𝐎𝐛𝐬𝐞𝐫𝐯é 𝐜ó𝐦𝐨 𝐜𝐚𝐝𝐚 𝐮𝐧𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐚𝐬𝐩𝐢𝐫𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐩𝐚𝐬𝐚𝐛𝐚 𝐚𝐥 𝐟𝐫𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐬𝐚𝐥𝐚, 𝐝𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐬𝐮 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐞𝐜𝐭𝐢𝐯𝐨 𝐫𝐞𝐩𝐨𝐫𝐭𝐞. Las palabras resonaban en mi mente mientras sus voces se volvían ruido de fondo. Debí haber llegado más temprano, pensé con fastidio, maldiciendo mi propia pereza. Uno a uno se fueron turnando, hasta que finalmente me tocó a mí.
—Joven Malfoy —dijo mi entrenador con un aire de expectación—. Espero que haya disfrutado su día libre. Vemos que trajo algo interesante hoy. ¿Podría platicarnos un poco? ¿Cuáles son las cláusulas que debe seguir cada Auror?
Tomé aire, ajusté mi postura y asentí. Me sentía confiado, aunque no demasiado relajado. Sabía que en este mundo, cualquier muestra de debilidad te hundía.
—Cada Auror —comencé con una voz clara, proyectando seguridad— está obligado a seguir un conjunto de reglas inquebrantables. Primero, debemos priorizar la protección de los inocentes. Si nos encontramos en medio de un ataque, la evacuación segura de los civiles es nuestra prioridad absoluta. Segundo, siempre se debe esperar órdenes directas a menos que la situación ponga vidas en peligro inminente. En ese caso, se nos permite actuar por nuestra cuenta, pero nuestras decisiones estarán bajo revisión en todo momento. En tercer lugar, los ataques deben ser reportados inmediatamente al cuartel general, sin excepción, para garantizar que los refuerzos lleguen lo antes posible.
El salón permanecía en silencio mientras continuaba.
—Además, en situaciones de peligro extremo, debemos utilizar hechizos de defensa avanzada como Protego Maxima o el escudo Fidelio, y en casos críticos, podemos hacer uso del Confundus para desorientar a los atacantes o minimizar el impacto de hechizos hostiles. La meta final de cada Auror es la neutralización de la amenaza con el mínimo de daño colateral, tanto físico como mágico. Nuestra meta no es la venganza, sino la justicia —terminé con firmeza.
—Muy bien, Malfoy —dijo mi entrenador, asintiendo con una sonrisa aprobatoria—. Sin embargo, hay algo más. Esto quiero que se lo digas a alguien especial.
Fruncí el ceño, sin comprender lo que quería decir. Cinco minutos después, me encontraba siendo arrastrado hacia una puerta por tres personas mientras me negaba rotundamente.
—No, esto está mal. No puedo presentar este reporte a Potter —jadeé, sintiendo cómo me invadía una repentina y absurda ansiedad. ¿Potter?
—Él mismo va a escoger a los tres candidatos que se quedarán en el puesto de Auror —dijo mi entrenador, jalándome del brazo con insistencia—. Le prometí enviarle a mis tres mejores estudiantes.
—¡No estoy listo! —negaba con fuerza, aferrándome a un poste mientras me arrastraban—. ¡Brianna, Eliot, pueden hacerlo sin mí!
—Claro que no puedo hacerlo sin ti —jadeó Brianna, desesperada—. ¡Eres el mejor de nosotros!
—No seas tan dramático, Malfoy —agregó Eliot, lanzándome una sonrisa burlona mientras intentaba hacerme cosquillas.
El horror. La risa me traicionó, y en un descuido, me solté del poste. Ambos me cargaron entre risas, mientras yo seguía intentando aferrarme a algo, cualquier cosa.
—¡NO! —grité, pero ya no había vuelta atrás.
Minutos después, me encontraba sentado en una oficina iluminada por una tenue luz, con un par de gafas oscuras y un cubrebocas que cubrían mi rostro. Potter estaba sentado tras su escritorio, revisando unos documentos sin levantar la vista. Traté de aclarar mi garganta, pero en cuanto sus ojos se encontraron con los míos (bueno, con mis gafas), mi estómago se contrajo.
¡Mierda!
—Draco... es decir, Malfoy —corrigió con calma, señalando la silla frente a él—. Adelante, toma asiento.
Me moví lentamente, como si me enfrentara a una criatura salvaje que podría atacar en cualquier momento. Me senté cuidadosamente, sintiendo cómo mi cuerpo entero se tensaba. Potter no podía verme realmente, pero aun así, la paranoia seguía instalada en mí. No puede descubrirme. Si se da cuenta de que soy Adara....
