19 // ʟᴀ ᴠÉʀɪᴛÉ ꜱᴜʀ ꜱᴇꜱ ᴀᴄᴛᴇꜱ

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𝐍𝐄𝐕𝐈𝐋𝐋𝐄 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐎 𝐅𝐑𝐄𝐍𝐓𝐄 𝐀 𝐃𝐑𝐀𝐂𝐎, 𝐈𝐍𝐐𝐔𝐈𝐄𝐓𝐎, 𝐒𝐔 𝐏𝐄𝐒𝐎 𝐀𝐋𝐓𝐄𝐑𝐍𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐃𝐄 𝐔𝐍 𝐏𝐈𝐄 𝐀𝐋 𝐎𝐓𝐑𝐎, 𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐄𝐒𝐓𝐄 𝐋𝐎 𝐎𝐁𝐒𝐄𝐑𝐕𝐀𝐁𝐀 𝐂𝐎𝐍 𝐋𝐎𝐒 𝐁𝐑𝐀𝐙𝐎𝐒 𝐂𝐑𝐔𝐙𝐀𝐃𝐎𝐒, 𝐒𝐔 𝐂𝐄Ñ𝐎 𝐅𝐑𝐔𝐍𝐂𝐈𝐃𝐎 𝐘 𝐒𝐔 𝐏𝐎𝐒𝐓𝐔𝐑𝐀 𝐑Í𝐆𝐈𝐃𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐎 𝐔𝐍𝐀 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐓𝐔𝐀 𝐃𝐄 𝐌Á𝐑𝐌𝐎𝐋. Draco no era conocido por su paciencia, y el silencio prolongado de Neville lo estaba desgastando.

—¿Vas a hablar o voy a tener que sacártelo a la fuerza? —inquirió Draco con su tono habitual de superioridad, aunque su voz llevaba un matiz de impaciencia.

Neville suspiró, alzando la mirada para encontrarse con los ojos de Draco, casi como si estuviera enfrentándose a un juez.

—Está bien, pero no me interrumpas —comenzó, tragando saliva antes de continuar—. Todo esto pasó en tercer grado... ¿Recuerdas a Smith? Zacharias Smith.

El nombre provocó una mueca de disgusto en el rostro de Draco. Claro que lo recordaba, pero no estaba seguro de qué tenía que ver aquel idiota con la conversación.

—Él hizo una apuesta con sus amigos —siguió Neville, tamborileando nervioso los dedos contra su muslo—. Smith siempre se creyó irresistible, ¿sabes? Un ególatra de primera. Estaba tan convencido de su propio atractivo que decidió que podía conquistar a quien quisiera... incluso a un hombre.

Draco arqueó una ceja, su interés captado a pesar de sí mismo.

—¿Qué tiene eso que ver?

Neville levantó una mano, pidiendo paciencia.

—Te descartaron porque en ese entonces estabas saliendo con una chica. Probablemente nunca te enteraste de todo esto... pero el siguiente en la lista fue Harry.

Draco sintió cómo su rostro se tensaba al escuchar el nombre, aunque intentó mantener la compostura.

—Continúa —exigió, aunque su mandíbula estaba visiblemente apretada.

Neville respiró profundo y continuó, su voz más baja, como si temiera que alguien pudiera escucharlos.

—Harry nunca había salido con nadie hasta ese momento. Era... bueno, como una sombra en la escuela. No llamaba la atención, pero cuando alguien lo notaba, incluso un poco, él... él lo tomaba muy en serio.

Draco no dijo nada, pero sus labios se curvaron ligeramente hacia abajo, un gesto casi imperceptible.

—Smith empezó a fingir que estaba interesado en Harry, y Harry le creyó. Salieron un tiempo, y para Harry fue importante. Pero todo era una mentira.

Neville hizo una pausa, como si el recuerdo fuera demasiado pesado de verbalizar. Draco, en cambio, se inclinó ligeramente hacia adelante, sus nudillos blancos de tanto apretar los brazos de la silla.

—¿Y luego qué? —preguntó, su tono gélido.

Neville lo miró con pesar.

—En una fiesta en casa de Smith, con solo unos cuantos presentes, Smith decidió que ya era hora de "revelar la verdad". Frente a todos, le dijo a Harry que era un chiste, que jamás saldría con alguien como él. Dijo que si Harry realmente quería seguir saliendo con él... tendría que desnudarse frente a todos.

