7 // ᴜɴ ᴊᴏʟɪ ꜱᴏᴜʀɪʀᴇ

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𝐇𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐒𝐔𝐒𝐏𝐈𝐑Ó 𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐒𝐎𝐒𝐓𝐄𝐍Í𝐀 𝐋𝐀 𝐁𝐎𝐋𝐒𝐀 𝐃𝐄 𝐇𝐈𝐄𝐋𝐎 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐑𝐀 𝐒𝐔 𝐅𝐑𝐄𝐍𝐓𝐄. El frío entumecía el dolor, pero no la vergüenza que todavía le quemaba. Estaba sentado en el borde del amplio escritorio de la señora Zabini, una toalla envolviendo sus hombros mientras su ropa mojada goteaba sin remedio.

Draco reapareció en la habitación con un pequeño botiquín en la mano, caminando con esa mezcla perfecta de confianza y desdén que parecía natural en él.

—El día que hicieron las pruebas para los nuevos en rugby, no fui —comentó con una media sonrisa mientras dejaba las cosas sobre el escritorio.

Harry levantó una ceja, distraído del dolor un momento.

—Sí, pues fue patético. Me tiraron al suelo como si fuera un costal de papas —admitió, con una mezcla de humor y resignación.

Draco se giró hacia él con una expresión casi seria.

—Si hubiera estado ahí, no habría dejado que eso pasara —dijo, como si lo estuviera declarando un hecho absoluto.

Harry lo miró, desconcertado por el tono. Sus ojos viajaron al rostro de Draco, notando por primera vez que no se había cambiado de ropa; seguía empapado de pies a cabeza. Era evidente que su prioridad había sido asegurarse de que Harry estuviera bien.

—¿No te vas a cambiar? —preguntó Harry, con una pizca de incomodidad.

—Tengo calor —respondió Draco, con sarcasmo mientras se cruzaba de brazos—. Por eso me di un chapuzón.

Harry dejó escapar una risa corta, ladeando la cabeza. La respuesta tenía esa mezcla típica de sarcasmo y ligereza que Draco parecía usar para cubrir cualquier cosa más profunda.

Sin decir nada más, Draco agarró un algodón, lo empapó con alcohol y se acercó. La intensidad de sus ojos mientras estudiaba la herida en el rostro de Harry lo hizo ponerse rígido.

—Esto puede arder un poco... —advirtió Draco en un tono más suave de lo que Harry esperaba. Sus ojos se encontraron por un segundo demasiado largo—. Si no lo soportas, puedo parar.

—Está bien, puedo resistir —dijo Harry, desviando la mirada con un ligero sonrojo.

Draco asintió y comenzó a limpiar la herida con delicadeza. Harry siseó al sentir el ardor y apretó las manos contra sus rodillas, intentando no quejarse demasiado. Draco lo observó por el rabillo del ojo, sonriendo de lado como si algo de aquello le pareciera... curioso.

—¿Cómo es posible que te pasara esto? —preguntó Draco, rompiendo el silencio—. Te han golpeado cosas más fuertes, y con un solo balonazo terminas sangrando.

Harry soltó una risa breve, entre incómodo y resignado.

—Bueno, no soy de acero. Obviamente voy a tener heridas.

—Aun así me sorprende —insistió Draco mientras cambiaba el algodón por una curita.

—No debería. —Harry ladeó una sonrisa—. Cuando era niño y aprendí a andar en bici, mis padres decían que nunca habían visto a alguien caer diez veces seguidas en el mismo lugar. Soy un imán para los accidentes.

Draco soltó una carcajada baja mientras quitaba el protector de la curita con los dientes, un gesto que hizo que Harry lo mirara fijamente, algo embelesado. Sin decir palabra, Draco se inclinó un poco hacia él y colocó la curita sobre la herida con una delicadeza que no esperaba.

—Entonces eres fuerte —dijo Draco, como si fuera la cosa más evidente del mundo, mientras acariciaba la curita con el pulgar, asegurándose de que estuviera bien adherida.

