» El reino fuego.
Narrador Omnisciente:
Desde hace muchos siglos en el pasado, existían unas tierras las cuales eran muy sagradas por los seres humanos. Dichas tierras estaban divididas en seis grandes reinos bastante diferentes entre sí, los cuales estaban dirigidos por sus respectivos reyes y líderes pertenecientes a la familia real.
Los cuales, estaban relacionados de alguna manera con algún elemento en particular.
Desde los tiempos de antaño, solían existir ciertos mitos sobre algunas familias con sangre mágica en sus venas, las cuales otorgaban poderes inhumanos a dichas personas herederas.
Control del agua, de la tierra, del fuego, del aire, de la luz y del hielo, algo increíble, ¿no?
Más aun así, al principio solo pocas personas eran capaces de despertar dicho poder y controlarlo a la perfección, por lo que debían someterse a un entrenamiento adecuado para poder utilizarlo con un buen fin y no aprovecharse de él.
Con el pasar de los años, no solo los integrantes de la familia real eran portadores de dichos poderes, este extraño fenómeno se dispersó entre los habitantes de cada reino y, al día de hoy, casi un cuarto de las personas poseía control de algún elemento.
Salvo el del fuego.
Según contaba la leyenda, hace unos años el reino del fuego fue uno de los primeros en manifestar sus poderes. La familia real era bastante numerosa y no había ningún integrante que no supiera controlar el fuego, convirtiéndose en grandes guerreros a pesar de sus cortas edades.
Su poder dominando el calor del fuego era algo sumamente extraordinario para quien los viese, sin embargo, fue ese mismo poder el cual los condenó a la desgracia.
La familia real se encegueció ante tal poder e intentaron tomar por la fuerza el control de los otros territorios, los cuales reclamaban como suyos al solamente vivir cerca de los volcanes. Las tierras de allí era muy malas para subsistir e insistían en querer conseguir más y más de sus alrededores, llegando así a armar una guerra entre los reinos.
Según contaban las personas mayores, aquella guerra acabó con varias vidas humanas, siendo aún una herida abierta en el mundo, la cual había tardado en sanar pero lo estaba haciendo, lentamente.
Más aun así, el reino que peor la había pasado había sido el del fuego, pues este mismo tuvo el mayor número de víctimas al ser el que había iniciado todo, siendo atacado por una alianza entre las demás tierras.
Llegando así, a su casi extinción total.
El tiempo fue pasando y los cinco reinos restantes lucharon para que todo estuviese en paz y armonía nuevamente. La economía fue recuperándose y cada habitante era libre de comercializar con los otros reinos si así lo quería. La evolución de aquellos pueblos era sumamente grandiosa tomando en cuenta lo ocurrido, llegando así a fundar una pequeña ciudad en el medio de los cinco países, la cual lo bautizaron como la Ciudad de Besalú.
En aquella ciudad habitaban personas de todos los reinos, compartiendo un lugar en común y fortaleciendo los lazos entre todos. Generalmente, los que vivían por esos lados eran personas sin poder alguno, siendo así que los guerreros y guardianes se quedaban a vivir a los alrededores del castillo, protegiendo a la familia real.
El mundo parecía estar en completo orden por el momento, más aun así, las cosas no podían estar más alejadas de la realidad.
—Quiero dejarles muy en claro que esto no es un simple juego —alzó la voz una rubia ceniza, siendo mejor conocida como la líder—. Nosotros vamos a recuperar lo que nos robaron, aún si tenemos que usar nuestros poderes.
Dijo todo aquello con seguridad en su voz y haciendo gestos intimidantes con las llamas salidas de las puntas de sus dedos, logrando transmitir el miedo a todos los allí presentes.
Salvo a su único hijo, el cual era el único que le hacía frente.
—Ya pueden irse, bastardos —gruñó Katsuki, ya harto de esas reuniones—. En un mes nos volveremos a reunir.
No dijo más y él fue el primero en marcharse de allí, yéndose a una cabaña cerca del bosque del reino agua, en la cual vivía junto a su dragón Eijiro.
Katsuki Bakugo era un joven de veinticuatro años de edad, hijo de Masaru y Mitsuki Bakugo, actuales líderes de lo que alguna vez fue la civilización del reino fuego.
Aquel muchacho había crecido escondiéndose junto a su familia en las montañas, procurando no ser encontrado por ninguna persona de algún reino. Desde que había heredado los poderes del fuego cuando era un simple niño, supo que su vida cambiaría de sobremanera al presentar dicho poder.
