𝐇𝐀𝐑𝐑𝐘 𝐃𝐄𝐉Ó 𝐄𝐒𝐂𝐀𝐏𝐀𝐑 𝐔𝐍 𝐒𝐔𝐒𝐏𝐈𝐑𝐎 𝐓𝐑𝐀𝐍𝐐𝐔𝐈𝐋𝐎 𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐓𝐑𝐀𝐙𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐋 𝐂𝐎𝐍𝐓𝐎𝐑𝐍𝐎 𝐃𝐄𝐋 Á𝐑𝐁𝐎𝐋 𝐅𝐑𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐀 É𝐋, 𝐒𝐔 𝐋Á𝐏𝐈𝐙 𝐃𝐄𝐒𝐋𝐈𝐙Á𝐍𝐃𝐎𝐒𝐄 𝐂𝐎𝐍 𝐃𝐄𝐒𝐓𝐑𝐄𝐙𝐀 𝐒𝐎𝐁𝐑𝐄 𝐋𝐀 𝐇𝐎𝐉𝐀. Cada rama, cada curva, se hacía más realista con cada detalle añadido. Era su escape, su pequeño rincón de caos que lograba parecer arte.
—Vaya, si sabes dibujar —comentó una voz que logró sacarlo de su burbuja.
Harry giró bruscamente, sobresaltado, encontrándose con Draco, quien estaba sentado a su lado con una postura impecable, como si siempre hubiera estado ahí.
—¿Qué...? —balbuceó Harry antes de mirar hacia otro lado y luego volver al rubio— ¿Cómo lo haces? Siempre apareces de repente, como un maldito fantasma.
Draco señaló el dibujo con su característico aire crítico.
—Deberías añadir sombras, algo más tridimensional. Haría que el dibujo sobresaliera más.
Harry lo miró de arriba abajo, entrecerrando los ojos, y luego volvió a fijar su atención en su dibujo.
—Ah, sí... quizás —murmuró, pero rápidamente cerró la libreta de golpe y frunció el ceño—. ¿Y a ti qué te importa?
—Tú dijiste que soy un crítico del arte —replicó Draco con una sonrisa de suficiencia—. Me tomo muy en serio los halagos, Potter.
—No estoy seguro de que eso haya sido un halago —bufó Harry, cruzándose de brazos.
Draco dejó caer su cabeza sobre su mano, observándolo con una expresión entre curiosa y divertida.
—Te hago sentir muchas emociones, ¿no es así?
—Sí, pero ninguna agradable —gruñó Harry, levantándose del césped con brusquedad. En el proceso, su cabeza se encontró con una rama baja, soltando un quejido mientras sus lápices caían al suelo, rodando en todas direcciones.
Draco soltó una risa discreta antes de inclinarse para recoger los lápices. Harry se sobaba la cabeza, murmurando maldiciones, cuando sintió la mano de Draco rozar la suya al devolverle una lapicera.
—Lamento si fui un idiota esta mañana —dijo Draco, su tono inusualmente sincero—. No quería incomodarte... es solo que tú eres diferente.
Harry alzó una ceja, mirando a Draco con desconfianza.
—¿Y crees que, como soy diferente, tú también deberías serlo?
Draco dejó escapar una pequeña risa, encogiéndose de hombros.
—No... pero puedo demostrarte que no soy perfecto. No tanto, al menos. Soy selectivo, Potter. Aprendo a desenvolverme.
—Se nota —replicó Harry con un sarcasmo afilado.
Draco no se dejó intimidar y cambió de táctica.
—Te invito a una fiesta. Mi mejor amigo hará una en su casa, habrá piscina... ¿qué dices?
Harry resopló, metiendo las manos en los bolsillos.
—Sería el hazmerreír. Si quieres que tu amigo conserve su casa intacta, mejor no voy.
Harry se giró para marcharse, pero el árbol estaba ahí, justo en su camino. Cerró los ojos instintivamente, esperando el golpe. Sin embargo, algo lo detuvo.
Al abrir los ojos, notó la mano de Draco colocada firmemente en su frente, evitando que chocara. Harry retrocedió un paso, mirándolo con incredulidad.
—Quizás lo que necesitas es un cambio de lentes —dijo Draco con una sonrisa ladeada—. Tienes ojos bonitos, deberías aprovecharlos.
Harry soltó una risa seca, apartando la mano de Draco.
—Oye, oye, oye... Yo no seré una de tus conquistas, ¿okey?
Draco parpadeó, genuinamente confundido.
—¿Cómo?
