CAPÍTULO ESPECIAL: HOMBRE DE ACERO

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'A mí no me pasa nada. Soy fuerte. Soy de acero' es la frase que durante años repetía aquel personaje con el que di mis primeros pasos, mis primeras caminatas, mis inicios al vagabundismo, y a la apertura a un mundo en el que no debes dejar de sonreir; pues él nunca había dejado de hacerlo, exepto la última tarde que estuvo despierto.

No tengo recuerdos de él en mis primeros años de vida, pero me contaron que al enseñarme a caminar repetía una y otra vez 'Cholo marrulenco, ya aprende a caminar' antes de soltarme de las manos para irme de cara al piso pues aun no podía hacerlo. Él se reía mientros yo me volvía a poner de pie para seguir intentándolo. '¡Logré caminar!' era lo que hubiera gritado si hubiera tenido la capacidad de hacerlo, pero a penas estaba por cumplir un año. Lo curioso es que nunca aprendí a gatear, no solía hacerlo porque, o estaba en los brazos de mi nana o echado en el gran mueble rojo de mi sala tomando biberón... o durmiendo. A eso le atribuyo mi ceguera pues se dice que quien no gatea, no desarrolla la visión; y claro, a mi pacto con Lyam. Tampoco desarrollé habiliades en las manos, pues a temprana edad no solía usarlas pues no me desplazaba. Aun cuando aprendí a caminar, pues en mi casa había una regla; se mira y no se toca. Esa fue la regla que rigió toda mi vida, incluso hasta ahora, y de ahí se basaron mis dos reglas principales en la vida; 'No haré nada que no quiera hacer' y 'no haré nada que no quieras que haga'.

Con este personaje emprendí el mundo del vagabundismo. Nótese como vagabundo a la persona que le gusta recorrer el mundo, vagar por las calles, caminar. Una de las anécdotas que recuerdo de él y las caminatas es aquella en la que caminamos por más de una hora para llegar al mercado; un mercado de abarrotes que quedaba lejos de donde vivía. Una vez estando en el mercado él, aplicando la segunda regla, dijo 'aquí te quedas' usando su voz fuerte de militar. Así es, él había servido al ejército cuando era joven. A eso se debe su parada ergida, pecho ancho y voz fuerte, pero nunca serio. Yo, seguido por la ley 'te quedas donde te dejo', me quedé esperando por él mirando mis alrededores. Veía gente comprando frutas de un lado y verduras del otro. Cada cierto tiempo miraba por si él venía por mí, pero no ocurrió si no hasta mucho tiempo después. Lo que había ocurrido es que, por comprar el mandado, se había olvidado de mí. Regresó a casa con el mandado hecho, lo dejó en la cocina y le preguntaron '¿dónde está Julian?' a lo que él sonrió y dijo 'Pucha, lo dejé en el mercado', salió corrieron en busca de mí con su risa tan singular. Al llegar al mercado buscó en el mismo lugar donde me había dejado, pues él sabía que ahí me encontraría, y adivinen qué, ahí estuve aún después de 2 horas de espera. ¿Qué tranquilo era, no?

Aprendí también que a la comida nunca se le dice 'no', pues era un tragón de primera. En casa, era obligatorio que a la hora de comer le sirvieran primero, incluso antes de mí. Sí, yo era el rey de mi casa, pero en cuanto a comida, él empezaba a comer antes que todos. Cada día que salíamos al mercado me compraba mis frutas favoritas como mangos, granadillas, sandías. Algunas las comía allá, otras las comprábamos para tener en casa y compartirlas con mis primos. Él no sabía cocinar muy bien, a pesar de haber estado en el ejercito, pero comía todo lo que encontrara en la cocina. Un día nos quedamos solos en casa y era hora del almuerzo, así que dijo 'hora de un agüadito'. Recuerdo que puso en la sopa todo lo que encontraba a la mano y lo cocinó. al terminar, se podía observar la papa, camote, frijoles, arroz, trozos de carne, trozos de zanahoria, entre otros ingredientes todos flotando en el caldo, sin mencionar lo aceitoso que eso se veía. Sin embargo, lo comimos. No quiero recordar el dolor de estómago que todo eso me provocó. Hasta antes de mis 5 años yo era gordito y cachetón, pues comía bastante. Al conocer a Hakira y a Lyam adelgacé considerablemente. El odio te consume el alma y la ira las ganas de comer.

