𝐋𝐀 𝐁𝐈𝐁𝐋𝐈𝐎𝐓𝐄𝐂𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐀𝐍𝐒𝐈Ó𝐍 𝐌𝐀𝐋𝐅𝐎𝐘 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐁𝐀Ñ𝐀𝐃𝐀 𝐄𝐍 𝐔𝐍𝐀 𝐋𝐔𝐙 𝐒𝐔𝐀𝐕𝐄 𝐘 𝐂Á𝐋𝐈𝐃𝐀 𝐐𝐔𝐄 𝐄𝐌𝐀𝐍𝐀𝐁𝐀 𝐃𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐋Á𝐌𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐃𝐄 𝐏𝐈𝐄 𝐉𝐔𝐍𝐓𝐎 𝐀 𝐔𝐍 𝐒𝐈𝐋𝐋Ó𝐍 𝐃𝐄 𝐂𝐔𝐄𝐑𝐎 𝐎𝐒𝐂𝐔𝐑𝐎. Astoria estaba cómodamente instalada allí, con las piernas cruzadas y un grueso libro en las manos, pasando las páginas con la precisión de alguien acostumbrado a la lectura profunda. Draco, sin embargo, paseaba de un lado a otro, lanzando miradas furtivas hacia su prima como si esperara una sentencia.
—No sé por qué estás tan molesta —empezó Draco, rompiendo el silencio—. ¡Es un completo idiota! Ya iban dos veces que lo atropellan. ¡Dos!
Astoria no levantó la vista de su libro, pero su ceja izquierda se alzó como una clara advertencia.
—Llamarlo idiota no es exactamente una estrategia brillante si planeas ganarte su confianza, Draco —respondió con voz calmada, sin siquiera detener su lectura.
Draco se detuvo, apoyando una mano en el respaldo de una silla.
—No necesito ganarme su confianza, Astoria. Solo necesito convertirlo en alguien decente antes de que termine el año. Y si no puede cruzar una calle sin ponerse en peligro, entonces sí, es un idiota.
Astoria cerró su libro con un leve snap y lo dejó en su regazo, mirándolo con esa expresión que Draco odiaba: superioridad y paciencia infinita.
—Draco, ¿cuántas veces tengo que decirte que insultar a alguien no es la manera de conseguir resultados? Si quieres que Harry Potter te preste atención, tendrás que ser amable, comprensivo...
Draco bufó, dejando caer los brazos con exasperación.
—¿Amable? ¿Comprensivo? ¿Con Potter? ¿Has hablado con él? Se las arregla para ser la persona más frustrante que he conocido, y eso que he tratado con Pansy.
Astoria entrecerró los ojos, claramente poco impresionada por la comparación.
—Eso no es excusa. ¿No te das cuenta de que tienes una ventaja? Eres encantador cuando te lo propones. Usa esa habilidad. —Hizo una pausa, dejando que la mirada severa hiciera su efecto—. O podrías admitir que no tienes lo necesario para ganar esta apuesta.
Draco se enderezó de golpe, herido en su orgullo.
—¡Claro que tengo lo necesario!
—Entonces demuéstralo. Deja de actuar como un niño mimado que no sabe manejar un reto —le espetó Astoria mientras se levantaba con una elegancia que contrastaba con la dureza de sus palabras. Se acercó a él y le dio un golpecito en el pecho con un dedo—. Sé amable. Aprende qué le interesa. Encuentra la manera de que confíe en ti sin insultarlo cada vez que abre la boca.
Draco abrió la boca para replicar, pero un suave carraspeo desde la puerta lo interrumpió. Ambos giraron la cabeza y vieron a Narcissa parada allí, impecable como siempre, con las manos cruzadas frente a ella.
—¿Interrumpo algo? —preguntó Narcissa, aunque su tono sugería que no estaba particularmente interesada en la respuesta.
—Draco estaba aprendiendo modales —respondió Astoria, recogiendo su libro del sillón sin siquiera mirar a su tía.
—Perfecto. Entonces puedes practicar en la mesa —dijo Narcissa con un aire de autoridad—. La cena está servida.
Draco lanzó una mirada de frustración hacia Astoria, pero ella ya había regresado a su libro mientras caminaba hacia el comedor, tranquila como si nada hubiera pasado.
—Modales, Draco —murmuró ella antes de salir de la habitación.
Draco se quedó atrás por un momento, ajustándose las mangas de su camisa mientras intentaba recuperar la compostura.
—Amable... comprensivo... fácil de decir para alguien que no tiene que lidiar con Potter —masculló antes de seguir a su prima.