Su madre, actual reina legítima del reino fuego, lo había entrenado desde temprana edad, descubriendo el talento que poseía su hijo. Definitivamente, él no era como los otros habitantes de lo que había quedado del reino de su abuelo, claro que no, ese niño había nacido con un talento natural, el cual estaba segura que les ayudaría a restablecer sus tierras.
La matriarca de los Bakugo había estado reuniendo todos esos años a los descendientes de su antiguo pueblo, convenciéndolos e inclusive amenazándolos para volver a resurgir su antigua civilización, llevándoselos consigo a lo que quedaba de sus tierras en los volcanes.
Fue un duro trabajo pero por fin había logrado reunir a un grupo numeroso de gente, siendo todos grandes maestros con el dominio del fuego.
El rubio ceniza sabía que tarde o temprano tendría que estar luchando junto a su pueblo, lo cual no le agrada del todo. Él era consciente de que el reino del hielo había extendido su territorio hacia el inicio de sus tierras, alguna que otra vez se había alejado de su hogar para investigar mejor el exterior, encontrándose en numerosas ocasiones con el príncipe Todoroki y algunos de sus caballeros.
Aquello lo llenaba de rabia y no le agradaba en absoluto la idea de vivir escondido para siempre en el bosque, su orgullo no se lo permitiría.
Más aun así, la idea de una guerra no le convencía del todo, por más poderosos que fuesen, era algo arriesgado puesto que no tenían mucho conocimiento sobre sus enemigos.
O al menos no al principio.
Mal. Aquello que estaba haciendo estaba muy mal.
—Me gustas mucho, como no tienes ni idea, Bakugo —admitió una joven de cabellos blanquesinos, confesando sus sentimientos hacia aquella persona la cual traía su mundo de cabeza.
______ acercó su rostro al del contrario y cerró sus ojos, esperando probar aquellos labios tan adictivos para ella.
Los delgados y finos labios de ella hicieron contacto con los suyos y Katsuki solo la dejó hacer, correspondiendo levemente aquel sutil contacto entre ambos.
Una parte suya, quería alejarse de ella a toda costa, pues sabía que aquella muchacha de tan solo diecinueve años terminaría siendo su rival tarde que temprano.
Puesto que ella era la princesa del reino agua.
El cual, sería el primer blanco de su reino.
Cuando la conoció una tarde en aquel bosque, supo de inmediato que aquella chica no era alguien común y corriente. La había visto bañándose en un río cercano a su cabaña y no solo eso, sino que descubrió que podía controlar el agua.
A pesar de que un leve sonrojo incómodo se posó en sus mejillas al verla prácticamente desnuda, su asombro fue mayor al saber de sus poderes, no sabiendo qué hacer en ese momento.
Vio hacia un costado y logró ver sus ropas tendidas en el suelo, si bien se trataba de un vestido algo sencillo, agudizó su visión logrando ver una pequeña tiara encima de ella, dando por hecho que pertenecía a la familia real.
Además, la fémina traía unos tatuajes extraños con forma de espirales en su espalda y su cuello, los cuales reconoció gracias a la información por parte de su madre.
El de ojos rojizos pudo haberla secuestrado en aquel momento y llevarla ante sus tierras por la fuerza. Pudieron tenerla prisionera para luego exigir algo a cambio con el reino vecino.
Pero no pudo hacerlo.
Se había quedado mirándola a la distancia hasta que la joven se fue, casi pareciendo hipnotizado por ella. Él nunca antes conoció a una joven de su edad, pero al verla a lo lejos, tan inocente y aniñada, le dio una extraña tranquilidad en su pecho, apreciando su belleza.
Los días fueron pasando y alguna que otra vez la muchacha seguía frecuentando esa parte del bosque, la había pillado ya sea en el río o incluso admirando la vegetación del bosque, por lo que decidió contarle a su madre lo que pasaba.
Quizás y podía ganar algo a cambio.
Bakugo tenía la idea de secuestrarla o algo parecido, no le agradaba la idea de usar a alguien para conseguir un fin pero sabía que si su madre se enteraba por su cuenta, era capaz de fastidiarlo de por vida. Pensaba en raptarla contra su voluntad y a lo mejor podían hacer un trato con el otro reino, esa era la opción que él había contemplado.
Sin embargo, su madre pensaba totalmente diferente.
—Te acercarás a ella —demandó con autoridad, dejando salir una sonrisa de lado—. De nada nos sirve mendigar unas cuantas tierras a cambio de ella, yo lo quiero todo.