La rabia estalló en el rostro de Draco como un relámpago. Cerró los ojos un instante, intentando controlar la tormenta interna, pero era inútil.

—¿Qué hizo Harry?

—No tuvo a nadie que lo defendiera —murmuró Neville, bajando la mirada al suelo—. Lo enfrentó como pudo, pero quedó completamente expuesto. La noticia llegó al director y expulsaron a varios, pero Smith logró librarse prometiendo no decir nada.

El aire en el aula pareció congelarse. Draco se levantó de golpe, su silla rechinando contra el piso de piedra. Sus ojos grises estaban llenos de una furia contenida, sus labios apretados formando una línea tensa.

—Tengo que buscar a Harry —declaró, su voz baja pero firme, como un trueno contenido antes de la tormenta.

Neville dio un paso atrás, sorprendido por la intensidad de la reacción de Draco.

—Malfoy...

Pero Draco ya estaba cruzando el aula, sus pasos rápidos y decididos, su postura rígida como si llevara una armadura invisible. A medida que salía por la puerta, sus puños seguían cerrados con fuerza, y sus hombros tensos hablaban más alto que cualquier palabra.

Si alguien más volvía a hacerle daño a Harry Potter, iba a tener que enfrentarse a Draco Malfoy.

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Harry estaba de pie frente a Smith, su mirada encendida con un odio que apenas podía contener. Su cuerpo estaba rígido, los puños apretados a los costados, pero su mandíbula tensa revelaba que estaba conteniendo algo más grande: una mezcla de rabia y desprecio.

—¿Quieres otra humillación, Smith? —espetó Harry, sus palabras impregnadas de veneno.

Smith rio, un sonido áspero y burlón que resonó como un eco desagradable en el lugar. Cruzó los brazos con una actitud relajada, como si disfrutara de cada segundo de aquel intercambio.

—Eso no funciona conmigo, Potter —respondió, con una sonrisa que era más una mueca de desafío—. Quizás ahora eres mejor, pero no eres mejor que yo.

La frase hizo que Harry soltara una carcajada seca, claramente incrédulo.

—¿De verdad? —dijo, su sonrisa burlona estirándose mientras inclinaba la cabeza con sorna—. Smith, cualquier cosa que salga de tu boca es una mentira. ¿A quién crees que engañas?

De repente, Smith dejó de sonreír, y su rostro adoptó una seriedad inquietante. Enderezó la espalda y miró directamente a Harry, sus ojos destilando una satisfacción peligrosa.

—Eso es justamente lo que iba a decir, Potter. Porque no se trata de mí.

Harry parpadeó, visiblemente confundido. Dio un paso atrás, examinando a Smith de arriba a abajo como si intentara descifrar sus intenciones. Algunos estudiantes que habían estado pasando por el pasillo comenzaron a detenerse, atraídos por la escena. Murmullos bajos empezaron a circular.

Smith, al notar que había ganado la atención de la audiencia, pareció crecerse. Dio un paso al frente, invadiendo el espacio de Harry.

—Se trata de tu querido Draco Malfoy —declaró, alzando la voz lo suficiente como para que lo escucharan los curiosos que ahora se reunían alrededor.

Harry frunció el ceño, sus hombros se alzaron en un gesto defensivo, pero no dijo nada.

—¿Qué demonios estás diciendo ahora? —preguntó finalmente, aunque su tono carecía de la burla de antes.

Smith sonrió como si hubiera estado esperando esa reacción. Dio media vuelta, dirigiéndose a la creciente audiencia.

—¡Miren, todos! Quizás Potter ya superó lo que pasó en el pasado. —Levantó una mano como si estuviera ofreciendo una revelación divina—. Pero, ¿cómo se sentiría si supiera que su supuesto amigo también lo ha estado engañando?

Las palabras resonaron en el aire como un golpe. Un murmullo colectivo recorrió a los espectadores.

En ese momento, Hermione llegó acompañada por Pansy, que lucía notablemente incómoda, y Blaise, quien mantenía su típica expresión neutral. Ron apareció justo detrás de ellos, con los puños cerrados y los labios apretados, claramente listo para saltar al cuello de Smith si se atrevía a cruzar la línea.

Hermione fue la primera en moverse. Se colocó al lado de Harry, interponiéndose entre él y Smith con una postura desafiante.

—Déjalo en paz, Smith —le ordenó con firmeza, sus ojos ardían con amenaza.

Pero Smith no se detuvo. Al contrario, parecía encantado con la atención.

