𝐃𝐑𝐀𝐂𝐎 𝐒𝐄 𝐀𝐂𝐎𝐌𝐎𝐃Ó 𝐄𝐍 𝐔𝐍 𝐄𝐋𝐄𝐆𝐀𝐍𝐓𝐄 𝐒𝐈𝐋𝐋Ó𝐍 𝐃𝐄 𝐓𝐄𝐑𝐂𝐈𝐎𝐏𝐄𝐋𝐎, 𝐂𝐎𝐍 𝐔𝐍𝐀 𝐓𝐀𝐙𝐀 𝐃𝐄 𝐓É 𝐄𝐍 𝐌𝐀𝐍𝐎 𝐘 𝐋𝐀 𝐏𝐎𝐒𝐓𝐔𝐑𝐀 𝐈𝐌𝐏𝐄𝐂𝐀𝐁𝐋𝐄 𝐃𝐄 𝐀𝐋𝐆𝐔𝐈𝐄𝐍 𝐐𝐔𝐄 𝐂𝐎𝐍𝐒𝐈𝐃𝐄𝐑𝐀𝐁𝐀 𝐂𝐀𝐃𝐀 𝐒𝐎𝐑𝐁𝐎 𝐔𝐍 𝐀𝐑𝐓𝐄. Elevó ligeramente su dedo meñique mientras bebía, observando la tienda como un halcón. Todo debía ser perfecto, y él era el juez supremo.
La puerta del vestidor se abrió, y Harry salió, visiblemente incómodo, vestido con una camiseta ajustada de un verde brillante que hacía daño a la vista, unos pantalones amarillos chillones y zapatillas deportivas con luces que parpadeaban al caminar. Draco quedó congelado, la taza aún en sus labios.
Un segundo después, escupió el té en un acceso de incredulidad, salpicando la mesa frente a él.
—¿Qué demonios es eso? —exclamó, señalando a Harry como si fuera un delito ambulante.
—Yo... —Harry miró su atuendo, tironeando de la camiseta con una mueca—. Ellas dijeron que era moderno.
Draco se levantó de golpe, dejando la taza en la mesa con un estruendo.
—¡Moderno! Esto es un insulto a la moda, a mis ojos y a la humanidad en general. ¿Quién fue la incompetente que le sugirió esto?
Una de las empleadas, visiblemente nerviosa, levantó la mano tímidamente.
—Yo pensé que...
—¡Pensar no es tu fuerte, claramente! —Draco la interrumpió, su tono afilado como un cuchillo—. Potter parece un semáforo averiado. ¡Llévenlo de vuelta y cámbienle todo!
—Es cómodo... —intentó defenderse Harry, pero Draco ya estaba agitando una mano, indicándole que regresara al vestidor.
—¡Ni hablar! Si te dejo salir así, sería el fin de mi reputación. Vuelve ahí dentro y no salgas hasta que parezcas presentable.
Harry suspiró y se dejó empujar nuevamente al vestidor, murmurando algo sobre "dictadores de la moda".
La escena se repitió varias veces. Harry salía con un atuendo tras otro: un traje demasiado ajustado que lo hacía caminar como un robot, un conjunto de colores pasteles que lo hacía parecer un cupcake gigante, y un jersey que era tan largo que parecía una manta con mangas.
Cada vez, Draco reaccionaba como si alguien acabara de ofenderlo personalmente.
—¿Ese pantalón? ¡No, parece que vas a una excursión escolar!
—¡No más cuadros! ¿Acaso queremos que piense la gente que eres un mantel ambulante?
—¡Por el amor a todo lo sagrado, Potter, eso es terciopelo! ¿Estás planeando cantar en un bar karaoke?
Finalmente, Draco se llevó una mano a la sien, claramente frustrado, mientras Harry salía con un abrigo que le quedaba tres tallas más grande y que casi lo hacía tropezar al caminar.
—Esto es inútil. —Draco se volvió hacia las empleadas con una mirada que podía congelar el sol—. ¿Acaso esta tienda no tiene nada decente?
Las empleadas empezaron a excusarse nerviosamente, pero Draco ya había levantado una mano para silenciarlas.
—Potter, ven aquí. Vamos a cortar ese cabello antes de que haga que todo se vea peor.
—¿Qué tiene mi cabello? —preguntó Harry, confundido, mientras Draco lo agarraba del brazo y lo guiaba hacia el área de estilismo como si estuviera arrastrando un muñeco de trapo.
—Todo. Tiene todo mal. Pareces un espantapájaros despeinado.
—Gracias por el cumplido... —respondió Harry sarcásticamente, pero no se resistió demasiado.
