𝐄𝐋 𝐏𝐀𝐑𝐐𝐔𝐄 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐍 𝐒𝐔 𝐌Á𝐗𝐈𝐌𝐎 𝐄𝐒𝐏𝐋𝐄𝐍𝐃𝐎𝐑 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐀𝐕𝐄𝐑𝐀𝐋: 𝐅𝐋𝐎𝐑𝐄𝐒 𝐄𝐍 𝐏𝐋𝐄𝐍𝐀 𝐅𝐋𝐎𝐑𝐀𝐂𝐈Ó𝐍, 𝐔𝐍𝐀 𝐁𝐑𝐈𝐒𝐀 𝐅𝐑𝐄𝐒𝐂𝐀 𝐉𝐔𝐆𝐀𝐍𝐃𝐎 𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 𝐋𝐎𝐒 Á𝐑𝐁𝐎𝐋𝐄𝐒 𝐘 𝐍𝐈Ñ𝐎𝐒 𝐂𝐎𝐑𝐑𝐈𝐄𝐍𝐃𝐎 𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐒𝐔𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄𝐓𝐀𝐒. Harry y Draco caminaban lado a lado, la tensión habitual entre ellos ahora transformada en algo más ligero, casi juguetón. Draco mantenía las manos en los bolsillos, fingiendo indiferencia, mientras Harry se adelantaba hacia el carrito de helados con una expresión traviesa en el rostro.
—¿Qué tal un poco de práctica, Cedric? —dijo Harry con una sonrisa ladina, refiriéndose al falso personaje que Draco estaba interpretando como parte de su misión encubierta.
Draco arqueó una ceja y dejó escapar un suspiro exagerado.
—Por supuesto, Harry. Adelante, deslúmbrame con tu... encanto.
Harry sonrió de lado y se giró hacia el vendedor, pidiendo dos helados. Tomó uno de galleta y otro de vainilla. Al regresar hacia Draco, con un aire exageradamente coqueto, extendió el helado de galleta hacia él.
—Esto es para ti, Cedric —dijo, su tono melodramático.
Draco entrecerró los ojos, asumiendo su papel con dedicación.
—Oh, Harry, qué detalle. Sabes exactamente cómo conquistar mi...—
Antes de terminar la frase, la bola de helado de galleta resbaló del cono y aterrizó estrepitosamente en el suelo. Ambos se quedaron inmóviles durante un segundo eterno, mirando el desastre.
—¡No puede ser! —exclamó Harry, llevándose una mano teatralmente al pecho, como si acabara de cometer un crimen imperdonable.
Draco suspiró con una gravedad fingida, cruzando los brazos.
—Cedric está profundamente ofendido. Obviamente, no voy a comer helado del suelo, Potter. ¿Acaso quieres arruinar mi reputación?
Entre risas, Harry extendió el otro cono, el de vainilla, con una sonrisa satisfecha.
—Toma, príncipe exigente. Este es más de tu estilo.
Draco tomó el cono, pero antes de dar un paso atrás, lo miró a los ojos con una intensidad fingida, pero lo suficientemente creíble como para que Harry se sintiera momentáneamente intimidado.
—Gracias, Harry. Estoy eternamente agradecido por tu... sacrificio.
—Espera —interrumpió Harry, inclinando la cabeza con una sonrisa burlona—. ¿Me estás diciendo que esto fue una estrategia brillante de mi parte? Por favor, dilo otra vez para que pueda grabarlo.
Draco dio un mordisco teatralmente pequeño al helado, manteniendo contacto visual antes de dar un paso más cerca.
—Sí, Potter. Aunque hay un problema.
Harry lo miró, alerta.
—¿Qué problema?
Draco sonrió, su expresión un poco maliciosa.
—Odio la vainilla.
Sin más preámbulos, giró sobre sus talones y comenzó a caminar con aire triunfal, dejando a Harry con la mandíbula abierta.
—¡Oh, no, no, no! —exclamó Harry, comenzando a seguirlo—. ¡Te lo vas a comer todo, Malfoy, o me vas a oír!
Draco soltó una carcajada y comenzó a correr, helado en mano.
—¡Atrápame si puedes, Potter!
Lo que empezó como una persecución leve se transformó rápidamente en una carrera llena de risas y gritos por todo el parque. Harry intentaba alcanzarlo mientras Draco esquivaba niños, carritos y bancos con la agilidad de un gato.
