ᴱˡ ᶜʰⁱᶜᵒ Qᵘᵉ ᴬᵈᵒʳé

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𝐃𝐫𝐚𝐜𝐨 𝐬𝐞 𝐫𝐞𝐦𝐨𝐯𝐢ó 𝐢𝐧𝐪𝐮𝐢𝐞𝐭𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐦𝐚, 𝐬𝐢𝐧𝐭𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐮𝐧𝐚𝐬 𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬 𝐬𝐮𝐚𝐯𝐞𝐬 𝐝𝐞𝐬𝐥𝐢𝐳á𝐧𝐝𝐨𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐭𝐫𝐞 𝐬𝐮 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐥𝐥𝐨.

—Despierta, Dray —murmuró una voz femenina, con un tono entre dulce y persuasivo.

Soltó un quejido, enredándose más en las sábanas, tratando de aferrarse a los últimos vestigios de sueño.

—Dray —canturreó la voz, ahora más insistente—. Vamos... despierta. Es tu cumpleaños.

Draco abrió los ojos lentamente, parpadeando con pereza y soltando un bostezo largo. Allí estaba Pansy, con una sonrisa radiante, prácticamente saltando sobre la cama.

—Pansy... mi cumpleaños no es hasta dentro de un par de semanas —respondió con voz ronca, aún medio adormilado.

Pansy se sentó a su lado con una sonrisa traviesa.

—Pero quiero darte tu regalo adelantado, mi rubio favorito —dijo, estirándose para acariciar su cabello nuevamente.

Draco se incorporó despacio, tallándose los ojos mientras la miraba con escepticismo.

—¿Y por qué esa repentina generosidad? —preguntó, todavía medio dormido.

—Porque te he hecho pasar por muchas cosas últimamente... y pensé en hacer algo que siempre te pone de buen humor —respondió Pansy, con una sonrisa cómplice que hizo que los ojos de Draco brillaran con anticipación.

—¡Ir de compras! —exclamaron al unísono, compartiendo una mirada de mutua satisfacción.

Poco tiempo después, se encontraban ambos entrando a una boutique exclusiva.

—A ver qué podemos ponerte hoy —sonrió Pansy mientras recorría la tienda, examinando varios atuendos—. Ya es hora de que dejes de vestirte como un santurrón, aunque ya con eso tienes a todos de rodillas —añadió con picardía.

Draco dejó escapar una leve carcajada, sin poder evitarlo. Sabía que Pansy tenía razón. Era consciente de su efecto, no solo en las chicas, sino también en algunos chicos. Con una mirada o un simple guiño, lograba que los suspiros se escaparan a su paso. Pero a pesar de eso, el único chico que realmente le interesaba parecía inmune a sus encantos. Sus pensamientos se desvanecieron cuando sintió cómo una prenda se ajustaba mágicamente a su cuerpo.

Se giró hacia el espejo y se encontró con un elegante traje azul marino. El corte era impecable, abrazando su figura con precisión. El tejido, lujoso y brillante, resaltaba sus hombros anchos y su esbelta cintura. El azul profundo contrastaba con la palidez de su piel, dándole un aire sofisticado y casi intimidante. Draco pasó una mano por la solapa, admirando cómo el traje se adaptaba perfectamente a cada movimiento.

—Quizá este —sugirió Pansy, lanzándole otro conjunto, esta vez de colores crema.

El siguiente traje era aún más impactante: suave al tacto, de una tela ligera pero estructurada, que le daba una elegancia atemporal. Era clásico, con una chaqueta cruzada de doble botonadura y pantalones a medida, evocando esa estética refinada que Draco siempre admiraba pero rara vez se atrevía a usar.

Tras varios cambios de atuendo, Draco se miraba en el espejo, cepillándose el cabello con un gesto distraído.

—Todavía no entiendo por qué estás tan interesada en comprarme tanta ropa —dijo con una sonrisa de lado.

Pansy soltó una risa nerviosa, desviando la mirada. Draco notó el ligero cambio en su expresión y arqueó una ceja, observándola más detenidamente.

—Pansy... —comenzó lentamente—. ¿Qué hiciste?

Ella lo miró de reojo, moviendo la mano en un gesto despreocupado.