Mientras Harry era atendido en la silla del estilista, Draco decidió tomar cartas en el asunto personalmente. Comenzó a pasearse por la tienda, seleccionando prendas aquí y allá, ignorando a las empleadas y murmurando algo sobre "genios incomprendidos".
Cuando finalmente volvió con un conjunto perfectamente seleccionado —un suéter gris oscuro, jeans bien ajustados y unas botas elegantes pero prácticas—, Harry ya estaba mirando su reflejo en el espejo, con el cabello recién cortado y ordenado por primera vez en años.
Draco lo inspeccionó, entrecerrando los ojos.
—Bueno, al menos ahora pareces humano. Pruébate esto, y que sea lo último. No tengo toda la tarde.
Harry tomó la ropa y se cambió, resignado. Al salir del vestidor, Draco sonrió satisfecho, como un artista viendo su obra maestra por primera vez.
—Ahora sí, Potter. No es perfecto, porque todavía eres tú, pero al menos ya no me avergüenzas.
—Gracias... supongo. —Harry miró su reflejo, torciendo el gesto, pero admitiendo para sí mismo que se veía mejor de lo que esperaba.
Draco se cruzó de brazos, alzando una ceja.
—De nada. Ahora vamos a comprar más cosas. Esto es solo el comienzo.
—¿Más? —preguntó Harry, horrorizado.
—Potter, Roma no se construyó en un día. Tú tampoco. —Draco sonrió y le dio un empujón ligero hacia la salida de la tienda—. Ahora mueve los pies, o te cargaré como a un saco de papas.
Harry suspiró, resignado. Sabía que aquel día sería largo.
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El auto se detuvo frente a la mansión, y antes de que siquiera pudieran abrir la puerta, Teddy ya estaba saltando en su asiento como si estuviera a punto de estallar de energía.
—¡Papá, Papá Moony! ¡Hoy en la escuela pasó algo increíble! —gritó emocionado mientras Sirius lo sacaba del auto y lo colocaba en el suelo.
—¿Qué hiciste ahora, campeón? —preguntó Sirius con una sonrisa cómplice, claramente orgulloso de cualquier travesura que su hijo pudiera haber cometido.
Remus suspiró mientras cerraba la puerta del auto, ya anticipando que lo que fuera que Teddy contara no le haría gracia.
—Le dije a la maestra que si me bajaba puntos por no hacer la tarea, iba a decirle a la directora que ella se quedó dormida en clase la semana pasada.
Sirius soltó una carcajada, inclinándose hacia Teddy para chocar los cinco.
—¡Eso es mi chico! ¡Defendiendo su honor como un verdadero Black!
—¡Sirius! —protestó Remus, colocando una mano en la frente con frustración—. Teddy, no puedes amenazar a tus maestros. ¡Eso no está bien!
Teddy, que estaba siendo balanceado entre ambos padres mientras caminaban hacia la entrada de la mansión, giró la cabeza hacia Remus con una expresión inocente.
—Pero Papá Moony, no la amenacé... Solo le recordé algo que ya sabía.
Sirius se inclinó hacia su esposo y murmuró con orgullo:
—Es un genio. La lógica aplastante.
—Es un pequeño terrorista, eso es lo que es —replicó Remus, aunque no pudo evitar que sus labios se torcieran en una pequeña sonrisa.
Cuando llegaron a la puerta, Sirius abrió con dramatismo.
—¡Harry! ¡Ven aquí, cachorro! —llamó con entusiasmo.
Teddy aprovechó para soltarse de las manos de sus padres y salió corriendo hacia las escaleras.
—¡Voy por él! —gritó mientras subía los escalones de dos en dos.
Remus se cruzó de brazos, mirando a Sirius con una ceja arqueada.
—Por cierto, ¿desde cuándo te importa tanto cuidar de Harry?
Sirius se giró con una sonrisa que irradiaba orgullo.
—Soy un padrino responsable, Remus. Harry es mi ahijado, y si yo no me preocupo por él, ¿quién lo hará?
Remus lo observó con escepticismo.
—¿Responsable? ¿Tú? Sirius, anoche me olvidaste en la cocina porque pensaste que había ido al baño y luego te fuiste a dormir.
Sirius agitó una mano en el aire como si eso no tuviera importancia.
—Eso fue diferente. Esto es sobre Harry.
Antes de que Remus pudiera responder, Teddy bajó las escaleras corriendo, con una expresión de confusión.
—Papá, Papá Moony, ¡Harry no está en su cuarto!
La sonrisa de Sirius desapareció en un instante, reemplazada por una expresión de puro pánico.