—Oh, qué conveniente —dijo, señalando a los recién llegados con un gesto teatral—. Ahora que están todos aquí, será más divertido.

Harry entrecerró los ojos, comenzando a intuir que algo mucho peor estaba por venir.

—¿Qué demonios estás planeando, Smith? —gruñó, con un paso decidido hacia él.

Smith lo ignoró, disfrutando del drama como si estuviera protagonizando una obra.

—Draco Malfoy —comenzó con voz solemne, saboreando el nombre como si fuera un veneno que estaba encantado de derramar—. Hizo una apuesta con Pansy Parkinson y Blaise Zabini.

Los ojos de todos giraron hacia Pansy y Blaise, quienes de repente parecían mucho más interesados en el suelo que en los demás.

—¿Qué tipo de apuesta? —dijo Hermione, con voz cortante.

Smith no dudó en responder.

—Apostaron a que podían transformar al desastre ambulante que era Harry Potter en alguien que finalmente pudiera conquistar a Cedric Diggory.

Un silencio absoluto cayó sobre el pasillo. Cedric, que hasta entonces había permanecido al margen, dio un paso al frente, su rostro lleno de desconcierto.

—¿De qué estás hablando? —preguntó, mirando a Harry y luego a Smith.

Smith sonrió de oreja a oreja, su satisfacción era palpable.

—Lo que escuchaste, Diggory. Todo esto ha sido un juego. Harry solo te estaba usando. Nada de esto es real.

Hermione, que siempre tenía algo que decir, se quedó en silencio. Sus ojos se clavaron en Pansy, su mandíbula apretada.

—¿Es verdad? —preguntó finalmente, su voz era baja pero cargada de amenaza.

Pansy no respondió. No podía. Su mirada estaba fija en el suelo, incapaz de sostener el peso de las acusaciones. Blaise tampoco dijo nada.

El sonido de pasos apresurados rompió el silencio denso como una tormenta en pleno apogeo. Draco apareció en el pasillo, jadeando, con el cabello rubio desordenado y las mejillas enrojecidas por la carrera. Su entrada atrajo todas las miradas, como si fuera un intruso en una escena que claramente no comprendía del todo.

Los murmullos cesaron de inmediato, dejando que el eco de su respiración pesada llenara el espacio. Pero lo que lo hizo detenerse en seco no fue la cantidad de rostros mirándolo, sino la figura de Harry, al fondo, de pie con la cabeza gacha. Sus hombros temblaban ligeramente.

Antes de que Draco pudiera moverse, el sonido de un golpe seco resonó. Ron, sin previo aviso, había girado sobre Blaise y le plantó un puñetazo directo en la mandíbula.

—¡Idiota! —gruñó Ron, mientras Blaise retrocedía tambaleándose, llevándose una mano al rostro.

Hermione, de pie al lado de Pansy, lanzaba una mirada que no necesitaba palabras. Era una mezcla de dolor, decepción y algo que se parecía peligrosamente al desprecio. Pansy, incómoda, alzó las manos, tratando de explicarse.

—¡No fue así! —intentó decir, sus palabras atropelladas y débiles—. No era... bueno, no era lo que parece.

Draco apenas procesaba las interacciones alrededor. Sus ojos estaban fijos en Harry, que finalmente levantó la mirada, y el impacto lo golpeó como un tren a toda velocidad. Los ojos de Harry estaban vidriosos, rojos, llenos de una tristeza tan profunda que le dolió más de lo que Draco habría admitido jamás.

Era como si algo en su pecho se desgarrara. Algo que dolía más que cualquier golpe, cualquier herida física.

—Harry... —murmuró Draco, casi sin aliento.

Harry lo miró directamente, y esa mirada estaba cargada de preguntas y rabia.

—¿Es cierto? —preguntó Harry, su voz temblorosa al principio, pero luego aumentó de volumen, cargada de un resentimiento que explotó en el aire como un rayo—. ¿Todo este tiempo? ¿Una apuesta? ¿¡UNA MALDITA APUESTA!?

El grito resonó en los pasillos, haciendo que incluso los alumnos que no estaban prestando atención se detuvieran y miraran.

Draco dio un paso adelante, sus labios se abrieron para decir algo, pero el grito de Hermione lo detuvo.

—¡Ni lo pienses! —Hermione lo señaló con el dedo, como si estuviera invocando todo su desprecio hacia él, Blaise y Pansy—. ¡Son unos desalmados! ¿Cómo pudieron hacerle esto?

