𝐅𝐮𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐜𝐨𝐦𝐩𝐥𝐞𝐭𝐚 𝐲 𝐚𝐛𝐬𝐨𝐥𝐮𝐭𝐚 𝐦𝐢𝐞𝐫𝐝𝐚. Literalmente, en todos los sentidos posibles. Como cuando sueñas con algo increíble, tal vez con esa persona que te gusta, y de repente suena tu estúpida alarma, destrozando el momento. Eso fue exactamente lo que sentí al ver mi baúl a mis pies. Ahí, justo frente a la puerta. Frente a mis padres. Frente a Dobby. Frente a mi orgullo. Frente a toda mi futura herencia.
Estaba parado, como un idiota, sin entender qué demonios estaba pasando. Mis ojos viajaron rápidamente entre mi madre y mi padre, buscando alguna señal de que esto era una broma. Sonreí, más por nervios que por otra cosa.
—Vamos, tiene que ser una broma —dije con una sonrisa que casi me dolía en la cara—. Si es así, al menos deberían recibirme con un café o, ya sabes, un bate. Algo que me sacuda la resaca.
—No, Draco, no es una broma —dijo mi madre con esa voz suave que usa cuando algo realmente va mal.
Mi padre se acercó, ese andar suyo, lento pero firme, y habló con ese tono que hace que cualquier discusión sea una batalla perdida antes de empezar.
—Fue nuestra culpa, lo admito. No lo hicimos bien, y esto me duele mucho —hizo una pausa teatral, luego añadió—, pero mentiría si dijera que te extrañaré. A tu edad, la mayoría ya tiene un trabajo, un departamento, tal vez incluso pensando en la próxima generación de Malfoys que nos darán. Pero tú... tú solo te dedicas a gastar el dinero que, por cierto, no te has ganado.
Abrí la boca, ofendido. No podía creer lo que estaba escuchando.
—Sí, pero... pero... ¡A ellos no les prometieron terrenos! Ni una empresa valorada en mil doscientos millones de galeones —repliqué, tratando de mantener algo de dignidad.
—Draco, tu padre y yo hemos llegado a la conclusión de que fue inapropiado haberte criado de una manera tan... pretenciosa —añadió mi madre.
—¿Pretenciosa? —repetí, completamente desconcertado.
—Y por eso creemos que es hora de que demuestres que no solo fuiste a Hogwarts a pavonearte. Necesitas un trabajo —mi madre lo dijo con tal calma que casi me dolió más que si me hubieran gritado.
—Pero... ¡Pero eso no es justo! —protesté, sintiendo cómo la frustración se me subía a la cabeza—. ¡Un muggle cualquiera sigue viviendo en el sótano de sus padres a los treinta! ¿Por qué me echan a los veinticinco?
Mi padre avanzó un paso más, mirándome fijamente. Retrocedí, sin quererlo.
—Porque no eres un muggle, Draco. Eres un adulto, un mago de sangre pura, y vienes de la familia Malfoy. —Su voz era gélida—. No nos quedamos sentados esperando que Merlín venga a solucionarnos la vida.
Fruncí el ceño, cruzando los brazos.
—¿Ah, no? —pregunté, esperando un poco más de lógica.
—¡No! —gritaron mis padres al unísono.
Suspiré, bajando la mirada.
—Bueno, no —admití en voz baja—. Pero aun así, ¿es realmente necesario echarme? Puedo empezar aquí mismo. Puedo ser responsable... de alguna manera.
—Draco, nunca aprenderás nada si te quedas atascado en el mismo lugar —dijo mi madre con su voz suave, pero firme—. Las tácticas que solías usar ya no te servirán en el mundo real.
Asentí lentamente, mirándola, aunque mi mente estaba en otro lugar. Concretamente, en la espinilla que brillaba en su frente. ¿Desde cuándo la tiene? ¿Se olvidó de ponerse base? Si me están echando por ser irresponsable, ella podría hacerse un favor con una cirugía estética. Aunque, claro, ¿quién soy yo para juzgar? Siempre me llaman "padrecito" cuando voy a un antro, con mis trajes negros impecables. Luego me piden agua bendita. Ridículo.
—Draco, ¿me escuchaste? —La voz de mi madre me sacó de mi ensimismamiento.
—Claro, madre —respondí con una sonrisa automática. ¿Qué más iba a decir?
—Bien —respondió, entregándome una pequeña llave plateada—. Sabes cómo llegar al departamento en Kensington y Chelsea, ¿no?
Mi cabeza se levantó bruscamente. ¿Departamento? ¿Escuché bien?