—¿Qué? ¿Cómo que no está?
Sirius salió disparado hacia las escaleras, subiéndolas de tres en tres mientras gritaba:
—¡Harry! ¡Cachorro! ¿Dónde estás?
Remus lo siguió lentamente, suspirando mientras Teddy lo miraba con curiosidad.
—Te dije que no podías ser responsable, Sirius —murmuró para sí mismo.
Sirius revisó cada rincón de la mansión, incluyendo lugares absurdos como dentro del lavavajillas, detrás de las cortinas y hasta debajo de la mesa del comedor.
—¡Remus! ¡Remus, qué tal si se encogió y está atrapado en un cajón!
—¿Por qué Harry estaría en un cajón? —preguntó Remus, masajeándose las sienes.
Sirius, sin detenerse a reflexionar, sacó su teléfono y comenzó a grabar un mensaje de voz, con el dedo temblando de nerviosismo mientras hablaba rápido.
—¡James! ¡Lily! Tenemos un problema. ¡Harry está desaparecido! ¡No lo encuentro por ninguna parte! —Se interrumpió para mirar dentro de una lámpara de pie, como si Harry pudiera estar ahí—. ¡No se preocupen! Lo encontraré. ¡No es mi culpa!
Remus, desde el marco de la puerta, movió la cabeza lentamente de lado a lado, con una mezcla de resignación y algo de diversión.
—Subestimé tu capacidad de perder la calma, Sirius. Pensé que durarías al menos media hora antes de entrar en pánico.
Teddy, sentado en el sofá con las piernas balanceándose, miró a su Papá Moony con una sonrisa.
—Papá, creo que Harry está en la cocina. Lo vi dejar su cuaderno ahí antes de subirnos al auto.
Remus soltó un largo suspiro.
—No se lo digamos todavía. Quiero ver hasta dónde llega.
Y con eso, padre e hijo se quedaron viendo cómo Sirius continuaba su búsqueda frenética, llamando a Harry por toda la mansión como si su vida dependiera de ello.
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Harry apoyó la frente contra la ventana, su aliento empañando el cristal mientras miraba distraído hacia el jardín. Estaba sumido en sus pensamientos, intentando procesar el desastre que había sido su día, cuando de repente un torbellino lo embistió por detrás.
—¡Harry! —exclamó Sirius con un entusiasmo desbordante, abrazándolo como si fuera un salvavidas en un mar de desesperación.
El aire se le escapó del pecho mientras trataba de desasirse.
—No... respiro... —jadeó Harry, moviendo débilmente las manos antes de que Sirius finalmente lo soltara, aunque solo un poco.
—¿Dónde demonios estabas? —le recriminó Sirius, con las manos aún sobre los hombros de Harry y una expresión de mezcla entre alivio y regaño—. ¿Acaso estabas jugando a las escondidas? ¡Casi me da un ataque al corazón! ¿Estás feliz ahora?
Sin darle tiempo a responder, Sirius volvió a abrazarlo con fuerza.
—Siempre estuve aquí —dijo Harry en un tono apagado, casi inaudible.
Fue entonces cuando Remus apareció en escena, observándolo con un ojo crítico y una ligera inclinación de cabeza.
—¿Y esa ropa? —preguntó Remus, alzando una ceja y cruzándose de brazos.
Sirius se apartó lo justo para examinarlo de arriba abajo, como si Harry acabara de transformarse en otra persona.
—¿Te cortaste el cabello? —preguntó Remus de nuevo, señalándolo con el índice.
Harry soltó una risita nerviosa y se frotó la nuca.
—Ah... sí. Bueno, cuando ustedes se fueron a trabajar, decidí salir a dar un paseo. Pensé que sería bueno... ya saben, cambiar un poco de aires. Así que compré algo de ropa y, bueno, me corté el cabello. Nada más —terminó rápidamente, esperando que no le hicieran más preguntas.
Teddy apareció de la nada, observando a su padrino con una sonrisa brillante.
—¡Luces muy guapo, padrino! —dijo con admiración genuina.
—Gracias, Ted —respondió Harry con una sonrisa torcida.
Sirius, que había estado inspeccionando a Harry como si fuera un artefacto alienígena, soltó un largo suspiro.
—Bueno, ¿quién quiere helado? —anunció de repente, recuperando su buen humor—. Yo sí. Creo que se me bajó el azúcar con el susto.
—No dramatices, Sirius —respondió Remus, aunque lo decía con afecto mientras le ofrecía la mano para llevarlo hacia la sala.
—No es drama, amor. Esto es supervivencia —replicó Sirius con una sonrisa petulante, tomando su mano y caminando con un aire teatral.