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La mañana había empezado mal, y Harry Potter lo sabía. Caminaba con la mochila colgando de un hombro, tambaleándose un poco mientras pateaba una piedra en el camino hacia Hogwarts. Había pasado gran parte del desayuno limpiando un desastre de cereal que él mismo había provocado. Aunque su sirviente lo había ayudado a recogerlo, Harry sentía la mirada resignada de los empleados. Si había algo seguro en la Mansión Potter, era que Harry encontraba maneras creativas de ser un pequeño caos viviente.
Al escuchar el claxon de un auto, Harry levantó la cabeza, entrecerrando los ojos ante el brillo de un elegante coche negro que había detenido su marcha junto a él. Desde la ventana trasera, Malfoy lo miraba con una sonrisa de suficiencia, acomodado como si el asiento de cuero fuera un trono.
—¿Siempre vas a la escuela caminando? —preguntó Draco con tono condescendiente.
Harry suspiró y rodó los ojos, continuando su marcha sin detenerse.
—Claro que no. Usualmente me voy volando en mi escoba mágica, pero hoy estaba en reparación —respondió con sarcasmo.
Draco, lejos de ofenderse, amplió su sonrisa.
—Vamos, sube. Te llevo a la escuela —ofreció con aparente generosidad.
—No, gracias —respondió Harry, forzando una sonrisa educada mientras aceleraba el paso.
Draco inclinó la cabeza, divertido.
—Oh, vamos... no muerdo. Bueno, no a menos que me lo pidas.
Harry lo miró de reojo y arqueó una ceja.
—Si me muerdes, te vas a arrepentir. Mi madre me hace bañarme con jabón de lavanda porque, según ella, da buena suerte, pero a mí parece que me funciona al revés. Así que, si tienes hambre, mejor busca un sándwich.
Draco soltó una carcajada.
—Eres único, Potter. No dejo de sorprenderme contigo.
—Lo sé. Ahora vete. La escuela está cerca, no necesito que me lleven.
—Demuestra lo poderoso que soy —dijo Draco con un gesto exagerado, señalando el coche—. Además, es cómodo.
Harry lo miró con escepticismo.
—¿Poderoso? Solo demuestra que eres perezoso. La escuela está a dos cuadras. ¿Qué te cuesta caminar?
—Sería un desperdicio de mi tiempo y mis zapatos caros. Además, a veces me gusta caminar de regreso, para mostrar mi lado humilde —replicó Draco con fingida modestia.
Harry rodó los ojos nuevamente, apretando el paso mientras el coche continuaba siguiéndolo.
—En serio, Potter. No te cuesta nada subir. Quiero ser amable contigo —insistió Draco con una sonrisa que mezclaba burla y algo de sinceridad.
Harry se detuvo en seco, lo miró con una mezcla de incredulidad y suspicacia, y luego continuó andando.
—Oh, claro. Ahora eres el niño bueno, ayudando al mundo.
—Siempre he sido bueno, solo que no todos lo aprecian. Ser popular significa saber seleccionar a quién dar tu atención —replicó Draco, mirando a Harry con intensidad.
Harry levantó una ceja, desconcertado por el comentario, pero no dijo nada. Su mente estaba demasiado ocupada intentando decidir si Draco estaba siendo honesto o si simplemente lo estaba molestando. Fue su distracción lo que lo condenó. Al girar la esquina, Harry no vio el poste metálico frente a él y chocó de lleno, golpeándose la frente y cayendo de espaldas con un gruñido de dolor.
Draco hizo una mueca, llevándose una mano al pecho como si el golpe lo hubiera sentido él mismo.
—Bueno... —comentó Draco, bajándose del auto y acercándose con lentitud—. Creo que la calle tampoco evita que pases vergüenzas, ¿eh?
Harry, con una mano sobre su frente adolorida, lo miró con resentimiento.
—Estoy bien. No necesito tu ayuda —gruñó mientras intentaba ponerse de pie.
Draco se inclinó, ofreciéndole una mano con una sonrisa medio burlona, medio genuina.
—Sube al coche, Potter. Al menos déjame ayudarte con ese moretón antes de que llegues a clases pareciendo un mapache torpe.
Harry miró el coche, luego a Draco, y finalmente a los niños que pasaban delante de ellos, riéndose entre murmullos. Suspiró profundamente, resignado.
—Bien. Pero que quede claro: no estoy aceptando porque me caigas bien, sino porque no quiero rodar colina abajo si tropiezo de nuevo.