—Nada, tranquilo. Hice lo mismo con Blaise después de que me ayudó con esas horribles citas a ciegas. No te preocupes, yo pagaré todo, ¿vale? —dijo apresuradamente, tomándolo por los hombros y llevándolo hacia un tocador personal.

—Hagan un maquillaje natural, que resalte su juventud, por favor —pidió Pansy a las maquillistas, sonriendo de manera encantadora.

—¿Maquillaje? —preguntó Draco, levantando una ceja mientras las estilistas comenzaban a trabajar.

—¿Nunca te has preguntado cómo te verías con maquillaje siendo hombre? Si como mujer te ves espectacular, como hombre quizá también lo hagas —respondió Pansy antes de darse la vuelta, revisando la hora en su reloj de pulsera.

Suspiró, visiblemente nerviosa. Draco se dejó llevar, aunque no podía sacudirse la sensación de que algo extraño estaba pasando.

Una hora más tarde, llegaron a uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad. Draco, con su maquillaje sutil que realzaba sus ojos y le daba un aire fresco y juvenil, se tomó algunas fotos con su móvil. Tenía que admitirlo, se veía bien, el maquillaje no era exagerado, solo lo justo para darle un toque de sofisticación. Pero se sentía... diferente. Ya estaba empezando a sentirse como una chica patética, otra vez.

—Bien, ¿qué vamos a comer? ¿Puedo pedir lo que quiera, verdad? —preguntó, hojeando el menú.

Pansy, sin embargo, parecía distraída, revisando su teléfono nuevamente. Respiró hondo antes de hablar.

—Perdón... —dijo en voz baja.

Draco levantó la mirada, confundido.

—¿Eh? ¿Por qué te disculpas?

—No podré... comer contigo —murmuró ella, mordiendo su labio inferior.

Draco la observó un momento y luego encogió los hombros.

—Bueno, podemos venir otro día —dijo, restándole importancia.

Pansy negó rápidamente con la cabeza.

—No... Vas a comer con alguien más —susurró, claramente nerviosa.

Draco frunció el ceño, pero antes de poder preguntar, Pansy se levantó apresurada, lanzándole una pequeña bolsa.

—Tómate la poción antes de que llegue, ¡lo siento! —dijo, alargando la última palabra mientras salía corriendo del restaurante.

—¿Qué? —Draco se levantó de golpe, mirando la poción en la bolsa.

Era la maldita poción que lo convertía en mujer.

—¡Por el amor de Merlín, Pansy! —gruñó, pero se detuvo en seco al ver a Harry Potter entrar por la puerta principal.

Draco sintió el pánico apoderarse de él. Se giró bruscamente, arrancando la tapa de la botella y bebiendo la poción de un trago. Rápido, rápido... hazme mujer pensó frenéticamente, mientras recogía sus pertenencias en el bolso que su traicionera amiga le había dado.

El efecto de la poción aún no llegaba. Se giró y chocó torpemente con un mesero, haciendo que su bolso cayera al suelo y unas tarjetas salieran volando. Maldita Pansy, maldito día, maldito mesero, maldita poción que aún no me hace efecto. Se agachó rápidamente para recoger sus cosas, su corazón latiendo a mil por hora.

Mientras metía las tarjetas de nuevo en el bolso, una mano se extendió y tomó una de ellas. Draco levantó la vista solo para encontrarse con Harry, quien giraba la tarjeta en sus dedos.

—Draco Malfoy —leyó Harry en voz alta, frunciendo el ceño antes de levantar la mirada.

Y entonces, la vio. La chica rubia, la falsa Pansy Parkinson.

—Nos volvemos a ver, falsa señorita Parkinson —dijo Harry, con una sonrisa que hizo que Draco se estremeciera por dentro.

La poción había surtido efecto. Era mujer otra vez.

Ambos se sentaron frente a frente. La chica rubia apenas levantaba la vista para mirarlo, mientras Harry la observaba con detenimiento, su mirada implacable.

—¿Conoces a Draco Malfoy? —preguntó, alzando la tarjeta en su mano mientras la estudiaba.

—¿Qué? —Ella dirigió la mirada a la tarjeta y luego a Harry—. Bueno... eso...

—Puedo llamarlo y preguntarle directamente —amenazó Harry, deslizando una mano hacia su celular.

