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Mi nombre completo es Celeste Molina Sandoval. Nací en CDMX, México, un lugar vibrante y lleno de vida, donde los sueños parecen estar al alcance de la mano. Desde pequeña, siempre soñé con estudiar y vivir en Corea. La fascinación por su cultura, su idioma y su estilo de vida me llevó a esforzarme al máximo. Recuerdo las noches en las que, con un diccionario en mano, intentaba aprender las complejidades del idioma coreano. Cada palabra era un paso más cerca de mi sueño. Me imaginaba caminando por las calles de Seúl, hablando fluidamente con los locales y comprendiendo cada matiz de su cultura.

A pesar de mis esfuerzos, no pude estudiar allí como había planeado. Sin embargo, ahorré cada centavo que pude, trabajé en múltiples empleos y, finalmente, a mis 25 años, logré comprarme un pequeño departamento en Corea. Era un logro monumental para mí, una muestra de los muchos sacrificios que había hecho. Cada vez que entraba por la puerta de mi nuevo hogar, sentía una mezcla de orgullo y alivio. La sensación de independencia y la emoción de vivir en un país tan diferente me llenaban de esperanza. Era un nuevo comienzo.

Llegué a Corea el 14 de abril de 2023. Los primeros meses fueron una mezcla de emoción y entusiasmo. Me sentía como si estuviera en un sueño, explorando las calles de Seúl, disfrutando de la comida callejera y sumergiéndome en la cultura. Las luces brillantes de la ciudad y el bullicio constante me hacían sentir viva. Sin embargo, la realidad pronto se hizo evidente. A pesar de mis esfuerzos, seguía sin encontrar un trabajo fijo. Trabajaba como maestra de inglés y español en pequeñas academias, pero, lamentablemente, muchas cerraban a las pocas semanas debido a la falta de alumnos, y me discriminaban cuando intentaba buscar un empleo en empresas más grandes, claro.. extranjera y de paso morena. El tiempo pasaba y la presión aumentaba. El dinero de mis pagas me alcanzó para vivir unos cuatro meses, pero pronto me vi en apuros.

El 27 de julio de 2023, quedé oficialmente en bancarrota. Las deudas se acumulaban como una sombra oscura sobre mi vida. La dueña del apartamento donde vivía, al ver mi situación, sintió lástima por mí y me permitió pagarle los servicios de agua, luz, internet y todo lo demás de a poquito, pero con la condición de que, cuando consiguiera un trabajo fijo, le pagaría el precio completo de todos los meses que le debía en servicios. Vivía literalmente al día, vendiendo gran parte de mi ropa y aceptando trabajos de limpieza o pequeños encargos. La paga era mínima, pero al menos podía sobrevivir. Sin embargo, la incertidumbre sobre mi futuro me mantenía despierta por las noches, preguntándome cómo había llegado a este punto.

No le conté a mis padres. Ellos pensaban que vivía una vida de ensueño en Corea, disfrutando de cada momento. La distancia me hacía sentir sola, y el peso de la decepción me oprimía. Pero la realidad era muy diferente. Muchas personas me ofrecieron ser prostituta, ya que, al ser extranjera, podría "venderme" más fácilmente. Pero eso estaba fuera de discusión. No estaba dispuesta a sacrificar mi dignidad. Me negaba a convertirme en un objeto, a dejar que me despojara de mi humanidad. Sabía que había otras maneras de salir adelante, aunque en ese momento parecían escasas.

Un día, tras salir de uno de mis muchos trabajos, me dirigí a la estación de metro más cercana. Estaba sentada, esperando, tratando de pensar en qué otro trabajo podría conseguir, cuando un hombre bien vestido, con un maletín, se acercó a mí. Su apariencia era deslumbrante, pero había algo inquietante en su mirada. Era común que hombres así se me acercaran. Muchos me pedían favores sexuales o similares, ya que parecía que en los países asiáticos no tenían respeto por las extranjeras; nos veían como objetos. Me sentí asqueada de solo pensarlo, no era la primera vez que se me acercaban.. pero tampoco sería la última.

—"Muy buenas tardes, señorita. Vengo a ofrecerle la oportunidad de ganar mucho dinero a cambio de que usted-" me dijo.

Lo interrumpí.

—"Lo siento, no soy esa clase de mujer. Si quiere favores sexuales, busque a alguien más. Yo soy una mujer hecha y derecha y no estoy dispuesta a hacer semejante cosa." Dije en un tono frío y grosero, para que se alejará de mí.

—"Una disculpa, señorita, creo que me malinterpretó. Vengo a ofrecerle ganar dinero de una manera peculiar. Juegue Ddakji conmigo. El que gane le pagará 100,000 wones al otro."

La oferta me tentó, pero no tenía dinero. Literalmente, era pobre. La idea de ganar dinero de una manera tan inusual me intrigaba, pero también me llenaba de desconfianza.

