||C H A P T E R 32||

Background color
Font
Font size
Line height

// Leer nota del final pls //

CAPÍTULO 32

"No te necesito."

Minerva Owen

 Él paró en seco de masticar y me miró fijamente. Al percibir su mirada tan fija en mí tuve que levantar la mía para hacerle cara, porque aún seguía evitándolo. Al encontrarme en sus ojos de color indescriptible, de color único, percibí una mirada penetrante, como si me estuviera analizando, sin apartar sus orbes de los míos, mirando directamente a mi alma.

—¿Qué? —preguntó casi atónito, sacudiendo la cabeza ligeramente como saliendo de un trance suyo.

Yo suspiré. Si ya me había costado hacer la pregunta ahora me haría repetirla.

—¿Quién es Astrid? ¿Qué ha pasado con esa chica? —concreté más.

Él se echó hacia atrás con calma y se apoyó en el respaldo de su silla, sin apartar sus jodidos preciosos ojos de mí.

Yo puse mi comida a un lado, no tenía más hambre. Él aún la tenía en su regazo pero al ver que yo la había apartado, hizo lo mismo.

—¿Por qué? ¿Por qué quieres saberlo?

Se acercó a mí, nuestras rodillas estaban chocando en ese momento, pero seguía con su espalda reposada en el mueble.

—Porque me importas. —respondí y dirigí mi vista a mis manos en mi regazo, empecé a jugar con ellas. —En... En Amsterdam cuando nos encontramos con esa chica... Parecías muy afectado por alguna razón que desconozco, y me sentí horrible al verte de esa manera... —expliqué en voz baja sin establecer contacto visual con él, pero sabía que estaba prestando total atención a mis palabras.

—Min...

—Sólo quiero que me cuentes tu historia, qué ha pasado con ella, qué fue para ti, para conocerte mejor... —murmuré finalmente y escuché un resoplo por su parte.

—No sabes... Cómo me gustaría contártelo... Pero no puedo. —susurró agachando su cabeza y negando para sí mismo.

—¿Pero por qué? ¿Por qué simplemente no puedes abrirte a mí como yo lo he hecho contigo? —me levanté del sofá, sin apartar mi mirada de la suya en ningún momento.

Él igualó mis acciones, quedando así ambos frente a frente, separados por centímetros.

—Es... T-Tengo miedo de... Tu reacción... Es más difícil de lo que piensas. —respondió rascándose la nuca y cerrando los ojos con fuerza.

—Tú eres el único que lo hace difícil. —murmuré haciendo una mueca con mi boca. —¿Acaso no confías en mí?—añadí dando ligeros pasos hacia atrás, apartándome de él.

—No es eso.

Abrió su boca como si fuera a decir algo pero la cerró inmediatamente y observé cómo apretaba sus puños durante una milésima de segundo, haciendo que sus nudillos se tornaran blancos. 

Yo suspiré. Cogí la mochila que había traído conmigo como lo hacía habitualmente cuando salía de casa, para llevar en ella todo lo que necesitara, y me paré para darme la vuelta y volver a encararle. 

Ya había tenido suficiente. No iba a estar detrás de él como una perrita faldera suplicándole para que me lo contara. Me frustraba, me fastidiaba, muchísimo, que él tuviera el derecho de haber podido presenciar cómo me abría a él y yo no pudiera hacer lo mismo con él. Ya me había hartado.

 —Tengo que... Estudiar. Cuando te aclares y decidas contármelo, entonces háblame. —dije seca y me dirigí hacia la puerta.

Estaba a unos pasos de ella cuando noté cómo Martijn me cogía de la muñeca y me hacía parar para después darme la vuelta y volver a conectar sus ojos con los míos. Estaban levemente más oscurecidos que antes, diría que era una mirada de casi pena.

—Entiéndeme, por favor. —susurró frunciendo su ceño y yo respiré hondo, deshaciéndome de su agarre.

—Llevo haciéndolo un tiempo ya, Martijn. No puedo entenderte si no me lo cuentas. —contesté volviendo a darme la vuelta. Esperé una reacción o algo de su parte pero estaba igual que antes, como si lo que le dijera le entrara por un oído y le saliera por otro. Negué con la cabeza mordiéndome irritada el labio inferior y bufé. —Adiós.