El sol brillaba sobre ellos, los árboles proyectaban sombras juguetonas en el césped, y las risas resonaban como una banda sonora perfecta para la tarde. Harry, por un momento, se permitió observar a Draco con más atención: su risa despreocupada, el cabello despeinado que brillaba bajo la luz, la forma en que se giraba para asegurarse de que lo seguía. Su corazón comenzó a latir más fuerte, un ritmo inesperado y completamente desconcertante.
Cuando finalmente se detuvieron, exhaustos, Draco cayó al césped, dejando que el helado sobreviviente cayera junto a él. Harry se dejó caer a su lado, respirando con dificultad.
—Eres imposible —murmuró Harry entre risas.
Draco giró la cabeza hacia él, una sonrisa triunfante en su rostro.
—Y tú eres demasiado fácil de provocar.
Esa noche, mientras el parque se quedaba atrás, Harry volvió a casa con una imagen clara en su mente: ellos dos corriendo como niños, riendo como si el mundo no existiera. Se sentó frente a su cuaderno de dibujo y comenzó a trazar líneas. En sus audífonos sonaba "Electric Love", y con cada acorde, el dibujo tomaba forma: dos figuras diminutas corriendo juntas bajo el sol de primavera, una sonrisa compartida entre ambos.
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La biblioteca estaba tranquila, llena de ese murmullo bajo de páginas que pasan y lápices que arañan papel. Harry, con la mochila medio caída del hombro, examinaba los estantes en busca de libros para su proyecto con Draco. Estaban trabajando juntos en una tarea de literatura, algo que ambos habían aceptado más por obligación que por elección.
Desde el otro lado del estante, Draco hojeaba un libro con aparente desinterés. Sin embargo, de vez en cuando levantaba la mirada, sus ojos grises encontrando a Harry a través de los huecos entre los libros. Cada vez que eso pasaba, Harry desviaba la vista rápidamente, fingiendo estar repentinamente fascinado por cualquier cosa: un título al azar, su reloj, incluso sus propios zapatos.
Draco, con una sonrisa burlona que apenas curvaba sus labios, volvió a concentrarse en su lectura, pero no podía resistir el impulso de observar nuevamente. Sabía perfectamente que Harry estaba nervioso, y no podía evitar disfrutar de ello.
Harry, decidido a mantener su enfoque, vio un libro que parecía prometedor en uno de los estantes superiores. Estiró el brazo, sus dedos apenas rozando el lomo. Apretó los labios, impulsándose un poco más sobre la punta de los pies, pero el libro seguía fuera de su alcance.
Justo cuando estaba a punto de rendirse, una mano apareció junto a la suya. El choque fue tan inesperado que Harry dio un pequeño respingo y giró rápidamente la cabeza.
—¡Cedric! —exclamó, más alto de lo que había planeado.
Ahí estaba Cedric, con su sonrisa cálida y confiada, inclinándose para tomar el libro con una facilidad que hizo que Harry sintiera que todo su esfuerzo anterior había sido, literalmente, un intento en vano.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Cedric, con un tono amable que hizo que Harry se sintiera aún más consciente de su propia torpeza.
—Ah, sí... gracias —murmuró Harry, sintiendo que su rostro se calentaba.
Cedric le pasó el libro con una sonrisa despreocupada.
—Aquí tienes. Nos vemos, Harry.
Con un gesto amistoso, Cedric se alejó, dejando a Harry paralizado por unos segundos, sosteniendo el libro como si fuera un trofeo.
Antes de que pudiera recuperarse del todo, Draco apareció del otro lado del estante, cruzando los brazos y observándolo con una expresión que combinaba burla y diversión.
—¿Qué fue eso? —preguntó Draco, dándole un codazo ligero en las costillas.
—¿Qué cosa? —replicó Harry, todavía un poco aturdido.
—Oh, por favor, Potter. Si vas a babear así por Diggory, al menos asegúrate de no dejar un charco en el suelo.
Harry hizo una mueca, pero no pudo evitar reír un poco.
—Cállate, Malfoy.
Draco levantó una ceja, inclinándose ligeramente hacia él con esa sonrisa sarcástica que siempre lo acompañaba.
—Vas por buen camino si planeas casarte con él. Aunque, si me preguntas, podrías ser un poco menos obvio.
—¡No estoy planeando nada! —protestó Harry, pero su tono traicionó su nerviosismo.
Draco se alejó, riendo para sí mismo, mientras Harry lo miraba con una mezcla de irritación y diversión. Estuvo a punto de seguirlo, pero se detuvo en seco al ver a Blaise y Pansy unirse a Draco, sus voces bajas y llenas de complicidad mientras se alejaban juntos.