Su esposo, Masaru, la miró con extrañeza y hasta un poco preocupado, pero no la contradijo en nada.
—Tienes que ganarte su confianza, y averiguar cómo entrar al reino agua. Ahí es cuando atacaremos —dijo con una sonrisa desbordante, clavando uno de sus cuchillos en una mesa de madera.
Por supuesto que Katsuki se negó ante aquello, no quiso hacerlo pero al final de cuentas no tenía elección. Él sería el futuro líder luego de todo eso y era su responsabilidad restablecer a su antiguo reino.
Más sin embargo, no fue necesario que él la buscara.
Puesto que fue ella quien lo encontró primero.
Hubo una vez en la que se había topado con unos bandidos, los cuales habían querido llevarse a su fiel amigo para venderlo en el mercado negro. Obviamente el rubio ceniza no se los permitió y luchó contra ellos, saliendo victorioso en aquel encuentro.
Sin embargo, no había podido evitar salir herido en un descuido, recibiendo una herida bastante notoria en su abdomen.
Y fue ahí cuando la conoció a ella.
Pasaba por ahí de casualidad y no pudo evitar esconderse al escuchar dichos ruidos, observando todo a la distancia.
La de cabellos blanquesinos se acercó rápidamente a examinar su herida y comenzó a curarlo con suma delicadeza, haciendo lo mejor posible al ser una aprendiz en el control del agua.
Bakugo se había rehusado a obtener su ayuda pero, la fémina lo había mandado a callar, insistiendo que no era molestia.
Observó con sumo cuidado todas y cada una de sus facciones, teniendo la oportunidad de verla de cerca esta vez. Su ceño estaba levemente fruncido y sus labios estaban apretados debido a la concentración. Sus mejillas eran bastante pálidas y sus pestañas estaban perfectamente rizadas hacia arriba, cubriendo aquellos ojos tan celestiales como el agua.
Esos ojos, por dios, lo único que provocaban era que bajase la guardia.
No supo cuándo, pero aquella joven llamada ______ siempre lo encontraba de casualidad caminando por los bosques. Bakugo tuvo un conflicto consigo mismo al no saber qué hacer, intentó alejarla pero a la vez se sentía un traidor con su gente. Comenzó a aceptarla con el tiempo, pero no le agradaba la idea de sacar provecho de alguien más, entonces, ¿qué es lo que haría?
Bakugo quiso separar sus labios de los de la contraria para terminar con todo eso de una buena vez. Él sabía que eso estaba mal, que era algo prohibido para alguien como él. Intentando tomar el control sobre sí mismo, puso ambas manos sobre sus hombros con la intención de apartarla, más aun así, ella posó una de sus pequeñas y delicadas manos en su mejilla, dejándolo completamente absorto ante su tacto.
Sus labios siguieron moviéndose al compás del otro y un leve cosquilleo hizo acto de presencia en su interior. Sintió la calidez de sus besos y se estremeció cuando su pulgar comenzó a hacer círculos en distintas partes de su rostro, siéndole incapaz de romper aquel beso.
«A la mierda el reino», se dijo a sí mismo, besando con más necesidad a la fémina.
Bakugo pasó uno de sus fuertes brazos alrededor de su cintura y la otra la enredó en sus suaves cabellos de color blanco. Tiró un poco de ellos e inclinó más su cabeza para profundizar aquel contacto entre los dos, sintiendo la adrenalina recorriendo sus venas.
Estaba tocando un fruto prohibido, eso lo sabía bien.
Pero eso era lo que más le gustaba, que ella era prohibida para alguien como él.
Cuando ambos se separaron por falta de aire, la fémina traía un notorio sonrojo en sus mejillas, junto a una sonrisa de tonta enamorada.
Porque así era, ella se había enamorado de ese rubio cenizo con el pasar de los meses.
Su actitud arisca le llamó la atención desde un principio, no le dejaba las cosas fáciles a cómo estaba acostumbrada y hasta a veces era grosero con ella, siendo un trato sumamente diferente al cual recibía en su reino.
A pesar de llevarle unos cuantos años, aquel muchacho logró causarle curiosidad cuando lo conoció, teniendo la necesidad de volver a verle otra vez.
Su corazón palpitaba como un caballo cada que estaba cerca suyo y aquellos besos y coqueteos juguetones e inocentes fueron transformándose en algo más fuerte con el pasar de las semanas. Cada que se reunían, ella era la que le robaba un beso al cenizo, el cual se enojaba al verla invadir su espacio personal y terminaba persiguiéndola por los bosques, atrapándola y acorralándola ya sea en un árbol o el suelo, comportándose como si fuesen dos niños ajenos a la realidad.