Draco sonrió triunfante, abriendo la puerta trasera con un ademán teatral.
—Es un placer hacer negocios contigo, Potter. Ahora sube antes de que te golpees con otra cosa.
Harry entró al auto con una mueca de fastidio, mientras Draco lo seguía con una sonrisa que prometía más comentarios mordaces por el camino.
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El auto avanzaba con suavidad por las calles, pasando frente a escaparates elegantes y cafeterías concurridas, mientras Harry miraba distraído por la ventana. Las tiendas parecían desbordar lujo y elegancia, una representación perfecta del mundo de Draco Malfoy. Harry no podía evitar preguntarse cómo había terminado compartiendo un espacio tan pequeño con alguien como él.
—¿Siempre vas tan callado o es parte de tu rutina matutina? —preguntó Draco, rompiendo el silencio mientras tamborileaba los dedos contra el reposabrazos.
Harry no respondió de inmediato. Seguía absorto en la visión de una tienda con maniquíes perfectamente vestidos, hasta que el coche giró y el reflejo desapareció.
—Solo estoy pensando que todo esto es... innecesario. Podrías caminar como cualquier persona normal —murmuró Harry sin mirarlo.
Draco sonrió de lado, girándose hacia el chófer.
—Harold, pon mi canción favorita, ¿quieres? —dijo con tono despreocupado.
El chófer, acostumbrado a las extravagancias de Draco, asintió sin cuestionar. Un momento después, los altavoces del coche comenzaron a vibrar con los alegres compases de Me Too de Meghan Trainor.
Harry giró la cabeza hacia Draco con incredulidad.
—¿En serio? ¿Esta canción?
Draco, lejos de avergonzarse, alzó la barbilla con orgullo y comenzó a mover la cabeza al ritmo.
—Por supuesto. Esta canción encapsula todo lo que soy, Potter. Si escuchas cosas que te hacen sentir poderoso, te conviertes en alguien poderoso.
Harry lo miró de reojo, su expresión una mezcla de horror y desconcierto.
—¿Y qué tiene que ver eso con "Si yo fuera tú, también querría ser yo"? —preguntó, repitiendo una de las líneas.
Draco sonrió aún más, inclinándose hacia Harry como si estuviera a punto de revelar un gran secreto.
—Porque, Potter, si quieres destacar, necesitas un soundtrack que te haga brillar. Mira esto.
Sin previo aviso, Draco comenzó a cantar una línea con toda la confianza del mundo, enfatizando cada palabra mientras señalaba su propio reflejo en el vidrio.
—"I walk in like a dime piece, I go straight to V.I.P., I never pay for my drinks." —entonó con un dramatismo que hizo que Harry quisiera abrir la puerta y saltar del coche en movimiento.
Harry lo observó con los ojos abiertos como platos.
—¿Es en serio?
—Muy en serio. Por eso soy Draco Malfoy. ¿Qué esperabas? —replicó con una sonrisa triunfal, cruzándose de brazos como si acabara de ganar un premio.
El coche se detuvo finalmente frente a los altos portones de Hogwarts. Harry no esperó ni un segundo; abrió la puerta y salió disparado como si su vida dependiera de ello.
—¡Potter, espera! —gritó Draco desde el coche, fingiendo que iba tras él, aunque claramente no hacía ningún esfuerzo real por alcanzarlo.
Harry apenas se detuvo para volverse, lanzándole una mirada de puro pánico antes de apresurarse hacia la entrada.
Draco bajó del coche tranquilamente, ajustándose la chaqueta mientras esbozaba una sonrisa burlona.
—Demasiado fácil —murmuró para sí mismo, caminando hacia donde lo esperaban Pansy y Blaise.
—¿Y bien? —preguntó Blaise, cruzándose de brazos.
—Nada que un poco de glamour musical no pueda arreglar —respondió Draco con un aire satisfecho, aunque no ofreció más detalles.
Sin decir más, los tres se encaminaron hacia el edificio, mientras Draco ocultaba su diversión tras una expresión impasible. La primera parte de su plan ya estaba en marcha.
𝐄𝐋 𝐋𝐀𝐁𝐎𝐑𝐀𝐓𝐎𝐑𝐈𝐎 𝐃𝐄 𝐐𝐔Í𝐌𝐈𝐂𝐀 𝐄𝐑𝐀 𝐔𝐍 𝐂𝐀𝐌𝐏𝐎 𝐃𝐄 𝐁𝐀𝐓𝐀𝐋𝐋𝐀. Los restos del último experimento estaban esparcidos por todas partes: humo verde salía en espirales del caldero sobrecalentado, las mesas estaban salpicadas de un líquido que chisporroteaba y olía a azufre, y los estudiantes salían del aula como si hubieran sobrevivido a un huracán. Harry Potter estaba entre ellos, su bata blanca ahora teñida de un alarmante verde ácido, con manchas que adornaban también su cara.