—Hermione me lo contó todo —replicó Harry, cruzando los brazos—. Todas tus "estrategias" para que las chicas caigan rendidas a tus pies. No, gracias. No quiero ser el siguiente en esa interminable fila que ya llevas.
Draco abrió la boca para responder, pero su desconcierto solo logró que su sonrisa se hiciera más grande.
—Pero...
—Adiós, Malfoy —lo cortó Harry, dándose la vuelta con un giro dramático.
Esta vez, no tuvo tanta suerte. Un seco crack indicó que la rama había ganado de nuevo.
—¡Por Dios! —gruñó Harry, sobándose la frente mientras pasaba al lado del árbol, sin mirar atrás.
Draco se quedó de pie, con una mueca entre diversión y resignación, sosteniendo los lápices que aún no había devuelto.
—Definitivamente necesita un cambio de lentes —murmuró, antes de dejar escapar una pequeña carcajada.
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La biblioteca estaba tranquila, con el suave zumbido de páginas pasando y murmullos bajos entre los estudiantes que intentaban, sin mucho éxito, concentrarse en sus tareas. Harry, Hermione, y Ron estaban reunidos en una mesa cerca de la ventana. Hermione repasaba sus notas mientras Ron garabateaba sin propósito en su cuaderno y Harry miraba distraído un viejo libro de historia, aunque su atención estaba en cualquier cosa menos en la lectura.
—Ah, sí... también me invitaron —soltó Hermione, rompiendo el silencio mientras ajustaba sus gafas—. Mis amigos están muy emocionados por ir. La fiesta antes de las vacaciones de invierno, qué ridiculez. Solo los populares hacen eso, créeme, odio esas cosas. —Bramó con una mezcla de exasperación y superioridad moral.
—Yo iré —intervino Ron con indiferencia, encogiéndose de hombros—. No me invitaron directamente, pero a Ginny sí, y mamá dice que tengo que cuidarla. Igual me haría bien salir. Sería genial que fueras tú también, Harry.
—No creo... —murmuró Harry, negando con la cabeza mientras jugueteaba con el borde de su libro.
De repente, unos pasos apresurados rompieron la calma. Cedric apareció en el pasillo, luciendo radiante incluso con su cabello algo alborotado. Su rostro se iluminó al ver a Harry.
—¡Oye, Harry! —saludó, deteniéndose justo frente a la mesa. Hermione y Ron alzaron la vista, curiosos por la interrupción—. Te estaba buscando. Oye, quería ver si de casualidad querías ir conmigo a la fiesta de Zabini mañana.
El corazón de Harry se detuvo por un segundo. Cedric lo estaba invitando... ¿a la fiesta?
—Mis amigos quieren salir a tomar, pero prefiero ir a la fiesta —continuó Cedric con naturalidad, con una sonrisa despreocupada—. Además, mañana tengo mi competencia de natación, así que después de eso podemos ir. ¿Qué dices?
Hermione y Ron intercambiaron miradas cómplices, sus sonrisas delatando que sabían perfectamente lo que esto significaba para Harry. Mientras tanto, Harry lo miraba como si estuviera ante un fenómeno celestial.
—Claro... iré —logró responder Harry, con una sonrisa nerviosa pero genuina.
—Genial. Nos vemos en la fiesta, entonces —dijo Cedric, dándole una palmada amistosa en el hombro antes de marcharse con su típica gracia natural.
El silencio volvió por unos segundos, roto solo por el sonido de Hermione ahogando un grito emocionado.
—¡No puedo creerlo! —susurró, casi saltando en su asiento—. ¡Tu crush te invitó a la fiesta! Harry, esto es enorme. Nada de tomar, ¿entendido? ¿Quieres que vaya por ti después?
—¿Y qué hay de mí? —protestó Ron, cruzándose de brazos con indignación teatral.
—Ron, ya te prestan el carro y sabes manejar —le recordó Hermione con un tono práctico—. Yo puedo pedirles a mis padres que vayamos por Harry si es necesario. —Se volvió hacia su amigo, sus ojos brillando de emoción—. Tus papás aún no regresan de su viaje, ¿verdad?
Harry soltó un suspiro, con una sonrisa resignada.
—No... deben estar fingiendo ser una familia con algún otro niño. Detectives encubiertos, ya sabes.
—Eso es rarísimo, pero no me sorprende —murmuró Ron, aunque su atención ya volvía a su cuaderno.
—Ahora, lo importante —intervino Hermione, retomando su tono organizador—. ¿Cómo piensas vestirte?
—No tengo idea —admitió Harry, rascándose la nuca—. Tal vez busque algo en Pinterest. Aunque, siendo realista, probablemente termine yendo con una sudadera y ya.