Teddy miró a Harry una vez más antes de seguir a sus padres.
Harry soltó un largo suspiro de alivio, apenas recuperando la paz, cuando escuchó un golpeteo insistente contra su ventana, golpes con piedras. Se giró para encontrarse con la cara de Draco, frunciendo el ceño desde el otro lado del vidrio.
—Oh, no... —murmuró Harry antes de acercarse y abrir la ventana.
—¿Por qué te fuiste? —reclamó Draco, con los ojos entrecerrados.
—Draco, era demasiado caro lo que querías que comprara —respondió Harry con frustración—. Con la ropa y el corte de cabello es más que suficiente. Ya tengo muchas deudas contigo.
Draco levantó una ceja con aire ofendido.
—Nunca te dije que me pagaras por ellas.
—¿Entonces por qué haces todo esto? —preguntó Harry, apoyándose en el marco de la ventana, agotado por la conversación.
—Porque quiero ayudarte a conquistar a Cedric, obviamente.
Harry parpadeó, aturdido.
—¿Y crees que vistiendo bien lograré hacer eso? —Se señaló de pies a cabeza con incredulidad.
Draco sonrió, seguro de sí mismo, y se señaló a sí mismo con un gesto teatral.
—Por supuesto. Mira cómo conquisto yo a las mujeres. Mi cara ayuda, claro, pero es todo un paquete: la actitud, la ropa, la mirada... todo cuenta, Potter. Y eso es lo que tú necesitas aprender.
Desde abajo, la voz de Teddy interrumpió la charla.
—¡Padrino, vamos a jugar Scrabble!
Harry asintió hacia abajo.
—¡Ya voy, Ted! —respondió, antes de girarse hacia Draco—. Hablamos luego, Malfoy.
Draco abrió la boca para replicar, pero Harry ya estaba cerrando la ventana.
—No me dejes con la palabra en la boca, Potter. Vamos a cambiarte por dentro y por fuera. ¡Esto no ha terminado! —protestó Draco, alzando una mano.
Harry sonrió maliciosamente desde el otro lado del vidrio, llevándose una mano al oído como si no pudiera escucharlo.
—¿Qué dices? Creo que este vidrio es a prueba de ruidos molestos.
Con esa frase, Harry se dio la vuelta, dejando a Draco gesticulando furioso detrás de la ventana mientras bajaba las escaleras hacia su familia, satisfecho por una vez de tener la última palabra.
𝐄𝐋 𝐒𝐎𝐋 𝐁𝐑𝐈𝐋𝐋𝐀𝐁𝐀 𝐂𝐎𝐍 𝐅𝐔𝐄𝐑𝐙𝐀 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐓𝐈𝐎 𝐓𝐑𝐀𝐒𝐄𝐑𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐍𝐒𝐈Ó𝐍, 𝐔𝐍 𝐃Í𝐀 𝐏𝐄𝐑𝐅𝐄𝐂𝐓𝐎 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐋𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐃𝐑𝐀𝐂𝐎 𝐇𝐀𝐁Í𝐀 𝐃𝐄𝐍𝐎𝐌𝐈𝐍𝐀𝐃𝐎 "¿Cómo conquistar a un hombre?"—aunque Harry lo llamaba simplemente tortura. Sentados en una mesa de madera, con una pila de libros en el centro y una gran jarra de limonada a un lado, Draco explicaba algo mientras Harry lo observaba con una mezcla de confusión y resignación.
—Escucha, Potter, para conquistar a Cedric, no basta con verte decente —comenzó Draco, acomodando sus mangas impecablemente—. Tienes que tener contenido. Sustancia. Las mujeres y, en tu caso, Cedric, aman la inteligencia. Es irresistible.
—¿Cedric ama la inteligencia? —preguntó Harry con un parpadeo lento, intentando seguir el hilo.
Draco se detuvo, sus ojos brillando con un poco de exasperación.
—Sí, porque Cedric no es cualquier persona. Es el tercer mejor alumno de toda la escuela. Sabe de todo: historia, ciencias, literatura... Potter, tú no puedes ni siquiera pronunciar "isótopo" sin parecer confundido. ¿Cómo esperas impresionarlo?
Harry frunció el ceño, fingiendo apuntar algo en su libreta pero en realidad dibujando una espiral distraída.
—Pensé que bastaría con ser simpático...
Draco lo miró como si acabara de decir que el cielo era verde.
—¡Simpático! Potter, eso funciona en las películas, no en la vida real. Necesitas ser inteligente, ingenioso, interesante. Mira, empezaremos con lo básico. Matemáticas y geometría.
