ᵀᵒᵈᵒ ᵉˢ ᵘⁿ ᴰᵉˢᵃˢᵗʳᵉ

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crean que no puedes ir. Fácil.

Al día siguiente, llegué agotado a la sala de entrenamiento.

—Creo que no me siento muy bien —dije, fingiendo una tos suave.

Brianna me miró con preocupación, acercándose para tocarme la frente.

—No parece que te sientas bien —murmuró, su tono lleno de empatía.

Eliot asintió, dándome una palmadita en el hombro.

—Ojalá te recuperes, Draco.

Por dentro, sonreí satisfecho. Paso 2: Sé persistente con el plan que has iniciado.

—No creo que pueda ir a comer hoy —dije con voz lastimera—. Lo siento.

Mi entrenador me miró preocupado.

—Parece que te va a pegar una buena gripe —dijo, con un tono paternal.

Eliot, más serio que de costumbre, sugirió.

—Deberías ir a la enfermería.

Mi plan iba perfecto. Y, finalmente, Paso 3: Si demuestras que quieres ir al evento, nadie sospechará de ti.

—Espero mejorar pronto —comenté, apretando los labios—. Quiero ir al aniversario, de verdad.

Brianna me dedicó una sonrisa tierna y me dio un beso en la mejilla.

—Todos sabemos cuánto te esforzaste por ese premio. Te lo mereces.

Asentí, tratando de contener la sonrisa de satisfacción que amenazaba con aparecer. Por Merlín, Malfoy, hasta tú te enamorarías de ti mismo.

Mientras salía del Ministerio, me di un beso imaginario en el aire.


























Mi ojo comenzó a temblar con ese tic nervioso que detestaba, una señal inequívoca de que estaba a punto de perder la calma.

—¿Por qué no nos dijiste que ganaste ese Premio, Draco? —preguntó, su tono calmado pero con una pizca de reproche, como si ocultar esa información fuera una falta grave en las reglas de etiqueta Malfoy.

Volví la cabeza hacia ella, intentando mantener la compostura, pero la tensión en mi mandíbula era evidente. Mi padre, que hasta ese momento había estado absorto en un periódico, me miró con una sonrisa que rara vez mostraba, y con una ternura extraña, me dio un beso en la cabeza.

—Estamos muy orgullosos de ti, Draco —murmuró, con una calidez que siempre me sorprendía cuando venía de él.

¿Orgullosos? ¿De verdad? Pensé, reprimiendo un suspiro. Era tan surrealista como incómodo. Mi madre, sin perder un segundo, cambió el tema con su habitual elegancia.

—Las flores nunca pasan de moda —dijo, inhalando profundamente el aroma de un ramo que adornaba la mesa frente a nosotros—. Es muy bonito, ¿verdad?

Pero el momento de paz no duró mucho. Mi padre leyó la tarjeta que había llegado con el ramo.

—"Su hijo, el auror que recién egresó al Ministerio, Draco Malfoy, ha sido elegido como ganador del Premio Gran Éxito" —leyó, con una mezcla de orgullo y satisfacción en su tono.

Blaise, que estaba sentado al otro lado de la sala, se inclinó hacia adelante con curiosidad.

—¿Recién incorporaron ese premio? Nunca había oído hablar de él —preguntó, con su habitual serenidad pero con los ojos llenos de interés.

Abrí la boca para responder, intentando tomar el control de la conversación, pero Pansy me interrumpió antes de que pudiera decir una palabra.

—Es solo un premio para quien hizo un trabajo perfectamente bien hecho en una investigación —dijo, su tono ligeramente condescendiente, como si estuviera explicando algo obvio. Ni siquiera se dio cuenta de la mirada asesina que le lancé—. Te vuelves el favorito del Ministerio por un tiempo.

Mis padres asintieron, claramente complacidos con la explicación de Pansy. Perfecto, justo lo que necesitaba: más atención no solicitada.

—"Invitamos a su familia a este evento honorable —continuó mi padre, leyendo la nota— y nos encantaría que estuvieran presentes. Atentamente: Harry Potter."

Mi estómago se revolvió con sólo escuchar su nombre. ¿Por qué de repente invitan a las familias? Nunca lo habían hecho antes.

