𝐄𝐋 𝐏𝐑𝐈𝐌𝐄𝐑 𝐃Í𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐋𝐀𝐒𝐄𝐒 𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐋𝐀𝐒 𝐕𝐀𝐂𝐀𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐃𝐄 𝐈𝐍𝐕𝐈𝐄𝐑𝐍𝐎 𝐒𝐈𝐄𝐌𝐏𝐑𝐄 𝐓𝐄𝐍Í𝐀 𝐔𝐍𝐀 𝐌𝐄𝐙𝐂𝐋𝐀 𝐃𝐄 𝐄𝐍𝐓𝐔𝐒𝐈𝐀𝐒𝐌𝐎 𝐘 𝐃𝐄𝐒𝐆𝐀𝐍𝐎 𝐄𝐍 𝐋𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐈𝐍𝐒𝐓𝐈𝐓𝐔𝐓𝐎. A las 7:30 de la mañana, los más puntuales ya estaban allí, reuniéndose en grupos pequeños, mientras otros llegaban arrastrando los pies, aferrándose al último minuto de sueño que les quedaba. El bullicio habitual se llenaba de risas, abrazos y charlas rápidas para ponerse al día.
Hermione y Ron estaban junto a los casilleros, ella organizando sus libros con precisión quirúrgica mientras Ron bostezaba.
—¿Alguna vez se te ocurre llegar temprano y despierto? —preguntó Hermione con sarcasmo mientras cerraba su casillero.
—Estoy aquí, ¿no? Eso ya es un logro —respondió Ron con una sonrisa perezosa, apoyándose contra los casilleros.
De repente, una voz familiar pero más segura los interrumpió.
—¡Hola!
Ambos se giraron y quedaron boquiabiertos al ver a Harry caminando hacia ellos.
Ya no era el Harry de siempre, el de la túnica desaliñada y el cabello desordenado que parecía que acababa de salir de una pelea con el viento. No, este Harry tenía un aire distinto: su uniforme estaba perfectamente acomodado, su cabello lucía peinado, y su postura transmitía una confianza que nunca antes habían visto. Incluso sus lentes, aunque seguían ahí, le daban un toque sofisticado.
—¡Harry! —exclamó Hermione, todavía en shock.
—¿Qué? ¿Es el peinado? —preguntó él, rascándose la cabeza con una sonrisa tímida, claramente incómodo por la atención.
Ron lo rodeó con un brazo, estudiándolo de cerca.
—No sé qué es, pero hay algo diferente en ti. —Entrecerró los ojos como si intentara resolver un acertijo—. Te ves... ¿alto?
—Es el mismo Harry —respondió Hermione, aunque su mirada se movía de arriba abajo mientras lo evaluaba—. Solo que ahora está más... atractivo. Muy guapo, de hecho.
Harry se sonrojó profundamente, ajustándose los lentes para no tener que mirar directamente a sus amigos.
—No exageren, solo... bueno, hice algunos cambios durante las vacaciones.
—¿Algunos cambios? ¿Dónde estuviste? ¿Por qué no respondiste a mis mensajes? —Hermione cruzó los brazos, claramente ofendida, pero también intrigada.
—Es una larga historia... —murmuró Harry, encogiéndose de hombros.
Antes de que pudiera explicar, varias chicas se acercaron, algunas de ellas las mismas que jamás habrían mirado a Harry dos veces antes.
—¡Hola, Harry! Qué gusto verte. —Una chica de cabello castaño le sonrió coquetamente, mientras otras asentían.
Harry las saludó educadamente, aunque era evidente que no estaba acostumbrado a ese tipo de atención.
A unos metros de distancia, Pansy, Blaise y Draco observaban todo desde la esquina del pasillo. Pansy, siempre rápida para notar los cambios sociales, arqueó una ceja y se inclinó hacia Draco.