Empecé a caminar de nuevo pero su voz me llamó la atención una vez más.

—¿De verdad estás haciendo esto? —su tono de voz había cambiado totalmente. Se notaba el estrés y la rabia contenida en él. Un escalofrío recorrió mi cuerpo entero. —Está bien, vete. Pensé que eras diferente. —comentó con un tono que parecía despectivo y eso sólo hizo que me enfureciera más. 

Giré sobre mis talones con la mandíbula apretada y analicé sus gestos y sus expresiones esperando que estuviera diciendo eso sólo de broma. Pero no me encontré con nada que me contradijera.

—No me hables así. —dije entre dientes apuntándole con el dedo. —Si no confías en mí como para no abrirte es que no me conoces, así que no tienes ningún derecho a decir "pensé que eras diferente"

Pero yo sabía que eso era totalmente mentira. En -relativamente- tan poco tiempo, Martijn (gracias a que me había abierto con él) conocía cada detalle de mí y de mi vida. Y eso sólo era una desventaja ante él.

—Eres como todas las demás. —reprochó con la misma entonación de antes, incluso con más desagrado. Me estaba enfadando a mí también. No iba a tolerar que me hablara de ese modo.

Ni si quiera le otorgué el honor de volver a hacer que me girara. No. Esta vez fui directa y sin rodeos a la puerta.

—Me voy. Adiós Martijn. Cuando se te pase lo imbécil avísame. 

Coloqué mi mano en la manilla de la puerta y antes de abrirla y desaparecer del lugar, le regalé mi última mirada de decepción total. Cuando volví a mirarlo, él estaba como inquieto, sin saber a dónde ir o qué hacer, con un remolino de sentimientos en sus ojos. Seguro que ni él sabía lo que estaba diciendo y todo había sido por el calentón del enfado.

Eso esperaba, pero aunque fuera algo momentáneo, no asimilaba que estuviera pasando todo eso, y hacía que me doliera terriblemente en mi interior.

—¡Vale! ¡Corre, vete! —exclamó e hizo que diera un leve saltito por el susto. —No te necesito. —murmuró lo último con un tono de voz extraño y tengo que decir que sus palabras chocaron como algo afilado directamente en mi corazón.

Y había dolido más que mil dagas.

Sin pensármelo más, no iba a permitir que me viera tan débil y afectada, no lo merecía, mi orgullo no me concedía por nada del mundo.

Desaparecí de su vista y por fin salí por la puerta, cerrándola sin mucho cuidado, demostrando mi decepción, dolor y enfado por su comportamiento con un sonoro golpe.

Realmente no entendía por qué se había enfadado, en el mejor de los casos yo debería de ser la que tuviera un cabreo del copón con él y las cosas habían salido algo torcidas. Ugh. Qué asco.

Di un par de pasos y un Aubrey sonriente aparecía de vuelta.

—Oh, Min, hola... —se paró a mirarme detenidamente, viendo la mochila a mi hombro. —¿Te vas?

—Sí, tengo que estudiar... Ya sabes... Dura vida del estudiante. —me excusé (aunque era la jodida verdad) y me despedí de él con un abrazo. Aubrey seguía un poco extrañado por mi repentina partida, pero aceptó mi muestra de cariño con gusto. —Que aproveche.  

—Gracias. —me sonrió y me hizo gracia cómo su barbita se movía con su boca.

Le sonreí dulcemente de vuelta y sin pensármelo más me retiré a paso ligero. Cuanto más rápido me alejara de Martijn, mejor.

¿No?

No. Sabía que no.

Caminé todo el trayecto con la mirada fija en el asfalto, con una extraña y dolorosa sensación en el pecho, inundada en la música que corría a través de mis oídos. Era gracioso cómo el cielo había amanecido despejado y colorido y cómo ahora estaba empezando a nublarse, aparejándose con mis sentimientos. 

Me frustraba tanto este tema tan ridículo...