Hermione lo fulminó con la mirada.
—¡Por favor, no! Esto no es cualquier fiesta, Harry. Es una fiesta de Blaise Zabini, y Cedric Diggory te invitó. Necesitas impresionar.
Ron resopló, divertido.
—Sí, Harry. No querrás que te confundan con el tipo que reparte las pizzas.
Harry rodó los ojos, recogiendo sus cosas mientras se ponía de pie.
—Gracias por la confianza, Ron. De verdad.
—Sonrió de lado, mirando a sus amigos—. Nos vemos luego, intentaré no avergonzarlos demasiado.
Hermione sacudió la cabeza mientras Harry se alejaba.
—Necesitamos un plan de emergencia. Esto es más serio de lo que pensaba.
Ron arqueó una ceja.
—¿Más serio que tus exámenes de final de semestre?
—Mucho más serio, Ron. Cedric Diggory lo invitó a una fiesta. Esto es prácticamente un evento histórico.
—Oh, claro. Un asunto de Estado. —Ron rió, pero incluso él no pudo evitar una sonrisa ante el extraño giro de los acontecimientos.
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La piscina era un caos controlado de gritos, aplausos y silbidos mientras Cedric Diggory emergía del agua tras ganar la competencia de natación. Su equipo lo rodeaba con entusiasmo, secándolo con toallas y palmadas en la espalda. Desde las gradas, Harry no podía dejar de sonreír mientras aplaudía, aunque una parte de él se sentía como si estuviera viendo a un ser celestial emerger del agua.
Esto no puede ser real, pensó mientras intentaba no fijarse demasiado en los músculos perfectamente definidos de Cedric bajo la luz del atardecer. Su rostro se calentó, y prefirió centrar su atención en el aplauso colectivo.
Cedric salió del área de la piscina seguido de Zacharias Smith, quien se movía con la típica actitud confiada de alguien que siempre tenía algo que decir.
—Bien, nos vemos en la fiesta más tarde —dijo Smith, despidiéndose con una sonrisa amplia mientras caminaba junto a Cedric hacia donde estaba Harry.
—Zacharias tampoco quiso ir a tomar con los demás, así que nos acompañará a la fiesta —dijo Cedric mientras llegaba frente a Harry, su sonrisa tan cálida como siempre.
La emoción en el rostro de Harry se desvaneció un poco al escuchar la noticia. Genial, pensó con ironía. El plan perfecto arruinado por un tercero.
Smith lo notó, y no perdió la oportunidad de hablar.
—Espero que no te moleste, Potter. Pero no quiero que mi amigo termine conquistándote de repente. —Soltó una risita antes de añadir, como si fuera algo casual—. Bueno, pero no eres gay, ¿o sí?
El comentario cayó como una piedra en el aire, haciendo que Harry desviara la mirada rápidamente, mordiéndose el interior de la mejilla. Cedric, percibiendo la incomodidad, le dio un ligero golpe en el brazo a Smith, entre divertido y exasperado.
—Vamos, Harry es mi amigo. No digas tonterías —respondió Cedric, su tono relajado pero firme.
—Bueno, yo no sé sus gustos —continuó Smith con una sonrisa burlona mientras señalaba a Harry—. Pero, Potter, te haré el favor de no enamorarte de él. Mi amigo no creo que sea de los que les gusta... recibir. ¿O quieres ser tú el que recibe?
Cedric rio, aunque más por evitar la tensión que por verdadera diversión, y levantó una mano para calmar a su amigo.
—Ya basta, Zacharias.
Harry, sintiendo un nudo en el estómago, apretó los labios mientras se acomodaba la sudadera. Prefería no responder, temiendo que cualquier palabra lo delatara.
El trío comenzó a caminar hacia la salida, con Smith monopolizando la conversación con Cedric mientras dejaba a Harry prácticamente ignorado detrás de ellos. Cedric, aunque claramente tratando de ser amable con ambos, no notó cómo Harry mantenía la vista fija en el suelo mientras ajustaba los puños de su sudadera una y otra vez.
Cuando llegaron a la entrada de la Mansión Zabini, una obra maestra de arquitectura moderna rodeada de jardines inmaculados, Harry sintió que una roca se asentaba en su estómago. La fachada iluminada, las risas provenientes del interior, y el aire lleno de un leve aroma a jazmín lo hicieron sentir como si estuviera entrando en territorio desconocido.
Smith giró, finalmente dirigiéndose a Harry con una sonrisa pícara.
—Espero que tengas algo mejor que esa sudadera debajo, Potter. No queremos que parezcas el jardinero.