Harry se quedó en silencio por un momento, las palabras calando más profundo de lo que pensó que lo harían.

—Aun así, duele —murmuró al cabo de unos segundos.

Draco levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de Harry de nuevo, pero esta vez no había sarcasmo, solo algo genuino, algo... extraño.

—Tiene que doler. —Su voz era baja, pero firme—. Tú lo dijiste: no eres de acero. Eres humano, como todos.

Hubo una pausa. Draco se quedó quieto, apenas un par de centímetros entre ambos. Su tono cambió ligeramente, perdiendo la indiferencia habitual.

—Y eso te hace valioso. Más de lo que crees.

Harry sintió su corazón saltar como si acabara de recibir otro balonazo. Las palabras quedaron suspendidas entre ellos, acompañadas por el eco lejano de la música de la fiesta al otro lado de las puertas cerradas. ¿Draco Malfoy, el chico que siempre parecía estar jugando, acababa de ser... sincero?

Harry carraspeó, rompiendo el momento y mirando hacia otro lado.

—Gracias, creo... —murmuró, con las orejas aún rojas.

Draco se enderezó y, como si aquel instante nunca hubiera sucedido, dejó escapar un resoplido bajo mientras recogía los restos del material médico.

—De nada. Solo asegúrate de no volver a hacer el ridículo en público. Estoy apostando por ti, Potter —bromeó con una sonrisa irónica antes de salir de la habitación.

Pero incluso después de que Draco se fuera, Harry no pudo evitar quedarse pensando en esas palabras. "Eres humano, como todos. Una persona valiosa."

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El aire fresco de la noche no fue suficiente para calmar el frenesí que Hermione desató apenas encontró a Harry fuera de la mansión Zabini. Antes de que pudiera decir nada, un golpe firme en el hombro lo despertó completamente.

—¡¿Cómo es posible?! ¡Un imbécil te lanza un balón a la cara, caes a una piscina, y tú vienes y me dices que no es nada?! —Hermione estaba furiosa, con un libro grueso en la mano que parecía más arma que lectura.

Harry retrocedió instintivamente, levantando las manos como si eso fuera suficiente para aplacarla.

—Bueno, es que... estaba distraído —murmuró, mirando a otro lado con algo de miedo.

—¡No puedo creerlo! ¡¿Qué voy a hacer contigo, Potter?! ¡Al auto, ahora mismo! —Hermione señaló hacia el destartalado coche que habían aparcado más lejos de la entrada.

—Vale, vale, ya voy —contestó Harry apresurándose a subir, como si obedecer pudiera salvarlo de la tormenta que se avecinaba.

Mientras Harry cerraba de un portazo, Ron apareció despreocupadamente con un hotdog en la mano. Apenas tomó un bocado cuando Hermione se giró hacia él como un torbellino de indignación.

—¡¿Y tú?! ¡Se supone que ibas a cuidarlo, Ronald! ¡Por esto prefiero ser lesbiana! —gritó, acompañando sus palabras con un sonoro golpe en la cabeza de Ron.

Ron parpadeó sorprendido, su hotdog cayendo al suelo como si fuera una víctima más del caos.

—Mi... mi hotdog —susurró con tristeza mientras miraba la comida desperdiciada. Sin embargo, un vistazo al rostro de Hermione lo hizo cambiar de actitud rápidamente—. ¡Sí, claro! ¡Ya voy al coche!

Con movimientos torpes y rápidos, se metió al asiento trasero, casi chocando con la puerta en el proceso. Los gemelos, que estaban cerca, soltaron carcajadas.

—Sube al auto, Ronald —se burló Fred con una voz teatral, imitando a Hermione.

—¡Cállense! Ustedes también le tienen miedo —replicó Ron, frunciendo el ceño.

Sin embargo, los gemelos no tuvieron tiempo de responder porque el sonido de la puerta del conductor cerrándose de un portazo hizo que todos se enderezaran. Hermione, aún roja de la furia, caminaba alrededor del auto, pateando las piedras del camino y murmurando insultos que, hasta ese momento, Harry no sabía que existían.