—¿Vas a usar eso en tu prueba? —preguntó de repente, mirándome directamente.
Mi corazón se detuvo. Comencé a sudar frío. ¿Qué hago? Piensa, Malfoy...
—Estoy... enfermo —mentí, fingiendo estornudar y luego tocando mi cubrebocas.
Potter me miró por unos segundos, evaluando la situación, antes de asentir lentamente.
—Bien, dime, ¿por qué quieres ser Auror?
Para ganar dinero y evitar la monotonía de la mansión Malfoy, pensé de inmediato, pero opté por una respuesta más calculada.
—Quiero ser Auror porque creo que tengo las habilidades y la disciplina para mantener la seguridad mágica en su mejor nivel. Estoy preparado para enfrentar cualquier situación que se presente, y sé que puedo marcar una diferencia en este mundo. Además, he estudiado a fondo los hechizos avanzados de defensa y ataque, y creo que puedo actuar bajo presión.
Potter me observaba atentamente, su mirada era inquisitiva, como si intentara atravesar la fachada que había creado. Me retorcí levemente en mi silla, luchando por mantener mi expresión neutral.
—Interesante —dijo él al fin, con una pequeña sonrisa que no alcancé a descifrar completamente—. ¿Y cómo manejarías una situación en la que un civil es tomado como rehén?
—Primero, intentaría desescalar la situación utilizando el hechizo Confundus o un encantamiento de desarme rápido. Mi prioridad sería asegurar la seguridad del rehén, evitando un enfrentamiento directo si es posible —respondí sin vacilar—. Si las negociaciones fallan, recurriría a una táctica de distracción para liberar al rehén y neutralizar al atacante con un hechizo de inmovilización como Incarcerous.
Potter asintió, revisando los documentos frente a él. El silencio se alargó, y yo me mantuve firme, aunque mi mente iba a mil por hora.
—Muy bien, Malfoy —dijo al final—. Te llamaré para darte tus resultados. ¿Este es tu número?
Asentí rápidamente.
—Perfecto, puedes retirarte —añadió con un tono neutro, y me levanté tan rápido como pude, agradecido de salir de esa sala.
Draco caminaba por la acera bajo la suave luz de las farolas, su sonrisa era amplia y sus pasos ligeros, casi flotantes. La brisa nocturna jugaba con su cabello platinado, pero él apenas lo notaba. Estaba demasiado ocupado saboreando la anticipación del éxito que, en su mente, ya era suyo. Nadie más puede ganarme el puesto, pensaba con una confianza que lo envolvía completamente. Lo veía claro: el trabajo perfecto, la vida perfecta. Si todo salía según lo planeado, esa noche sería de celebración.
Blaise está en una gala con su madre y Pansy anda buscando departamento, bufó al recordarlo. Sus amigos no estaban disponibles, pero no le importaba. Sabía exactamente a dónde quería ir. Había un lugar que siempre lo reconfortaba, y esta noche tenía un propósito adicional. Sonrió para sí mismo mientras el pensamiento se colaba en su mente: Hoy es el día. Hoy le diré a Theo lo que siento.
Sus pasos lo guiaron hacia el restaurante favorito de Theo, un lugar elegante y discreto que siempre lo hacía sentir especial. El brillo de las luces a través de las ventanas hizo que su corazón latiera un poco más rápido. Era como si el universo estuviera alineando todo a su favor. Sonrió una vez más al contemplar la entrada.
—Lo extrañaba tanto —murmuró para sí mismo al ver el lugar, dejando escapar un suspiro profundo. Apenas hacía unas semanas, había sentido un leve desamor cuando Brianna le contó que intentó salir con Theo, pero aliviado después cuando supo que Theo la había rechazado. No quiere relaciones... o tal vez me está esperando a mí, pensó emocionado. Todo está encajando.
Con un último respiro lleno de determinación, empujó la puerta. El suave tintineo de la campana lo recibió junto con el cálido olor a comida recién preparada y vino añejo. Las luces del restaurante aún estaban encendidas, pero el lugar estaba casi vacío.
—¿Todavía hay clientes? —preguntó en voz baja mientras echaba un vistazo alrededor.
El restaurante estaba en su atmósfera habitual, tranquilo y elegante. Pero al avanzar un poco más, sus ojos se posaron en una mesa del fondo. Dos platos de comida apenas tocados y una botella de vino en el centro, el ambiente sugería una intimidad compartida. Draco frunció el ceño. ¿Dónde está Theo? Se suponía que esta noche sería especial, pero algo no encajaba.
De pronto, escuchó risas provenientes de la cocina. Giró sobre sus talones, y lo que vio lo dejó paralizado.