Él sólo hacía las cosas más y más difíciles. No podía ser tan malo como para querer retenerlo tanto, sólo se estaba haciendo daño a sí mismo. Y si realmente había sido algo tan importante, pasar tiempo con Astrid en esa próxima cena seguro que lo descolocaba aún más. 

Y entonces recordé la cena. 

Una salvaje idea se había pasado por mi mente, pero no iba a ser tan maleducada y tan idiota de ir a espiarles. Tenía todo el derecho del mundo a preservar su privacidad, como lo tenemos todos. Porque estuviera pasando por mi etapa de adolescente-insegura-de-sí-misma-odiando-a todo-el-mundo, no quería decir que pudiese invadir su vida personal.

¿Verdad?

No, claro que no... Pero... Una charla con Annie no me venía nada mal.

Además, no tendría por qué importarme, porque al parecer yo tampoco le importaba lo suficiente a él.

Que le den.

Martijn Garritsen

Había pasado.

Lo que tanto temía que pasara, había pasado.

Todo por evitar que huyera y se alejara de mí por el miedo, pero me había salido todo completamente mal.

Aún no era el momento. Ya la había cagado lo suficiente como para encima rematarlo contándoselo. Pero ella también debía entenderme. Debía respetar mi opinión. 

Eso era.

Es su culpa. No la mía. Se repetía mi subconsciente.

Si me hacía pensar eso entonces todo iría bien. Min estaba siendo egoísta. No era justo. Debía de dejar de pensar en ella, sólo me perjudicaría más y más, sólo me convencería de que yo era el único estúpido en esos momentos, y que no me merecía a Min de ninguna forma. 

Las mujeres nunca eran nada bueno en mi vida. Por todo lo que había pasado, mis experiencias sólo me demostraban que no estaba hecho para relaciones amorosas serias y estables. Ya fuera por una razón o por otra siempre acababan mal... Y sentía que poco a poco algo se iba acumulando dentro de mí y sentía que explotaría si no lo expulsaba de una buena vez.

—Martijn, ¿qué ha pasado? —la voz de Aubrey me sacó de mis pensamientos, haciendo que me concentrara en ella.

Levanté mi mirada que anteriormente estaba fija en el suelo y observé la suya. Podía percibir la preocupación en sus ojos.

—Nada. —respondí secamente. 

Después de la intensa conversación de antes con Min no tenía demasiadas ganas de hablar del tema porque acabaría por darme cuenta de que realmente todo era culpa mía.

Oh. Mierda.

—¿Estás seguro? 

—Sí.

Primero me miró algo extrañado y parece que finalmente entendió que no me apetecía hablar de ello, cosa que agradecí.

Suspiré y me fui de nuevo hacia mi ordenador para seguir trabajando. La música me haría despejar mi mente un poco, siempre lo hacía. Era como si me llevara a otro mundo, desconectaba completamente, me encantaba, la adoraba, por eso mismo le había dedicado mi vida a ella. Es lo que haces con algo que amas incondicionalmente.

—Oh, por cierto. —una vez más Aubrey me sobresaltó con su repentina llamada. Lo miré esperando a que continuara cuando ya paró quieto y dejó su ordenador y comida a un lado para hablarme tranquilamente y de frente. —Me encontré con Astrid por los pasillos.

Vaya.

—Ah, sí, lo sé, yo también me la encontré antes. —intenté decir pareciendo que no le daba demasiada importancia tonteando con mi teléfono móvil. —¿Qué te dijo? —quería averiguar más que nada si ella le habría dicho algo de la cena, porque antes de que se lo dijeran personas de terceros prefería contárselo yo por si ella lo adornaba de alguna manera. Digamos que desde que la conocía era bastante propensa a inventarse historias en su cabeza...

—Ahm, me saludó y me estuvo hablando de qué hacía aquí y que también te había visto y ya. —contestó sin tapujos y yo asentí lentamente asimilando la información recibida, asegurándome de que era todo correcto.

Entonces mi cabecita de idiota empezó a dar vueltas como de costumbre. 

Aubrey era mi mánager desde hacía años ya, era como mi familia, como mi padre. Me cuidaba y se aseguraba de que no hiciera ninguna estupidez que pudiera perjudicarme de algún modo, aunque yo siendo como sera siempre estaba haciendo alguna de éstas, pero Aubrey (y Watse y todo mi equipo) era tan genial que incluso se las arreglaba a veces para sacarme de apuros tontos.  