Harry tragó saliva, forzando una sonrisa que no alcanzaba a llegar a sus ojos. Antes de que pudiera responder, Cedric le dio una palmada amistosa en el hombro, inclinándose ligeramente hacia él.
—Ignóralo. Te ves bien, Harry. —El tono de Cedric era genuino, y la sonrisa que lo acompañaba logró relajar un poco a Harry.
—Gracias —murmuró Harry, aunque aún sentía que el suelo bajo sus pies no era del todo estable.
Mientras entraban al vestíbulo principal, lleno de luces, música y el murmullo de conversaciones animadas, Harry respiró hondo. Cedric iba al frente, con Smith a su lado, pero justo antes de que se perdieran entre la multitud, Cedric giró para esperar a Harry.
—¿Estás bien? —preguntó, inclinando ligeramente la cabeza con una expresión que denotaba algo de preocupación.
Harry asintió rápidamente, aunque sabía que su rostro podía delatar su incomodidad.
—Sí, estoy bien.
Cedric le dedicó otra sonrisa tranquilizadora antes de avanzar. Mientras tanto, Harry trataba de convencerse de que todo iba a salir bien, aunque una vocecita en su cabeza le recordaba que esa noche podría ser mucho más complicada de lo que había imaginado.
𝐄𝐋 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐃𝐎𝐑 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐍𝐒𝐈Ó𝐍 𝐙𝐀𝐁𝐈𝐍𝐈, 𝐂𝐎𝐍 𝐒𝐔 𝐈𝐌𝐏𝐎𝐍𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐋Á𝐌𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐀𝐑𝐀Ñ𝐀 𝐘 𝐌𝐔𝐄𝐁𝐋𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐃𝐈𝐒𝐄Ñ𝐎 𝐈𝐌𝐏𝐄𝐂𝐀𝐁𝐋𝐄, 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐋𝐋𝐄𝐍𝐎 𝐃𝐄 𝐌𝐔𝐑𝐌𝐔𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐘 𝐑𝐈𝐒𝐀𝐒 𝐄𝐋𝐄𝐆𝐀𝐍𝐓𝐄𝐒, 𝐏𝐄𝐑𝐎 𝐔𝐍𝐀 𝐕𝐎𝐙 𝐒𝐎𝐁𝐑𝐄𝐒𝐀𝐋Í𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐄𝐍𝐂𝐈𝐌𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐌Á𝐒.
—Es que si me hubieras dicho que debía venir de un color en específico, debiste haber hablado. No soy adivina, Zabini —bramó Pansy, cruzándose de brazos y lanzando una mirada asesina a Blaise.
Blaise, sentado con la postura relajada de alguien que estaba acostumbrado a estos dramas, rodó los ojos.
—Oye, era obvio. ¿No viste el color de la invitación? Incluso Draco vino de ese color.
Draco, quien estaba inclinado ligeramente hacia atrás en su silla con una copa de vino tinto en la mano, levantó la vista al escuchar su nombre.
—¿Qué? —preguntó, fingiendo desinterés mientras giraba el vino en su copa con la elegancia de alguien acostumbrado a ser el centro de atención.
Astoria, cómodamente instalada en un sillón cercano con un libro grueso en las manos, intervino sin apartar la mirada de las páginas.
—Es patético que estén discutiendo por algo tan trivial como el color de la ropa.
Su hermana mayor, Daphne, alzó una ceja y lanzó una mirada mordaz hacia Astoria.
—Tori, el día que dejes de leer libros y no estés en un mundo de fantasía, entonces podrás hablar de cosas reales.
Draco dejó escapar una ligera risa nasal, su sonrisa ladeada fija en Daphne.
—¿Sigues molesta porque te dejé plantada?
Daphne frunció el ceño.
—Creí que habías aceptado nuestra relación.
—Lo hice, hasta que revisé nuestro árbol genealógico y descubrí que somos primos.
—¡Primos lejanos! —exclamó Daphne, su voz teñida de frustración.
Draco levantó su copa, como si brindara por su argumento.
—Sigue siendo familia.
Daphne soltó un bufido, se levantó del sofá con la dignidad de una reina desairada, y se marchó con un movimiento dramático de su cabello. Blaise y Pansy intercambiaron miradas cómplices antes de girarse hacia Draco.
—¿Vas a acostarte con alguna chica esta noche? —preguntó Blaise con curiosidad.
Draco suspiró, tomando un sorbo de su vino.
—Depende de qué tan linda sea.
—Pensé que ibas a "conquistar" a Potter esta noche —intervino Astoria desde su sillón, con un tono despreocupado mientras pasaba la página de su libro.