Imaginé la escena como si estuviera sucediendo en ese mismo instante. Ahí estaba Adara Bridgerton, perfectamente sentada en la mesa de gala, con Harry, Ron, Hermione y Sirius, todos platicando sobre banalidades de la alta sociedad. Harry siendo el centro de atención, pero esta vez con una sonrisa dirigida a mí. Sirius, con su sonrisa astuta, sugirió:

—Deberíamos ir de viaje en familia. Seguro será muy enriquecedor para la señorita Bridgerton conocer más de nuestra historia. —Su tono era juguetón, pero había una seriedad detrás de la sugerencia.

Hermione asintió.

—Sería una gran oportunidad para relajarnos. Además, podríamos aprender mucho los unos de los otros.

Y entonces, para mi horror interno, Harry, en esa versión idealizada que mi mente había creado, sostuvo mi mano con ternura.

—¿Qué opinas, Adara? —preguntó, su voz suave pero decidida.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero mantuve la compostura.

—Creo que sería divertido —respondí en esa voz melódica que usaba cuando era Adara. Luego, con la misma elegancia que había perfeccionado durante años, me levanté de la mesa—. Disculpen, voy al baño. Ya regreso.

Deslicé mi mano de la de Harry, intentando no parecer demasiado apresurado. Caminé con la espalda recta, tratando de mantener el equilibrio en esos malditos tacones que siempre parecían un castigo. Maldita sea, ¿por qué tienen que ser tan incómodos?

A medida que avanzaba por el salón, sentí la mirada de los aurores. Brianna, Eliot y mi entrenador estaban en la esquina, conversando con otros aurores, probablemente comentando sobre el evento. Mi corazón comenzó a latir más rápido. Aceleré el paso y agarré mi cartera, cubriendo mi cara instintivamente, intentando no atraer atención. Pero, en mi prisa, choqué de frente con alguien.

—¡Perdón! —dijimos ambos al unísono.

Levanté la mirada, y mi sangre se heló al instante. Estaba cara a cara con mi madre. La elegancia habitual en su porte no disminuía ni un ápice, pero sus ojos estaban llenos de una confusión que nunca había visto en ella. Mi primer impulso fue taparme la cara aún más.

—Tú... —empezó a decir con incredulidad—, quizá... ¿Draco? —La duda en su voz era palpable— ¿Draco? Eres Draco, ¿verdad?

Sacudí la cabeza frenéticamente, sin descubrir mi rostro.

—¿Draco? —preguntó mi padre, acercándose desde detrás de mi madre— ¡Draco, querido, deja de taparte la cara! ¿Qué haces con un vestido?

Me giré rápidamente, desesperado por encontrar una salida, solo para toparme con Pansy y Blaise, ambos con los ojos abiertos como platos. La sorpresa en sus rostros era casi cómica, pero en ese momento lo único que podía pensar era en cómo salir de esa situación.

—No, no es —dijo Pansy, pero su voz temblaba de incertidumbre.

—Claro que no —añadió Blaise, pero la falta de convicción era evidente.

—¡Draco! —Mi padre se acercó aún más, su tono de voz ascendiendo— ¡Deja de taparte la cara!

Negué nuevamente, esta vez con más desesperación, apretando mi cartera contra mi rostro como si fuera un escudo.

—¡No, no soy yo! —insistí, mi voz sonando cada vez más aguda.

—¡Draco, ¿por qué te vistes como mujer?! —bramó mi padre, ahora claramente perdiendo la paciencia.

—¡Eres Draco Malfoy! ¿Verdad? —dijo mi madre con autoridad y sorpresa que sólo ella podía conjurar— ¡Draco Malfoy!

Cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla de la que pudiera despertar. Pero cuando los abrí de nuevo, ya no era Adara. Estaba ahí, de pie, en medio de toda la sala, iluminado por la atención de todos. Y entonces, como un golpe brutal a la realidad, la voz de Harry Potter resonó en el salón.

—¡Saquen a este hombre! ¡Es un farsante! —ordenó, su rostro lleno de una frialdad que jamás imaginé ver en él.

Sentí dos manos firmes agarrándome por los hombros, los aurores me estaban sujetando. Mi corazón latía desbocado.

—¡Yo también soy una víctima! —grité, sacudiéndome— ¡Cómo iba a saber que Harry Potter iba a estar en esa cita a ciegas! —Lo miré directamente a los ojos, intentando justificar lo injustificable.

Harry hizo un gesto con la mano, y de nuevo los aurores me inmovilizaron. Mi mente gritaba desesperada, ¡No... no... NOOOOO!


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