—Pero... pero... —tartamudeé, tratando de encontrar una salida.
¿En qué maldito mapa está Kensington y Chelsea? ¿Dónde demonios voy a encontrar ese departamento?
Todo esto por fijarme en detalles sin importancia. Pero bueno, ya está. Podría irme con Pansy o Blaise por un tiempo, al menos mientras se les pasa el enojo... eso pensaba, hasta que la voz de mi padre me trajo de vuelta a la realidad.
—Ah, y también hablamos con tus amigos. Les hemos prohibido aceptarte en sus casas por al menos dos semanas —dijo mi padre, con esa frialdad que siempre logra sacarme de quicio.
Abrí la boca, completamente ofendido. ¿Qué clase de castigo era este? Rodé los ojos. Al menos aún tenía mi tarjeta, ¿no?
—Por cierto —añadió él, como si hubiera leído mi mente—, cancelamos tu tarjeta. O mejor dicho, la bloqueamos. No la podrás usar hasta después de tu primer salario.
Casi me ahogo con mi propia saliva. ¿Qué demonios?
—¿¡Están locos!? —grité, mi voz casi temblando de la indignación—. ¡Mejor quítenme el aire también! ¿Cómo se supone que voy a sobrevivir sin dinero?
—Sobrevivirás, Draco —dijo mi madre con esa calma irritante mientras me extendía una tarjeta—. Aquí tienes. De esta se cobrará el alquiler de tu departamento.
Tomé la tarjeta, examinándola como si fuera una reliquia muggle olvidada. ¿Una tarjeta común y corriente? Nada del glamour al que estaba acostumbrado.
—Tranquilo, no te dejaremos en la ruina por completo —continuó ella, con una sonrisa serena—. ¿Cuánto habíamos acordado?
—Mil galeones al mes —respondió mi padre, implacable.
—¿¡Mil galeones!? —repliqué, sintiendo cómo la desesperación me invadía—. ¡Voy a morir antes de que termine el mes!
—No, no lo harás —dijo mi padre, acercándose lentamente—. Y por eso vas a trabajar. De hecho, el Ministerio está buscando personal para un puesto de director.
Mis ojos se iluminaron de inmediato. ¿Director? Quizás había esperanza después de todo. Una oportunidad de oro.
—¿De verdad? —pregunté, casi sonriendo.
—Sí —respondió él, con una sonrisa tan cruel como siempre—, director de la zona de recepción... el Atrio.
Mi sonrisa se desvaneció tan rápido como había aparecido.
—¿Quieres que sea... recepcionista? —levanté una ceja, mirándolo fijamente. Mi padre hizo lo mismo, solo que con más inclinación, luciendo más amenazante que yo. Siempre ganaba en eso.
—No es tan malo como suena, Draco —intervino mi madre, colocándome suavemente las manos en los brazos—. Serías el director. Sabes dar órdenes, y eso es importante.
—Claro, porque como secretario no me quisieron, ¿verdad? —dije, con sarcasmo venenoso, rodando los ojos. Pero la forma en que mis padres se miraron el uno al otro... era reveladora.
—¿De verdad pensaron en mí como una maldita secretaria? —solté, sin poder contenerme.
—Draco, cuida tu lenguaje —me regañó mi padre, pero lo ignoré con un bufido.
—Esto es por tu bien, Draco —insistió mi madre, tomando mi mano con ambas suyas—. Si te quedas aquí, encerrado, no te ayudaría en nada. Tienes que salir al mundo, hacer tu propio trabajo. Tienes que aprender a ser un adulto independiente, y quién sabe, tal vez hasta encuentres algo que realmente te apasione, en lugar de seguir los pasos aburridos de tu padre.
—Oye —protestó mi padre detrás de ella, ofendido.
—Soy un adulto, pero en algún momento necesitaré a un adulto más grande que yo —respondí, agotado, sin ver ninguna luz al final de este túnel.
—Draco, la vida es más que solo fiestas y diversión —dijo mi madre con una sonrisa casi maternal—. Ya lo verás. Solo sigue este mapa por si te pierdes, y si tienes dudas, pregunta. La gente es buena si los tratas bien.
Suspiré, asintiendo con resignación. ¿Qué tan malo podría ser vivir solo? Lo difícil iba a ser trabajar, eso sí.
Primer capítulo por fin, ¿qué tal?
No prometo publicar todos los días pero procurare hacerlo, la verdad es que a mi me va encantando esta historia. No soy experta, pero haré todo lo posible para que lo disfruten lo más que puedan.
Cuídense, abríguense, tomen agua y no se desvelen. Hasta el siguiente capítulo.
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