Draco sintió que el pánico se apoderaba de él. No, maldita sea, no.

—Somos buenos amigos —respondió apresuradamente, su voz aguda por los nervios—. Eso es todo.

Merlín, estuve a punto de hundirme pensó, conteniendo el aliento.

—¿Eso es todo? —Harry arqueó una ceja, escéptico—. ¿Son buenos amigos?

—Sí... —murmuró la rubia, evitando su mirada.

Harry no pudo evitar esbozar una sonrisa irónica. Se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre el pecho mientras su tono se teñía de incredulidad.

—Interesante —dijo lentamente—. Conoces a alguien tan rico e influyente como Draco Malfoy y, sin embargo, aceptaste una cita a ciegas con un completo desconocido.

Draco cerró los ojos. Idiota perspicaz. Si Harry supiera... Es porque soy un adulto independiente ahora, bastardo.

—Bueno... digamos que... —vaciló, buscando las palabras adecuadas.

Harry alzó una ceja, claramente disfrutando de la incertidumbre en su rostro.

—Continúa —la animó con una mezcla de burla y expectativa—. Estoy ansioso por oír tu explicación.

—Es que Pansy... me lo pidió —balbuceó Draco, mordiendo su labio nerviosamente—. Le dije que no podía, que no era buena idea, pero insistió... y me ofreció 2000 galeones por aceptar la cita a ciegas. Y bueno, así empezó todo.

Soltó una risa incómoda que murió al instante cuando vio la expresión de Harry, severa y molesta.

—¿Estás diciéndome —dijo Harry, apretando los dientes— que Pansy te ofreció 2000 galeones para tener una cita conmigo?

—Técnicamente, ir como reemplazo no es una estafa, ¿verdad? —Draco trató de defenderse con torpeza.

Harry soltó una carcajada sarcástica, su irritación era palpable.

—Oh, claro, por supuesto —respondió con una sonrisa cínica—. Ahora todo tiene sentido. Un simple reemplazo, sin ningún truco. Muy ingenioso.

Draco torció el gesto, cruzando los brazos. Bueno, si lo pones así... sí que suena mal.

—Lo siento, de verdad —se disculpó, bajando la mirada—. Necesitaba el dinero con urgencia, y no había otra forma de conseguirlo...

¿Con qué? Ni siquiera tengo ingresos. Se mordió los labios, incapaz de admitirlo.

—¿Necesitabas dinero? —repitió Harry, su tono cada vez más sarcástico—. ¿Y pensaste que era buena idea engañar a alguien por una suma de dinero?

—¡Oye! —exclamó Draco, levantando la voz—. Te dije en esa cita que no quería nada contigo. Ni siquiera fue mi idea. Pansy tampoco quería, así que solo hice mi parte... no es mi culpa que me pidieras matrimonio sin siquiera conocerme. Te advertí.

—Oh, claro —replicó, con voz gélida y mordaz—. Cómo olvidarlo. No querías casarte conmigo, ni siquiera salir conmigo. Estabas cumpliendo tu "papel", ¿verdad? Y todo fue culpa mía por pedirle matrimonio a una completa desconocida. Excelente excusa.

—No es una excusa, es la verdad —soltó Draco con firmeza, frunciendo el ceño—. No es mi culpa que te fijaras en alguien tan bello y encantador como yo. No te culpo si te enamoraste, pero no me interesa salir con el "Niño Que Vivió". —Desvió la mirada, cruzándose de brazos en un gesto desafiante.

Harry frunció el ceño. Esa actitud. Esa postura... Se parece tanto a... No, no podía ser. Sacudió la cabeza, alejando esa idea.

—El "Niño Que Vivió", ¿eh? —repitió con amargura—. Ahórrate tu arrogancia, como si yo te estuviera persiguiendo.

—Tú fuiste quien insistió en todo esto —respondió Draco, girando los ojos.

Harry lo sabía. Sirius había sido el responsable de organizar esas ridículas citas, y ahora resultaba que ni siquiera la persona con la que pensaba casarse era quien decía ser. Todo era un desastre.

—¿Y ahora qué? —Harry apretó la mandíbula—. Se suponía que debía casarme con alguien que no conocía, y resulta que todo esto fue un engaño. Qué ironía.