Él por su puesto por supuestísimo que sabía toda mi historia con esa chica, todo lo que había ocurrido y por todo lo que había pasado. 

Así que con seguridad decidí contarle sobre mi futura cena con Astrid.

—Mañana voy a cenar con ella. —solté sin rodeos mirándole para esperar su reacción.

Como lo esperaba, dejó de beber de inmediato el café que tenía entre sus labios (Aubrey era un loco del café) y lo posó, para después mirarme con los ojos abiertos de par en par.

—Martijn, ¿me lo dices en serio o estás jugando conmigo? —preguntó con incredulidad mezclada con alguna risita nerviosa.

—Te estoy hablando totalmente en serio. 

Se quedó por unos minutos en silencio, con su mirada totalmente perdida en algún punto de la pared de detrás de mí. Se aclaró la garganta.

—¿Por qué? Quiero decir... Después de todo lo que--

—Ya, ya, lo sé. —suspiré y cogí una bocanada de aire para hablarle de todo. —Simplemente es una cena para aclarar y arreglar cosas que quedaron rotas en un pasado, ya sabes. Sólo hablaremos. No tengo ninguna intención de quedarme cerca de ella, la verdad. —bajé mi mirada a mis pantalones. —Sé que no va a cambiar nada... Pero, por probar... —murmuré sin mucha seguridad en mis palabras, titubeando. —Además, ceno gratis. Sabes que no puedo resistirme a la comida gratis.

Aubrey quien me estaba escuchando atenta e interesadamente soltó una enmudecida risa y yo sonreí.

—¿De verdad quieres hacer esto? O sea, si es lo que quieres entonces... Yo no voy a pararte. —comentó sacudiendo sus hombros, comprendiéndome.

—Sí.

Él me regaló una sonrisa confortante y después posó su mano en mi hombro, sobándolo por unos segundos para después volver a su comida.

—¿Se lo has dicho a Min? ¿Le has hablado sobre Astrid? 

Al oír su nombre de nuevo paré todos mis movimientos y mi respiración pareció verse afectada también y se entrecortó ligeramente.

—No, todavía no, pero ugh... —gruñí con frustación al recordar la conversación anterior. —Quiere saberlo todo, a veces es tan cabezota que me pone enfermo... —susurré con las manos tapando mi rostro, frotándomelo. Estaba realmente cansado. Me había pasado demasiadas horas ya encerrado en el estudio y los acontecimientos del día no ayudaban a que mejorara mi humor.

—Oh... Ahora entiendo todo. —me miró con esa mirada suya tan empática y asintiendo lentamente, acordándose de Min yéndose. Lo había captado todo. Yo le hice un movimiento de cabeza aprobatorio y él resopló. —¿Por qué no se lo cuentas?

—No puedo, ¿cómo podría? Quizás si le digo todo lo que me pasó puede pensar que le haría lo mismo yo a ella o que era un completo imbécil... No lo sé. No... No quiero perderla... Pero creo que ya es tarde para eso... —dije lo último por lo bajo como convenciéndome a mí mismo de que así era. Aubrey me miraba divertido por la pelea interna que estaba teniendo, pero también con ese toque de inquietud. —¡Que le den, joder! ¡Hay mil más como ella por ahí! ¡Sólo es una jodida chica! ¿Por qué las mujeres nos vuelven tan estúpidos? 

—Amor, Martijn, amor.

Quería creer todo lo que me estaba diciendo a mí mismo, olvidarla. Pero un extraño y el más doloroso de los dolores en mi corazón me estaba diciendo todo lo contrario.


El techo era realmente atractivo, ahora que me fijaba. 

Podría decir con seguridad que llevaba cerca de tres horas contemplándolo como si estuviera enamorado de él. No tenía nada mejor que hacer. No tenía ganas de hacer nada más. Estaba tumbado en mi cama, con la mirada perdida en mi maravilloso y precioso techo. Esperando a la hora. Con una angustia que hacía que se me encogiera el corazón, porque no sabía qué iba a ocurrir esa noche y tenía miedo.