Instintivamente, Harry se escondió tras un libro, aunque lo sostuvo al revés, demasiado distraído como para notar el error. Los observó desde su escondite improvisado, viendo cómo Draco hablaba con sus amigos. Antes de desaparecer entre las mesas, Draco giró la cabeza, y por un breve momento, sus ojos se encontraron de nuevo. Fue apenas un instante, pero la mirada fugaz de Draco parecía decir algo que Harry no pudo descifrar del todo.
Cuando Draco finalmente se fue, Harry bajó el libro, suspirando sin darse cuenta.
—¡Harry!
El grito lo hizo sobresaltarse, soltando un pequeño chillido. Al girarse, vio a Hermione, con los brazos cruzados y una expresión de exasperación.
—¿Dónde te habías metido? ¡Tenemos que ir a filosofía con Dumbledore!
Antes de que pudiera explicarse, Hermione lo agarró del brazo y lo arrastró hacia la salida, murmurando algo sobre su perpetua falta de puntualidad. Mientras caminaban, Harry miró brevemente hacia atrás, hacia el lugar donde Draco había estado.
Con una sonrisa suave, dejó que Hermione lo guiara, su mente aún parcialmente atrapada en la mirada y las palabras de Draco.
𝐋𝐀 𝐒𝐀𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐌Ú𝐍 𝐄𝐒𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐓𝐑𝐀𝐍𝐐𝐔𝐈𝐋𝐀, 𝐈𝐋𝐔𝐌𝐈𝐍𝐀𝐃𝐀 𝐏𝐎𝐑 𝐋𝐀 𝐋𝐔𝐙 𝐂Á𝐋𝐈𝐃𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐇𝐈𝐌𝐄𝐍𝐄𝐀. Harry y Draco ocupaban el sofá más cercano al fuego, compartiendo una de esas tardes en las que el tiempo parecía detenerse entre bromas y risas. Draco, con su habilidad nata para el sarcasmo, estaba en plena actuación, exagerando los gestos y voz de Cedric Diggory hasta el punto de la parodia.
—¡Oh, Harry! ¡Qué magnífica idea! —exclamó Draco con un tono altivo, mientras extendía una mano dramáticamente al aire—. ¡Por supuesto que aceptaré tu propuesta de matrimonio en medio del comedor lleno de gente!
Harry se doblaba de la risa, sujetándose el estómago mientras intentaba recuperar el aliento.
—Por favor, para, ¡me vas a matar de la risa!
Draco lo miró con fingida seriedad.
—¿Te parece esto un juego, Potter? Estoy dedicando mi alma a perfeccionar tu absurda historia de amor con Diggory, y así es como me lo agradeces.
Cuando las risas finalmente cesaron, Harry lo observó, aún con una sonrisa en el rostro, pero ahora con una expresión más tranquila. Suspiró, dejando caer la cabeza contra el respaldo del sofá.
—Eres un pésimo profesor, Malfoy. Si esto es parte del entrenamiento, me haces pasar más ridículo que progreso.
Draco puso una mano en el pecho, fingiendo una ofensa casi teatral.
—¿Disculpa? El único que hace el ridículo aquí eres tú, con tu patético intento de no parecer desesperado por Diggory. Te dije que lo ilusionaras, no ilusionate.
Harry entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera responder, Draco sacó de la nada un pequeño papel doblado.
—Hablando de ridículos... mira esto.
Desplegó el papel para revelar un dibujo hecho a lápiz de Harry sobre Cedric. La expresión de Harry pasó rápidamente de curiosidad a un rubor intenso mientras intentaba quitárselo de las manos.
—¡Devuélvemelo, Malfoy!
Draco, obviamente disfrutando del caos, se recostó más en el sofá, alejando el dibujo de Harry con una sonrisa burlona.
—¿Por qué tanta prisa? Es una obra maestra. Tal vez debería enmarcarla.
Harry, sin dudarlo, subió al sofá, prácticamente trepándose sobre Draco mientras ambos forcejeaban entre risas. Draco hacía todo lo posible por mantener el dibujo fuera de su alcance, estirando el brazo y girándose mientras Harry luchaba con la determinación de un hombre en misión.
Finalmente, Harry logró arrebatarle el dibujo, levantándolo en señal de victoria. Pero cuando bajó la mirada, se dio cuenta de que estaba encima de Draco, con las manos aún sosteniendo el papel y las rodillas a ambos lados de su torso.