Draco sacó una hoja cuadriculada y trazó un triángulo equilátero perfecto con la precisión de un reloj suizo.
—Esto, Potter, es geometría. El lenguaje de los genios —declaró mientras giraba la hoja para que Harry la viera.
Harry ladeó la cabeza como un cachorro confundido.
—¿Por qué todos los lados tienen que ser iguales? No veo triángulos así en la vida real.
—Es un concepto, Potter. Si no puedes entenderlo, serás el próximo conserje de la escuela, limpiando los baños mientras Cedric pasea triunfante con su beca a Harvard.
Harry abrió los ojos, horrorizado por la imagen.
—¡Está bien! ¡Lo intentaré!
Draco suspiró y pasó a química, claramente su punto fuerte. Sacó un par de tubos de ensayo y un frasco de bicarbonato que había traído de la cocina.
—Química es el arte de la transformación —dijo Draco con teatralidad—. Por ejemplo, este bicarbonato y este vinagre, cuando se mezclan...
Pero antes de que pudiera terminar la explicación, Harry tomó el frasco y vertió vinagre en los tubos de ensayo de un solo golpe. La mezcla burbujeó y salpicó, alcanzando la camisa impecable de Draco.
—¡Potter! —gritó Draco, levantándose de golpe mientras sacudía su ropa—. ¡Es un ejemplo, no una receta para desastre!
—Perdón, pensé que tenía que intentarlo yo mismo... —se disculpó Harry, encogiéndose de hombros mientras Draco se tapaba la cara con las manos, intentando no gritar.
Cuando pasaron a literatura, Draco citó a Shakespeare con un tono impecable.
—"Ser o no ser, esa es la cuestión". Ahora, Potter, ¿qué significa?
Harry miró su libreta, donde tenía un garabato que decía "queso."
—Eh... ¿Que si quieres queso o no?
Draco se desplomó contra la mesa, dejando caer la cabeza con un golpe dramático.
—Potter, ¿cómo logras funcionar en la vida?
El siguiente turno fue para filosofía e historia. Draco dibujó una línea de tiempo rudimentaria.
—Dumbledore nos dijo en su última clase que la clave del liderazgo es comprender el pasado —explicó, señalando una fecha importante—. ¿Sabes qué pasó en 1789?
Harry pensó por un momento y luego respondió con absoluta seguridad.
—¿Se inventaron los pantalones?
Draco lo miró fijamente, completamente incrédulo.
—¡La Revolución Francesa, Potter! ¡La Revolución Francesa!
—Bueno, al menos es más interesante que matemáticas —respondió Harry con una sonrisa incómoda, pero su comentario solo logró que Draco se hundiera más en su silla.
Eventualmente, después de un intento fallido en música donde Harry confundió un do mayor con "dos mallores" y botánica donde casi se comió una hoja decorativa porque pensó que era lechuga, Draco decidió rendirse por el día.
—Es como enseñar a un pez a escalar un árbol —murmuró para sí mismo mientras Harry recogía su libreta.
—¡Estoy aprendiendo! —dijo Harry, animado, justo cuando su libreta resbaló de sus manos y cayó en el césped, abierta por una página llena de garabatos y ningún apunte útil.
Draco cerró los ojos, inhalando profundamente.
—Necesito más paciencia de la que jamás creí posible —dijo con voz cansada, mientras rodaba los ojos—. Ve a lavarte las manos y ponte algo de orden en la cabeza. Esto va a tomar años.
Harry se levantó apresuradamente, tropezando con una maceta en el camino. Draco observó la escena con resignación.
—Definitivamente años.
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La risa de Blaise y Pansy todavía resonaba en los altavoces de la computadora mientras Draco apoyaba el codo en la mesa y se masajeaba el puente de la nariz. La pantalla mostraba a sus dos mejores amigos desbordados de carcajadas, con Pansy casi cayéndose de su silla y Blaise secándose las lágrimas con un pañuelo.
Draco, por su parte, mantenía una expresión de fastidio, sus ojos fijos en la luna visible desde su ventana, como si esta pudiera ofrecerle algún tipo de consuelo o solución.
—De verdad, Blaise, ve preparando tu ropa sucia para que Draco la lave en todo el pasillo de la escuela —dijo Pansy entre jadeos de risa, su voz todavía temblando.
—Es que no puedo creerlo —añadió Blaise, intentando recuperar la compostura—. La peor apuesta de todas, Draco. Potter es un desastre. Cambiarlo... ¡es imposible!
—No es imposible —replicó Draco con una voz que intentaba sonar firme, aunque el leve temblor lo traicionaba—.
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