Antes de que Draco pudiera decir algo, Hermione abrazó a Harry, protegiéndolo con su cuerpo, y lo guió fuera del pasillo.

—Vamos, Harry, no tienes que escuchar nada más.

Draco intentó moverse para seguirlos, pero Ron, con una expresión furiosa, dio un paso al frente, bloqueando su camino.

—Si te acercas a Harry otra vez, Malfoy, juro que te mato.

Draco se quedó congelado, sus labios ligeramente entreabiertos, pero no hubo palabras. Solo pudo observar cómo Hermione alejaba a Harry mientras su corazón se hundía más con cada paso.

Detrás de él, los murmullos comenzaron a elevarse.

—¿Malfoy? Bueno, no es sorprendente. Todos sabemos cómo es, pero... ¿engañar a Harry? Eso es bajo, incluso para él.

—Siempre ha sido un mujeriego, pero esto...

—Pobre Harry.

Cada comentario era como una flecha clavándose en su espalda. Draco no podía apartar los ojos del lugar donde Harry había desaparecido.

—¡Ya ves! —exclamó Smith, su sonrisa llena de burla y veneno—. No eres tan diferente a mí, Malfoy. Después de todo, los dos somos unos bastardos manipuladores.

Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Draco giró sobre sus talones, y antes de que alguien pudiera detenerlo, su puño impactó directamente en la cara de Smith, tirándolo al suelo.

Smith apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Draco cayera sobre él como una tormenta, golpeándolo una y otra vez.

—¡Cállate, maldito idiota! —gritó Draco mientras sus puños seguían conectando con la carne de Smith, quien intentaba en vano protegerse.

Smith logró darle un golpe en la cara, reventándole el labio, pero eso solo alimentó la furia de Draco.

—¡Basta! —gritó alguien, pero Draco no escuchaba. La rabia lo tenía cegado, y cada golpe era un intento desesperado por desquitarse de su propia culpa.

Finalmente, un par de profesores llegaron corriendo y tiraron de Draco, separándolo a la fuerza de Smith. Draco se debatió entre sus manos, lanzando maldiciones mientras Smith, tirado en el suelo con el rostro ensangrentado, jadeaba y sonreía débilmente.

—Malfoy, qué predecible... —logró decir, antes de toser sangre.

Draco dejó de resistirse, pero su mirada seguía llena de odio.

Mientras lo alejaban, el sabor metálico de la sangre en su boca y las miradas de los alumnos juzgándolo lo hacían sentir más miserable que nunca. Sin embargo, nada podía compararse con la imagen de Harry alejándose. Eso dolía más que cualquier golpe recibido o dado.

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El coche negro se detuvo en un semáforo, y Draco, con la cabeza apoyada en el frío cristal de la ventana, notó a dos figuras familiares en la distancia. Sirius Black estaba frente a su padre, gesticulando con tanta intensidad que incluso desde esa distancia, Draco podía sentir la furia en cada uno de sus movimientos.

El conductor murmuró algo sobre el tráfico, pero Draco levantó una mano, indicándole que se quedara en silencio. Quería escuchar.

—¡¿Qué clase de padre permite que su hijo sea un desgraciado manipulador?! —gritaba Sirius, con los ojos encendidos por una furia que parecía no tener límites—. ¡Tu hijo le rompió el corazón a mi ahijado! ¿Te das cuenta de eso?

Lucius, siempre imperturbable, se cruzó de brazos, su postura tan rígida como una estatua de mármol.

—Mi hijo no es ningún... —Lucius hizo una pausa, buscando las palabras—. Ningún... marica, como tú lo insinúas.

—¡Oh, por favor! —bufó Sirius, avanzando un paso más cerca—. Esto no tiene nada que ver con eso, Lucius, y lo sabes. Pero claro, para ti es más fácil culpar a Harry.

Lucius levantó la barbilla, como si la idea de enfrentarse a alguien tan emocional fuera una pérdida de su precioso tiempo.

—Si algo ocurrió, fue porque Potter se le insinuó a mi hijo. Draco no haría algo así por sí solo.

Esas palabras golpearon a Draco como una bofetada. No podía escucharlo más. Con un movimiento rápido, cerró la ventana y se hundió en el asiento trasero.

—Llévame a otro lado —ordenó al conductor, su voz firme pero teñida de cansancio.

