Los retos del amor

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Se había enfrentado a los "¡Estás loca!" y a los "¿Por qué nunca me haces caso?" de Seulgi en cuanto se lo contó, y tuvo que separar otra pelea cuando Wheein le contesto "Porque eres muy pesada".

De cualquier manera, la decisión estaba tomada: le había dicho que sí a Moonbyul. No podía haber nada malo en una sesión de fotos al aire libre, en un lugar completamente público, ¿verdad? Ay, ya volvía de nuevo a pensar como Seulgi. Por supuesto que no le iba a pasar nada malo. Como Moonbyul había señalado, ¿qué más podía querer de ella? Simplemente se estaba cobrando su favor. Seguramente estaba aburrida y quería una distracción nueva, pero Yongsun tenía claro que ella no iba a ser. Tenía cosas mucho mejores que hacer, como aprobar sus asignaturas o vivir tranquilamente y sin dramas.

Quedaron al día siguiente en la puerta sur del campus a las cuatro de la tarde. Tenía la estúpida sensación de que iba a llegar y no habría nadie y todo habría sido una broma pesada, pero, por supuesto, Moonbyul no era tan mala persona y la estaba esperando ya, a pesar de que Yongsun había llegado cinco minutos antes. Estaba apoyada contra el muro que rodeaba el campus y hablaba por teléfono con tono distendido. A su lado había dos bicicletas, una azul y otra roja, esta última con algún otro desconchones. En cuanto a vio Yongsun, esbozó una sonrisa sin segundas intenciones, de aquellas tan escasas para Moonbyul, y ella no pudo hacer más que devolvérsela.

Ya le volvían a temblar las piernas. "O te calmas o te vas a caer de la bici". Se apoyó también en el muro, al otro lado de las bicicletas, concentrada en calmar su respiración y los temblores de su cuerpo.

—Bueno, tranquila, ya verás que todo irá bien —respondió Moonbyul al teléfono, con tono de querer ir acabando la conversación. Le hizo un gesto a Yongsun para que esperara, disculpándose con una mueca—. A ver, ya sé que te llevo diciendo lo mismo un año, pero qué quieres, si las dos sois unas cobardes... —Se alejó un poco el móvil de la oreja, y Yongsun pudo discernir que alguien le gritaba. Parecía Hyejin, pero no podía estar segura—. Que sííí. Venga, hasta luego, que he quedado. No te mueras, ¿vale?

Colgó el teléfono sin esperar respuesta, y lo bloqueó. Luego se giró hacia ella y se quitó la goma del pelo negra que llevaba en la muñeca y empezó a recogerse el pelo en una coleta. Yongsun tuvo que esforzarse por cerrar la boca mientras la observaba hacerlo: no le iba a dar esa satisfacción. Jugueteó con los flecos de su camiseta mientras ella terminaba.

—Perdona. Hyejin se cree que soy su terapeuta —rezongó, poniendo los ojos en blanco—. Tu amiga la está volviendo loca y yo le digo que, en vez de quejarse, que haga algo: o lanzarse o olvidarse de ella. Pero ella dice que está feliz así. ¡¿Entonces por qué se queja tanto?! —la interrogó Moonbyul, como si Yongsun tuviera la respuesta—. Supongo que Wheein estará igual contigo.

—Sí, pero a diferencia de ti, yo tengo corazón —se atrevió a responderle Yongsun. Aquello había descolocado a Moonbyul, que alzó una ceja y cogió el manillar de la bicicleta roja, la más cercana a ella. Yongsun hizo lo mismo con la azul, pero ninguna de las dos se movió—. Me refiero a que el amor es así... No es fácil, y está lleno de malentendidos y de tira y afloja. Si pudiéramos leernos la mente las unas a las otras, todo sería más fácil, pero como no podemos, tenemos que intentar comunicarnos, y darnos todo el tiempo que necesitemos.

Ante su pequeño discurso, Moonbyul silbó y asintió con la cabeza, como si la hubiera impresionado. Pero como no dejaba de ser Moonbyul, su tono se volvió burlón enseguida.

—Cuánta pasión, así de repente. ¿Es que estás enamorada?

Sabía que usaba esa voz para ponerla nerviosa, pero cada vez surtía menos efecto. Se estaba acostumbrando a sus tonterías, aunque, de vez en cuando, alguna le seguía sorprendiendo, como sus comentarios de ayer y aquel guiño furtivo. Por tanto, negó con la cabeza, con la mirada melancólica y perdida en el final de la larga calle que las llevaría a la orilla del río.

—Nunca lo he estado, pero me encantaría. Por eso, cuando veo a Hyejin y Wheein, me dan mucha envidia. ¿A quién no le gustaría tener algo así? —confesó con una risita. Era verdad. Las dos formaban la pareja perfecta: se conocían tan bien que se comunicaban sin palabras, aunque no pudieran decirse lo más importante. Luego, para quitarle hierro al asunto, añadió—. ¡Excepto a ti, claro!

—Yo también tengo sentimientos, preciosa, y les estás haciendo daño —se quejó, llevándose la mano al corazón, pero enseguida se puso un poco más seria—. Todo eso está muy bien, pero antes Hyejin era más libre, más...

—¿Como tú? —la ayudó Yongsun, sin mala intención, y siguió hablando sin mirar a Moonbyul para no distraerse—. Mucha gente dice que no elegimos de quién nos enamoramos, pero que, si es de la persona adecuada, el amor te cambia.

Miró a Moonbyul después de un rato, que tenía los ojos fijos en ella como si hubiera dicho algo o bien muy gracioso, o bien muy interesante. Casi como si intentara descifrar un enigma. Fue extraño ver cómo la había dejado sin palabras, por una vez en el tiempo que la conocía. Extraño, y muy satisfactorio. Ella también podía dejarla sin aliento, aunque fuera solo para hacerla reflexionar.

—Estoy empezando a pensar que quizás tengas razón —dijo, simplemente, y siguió mirándola con intensidad.

Otra vez aquellos muros de tensión... No lo iba a permitir, así que Yongsun preguntó:

—¿Montamos o qué?

Moonbyul asintió y le quitó el seguro a la bici mientras se iba montando, aún pensativa. Yongsun la imitó y, antes de que le pudiera decir nada, empezó a pedalear a toda velocidad. Escuchó los gritos de Moonbyul tras ella y sus fránticas exhalaciones mientras intentaba no perderla de vista.

No le daba miedo perderse, porque con la bicicleta podría volver al campus enseguida. Aquello era lo más parecido a hacer ejercicio al aire libre que había podido hacer en meses. Correr alrededor del campus no estaba cargado del mismo matiz de libertad. En un momento dado, con la calle despejada, cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. No se había recogido el pelo, así que los mechones negros y ondulados le golpeaban la cara sin piedad, pero ni eso la incomodaba. Estaba en su pequeña burbuja de felicidad, tranquila, disfrutando del sol y de un precioso día de principios de otoño.

En aquellos instantes había desacelerado bastante, así que a Moonbyul le dio tiempo a ponerse a su altura, respirando con fuerza. Le lanzó una mirada asesina, pero luego soltó una risa entrecortada que la estremeció entera.

—¡Que por aquí no es!

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