—¡Cuando vea a Zacharias, no le vuelvo a hacer la tarea! ¡Que se las arregle solo, el idiota! —vociferó mientras finalmente se subía al asiento del conductor.

—¿Le haces la tarea? —preguntó Ron, sorprendido, inclinándose hacia el frente.

—Vendo tareas, Ronald —corrigió Hermione, lanzándole una mirada severa—. Hay que sacar provecho de los inútiles como ustedes.

—O sea que... ¿ya no nos vas a pasar las respuestas del examen? —intervino Harry, con una mezcla de preocupación y esperanza en su tono.

Hermione encendió el coche, poniéndose el cinturón con un movimiento brusco antes de girarse para mirarlos.

—No. Tienen que usar sus cabezotas por una vez en sus vidas.

Harry y Ron intercambiaron miradas de horror, casi al mismo tiempo susurraron:

—Ya valió.

Fred y George, desde la ventana abierta del auto, no pudieron contener la risa. Pero esta se apagó rápidamente cuando Hermione los fulminó con la mirada.

—Y ustedes dos... más les vale no empezar con tonterías, porque están en la lista.

—¿Qué lista? —preguntó George con cautela.

—La lista de personas a las que voy a ignorar durante todo el mes —contestó ella mientras ponía el coche en marcha, acelerando lo suficiente como para levantar algo de polvo y hacer que Fred fingiera toser dramáticamente.

En el asiento trasero, Harry intentó acomodarse, pero su bolsa de hielo cayó al suelo con el movimiento brusco. Mientras la recogía, Ron le dio un codazo y murmuró:

—No sé si es peor el balonazo o el viaje de vuelta con ella.

—El viaje —respondió Harry sin dudarlo.

Hermione, que escuchó perfectamente, alzó la voz sin girarse.

—¡Puedo oírlos, idiotas!











𝐄𝐋 𝐌𝐔𝐑𝐌𝐔𝐋𝐋𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐄𝐑𝐀 𝐂𝐎𝐍𝐒𝐓𝐀𝐍𝐓𝐄, 𝐄𝐋 𝐓Í𝐏𝐈𝐂𝐎 𝐁𝐔𝐋𝐋𝐈𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐀𝐋𝐔𝐌𝐍𝐎𝐒 𝐘𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐘 𝐕𝐈𝐍𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎, 𝐏𝐄𝐑𝐎 𝐇𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐂𝐎𝐍𝐂𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐃𝐎 𝐄𝐍 𝐆𝐔𝐀𝐑𝐃𝐀𝐑 𝐒𝐔𝐒 𝐋𝐈𝐁𝐑𝐎𝐒 𝐄𝐍 𝐒𝐔 𝐌𝐎𝐂𝐇𝐈𝐋𝐀. Estaba a punto de cerrar el casillero cuando una voz familiar, suave y con un toque burlón, lo sorprendió.

—Hola, Potter.

El sobresalto fue suficiente para que uno de los libros resbalara de sus manos. Sin embargo, antes de que tocara el suelo, Draco lo atrapó con elegancia, como si estuviera hecho para los reflejos rápidos y la gracia.

—Tú... —murmuró Harry, soltando un suspiro de alivio mientras se llevaba una mano al pecho—. Deberías dejar de hacer eso —respondió, medio bromeando, aunque su tono aún delataba la sorpresa.

—¿Hacer qué? ¿Ser tan encantador? —replicó Draco con una sonrisa ladeada mientras le devolvía el libro.

—Asustarme, eso es lo que —Harry lo miró con una ceja levantada, aunque no pudo evitar sonreír un poco.

—Lo siento, Potter. Te lo compenso... —dijo Draco con un brillo travieso en los ojos. Luego, más serio—. ¿Cómo estás?

Harry ajustó su mochila, sintiéndose un poco fuera de lugar bajo la mirada directa del rubio.