—Vaya, vaya. Parece que Potter finalmente aprendió a vestirse. —Le sonrió maliciosamente—. Tal vez después de todo tengas una oportunidad de ganar tu pequeña apuesta.
Blaise rodó los ojos, metiendo las manos en los bolsillos.
—Sí, claro. Y mientras tanto, yo voy practicando cómo lavar tu ropa, ¿no, Draco?
Draco los ignoró al principio, pero sus ojos permanecieron fijos en Harry. Observó cómo el chico saludaba a todos, torpe pero genuino, y cómo su sonrisa deslumbrante parecía captar la atención de todos los que pasaban por allí. Algo en su pecho se apretó, aunque no lo admitiría ni bajo amenaza.
—Vámonos a clases —dijo finalmente, ajustándose el uniforme con un gesto elegante.
Pansy y Blaise lo siguieron, aunque no sin compartir miradas de complicidad.
Harry, por su parte, no se dio cuenta de la atención de Draco. Si lo hubiera notado, no habría dudado en saludarlo. Pero por ahora, estaba demasiado ocupado lidiando con la extraña sensación de ser, por primera vez, el centro de atención en un pasillo que solía recorrer casi como un fantasma.
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El aula de química estaba impregnada del característico olor a productos químicos mezclados con el aroma metálico de los instrumentos de laboratorio. Snape, con su postura rígida y mirada afilada, paseaba lentamente entre los pupitres como un depredador buscando a su presa.
—Señor Potter —dijo finalmente, deteniéndose junto al asiento de Harry—. Supongo que estas vacaciones no lograron curar su... particular torpeza en el laboratorio.
Las miradas se volvieron hacia Harry, algunas burlonas, otras expectantes. Harry, sin embargo, mantuvo la calma. Sentado erguido, con las mangas de su camisa perfectamente ajustadas, miró a Snape con una leve sonrisa, sin rastro de nerviosismo.
—Esta vez no será necesario curar nada, profesor. Estoy preparado.
Snape arqueó una ceja, claramente desconcertado por la seguridad en el tono de Harry. Sin perder tiempo, escribió una compleja ecuación en el pizarrón, cargada de términos químicos que hacían fruncir el ceño a más de un estudiante.
—Bien, Potter. Diga qué compuestos se forman al combinar estas sustancias y explique la reacción.
Hermione, que había comenzado a hojear frenéticamente su libro, se detuvo cuando escuchó la voz de Harry responder con fluidez.
—Ácido benzoico y agua, profesor. Es una reacción de neutralización. El ácido reacciona con la base formando una sal y agua como subproductos.
Un silencio absoluto cayó sobre el aula. Hermione lo miró con la boca entreabierta; ni siquiera ella había llegado a esa conclusión todavía. Snape entrecerró los ojos, claramente molesto pero incapaz de encontrar un error en la respuesta.
—Correcto... por una vez —masculló antes de alejarse, su capa ondeando detrás de él.
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En la clase de geometría, la profesora McGonagall había planteado un problema particularmente complicado en el pizarrón.
—Potter, quizás quiera mostrarnos cómo resolver esto, ya que parece estar tan... atento hoy.
Las risas contenidas resonaron por la sala, pero Harry simplemente se levantó, tomó una tiza y, tras unos segundos de reflexión, trazó una serie de líneas y fórmulas en el pizarrón.
—La respuesta es 45 grados, profesora.
McGonagall ajustó sus lentes y estudió el trabajo de Harry con cuidado antes de asentir con aprobación.
—Impecable, Potter. Parece que estas vacaciones le han servido de algo.
Hermione sonrió ampliamente, mientras Ron susurraba:
—¿Quién es este tipo y qué hizo con nuestro Harry?
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En la clase de filosofía, Dumbledore lanzó una pregunta abierta a los estudiantes sobre la importancia de las revoluciones en el desarrollo de la democracia.
Mientras todos permanecían en silencio, Harry levantó la mano.