Suspiró mientras intentaba limpiar las marcas con la manga de su bata, pero lo único que logró fue extender la mancha aún más. A lo lejos, la imponente figura de Snape salía del aula con un citatorio en la mano y una mirada que claramente decía: Otra vez tú.
Harry rodó los ojos. Esto ya no era un accidente ocasional; era prácticamente una tradición.
—Harry.
La voz familiar lo hizo detenerse. Se giró y vio a Cedric Diggory caminando hacia él con el ceño fruncido, su preocupación reflejada en cada movimiento.
—¿Estás bien? —preguntó Cedric, evaluando a Harry como si acabara de salir de una guerra.
Harry trató de poner su mejor sonrisa, aunque el color verde neón de su cara probablemente arruinaba el efecto.
—Claro, solo una pequeña explosión, ya sabes... lo normal.
Cedric negó con la cabeza, pero sus labios se curvaron en una sonrisa tierna. Sacó un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y, sin previo aviso, comenzó a limpiar con delicadeza las manchas del rostro de Harry.
Harry se quedó congelado, sus ojos muy abiertos mientras el corazón le latía como un tambor en un desfile. ¿Desde cuándo alguien le limpiaba el rostro con tanta suavidad?
—Debes tener más cuidado, Potter. —Cedric terminó de limpiar la última mancha y guardó el pañuelo con un gesto tranquilo—. Mira, hoy no tengo clase de natación, así que si necesitas ayuda con química, puedo enseñarte un poco más tarde.
Harry, aún aturdido, murmuró:
—Oh... gracias, pero... le prometí a Hermione estudiar con ella esta tarde.
Cedric asintió comprensivamente, su sonrisa todavía intacta.
—Está bien, Harry. Me alegro de que tengas buenos amigos que te apoyen.
Y con eso, Cedric se alejó, dejando a Harry parado en medio del pasillo, más rojo que nunca, mientras trataba de controlar su respiración acelerada.
No muy lejos, Draco Malfoy observaba la escena desde detrás de una pared, con Blaise Zabini y Pansy Parkinson flanqueándolo.
—Bueno, ahí está tu misión, Malfoy. —Blaise señaló con la cabeza hacia Cedric—. Tienes que hacer que Potter conquiste a Diggory.
Draco puso una mueca como si acabara de oler algo desagradable.
—¿Cedric? ¿En serio? ¿No había otra opción?
—Oh, vamos, Draco. Es parte de la apuesta —intervino Pansy con una sonrisa socarrona—. Mejora su aspecto, haz que tenga confianza, y que vaya al baile con el chico que le gusta. ¿O prefieres ir preparando las manos para lavar ropa?
Draco hizo una mueca de desagrado y alzó las manos en rendición.
—¡Jamás! Bien... haré que esos dos terminen juntos.
Justo entonces, una chica de cabello castaño ondulado pasó junto al trío y saludó a Draco con una sonrisa radiante.
—¡Hola, Draco! Hace mucho que no me llamas. Dijiste que íbamos a salir, pero de repente dejaste de contestar mis mensajes.
Draco pestañeó, claramente intentando recordar el nombre de la chica.
—Ah, claro... Renata, ¿no?
Blaise murmuró por lo bajo:
—Gabriela.
Draco sonrió ampliamente, fingiendo no haber escuchado el comentario.
—Gabriela, sí, eso quise decir. Perdona, he estado ocupado, pero no te preocupes. Saldremos la próxima semana.
La chica sonrió emocionada y se alejó, dejando a Draco con su habitual aire de suficiencia.
Pansy lo miró con una ceja levantada.
—¿No habías prometido dejar de jugar con las chicas?
Draco se encogió de hombros, completamente despreocupado.
—Oye, siempre es bueno tener opciones. Nunca sabes cuándo necesitarás un favor.
—Hombres... —gruñó Pansy, dándose la vuelta con indignación.
Mientras tanto, Blaise y Draco chocaron las manos con una sonrisa cómplice antes de volver a centrar su atención en Harry, que todavía parecía estar flotando por su breve interacción con Cedric.
—Curioso —murmuró Draco, mientras una sonrisa traviesa comenzaba a formarse en su rostro.
GRACIAS POR LEER!!
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