—"Señor, realmente necesito ese dinero. Pero no cuento con esa cantidad. Vivo al día. Disculpe."

—"No se preocupe, puede pagarme con su cuerpo." Menciono con tanta normalidad, como si lo que acabará de decir no fuera el comentario más repugnante de la vida.

—"¡¿Qué dijo?! Maldito cerdo, si quiere esa clase de favores-" Dije gritándole.

—"Me volvió a malinterpretar. Si no tiene cómo pagarme, puede pagarme con una cachetada. Cada vez que gane, le doy 100,000 wones; cada vez que pierda, le daré una cachetada. ¿Es un trato?"

Lo pensé. La desesperación me llevó a aceptar esa oferta inusual. La idea de ganar dinero, aunque fuera de una manera tan extraña, era tentadora.

—"Está bien, juguemos."

Ambos nos paramos del asiento. Sacó los Ddakji de su maletín: uno rojo y uno azul. Él tomó el rojo, así que solo quedaba el azul. Tiró su papel al suelo, me preparé y aventé el mío. Fallé. Recibí una cachetada. El dolor fue agudo y me hizo dudar, pero la necesidad de dinero era más fuerte. Volví a intentarlo. Recibí otra cachetada, más dolorosa que la anterior.

La tercera siempre es la vencida; esta vez, logré voltear el papel. El señor bien vestido me sonrió y aplaudió.

—"Felicidades, aquí están sus 100,000 wones."

Me los entregó y lo creí irreal. Sentí una mezcla de alivio y incredulidad. Seguimos jugando un rato más; se me pasaron como tres trenes, pero debía seguir jugando. La gente que pasaba nos miraba con extrañeza. Un hombre golpeando a una mujer mientras jugaban Ddakji. No se ve todos los días. Al final, gané un total de 800,000 wones.

—"Si le interesa jugar más juegos y ganar dinero de igual manera, aquí le dejo esto."

Me entregó una tarjeta de contacto café; no venían nombres, solo unos dibujos y un número por detrás: un círculo, un triángulo y un cuadrado. La tarjeta parecía insignificante, pero en ese momento, representaba una esperanza. Guardé la tarjeta y me dirigí hacia mi casa.

Abrí la puerta de mi apartamento y entré. Eran las 9:47 de la noche. Me dirigí al baño a darme una ducha; había sido un día largo. Me observé en el espejo y efectivamente, tenía el cachete rojo. Pero valió la pena totalmente. Me di una ducha y me puse una pijama vieja, la única que me quedaba. Todas las demás las vendí. Me senté con mi móvil en la cama y observé las historias de Instagram de mis amigas: de viaje, con familia, etc. Algo con lo que no podría soñar. Tomé la tarjeta de mi bolsa del pantalón sucio y marqué el número; no tardaron en contestarme.

—"Bueno, ¿Qué quiere?"

—"Um... un hombre me dio esta tarjeta con este número..."

—"¿Va a querer participar en los juegos?"

—"Sí."

—"Nombre completo y fecha de nacimiento, por favor."

—"Celeste Molina Sandoval. 28 de febrero de 1998."

Unos días después, me encontraba afuera de mi apartamento, en la calle, esperando una van blanca que me dijeron que pasaría por mí ese día. La impaciencia me consumía mientras miraba el reloj que se proyectaba en un edificio cercano, preguntándome si había tomado la decisión correcta. Finalmente, una van se estacionó al lado mío. Por instinto, me hice hacia atrás. Bajó la ventanilla y había un hombre enmascarado, con un círculo en la máscara y un traje rosa mexicano.

—"¿Celeste Molina Sandoval?"

—"Esa soy yo."

—"¿Contraseña?"

—"...Luz roja, luz verde."

La puerta de la van se abrió. Me acerqué y vi a otras cuatro personas durmiendo profundamente. El ambiente era inquietante, pero la posibilidad de un cambio en mi vida era más fuerte que el miedo. Lo vi normal, ya que eran altas horas de la noche y la gente sale cansada de sus trabajos. En cuanto me senté, un gas salió de las ventilaciones de la van, desesperada intente taparme la boca pero me fue imposible, quede inconsciente en el asiento. La oscuridad me envolvió, y con ella, mis pensamientos se desvanecieron.

No sabía en qué infierno había metido las narices, y tampoco sabía el esfuerzo que me costaría salir de ese lugar con vida.

A veces me pregunto qué sería de mi vida si no hubiera acabado ahí. Si no hubiera tomado esa decisión, ¿Dónde estaría ahora? ¿Habría encontrado un trabajo estable? ¿Habría sido capaz de cumplir mis sueños de una manera más convencional? La incertidumbre me atormenta, pero también me recuerda que cada elección tiene sus consecuencias.


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