—Creo que las revoluciones son necesarias porque son un reflejo del descontento social. Sin ellas, muchas injusticias seguirían perpetuándose. Pero también depende de cómo se gestione el cambio, porque la democracia sin igualdad no sirve de mucho.
Dumbledore sonrió, complacido por la profundidad del análisis.
—Una observación muy acertada, señor Potter.
Hermione apenas podía contener su orgullo, mientras Ron mordisqueaba una manzana y murmuraba:
—Sí, claro, todo eso ya lo sabía... solo que no lo quería decir.
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Durante el almuerzo, Harry se convirtió en el centro de atención. Varias chicas se acercaban para hacerle preguntas aparentemente inocentes.
—Harry, ¿tienes los apuntes de química? —preguntó una rubia, inclinándose ligeramente hacia él.
—Claro, aquí los tienes —respondió él, pasándoselos sin notar el coqueteo.
—Tienes una letra muy bonita —añadió otra, sonriendo.
—Gracias, practiqué mucho estas vacaciones. Un amigo me ayudó bastante.
Hermione, observando desde la mesa, suspiró.
—Es increíblemente brillante en clase, pero sigue siendo un completo desastre para notar las indirectas.
—No cambies nunca, Harry —añadió Ron con una carcajada, llevándose otra porción de pastel a la boca.
Al final del día, Harry se sintió lleno de energía y un poco abrumado por los cambios en su entorno, pero una cosa era segura: ya no era "el torpe Harry Potter". Ahora era alguien que llamaba la atención, aunque seguía siendo el mismo de siempre por dentro. Y, aunque no lo sabía aún, eso era lo que realmente lo hacía especial.
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El sol brillaba intensamente sobre la piscina del colegio, reflejando destellos en el agua cristalina. Cedric Diggory nadaba con movimientos gráciles, su cuerpo cortando el agua con precisión impecable. Desde las gradas, Harry lo observaba con una mezcla de admiración y nerviosismo. Una sonrisa asomaba en sus labios mientras seguía el ritmo constante del nadador.
Absorto en sus pensamientos, Harry no se percató de la pequeña piedra en su camino. Su zapato tropezó y, antes de darse cuenta, cayó de bruces al suelo con un sonoro "¡Auch!".
—Genial, justo lo que necesitaba —murmuró, incorporándose lentamente mientras ajustaba sus lentes, que habían quedado torcidos en la caída.
Cedric, ajeno al pequeño accidente, giró al final de la piscina y continuó nadando. Harry suspiró aliviado, aunque su alivio fue breve. Unos zapatos negros, perfectamente lustrados, se plantaron frente a él.
Levantó la mirada, encontrándose con Draco Malfoy, quien lo observaba con los brazos cruzados y una sonrisa divertida en el rostro.
—Bueno, Potter, lo sabía. Era demasiado bueno para ser verdad. Tres días sin tropezarte, todo un récord —comentó Draco, su tono cargado de ironía.
Harry entrecerró los ojos, malhumorado.
—Gracias por tu apoyo moral, Malfoy. Muy útil.
Draco sonrió aún más, extendiéndole la mano.
—Vamos, levántate antes de que Cedric te vea en el suelo como un tonto.
Con un suspiro, Harry tomó la mano de Draco y se puso de pie, sacudiéndose la ropa.
—¿Sabes? —empezó Harry, mirándolo de reojo—. No todos podemos ser como tú. Tú a veces ni siquiera pareces humano, Malfoy. ¿Eres un robot?
Draco soltó una breve risa, pero no respondió. En cambio, se dio cuenta de algo: Harry estaba tan cerca de él que podía sentir el calor de su cuerpo. Sus respiraciones estaban sincronizadas, y los ojos verdes de Harry se clavaron en los suyos con una intensidad que lo dejó brevemente sin palabras.
—T-ten más cuidado —murmuró Draco, su voz apenas un susurro.