Draco le dirigió una mirada cansada.
—Es una apuesta, Tori. Lo único que tengo que hacer es ponerlo bonito y enviarlo de regalo con su crush. Ser una especie de cupido, en pocas palabras. No me interesa lo que pase después.
Astoria cerró su libro de golpe y se puso de pie, mirándolo con desaprobación.
—Jugar con una persona no es lindo, Draco. Pensé que tu intención era buena, pero ahora veo que es una auténtica mierda.
Sin esperar una respuesta, pasó entre ellos con elegancia, su cabello moviéndose como si tuviera vida propia, y salió del comedor.
—¿En serio dijo que es una "mierda"? —preguntó Pansy, parpadeando incrédula mientras se acomodaba en su silla.
—¿Aún quieres seguir con la apuesta? —preguntó Blaise, su tono más curioso que juzgador.
Draco miró su copa, jugueteando con ella antes de sonreír con confianza.
—Yo nunca me rindo. Ganaré esa apuesta.
Pansy estaba a punto de responder cuando su mirada se desvió hacia la entrada del comedor.
—Mira quién acaba de llegar.
Draco giró la cabeza, intrigado, y su expresión de calma se quebró apenas por un segundo al ver a Harry entrar junto a Cedric y Zacharias Smith.
Harry lucía incómodo pero decididamente fuera de lugar en el fastuoso entorno de la Mansión Zabini. Sus ojos estaban pegados al techo alto, las columnas de mármol y los candelabros brillantes, mientras seguía a Cedric como si fuera su única guía en un territorio desconocido.
—Parece un cachorro perdido —murmuró Blaise con una sonrisa burlona.
—Un cachorro que tú tienes que arreglar y mandar como regalo —añadió Pansy con una risa divertida.
Draco sonrió ligeramente, alzando su copa.
—Ya veremos.
Mientras tanto, Harry se acomodaba la sudadera, tratando de no tropezar con el mármol resbaladizo, sin notar los ojos del rubio puestos en él. Esto va a ser interesante, pensó Draco.
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—¡Hola, Harry! —saludó Ginny, apareciendo a su lado con una sonrisa brillante.
—Hola, Gin —respondió Harry con una sonrisa tímida, ajustándose el capuchón de su sudadera—. ¿Dónde está Ron?
—Oh, en la mesa de comida —dijo Ginny, señalando con la cabeza hacia una mesa cargada de aperitivos.
Harry siguió la dirección que Ginny indicaba y, por supuesto, allí estaba Ron. Parecía que su misión personal era meter la mayor cantidad de emparedados, galletas y pequeños canapés en los bolsillos de sus pantalones mientras nadie miraba.
—Me sorprende que hayas venido —comentó Ginny, cruzándose de brazos con una sonrisa traviesa—. Pero estoy muy feliz de que lo hicieras. Oh, allá está Luna, nos vemos luego.
—Claro, Gin —respondió Harry, devolviéndole la sonrisa antes de que la chica desapareciera entre la multitud.
En ese momento, Cedric se acercó a Harry con la misma energía serena que siempre lo caracterizaba.
—Oye, Harry, ¿quieres algo de beber? Voy por ello sin problema —ofreció con una sonrisa.
—Claro, gracias. Lo que sea estará bien —respondió Harry, sintiendo un leve sonrojo subirle a las mejillas.
Cedric asintió y se dirigió hacia la mesa de bebidas. Harry respiró hondo, abrazándose a sí mismo mientras sus ojos vagaban por el jardín. Era un espacio enorme, decorado con guirnaldas de luces que colgaban entre los árboles, con la piscina reflejando la escena como un espejo. Mientras caminaba en dirección a Ron, sentía que todos los ojos estaban sobre él.
Entre la multitud, Draco observaba a Harry con atención. Había algo fascinante en la manera en que el chico parecía un pez fuera del agua, pero al mismo tiempo se mantenía de pie, intentando adaptarse. Draco bebió un sorbo de su copa, evaluando en silencio.
Harry, por su parte, se distrajo mirando los árboles al fondo del jardín, perdido en sus pensamientos. Fue entonces cuando una voz lo llamó abruptamente.
—¡Oye, Potter! —gritó Smith desde el otro lado de la piscina—. ¡Piensa rápido!
Antes de que pudiera reaccionar, Harry giró la cabeza justo a tiempo para que el balón de rugby que Smith había lanzado lo golpeara directamente en la cara. El impacto lo desequilibró, tambaleándose torpemente hasta que su pie resbaló en el borde de
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