen a los pandas y los defienden como mi papi Draco.
En ese instante, ante la sorpresa de Andrómeda, el cabello de Teddy cambió de color, volviéndose un tono rubio platino idéntico al de Draco, y sus ojos se tiñeron de gris claro. Frunció su pequeña naricita y arqueó las cejas, intentando imitar el aire siempre ligeramente gruñón de Draco.
—Mira, mira... soy Draco —dijo con voz seria, su tono y expresión haciendo una imitación bastante precisa de su tío.
Andrómeda no pudo contener la risa que brotó de su pecho. Era una carcajada genuina, tan cálida como la brisa de verano que pasaba por la casa.
—Definitivamente, serías el hijo perfecto para Draco —dijo entre risas, mientras acariciaba la cabeza del niño y lo guiaba de regreso al interior de la casa.
Mientras tanto, a kilómetros de
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