Draco lo miró, impasible. Solo lo hice por Pansy, no es para tanto. Bufó internamente, cruzándose de brazos. Harry lo observaba con una frialdad penetrante. No puedo dejar que descubra quién soy. Se pondrá peor si lo hago enojar más.

—Sé que una disculpa no es suficiente —dijo Draco finalmente, enderezándose en la silla—. Ojalá pudiera compensarte por el tiempo perdido y tus... sentimientos heridos, pero no tengo cómo hacerlo. Y no puedo ofrecerte dinero ni regalos, ya que tú tienes mucho más de lo que yo jamás tendré. —Decir eso le costó—. Lo único que puedo prometerte es que te ayudaré en lo que necesites, si alguna vez lo requieres.

Harry la miró fijamente, sus ojos evaluando cada palabra.

—¿Un favor, eh? —repitió, su tono cargado de escepticismo—. ¿De verdad crees que un simple favor compensa todo este embrollo?

Se tomó un momento para evaluarla, observando cada uno de sus gestos. A pesar de su creciente molestia, no podía negar que seguía sintiendo una punzante curiosidad. ¿Quién era realmente esta chica?

—Bueno, si no hay mucho más que decir —murmuró ella, intentando sonar despreocupada—, ¿te parece si terminamos aquí?

Harry la miró fijamente, su expresión seria y calculadora.

—Es que... —ella vaciló antes de continuar, buscando una excusa convincente— tengo que ayudar a mi familia. Les ayudo por las noches, así que creo que será mejor que me vaya.

Justo en ese momento, el teléfono de Draco comenzó a sonar. Miró la pantalla y su corazón dio un vuelco: era Harry llamándolo. Frente a él, Harry mantenía la mirada fija, claramente midiendo su reacción. Draco entendió en ese instante que Harry tenía otros planes. No iba a dejar que se esfumara tan fácilmente, no cuando ya estaba decidido a dejar las citas a ciegas. De alguna manera, seguiría en contacto.

—Atiende siempre que te llame, a partir de ahora —le ordenó Harry, su voz firme—. Si no contestas mis llamadas o intentas desaparecer, iré a buscarte. —Le arrebató la tarjeta de las manos.

—Bien... —murmuró Draco, mordiéndose el labio inferior, sabiendo que estaba atrapado.

Con un suspiro frustrado, guardó el número de Harry en su teléfono, haciendo una mueca que no pasó desapercibida. Maldito Potter, pensó mientras apretaba los botones.

Harry no pudo evitar sonreír al verla agregar de mala gana su contacto. Cruzó los brazos, aún intrigado por la identidad de la chica.

—Por cierto —dijo con un tono casual—, aún no me has dicho tu nombre.

—¿Mi nombre? —repitió ella, visiblemente distraída— Es Dra...

Se detuvo en seco, cerrando los ojos de golpe. No podía revelar su verdadero nombre. 

Harry levantó una ceja, notando el repentino tropiezo en sus palabras. Algo no cuadraba; estaba claramente ocultando algo.

—Tu nombre... —la instó, su voz impregnada de un leve sarcasmo—. ¿Te importaría continuar?

Draco soltó una risa nerviosa, buscando desesperadamente una salida.

—Es... Adara... —improvisó rápidamente, escaneando el entorno hasta que sus ojos se posaron en un libro cercano— Bridgerton —agregó con una sonrisa forzada.

Las cejas de Harry se alzaron con sorpresa ante el nombre que finalmente salió de sus labios.

—Adara... —repitió lentamente, su tono cargado de una mezcla de curiosidad y escepticismo. Sus ojos siguieron el rastro hasta el libro que había junto a ella, y no pudo evitar sonreír al ver la obvia fuente de inspiración—. ¿Bridgerton?

—Así es —confirmó ella con una sonrisa nerviosa—, es un apellido bastante famoso.

—Vaya, qué coincidencia... —respondió Harry, su sonrisa burlona.

—Bueno, ahora sí... tengo que irme —dijo Draco rápidamente, agarrando sus cosas con prisa—. Hasta luego.

Harry la vio irse, su mirada fija en su figura hasta que desapareció por completo. Algo en ella le seguía resultando familiar, pero no lograba encajar las piezas.