—Bien, supongo... creo que la herida ya cicatrizó —respondió, tocándose la frente donde aún quedaba una pequeña curita.

Draco asintió.

—Me alegro.

Se quedaron mirándose unos segundos más de lo necesario, hasta que Harry desvió la mirada, incómodo. La sensación de calor subiendo por su cuello le hacía difícil sostener el contacto visual.

—Yo... —comenzaron los dos al mismo tiempo, interrumpiéndose mutuamente. Eso rompió el momento y ambos rieron suavemente.

—Adelante, habla —dijo Draco, haciendo un gesto para que Harry continuara.

—No, tú primero.

Draco inclinó la cabeza con una sonrisa complacida.

—Smith fue un idiota. Lo que hizo fue completamente inaceptable. Es una pena que haya pasado fuera de horario oficial, porque de otra manera lo hubiera reportado directamente con mi jefe de casa.

—No importa, en serio —respondió Harry, encogiéndose de hombros.

—Claro que importa, Potter. Fue un acto de violencia contra tu persona, aunque él lo llamara "una broma".

—Estoy bien, en serio. He pasado por cosas peores. Una vez, en primaria, estaba hablando con un chico cuando me resbalé y caí de lleno en... bueno, digamos que un perro tuvo un mal día y yo fui el desafortunado. —Harry hizo una mueca al recordarlo, pero se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa.

Draco levantó las cejas y negó con la cabeza, claramente afectado por lo visual de la anécdota.

—Potter, definitivamente necesitas mi ayuda.

—¿Ayuda? ¿Con qué? —Harry lo miró desconcertado.

Draco se cruzó de brazos y lo observó como si estuviera evaluando un proyecto.

—Quiero ayudarte a ser... menos tú.

—¿Perdón? —Harry parpadeó, claramente más confundido.

—Quiero mejorar tu versión actual. Sacar al verdadero Harry Potter. No el torpe y distraído que todos ven ahora. Quiero que seas tu mejor versión, la perfecta. Mira —dijo Draco, señalándose a sí mismo con un movimiento dramático—, yo soy perfecto en todo lo que hago.

Harry bufó, aunque una pequeña sonrisa amenazaba con aparecer.

—Estoy seguro de que puedes serlo tú también, con un poco de guía. De hecho, creo que ya lo eres, solo necesitas un pequeño empujón.

—¿Un empujón? —repitió Harry, no del todo convencido.

Draco inclinó la cabeza hacia un grupo cercano. Allí estaba Cedric, riendo y conversando con algunos compañeros. La mirada de Harry se desvió automáticamente hacia él, su sonrisa brillante y su porte seguro.

—Puedo ayudarte a conquistar a quien quieras —susurró Draco, casi con complicidad.

Harry, todavía mirando a Cedric, apenas se dio cuenta de que Draco lo estudiaba con atención.

—¿Conquistar? —repitió Harry en voz baja, casi para sí mismo, antes de girar lentamente hacia Draco.

—Exacto —respondió Draco, con la confianza de un vendedor experto—. Solo di que sí.

Harry vaciló un momento, sus pensamientos divididos entre incredulidad y curiosidad.

—No sé... Hermione y Ron han tratado de ayudarme con cosas así antes y, bueno, no han logrado mucho.

Draco sonrió con suficiencia.

—Pero yo no soy ellos. Confía en mí, Potter.

Extendió la mano, una invitación directa. Harry bajó la mirada hacia ella, luego a los ojos grises de Draco, que parecían completamente sinceros.

—Está bien, acepto. Pero no sé qué milagro piensas hacer conmigo.

—No necesito milagros. Solo un poco de paciencia y un toque de estilo. —Draco le guiñó un ojo, dejando escapar una sonrisa de autosuficiencia.

Harry dejó escapar un pequeño suspiro y finalmente estrechó la mano de Draco. Al hacerlo, sintió un pequeño escalofrío recorrer su brazo. Tal vez fue la emoción, o tal vez solo el contacto, pero no dijo nada.

Soy un desastre, seguro me volví estático o algo.





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