La risa desapareció, reemplazada por un silencio lleno de algo que ninguno de los dos esperaba.
La luz de la chimenea iluminaba el rostro de Harry, resaltando sus mejillas sonrojadas y su expresión algo perdida. Los ojos de Draco, brillando bajo el fuego, lo miraban fijamente, con algo que parecía una mezcla de curiosidad y desafío. Harry sintió su corazón latir tan fuerte que pensó que Draco podía oírlo, una sensación que no lograba catalogar del todo.
Sin saber por qué, o tal vez sí, Harry comenzó a inclinarse ligeramente hacia él, sus ojos enfocados en los de Draco, la brecha entre ellos haciéndose más pequeña con cada segundo que pasaba.
—¡Harry!
El grito rompió el momento como un cristal estallando. Harry se apartó de un salto, tirando el dibujo al suelo mientras Draco parpadeaba, volviendo a la realidad.
—¡Maldita sea! —masculló Draco cuando Harry lo jaló del brazo para levantarlo del sofá.
—¡Escóndete! —susurró Harry frenéticamente, empujándolo hacia el lado opuesto del mueble.
—¿Qué diablos estás haciendo? —protestó Draco, tropezando con la alfombra y cayendo al suelo con un ruido sordo.
—¡Cállate! —exigió Harry, empujándolo una última vez detrás del sofá antes de saltar de nuevo sobre él, agarrando el libro más cercano y fingiendo leer.
Ron apareció un segundo después, su cabeza pelirroja asomándose por la puerta.
—Ah, ahí estás.
Harry levantó la vista con fingida indiferencia, su respiración aún agitada.
—¿Qué pasa, Ron?
—Iba a ver si querías cenar algo más tarde. Abrieron un nuevo lugar de comida asiática cerca de la escuela.
Harry asintió con una seriedad exagerada.
—Claro, suena bien.
Ron se detuvo, mirándolo con el ceño fruncido.
—¿Estás bien?
—¿Por qué no lo estaría? —Harry pasó la página del libro como si fuera lo más interesante del mundo, pero no se dio cuenta de que estaba al revés.
Ron lo señaló, arqueando una ceja.
—Tu libro está al revés, genio.
Desde detrás del sofá, Draco tuvo que morderse la mano para no soltar una carcajada, su cuerpo temblando ligeramente mientras contenía la risa. Harry miró el libro, luego a Ron, luego al libro de nuevo, y finalmente sonrió con una confianza completamente fingida.
—Ejercito mi mente, Ron. Leer de esta manera es un desafío intelectual.
Ron inclinó la cabeza, pensativo.
—Tiene sentido. Últimamente estás más listo en clase.
Harry no supo si eso era un cumplido o un insulto, pero antes de que pudiera responder, Ron le dio una palmada en el hombro y se despidió, cerrando la puerta detrás de él.
En cuanto Ron se fue, Draco salió de su escondite, todavía riendo.
—Ejercitas tu mente, ¿eh? —se burló, recogiendo el dibujo del suelo—. ¿Es esa tu manera de decir que estás secretamente enamorado de mí?
Harry rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír mientras volvía a sentarse en el sofá.
—Cállate, Malfoy.
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El bullicio en el comedor era el mismo de siempre, con risas, cuchicheos y el tintineo de cubiertos llenando el aire. Draco, sin embargo, apenas prestaba atención. Sentado en la mesa de Slytherin, su mirada estaba fija en la otra esquina del comedor, donde Harry charlaba animadamente con Ron Weasley. Algo en la forma en que Harry sonreía, despreocupado y genuino, lo mantenía atrapado, como si el resto del mundo hubiera dejado de existir.
—Ya tengo la cubeta de jabón lista. —La voz de Blaise lo sacó abruptamente de su ensoñación.
Draco parpadeó, desconcertado.
—¿Qué?
—La cubeta de jabón. —Blaise lo miró con una sonrisa burlona, recargándose en el respaldo de la silla—. Para lavar toda tu ropa cuando pierda la apuesta, claro.
Antes de que Draco pudiera procesar sus palabras, Pansy se dejó caer a su lado, con su habitual aire de mal humor.
—La cubeta está lista. —Resopló, cruzándose de brazos—. Lo de la apuesta, de hacer que Potter se enamore de Diggory.
Draco asintió automáticamente, pero una presión extraña comenzó a instalarse en su pecho. Era incómodo, como si algo estuviera mal y lo supiera desde el principio. Desvió la mirada hacia Harry de nuevo, quien en ese momento lanzaba una carcajada junto a Ron.