—Hasta luego —murmuró para sí, aunque su mente ya estaba trabajando a toda velocidad. Hizo una nota mental: Adara Bridgerton. No por nada había sido el mejor Auror de su generación.
































La insignia resplandecía suavemente bajo la luz del vestíbulo de la Mansión Black mientras la giraba entre mis dedos. Un panda asomaba perezosamente desde el bolso que Adara había dejado caer sin darse cuenta cuando pasó apresurada. Bufé en silencio, sintiendo una punzada de celos al pensar en lo que esa insignia significaba. ¿Por qué ella llevaba algo tan personal de Draco? Recordé el día de su graduación; él lo había usado con orgullo. Algo dentro de mí se removió. ¿Qué tan cercanos eran para que lo cargara con ella?

—Llegué —anuncié, pero el ambiente era más del hogar de Sirius que el mío.

Sirius, como de costumbre, estaba completamente absorto en su novela de las nueve de la noche. Al escucharme, pausó el televisor con una sonrisa en el rostro, irradiando esa calidez que tanto lo caracterizaba.

—¿Recién llegas? —me preguntó, acercándose con su habitual energía—. ¿Cómo fue todo con la señorita Parkinson? ¿Y la boda? —Detuve mis pasos al instante cuando lo mencionó—. Nuestras familias deberían conocerse primero, ¿no?

Respiré hondo, sintiendo el peso del día colapsar sobre mí. El eco de la frustración de la cita, mezclado con el cansancio de todo lo que había hecho después, se acumulaba en mi pecho. Al ver la mirada expectante de Sirius, intenté mantener la calma.

—Sirius... —empecé, mi voz cargada de agotamiento— la cita fue un poco... diferente a lo esperado. No habrá boda —añadí rápidamente, intentando zanjar el tema.

—¿Qué? —Sirius frunció el ceño, incrédulo—. ¿Por qué no...?

Pero yo ya estaba demasiado exhausto para enfrentar una conversación larga. Llevaba todo el día deseando regresar y estar solo. Froté mis sienes, como si eso pudiera aliviar la tensión que sentía en mi cabeza.

—Mira —dije, mi voz sonaba más apagada de lo que pretendía—. No quiero hablar de esto ahora. Ha sido un día largo. Hablemos mañana, ¿vale?

No esperé respuesta. Giré sobre mis talones y subí las escaleras hacia mi habitación. Cada paso se sentía pesado, como si el cansancio se hubiera apoderado de todo mi cuerpo. Al llegar, me dejé caer en el sofá, soltando un largo suspiro. El ambiente de mi habitación, aunque familiar, se sentía extrañamente opresivo. La Mansión Black tenía esa extraña cualidad de hacerse sentir demasiado grande y vacía, sobre todo en las noches.

Prendí la televisión, cambiando de canal sin interés: comedias, películas, noticias, incluso esos absurdos programas de venta nocturna. Ninguno lograba captar mi atención. Al final, abrí Youtube y puse una canción suave, algo que acompañara el silencio sin invadirlo.

Me recosté en el sofá, mis ojos se desviaron al techo, observando las sombras que el débil brillo de la pantalla proyectaba. El día había sido abrumador, más de lo que estaba dispuesto a admitir, y pronto, con el susurro de la música de fondo, sentí cómo mi mente empezaba a nublarse. Cerré los ojos, y poco a poco, el peso del agotamiento me fue arrastrando hacia un sueño pesado y profundo, donde por fin, al menos por unas horas, todo quedaría en silencio.





























Llovía, llovía mucho. Mi cuerpo temblaba al compás de los golpes fríos del viento y el agua. Me abrazaba a mí mismo, tratando de protegerme del vacío que sentía, ese que ni siquiera el aguacero más fuerte podía llenar. No era el frío lo que me incomodaba, era esa soledad abrumadora, esa sensación que te come por dentro. Aunque estuviera rodeado de personas, era como si estuviera solo, atrapado en mi propio miedo y cansancio.

Mi mano ardía. Las palabras "No debo decir mentiras" estaban recién marcadas en mi piel, cada letra quemando, pero eso no era lo peor. Mi corazón latía rápido, como si quisiera escapar, huir, salir de mí mismo. Pero estaba inmóvil, congelado por dentro. Era el miedo al fracaso, el miedo a

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