Theo salió de la cocina, riendo con Astoria Greengrass. Ella lo seguía, riendo, mientras él la abrazaba desde atrás con una familiaridad que a Draco le hizo hervir la sangre. Astoria se apartó un poco mientras reía.
—¡No puedes hacer eso de repente! —protestó juguetonamente, limpiándose las manos—. ¡Mira, he derramado todo!
Theo sonrió mientras dejaba las copas sobre la encimera, girando a Astoria hacia él con una facilidad que hablaba de confianza y cariño. Y entonces, inclinándose suavemente, capturó sus labios en un beso que, aunque breve, fue suficiente para desgarrar a Draco por dentro. El mundo alrededor de Draco pareció detenerse. Sentía como si se hubiera vuelto invisible, una sombra en la periferia de una burbuja de amor que no lo incluía.
La pequeña caja de regalo que había traído en su mano resbaló de sus dedos y cayó al suelo con un leve golpe. El sonido pareció romper la atmósfera íntima que los envolvía. Theo, sorprendido, levantó la vista hacia él.
—Draco... —su voz sonaba cautelosa, mientras soltaba a Astoria y daba un paso hacia él.
Draco desvió la mirada rápidamente, inclinándose para recoger la caja caída, su respiración se tornó pesada y su corazón latía de manera errática.
—Tanto tiempo, Draco —sonrió Astoria, avanzando junto a Theo y tomando su mano con una naturalidad que encendió una punzada en su pecho. Draco bajó la vista, observando sus manos entrelazadas, y sintió como si le clavaran un puñal invisible. El aire casi se le escapó, pero mordió su lengua para contener el dolor.
—Sí... Es bueno verte, Astoria —logró decir con una voz que, para su sorpresa, sonaba casi neutral. Cada palabra se le atascaba en la garganta, pero se obligó a mantener la compostura.
Theo, observando su rostro con detenimiento, frunció el ceño.
—¿Estás aquí porque necesitas algo? —preguntó Theo, sus ojos buscando una explicación—. Ya cerré el lugar, ¿no lo viste?
Draco sintió que su rostro se tensaba. Mordió su labio, incapaz de responder de inmediato. Finalmente, sonrió, aunque su sonrisa era frágil, como si se fuera a romper en cualquier momento.
—Claro... lamento la interrupción. No quería molestar.
—No es una molestia —insistió Astoria, dando un paso hacia él, con la mano extendida.
—No, de verdad —respondió Draco, retrocediendo de manera torpe hasta chocar contra una mesa. El contacto lo hizo parpadear y recobrar la compostura, aunque fuera solo un poco—. Podemos hablar luego. Está bien. Adiós.
Antes de que pudieran detenerlo, Draco dio media vuelta y salió del restaurante casi corriendo. El aire frío de la noche lo golpeó en el rostro con fuerza, pero era lo que necesitaba. La oscuridad lo envolvía mientras sus pasos lo alejaban del lugar. No quería ver. No quería sentir. Todo lo que deseaba en ese momento era escapar.
Y así lo hizo.
Draco caminaba a paso rápido, casi sin ver hacia dónde iba. El bullicio del centro de Londres lo rodeaba, pero para él, era como si el mundo se hubiese reducido a un zumbido lejano, sin importancia. El aire frío de la noche le pegaba en el rostro, pero no podía sentir nada más que el ardor en su pecho, ese dolor punzante que lo ahogaba desde el momento en que vio a Theo besar a Astoria. Todo este tiempo... solo te has fijado en Astoria, pensó, y la realidad le golpeó con la misma intensidad que el viento. Y aún así, quise quedarme a tu lado, aunque sea solo como amigo.
Su respiración se aceleraba con cada pensamiento. Pensé que algún día me verías de otra forma, que te darías cuenta de cuánto me gustas... El peso de esas palabras lo aplastaba, lo dejaba sin aliento. Y entonces, sin siquiera verlo venir, chocó contra alguien.
El impacto lo hizo caer de bruces al suelo, junto con el regalo que había sostenido tan firmemente en su mano. Lo escuchó rodar por el pavimento, pero no se molestó en recogerlo de inmediato. Permaneció allí, sus manos apoyadas en el suelo, el frío concreto mordiendo su piel. Eso fue lo que pensé, repitió para sí mismo mientras la imagen de Theo, con sus manos sobre Astoria, volvía a su mente. La sensación de sus labios sobre los de ella era como una puñalada que se retorcía en su interior.
Miró su mano apoyada en el suelo. Sangraba por la caída, una pequeña herida que dejaba una línea roja en su piel. Pero eso no era lo que le dolía. Ni siquiera siento esto... pensó, viendo cómo la sangre goteaba lentamente.
—¿Estás bien? —preguntó una voz femenina cerca de él. Levantó la vista y vio a la chica que había chocado con él, acercándose con el regalo que se le había caído. Le tendió la caja con una mirada preocupada.