Estar sentado con él en la mesa no sólo era sentarse a ingerir alimentos, si no también, era escuchar experiencia tras experiencia. Era un libro lleno de anéctodas de terror, amores, trabajos, risas y preocupaciones. Una vez que empezaba a hablar, no había quién lo pare. Aquellas comidas demoraban horas de horas, pero era hermoso escucharlo. Una anécdota que recuerdo era la del 'duende que crece'. Un día vagando por el bosque de su pueblo, se encontró con un ser parecido a un bebé que saltaba de un árbol a otro riendo como loco. Al acercarse, iba creciendo poco a poco hasta verse como una persona adulta de 2 metros de alto. Él dice que no tenía miedo; sin embargo, aquella vez salió corriendo a casa por el ser que vio. Amaba esos momentos en los que nos sentábamos como una familia a conversar. Se escuchaba la TV o la radio de fondo, pero nadie veía o escuchaba si quiera. Sólo eran relatos, de anécdotas vividas. Cuán diferente después de su partida. Aún más diferente en mi otra familia.

Con él aprendí, además, a compartir. Él nunca fue avaro, y siempre daba todo lo que tenía. Su corazón era enorme y sin malicia alguna. Por eso siempre lo recuerdan, era el único generoso de su familia. Aprendí tan bien, que un día fui a comprar un paquete de galletas de animalitos y, para mi sorpresa, cuando regresé de comprar encontré a familiares de visita. Empecé a repartir lo que tenía sin darme cuenta que no quedó nada para mí.

- Me quedé sin comer yo —le dije llorando, mostrándole mi bolsa vacía.
- Cholo marrulenco. Toma y ve a comprar otro paquete —dándome 50 céntimos, me dijo riendo.

Era un cantante único al desafinar. Regularmente me despertaba a las 3 de la madrugada para escucharlo cantar a él, así como lo hacían personas que venían a verlo a esa hora. Desde que recuerdo, él trabajaba como brujo curandero, y como esos que leen las cartas; no de aquellas cartas que enviaba a aquella chica y que nunca leia, si no de esas cartas que dicen el futuro. Y a las 3 era la hora en que él atendía.

- ¡Ya empezó su concierto! —le decía a mi nana o a mi abuela cuando despertaba.

No me dejaban bajar a verlo mientras él 'cantaba' pues decían que no debía interrumpir. Sin embargo, yo imitaba aquellos cánticos cuya letra quedaron grabadas en lo más profundo de mi corazón. Y es que cómo olvidar aquello que dice 'Virgen santísima, Señor de los milagros, Virgen del carmen, Señor Cautivito de Ayabaca, Patrón Santiaguito, que salga el mal de don Juanito', seguido de una serie de silbidos producidos a través de una especie de chancho con pico hecho de arcilla, mientras agitaba una especie de maracas muy parecidas a las granadillas que comía. Siempre me pregunté por qué no mencionaba a los espíritus chocarreros. Nunca lo había visto enfermo. A lo mucho con dolores de cabeza que el curaba con bañadas de cabeza. 'A mí no me pasa nada. Soy fuerte. Soy de acero' repetía cada vez que le preguntaba si le pasaba algo. Como cuando era joven y lo iban a operar del apéndice. 'Yo no necesito a los doctores. A mí no me pasa nada. Soy fuerte. Soy de acero' gritaba él cuando despertaba de la anestesia para salir corriendo del hospital con la pijama que deja ver el trasero de uno. Así es, en las ter ocasiones que necesitó de una operación, él salió corriendo justo antes de ser operado, así en pijama. Ya era muy conocido en ese hospital pues hacía lo mismo. A la cuarta, fue un 'Señor, lo haremos dormir con algo más fuerte para que no salga corriendo', y así es como finalmente fue operado.

Al cumplir los 14, y con la partida de mi nana, me alejé de la familia. Era mi manera de protejerme del dolor; no estar en contacto con lo que alguna vez me hizo tan feliz. Sin embargo, los visitaba periódicamente.