No había tenido ninguna noticia de Min desde que se había desvanecido por la puerta del estudio, y lo agradecía. No quería saber nada de ella. 

Mentira.

Una cosa esencial que buscaba en una chica que pudiera estar a mi lado era que me comprendiera, y ella nunca lo hizo.

Mentira.

Nunca se preocupó por mí, por lo que pensaba, por qué tal estaba, por cómo me había ido el día. Sólo me buscaba cuando quería.

Mentira.

No sentí nada fuerte por ella en ningún momento. Ni cuando nos abrazábamos, ni cuando nos besábamos, ni cuando nos acurrucábamos. Hubo un momento donde dejé de sentir esas cosas. Estaba engañándola.

Mentira.

Nunca me había dolido tanto el corazón por ella. No estaba comiéndome la cabeza a todas horas, ni estaba pensando en ella constantemente, ni echándola de menos, ni en creer que todo era mi culpa.

Mentira.

No la quería de vuelta. No la quería a mi lado.

Mega mentira.

Entonces en este lío de pensamientos me dí cuenta de que me estaba confundiendo de persona.

Ya no estaba pensando en Min. Todas esas cosas no eran sobre Min. 

Eran sobre Astrid. Los pensamientos que tenía sobre Astrid hacía cuatro años.

En algún momento de esta conversación apasionante entre mi techo y yo, había empezado a contarle sobre mi relación con esa chica. No parecía interesado, así que decidí parar. Podríamos hablar de cosas que le gustaran a él. Quizás su método de blanqueamiento favorito, cuántas capas le gustaría que le diesen...

Y empezaba a delirar.

Todo por culpa de una mujer que nunca fue nada bueno en mi vida, que estaba ocupando mi mente de nuevo. Astrid. ¿Y por qué mierdas me reunía con ella si sabía que me iba a dejar peor de lo que ya estaba? Ni yo mismo lo sabía.

Toda mi habitación estaba en silencio. Escuchaba las manecillas de mi reloj de muñeca moverse y decidí mirar la hora que era, sólo por curiosidad.

Una hora restante. 

Suspiré.

En las últimas veinticuatro horas me había pasado todo el rato suspirando, más de lo que me gustaría. Parecía una mujer en depresión, y quizás no estuviera muy lejos de serlo. 

Con mucha pena en mi alma por tener que abandonar el encuentro con mi gran amigo el señor techo, me levanté, con mucho pesar de mi cama, lentamente.

Me dirigí a mi armario y tampoco me emocioné demasiado eligiendo lo que me pondría. No le daría tanta importancia. 

Escogí una camiseta negra y unos vaqueros negros, junto a mis infalibles nike negras. Sí, era uno de esos días.

Caminé hacia el baño y me lavé y esas cosas y procedí a peinarme. Tampoco nada exuberante. Me pasé un poco de esa cera especial que hacían para los pelos masculinos (?) por el mío, frotándola contra mis manos, dándole la forma que quería a mi suave tupé.

Cuando todo estaba como yo quería, volví a mi cama, para sentarme en ella y desconectar el móvil que había dejado cargando previamente para salir totalmente asegurado. 

Por algún motivo remoto de este planeta, mis dedos vacilaron sobre la pantalla, desbloqueándola y dirigiéndose a la galería del teléfono, dándome así una vista rápida de la cantidad de fotos que había ahí metidas. 

Desgraciadamente entre muchas fotografías chulas que tenía de bonitos paisajes o multitudes que iban a escuchar mis sets, mi mirada sólo se fijaba en unas concretas: las fotos que tenía de Min. Ya fueran sólo de ella, o de ella conmigo.

Me paré a observar una que le había hecho un día, totalmente desprevenida.

Tenía su móvil en las manos porque recordaba que estábamos jugando a ver quién hacía más fotos el uno del otro, y entonces yo capté esa preciosa imagen, de ella sonriendo, riéndose, feliz, enseñándome su perfecta y blanca dentadura, con la cabeza echada hacia atrás contra mi sofá, con el móvil entre sus manos, su pelo

You are reading the story above: TeenFic.Net