El chófer simplemente asintió y giró el volante, alejándose del lugar.

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El coche se detuvo finalmente frente a un parque. No era un lugar cualquiera; era ese parque. El mismo donde Draco y Harry habían compartido momentos que parecían tan insignificantes en su momento, pero ahora pesaban como un ancla en su pecho.

Draco abrió la puerta antes de que el conductor pudiera salir para ayudarlo.

—Invéntales algo a mis padres —dijo, sin mirar atrás—. No sé, diles que no me encontraste en la escuela o que fui a casa de un amigo. Volveré tarde.

Sin esperar respuesta, cerró la puerta y empezó a caminar, sus pasos resonando en el pavimento húmedo del parque.

Las risas y los ecos del pasado lo golpeaban con fuerza. Podía recordar claramente a Harry lanzando piedras al lago, retándolo a ver quién lograba el mayor número de rebotes. La manera en que se reía de las bromas tontas que Draco hacía, solo para luego lanzarle esa mirada cálida que hacía que Draco se sintiera como si el mundo entero estuviera bien.

Caminó hasta una banca y se dejó caer pesadamente, apoyando los codos en las rodillas. Alzó la vista hacia el cielo, que empezaba a nublarse. Las nubes grises se arremolinaban como su mente, cargadas y listas para romperse.

Cuando las primeras gotas cayeron, Draco suspiró, aliviado. No porque la lluvia fuera particularmente bienvenida, sino porque le daba la excusa perfecta para liberar todo lo que había contenido hasta ahora.

Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, mezclándose con las gotas de lluvia que caían en su cabello y su camisa. Por un momento, no fue un Malfoy, no fue un heredero, no fue un manipulador. Fue solo un chico sentado en una banca, bajo la lluvia, llorando por alguien que había perdido.

Su pecho se sacudía con cada sollozo que intentaba reprimir, pero la lluvia lo cubría todo. Nadie lo vería. Nadie se burlaría.

Y mientras el agua empapaba su cuerpo, Draco dejó que el dolor lo consumiera por completo, solo, bajo el cielo que lloraba con él.

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Harry estaba acostado en su cama, con los brazos cruzados sobre su pecho y la mirada fija en la pared. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, pero el cuarto permanecía apagado, tan apagado como él se sentía por dentro. Su mente estaba vacía y llena a la vez, un caótico remolino de preguntas sin respuesta.

Un suave golpe en la puerta interrumpió su trance.

—Cariño, traje algo de comida —dijo la voz de Lily, cálida pero preocupada.

Sin esperar respuesta, su madre abrió la puerta y entró con una bandeja. Harry no se movió, ni siquiera levantó la cabeza. Lily dejó la comida en la mesita junto a la cama y se sentó cuidadosamente a su lado. Su mano acarició con ternura la espalda de su hijo, en movimientos lentos y consoladores.

—Todo esto va a pasar, Harry —susurró ella, su voz cargada de un amor incondicional—. Si quieres dejar de ir a la escuela por un tiempo, tienes todo el derecho de hacerlo.

Harry no respondió. Sus ojos permanecían fijos en la pared, como si con suficiente concentración pudiera borrar el dolor que sentía. Lily dejó escapar un suspiro mientras continuaba acariciándole la espalda.

—Tu padre está furioso. Ya sabes cómo es James... probablemente querrá arrancarle la cabeza a Lucius. O a Draco. Pero eso no importa ahora. Lo importante es que estás a salvo, y tienes derecho a sentirte como te sientes.

Harry asintió ligeramente, un movimiento tan pequeño que apenas fue perceptible. Lily lo miró con tristeza, inclinándose para plantar un beso suave en su frente.

—Te quiero, cariño. Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo?

Se levantó y caminó hacia la puerta, pero antes de salir, se giró y le dedicó una última mirada, llena de preocupación y amor. Luego cerró la puerta detrás de ella con cuidado.

El silencio volvió a llenar la habitación. Harry respiró hondo y cerró los ojos, pero la imagen de Draco aparecía en su mente como un fantasma al que no podía desterrar. Con un suspiro tembloroso, deslizó una mano debajo de su almohada y sacó un pequeño dibujo.

Era un boceto de Draco que había hecho hacía semanas. No era perfecto, pero lograba captar esa sonrisa arrogante que tanto lo irritaba y al mismo tiempo lo hacía reír.

Harry lo miró durante unos segundos, su garganta apretada con una mezcla de tristeza y

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