Con el tiempo él fue envejeciendo, convirtiéndose de lo que alguna vez fue una persona musculosa, bien erguida, y voz potente, a un encorvado anciano cuya voz se quebraba al hablar. Pero nunca dejó de sonreír. Aun el día en el amaneció sin poder mover las piernas. Aquella mañana, el mismo día del cumpleaños de mi padre, me llega una llamada diciendo que él, mi abuelo, había sido internado de emergencia en el hospital. Tenía una obstrucción en el cerebro que le impedía moverse, o eso decían los doctores. Al llegar al hospital encontré a mi padre con los ojos con lágrimas, me dijo 'todo está bien. Ya está mejor, pero tiene que quedarse aquí para que lo revisen. La enfermera salió diciendo que era una persona muy jocosa y muy coqueta. Eso tranquilizó a mi padre, y a mí también, pues al parecer todo estaba bien. Esa tarde, él volvió a decir lo mismo. 'Ya me quiero ir. Yo no necesito a los doctores. A mí no me pasa nada. Soy fuerte. Soy de acero' al enterarse que tenían que operarlo del cerebro. Yo veía cómo sonreía, y aun bromeaba como de costumbre. Yo pensé que todo pasaría.

Supe que estaba equivocado cuando fui a verlo al siguiente día y ya no me reconocía. hablaba con dificultad. Por primera vez veía lo veía siendo derrotado, postrado en una cama, débil, y sin cabello. Toqué su cabeza, y aquella cabellera que heredé ya no estaba. No pude contenerme y lloré. Una vez más estaba por perder parte de mi vida. No lo visitaba con frecuencia por temor al desenlace. Hasta el día en que él se rindió, y aceptó ser operado. una semana después de haber sido internado. Así que fui a visitarlo, pues lo operarían al siguiente día. Aquella mañana no pude creer lo que pasaría. Alguien a quien sólo veía llorar al estar al teléfono con su compañera de toda la vida, mi abuela, diciéndole 'Sí, aquí todo está bien. Yo estoy bien. Te extraño' cuando ella viajaba a visitar a mi nana, estaba llorando tras haber despertado de un sueño.

- Soñé que todos estaban tomando café. No me quiero morir. Sálvame. —le dijo él a mi nana con dificultad y con una voz totalmente quebrada por la edad y por la desesperación. Ella lloró. Yo lloré viendo llorar a mi abuelo de acero. Él no lloraba por temor a la muerte, si no por la idea de dejar a la familia que él tanto amó. Esa misma noche él fue operado quedando en coma por dos meses, pues al tercer mes de haber sido internado falleció. Aquel día que me enteré, sentí una vez más aquel sentimiento gélido rodear totalmente mi corazón. No sentía absolutamente nada. Sólo miraba a mi padre, mi madre, mi hermano, que estaban sentados llorando en la sala del hospital. No podía creerlo. No podía creer que él se había ido para siempre y de esa manera. El mundo se me cayó cuando tuve su certificado de defunción en mis manos una hora después de haber recibido la noticia. Recién ahí lloré. Todo era verdad, su muerte era real. Y me arrepentí el haberme alejado, el no haber pasado más tiempo con él. Pero ya nada servía, él ya no estaba aquí. Aquella noche prometí no desperdiciar un sólo día con aquellos que me dieron tanto amor; mi nana y, meses después, Isabella.

Él se fue a conocer otros lugares junto al señor. A vagar por otras nubes. Y a hacer reír a cuán ángel se le cruce en el camino. Él será alguien cuya cabellera tan suave nunca olvidaré, cuyo aroma a anciano mezclado con hiervas medicinales será imposible no recordar. Cuyas anécdotas llenas de consejos guardaré. Y a quien agradezco tanto el haber sido su nieto favorito. Y por haberme dado la mejor lección del mundo, y que nunca podré decírselo, y si pudiera le diría 'PODRÁS SER FUERTE. PODRÁS SER DE ACERO. PERO RECUERDA QUE HASTA EL MEJOR ACERO, CON EL TIEMPO SE OXIDA'.

Julian G.A.

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