Draco la miró sin realmente verla, como si sus ojos estuvieran desenfocados, perdidos en otro lugar. Cuando eres adulto... se supone que te haces cargo de ti mismo. Que sigues adelante solo. Nadie te dice que a veces... tu corazón de niño sale. Sintió una punzada en el pecho, más intensa que antes. A veces solo deseas que alguien te abrace... que te diga que todo estará bien. Pero para él, no había consuelo. Nadie lo había abrazado así desde que tenía memoria. En su mente, se veía a sí mismo como un niño pequeño, escondido en la oscuridad, abrazándose las rodillas, sin nadie a su lado.
—Debió doler mucho... Lo siento —dijo la chica, con un tono de disculpa mientras retrocedía un poco, dejando el regalo en sus manos.
Draco no respondió. La escena frente a él seguía repitiéndose: Theo y Astoria, riendo juntos, Theo inclinándose para besarla, esa sonrisa que le había dirigido a Draco tantas veces ahora reservada para alguien más. Recordó cómo, años atrás, en Hogwarts, también había visto algo similar. El día que quiso confesarle sus sentimientos a Theo por primera vez, lo encontró besando a Astoria en los jardines. Se había quedado congelado detrás de un pilar, la rosa que llevaba para él cayendo al suelo junto con su corazón. Tanto orgullo, tanta fortaleza, tanta arrogancia... para qué.
De vuelta al presente, se encontraba de nuevo en la misma posición: en el suelo, recogiendo los pedazos de lo que quedaba de él, su mano temblando mientras intentaba contener el sollozo que amenazaba con escaparse de su garganta. Pero era demasiado tarde. Un sollozo suave, quebrado, se filtró, y antes de que pudiera detenerlo, su teléfono cayó de su mano, rebotando en la acera y rodando hasta caer por una coladera cercana.
—No... no... —susurró con la voz rota, soltando un sollozo desgarrador. No había querido perder también eso, no hoy.
Draco dejó escapar un gemido ahogado. Era como si el universo conspirara en su contra, como si cada pequeño detalle quisiera recordarle su miseria. Cerró los ojos con fuerza, apretando el regalo contra su pecho mientras sentía que las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas. No quiero seguir así... no más.
Lo que no sabía es que el celular, al caer, había respondido una llamada por error. Al otro lado de la línea, una voz preocupada se hizo presente.
—¿Hola? —preguntó Harry, su tono lleno de confusión, pero lo que escuchó lo dejó inmóvil.
Draco no pudo responder. El sollozo que había intentado contener se convirtió en una serie de lágrimas incontrolables, su rostro se contrajo en una expresión de dolor puro. Levantó un brazo para cubrirse los ojos, como si de alguna manera eso pudiera protegerlo de la realidad, pero no lo lograba. El llanto era inevitable.
—Sí... duele mucho... —susurró, apenas siendo capaz de hablar entrecortadamente—. Pensé que no... Pero... nada está bien.
El sonido de los sollozos de Draco atravesaba el silencio, y en ese instante, Harry comprendió que algo estaba terriblemente mal. Escuchaba el dolor en cada respiración entrecortada, el sufrimiento de alguien que estaba roto por dentro. Se le hizo un nudo en el estómago mientras presionaba el teléfono contra su oído.
—Me duele mucho... —sollozó Draco, sin darse cuenta de que Harry lo escuchaba—. Ya no quiero sufrir más...
Harry cerró los ojos, apretando el teléfono con fuerza. Sentía la impotencia crecer dentro de él. Cada sonido que venía del otro lado lo consumía. No estar allí para Draco le dolía más de lo que podía soportar.
—Mierda... —murmuró Harry con la voz llena de frustración, mientras su magia empezaba a descontrolarse, chisporroteando a su alrededor. Se pasó una mano por el cabello, sintiéndose incapaz de hacer nada—. Draco... Perdóname...
Draco seguía arrodillado en la acera, sosteniendo el regalo que había comprado para Theo como si fuera lo único que le quedaba. Las lágrimas no cesaban, cayendo una tras otra, mezclándose con la sangre en su mano. Pero eso ya no importaba. Nada de eso importaba.
Y mientras la noche londinense continuaba, Draco se quedaba solo, roto, con el dolor de un amor que nunca sería suyo.
Perdón por no haber actualizado estos días 😓😓😓😓, estuve ocupada. Pero he aquí un capítulo más. 👌👌👌👌
¿Qué tal? ¿Qué piensan? 🤩🤩🤩
Ya sé que es doloroso para nuestro hermoso hurón, pero ya verán que mejorará 😉 Lo prometo 😁
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