Harry tragó saliva, notando cómo su corazón comenzaba a latir más rápido de lo habitual.
De repente, Draco soltó su mano y, con la misma facilidad con la que había llegado, pasó por su lado, alejándose sin mirar atrás.
Harry se quedó congelado en su lugar, mirando el vacío donde Draco había estado apenas unos segundos antes. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero el ritmo acelerado de su corazón era imposible de ignorar.
—¿Qué me está pasando? —susurró para sí mismo, llevándose una mano al pecho, mientras miraba a su alrededor, buscando alguna respuesta que nunca llegó. Cedric seguía nadando, ajeno a todo, pero Harry no podía apartar de su mente la mirada gris de Draco y cómo lo había hecho sentir... diferente.
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El comedor estaba lleno de murmullos y risas mientras los estudiantes disfrutaban del almuerzo. Draco, como siempre, estaba sentado en el centro de la mesa de Slytherin, platicando animadamente con Pansy y Blaise. Las manos de Draco se movían con gestos elegantes mientras relataba alguna anécdota de las vacaciones, arrancando risas de sus amigos.
De repente, Pansy lo interrumpió con un discreto codazo.
—Draco, mira tu obra maestra —susurró con una sonrisa maliciosa, señalando con un movimiento sutil de cabeza.
Draco apenas necesitó girarse para saber a quién se refería. Allí estaba Potter, caminando con una confianza renovada junto a Granger y Weasley. El cambio en Harry era innegable: el uniforme perfectamente acomodado, el cabello no tan desordenado, y esa manera de moverse como si finalmente supiera su lugar en el mundo.
Una sonrisa asomó en los labios de Draco, pero se desvaneció al escuchar el comentario de Blaise.
—Felicidades, Malfoy. Parece que tu entrenamiento dio frutos. Cedric Diggory no puede quitarle los ojos de encima a Potter.
Draco parpadeó, confundido, y volvió la vista hacia la mesa de Hufflepuff. Justo como Blaise había señalado, Cedric estaba levantándose de su asiento, saludando a Harry con una amplia sonrisa, como si fuera la primera vez que realmente lo notaba.
Pansy, al ver la escena, no pudo contener su entusiasmo.
—¿Ves eso? —susurró, inclinándose hacia Draco—. Puede que la apuesta de hacer que Potter salga con Diggory se cumpla más rápido de lo que pensábamos.
Draco frunció el ceño, sintiendo un nudo extraño en el estómago que no sabía cómo describir. Sin darse cuenta, empezó a llevarse galletas a la boca, una tras otra, masticando con un ritmo furioso.
—¿Draco? —Blaise lo miró con curiosidad y preocupación—. ¿Estás bien?
Draco no respondió. En cambio, tomó un vaso de jugo de naranja, lo bebió de un solo trago y lo dejó caer con fuerza sobre la mesa, haciendo que algunos de los presentes se giraran para mirar.
—Voy a la biblioteca —anunció con tono cortante, limpiándose la boca con la servilleta.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Pansy, desconcertada.
Draco no contestó. Se levantó de golpe, ajustando su chaqueta antes de salir del comedor a paso firme.
Blaise y Pansy se quedaron mirándolo mientras desaparecía por las puertas del Gran Comedor.
—¿Qué le pasa ahora? —preguntó Blaise, arqueando una ceja.
Pansy sonrió, divertida, mientras miraba de reojo a Harry, que ahora estaba sentado junto a Cedric en la mesa de Hufflepuff.
—Creo que Draco acaba de descubrir que las apuestas no son tan divertidas cuando hay emociones involucradas.
Blaise rodó los ojos.
—Ah, el drama Malfoy. Siempre entretenido.
Mientras tanto, Draco caminaba por los pasillos vacíos, apretando los puños. Ese nudo incómodo en el estómago seguía ahí, y aunque no quería admitirlo, sabía exactamente qué era: celos.
Maratón de 3/5
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