—¿Y si le digo la verdad? —preguntó de repente.
El comentario cayó como una bomba en la mesa. Blaise levantó una ceja, mirándolo como si acabara de proponer algo completamente absurdo, mientras que Pansy casi escupía su bebida, tosiendo con fuerza.
—¿Qué? —exclamó Pansy, limpiándose la boca con una servilleta—. ¿Estás loco?
Draco se encogió de hombros, aunque su expresión traicionaba una seriedad poco común.
—Quizás sea lo mejor. Decirle a Harry que todo esto comenzó como una apuesta, pero que... ya no es del todo mentira.
El silencio que siguió fue casi palpable. Blaise lo rompió, sacudiendo la cabeza con incredulidad.
—Malfoy, si haces eso, prepárate para lavar toda tu ropa durante un mes. Y la mía también.
—Prácticamente he ganado. —Draco bufó, rodando los ojos.
—Una apuesta es una apuesta. —Pansy lo fulminó con la mirada, inclinándose hacia él como si quisiera asegurarse de que no perdiera el foco—. No puedes dejarte llevar solo porque un tonto Gryffindor te haga ojitos.
Draco abrió la boca para responder, pero una voz familiar interrumpió su pensamiento.
—¡Pansy!
Granger apareció junto a la mesa de Slytherin, saludando a Pansy con una sonrisa cálida. La expresión de Pansy cambió al instante, iluminándose como si acabara de ver algo extraordinario.
—¿Querías mis apuntes de civismo? —preguntó Hermione, sacando una libreta perfectamente ordenada de su mochila.
Pansy asintió con entusiasmo, sus ojos brillando mientras aceptaba la libreta como si fuera un tesoro.
—Sí, gracias. Te la devuelvo el lunes, lo prometo.
—Te la encargo mucho. —Hermione le dedicó otra sonrisa antes de despedirse, dejando a Pansy mirando la libreta con devoción.
Draco y Blaise intercambiaron una mirada antes de soltar risas contenidas.
—¿Qué? —espetó Pansy, abrazando la libreta como si quisiera protegerla de sus burlas.
—Nada, nada. —Blaise trató de sonar inocente, aunque su sonrisa traicionaba sus intenciones—. Solo estamos admirando lo bien que te llevas con Granger últimamente.
—Lo mío con Granger no tiene nada que ver con ustedes. —Pansy frunció el ceño, aunque su rubor evidente hacía que su amenaza perdiera fuerza—. Desde la fiesta de los gemelos Weasley hemos hablado más. Deberían alegrarse por mí, en lugar de burlarse.
Draco, todavía sonriendo, sacudió la cabeza y volvió a centrar su atención en Harry. Pero esta vez, la risa que había sentido antes se desvaneció.
Mientras observaba a Harry, su pecho se apretó de nuevo. Por mucho que disfrutara de las tardes con él, de las bromas, los chistes y las pequeñas complicidades que habían surgido entre ambos, la verdad seguía ahí, ensombreciendo todo.
Todo había comenzado como una apuesta. Una estúpida, cruel apuesta.
El peso de ese recuerdo apagó su sonrisa. Harry hablaba animadamente con Ron, completamente ajeno a lo que Draco sentía, completamente ajeno a la culpa que se había instalado en su pecho como un huésped incómodo.
Draco apartó la mirada, su expresión endureciéndose mientras trataba de convencerse de que todo seguiría igual. Pero una pregunta persistía, inquebrantable:
¿Y si contarle la verdad no arruinara todo, sino que lo cambiara para mejor?
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Harry cerró la puerta de su casillero con un golpe seco, ajustando la mochila en su hombro mientras dejaba escapar un suspiro de cansancio. Apenas giró, ahí estaba Zacharias Smith, con una sonrisa ladeada que Harry encontraba insistentemente molesta.
—¿Qué quieres, Smith? —preguntó Harry, rodando los ojos mientras intentaba pasar de largo.
Smith se movió para bloquear su camino, inclinándose ligeramente hacia él.
—Tranquilo, Potter. Solo quería saber qué tramas últimamente.
Harry lo miró con desdén.
—No tramaría nada que tuviera que ver contigo, eso seguro.
Smith soltó una risa burlona.
—Vamos, no te hagas. Todos saben que quieres salir con Diggory, pero hay un pequeño detalle que parece que olvidas: Cedric es hetero. Jamás
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