—Oye, Bakugo... —lo llamó ______, estando debajo de su cuerpo en aquel campo lleno de flores. La chica lo miró a los ojos y sonrió con diversión y nerviosismo, queriendo hacer esa pregunta desde hace mucho tiempo— ¿Qué... Somos?
Se mordió el labio inferior cuando este la miró seriamente y se sentó sobre su abdomen, con cuidado de no aplastarla.
Esa era una de las preguntas que el cenizo había querido evitar a toda costa, puesto que no sabía qué decirle. ¿Qué es lo que eran ellos realmente? En ese tiempo de conocerse, se habían dado algunos besos en aquellos encuentros clandestinos, pasaban tiempo juntos en las escapadas de la fémina y las caricias por parte de ella no faltaban, siendo bien recibidas por el de ojos rubí bajo protestas, pero recibidas al fin y al cabo.
Sin quererlo, a Katsuki comenzaba a gustarle aquella chica que tenía a escasos centímetros de su rostro. Contempló sus facciones preocupadas desde lo alto y soltó un suspiro agotador, no sabiendo qué contestar.
Él no le había pedido que fuese su pareja ni mucho menos por una simple razón: su madre. Aquella rubia mujer ya estaba preparando a sus guerreros y se había enterado hace días de sus encuentros con aquella muchacha, quedando totalmente satisfecha al saber que su hijo había cumplido con su cometido.
Grande fue la sorpresa de Mitsuki al ver a su hijo junto a aquella niña, la cual, una vez lo había llevado cerca de la ciudad de Besalú. Los había seguido de cerca y pudo ver cómo la princesa lo hacía pasar por un pequeño compartimiento cerca de una de las paredes que rodeaban al lugar, siendo esa una entrada que, al parecer, solo ella conocía.
Vio a su hijo cambiado con otras ropas y ambos se perdieron entre aquellos pastizales que cubrían el lugar, quedando la reina fuego satisfecha por haber obtenido dicha información, gracias a su revoltoso hijo.
Puesto que él le había mandado una carta para que los siguiera.
Bakugo no sabía cómo sentirse en ese momento, por una parte, él tenía la necesidad de estar con esa chica que le robaba el sueño. Quería proclamarla como suya antes que ningún otro hombre, quería tenerla a su lado al despertar cada mañana y llevar una vida a su lado. Sin embargo, sabía muy dentro suyo que aquello no sería posible, puesto que su reino siempre estaba primero.
«Recuerda, Katsuki. Nosotros haremos lo que sea para proteger a nuestro reino», le decía su madre cada vez que iba a las tierras del reino fuego, recibiendo siempre un asentimiento de mala gana por su parte.
—¿Katsuki...? —lo llamó la chica confundida, al ver que no había recibido respuesta alguna.
Sus gestos demostraron preocupación al verlo recostarse a su lado mientras miraba el resplandeciente cielo azul, con el ceño notoriamente fruncido. Su corazón comenzó a palpitar más fuerte por ese incómodo silencio que había dejado su pregunta, arrepintiéndose de haber sacado ese tema.
______ bajó la mirada hacia el pasto y comenzó a arrancar pequeños brotes verdes del mismo, en un intento desesperado de buscar un poco de calma en su corazón.
¿Acaso... Katsuki no la quería suficiente? ¿Y si eso que llevaban solo había sido algo de un rato para él? ¿Y si no quería tener algo con ella solo por pertenecer a la familia real? Empezaba a pensar todo aquello con nerviosismo, siendo interrumpida por una mano tomando de su mentón.
—No necesito tener una etiqueta para saber lo que siento por ti —habló por fin, mirando sus grandes ojos azules con detenimiento.
Las mejillas de ambos se calentaron y fue Bakugo quien acortó la poca distancia que los separaba, dándole un beso mucho más profundo que los demás.
Sus lenguas danzaban como si estuviesen en un baile y ambos aprovecharon ese momento para dejar salir aquel sentimiento que había florecido dentro de sus corazones, demostrándolo con algunos besos y caricias, los cuales se iban intensificando cada vez más, queriendo tener más del otro.
Hicieron caso omiso a todo lo que existía a su alrededor y simplemente se concentraron en amarse en ese instante, siendo ese uno de los pocos momentos en los cuales podían ser ellos mismos, lejos de los prejuicios de las demás personas.
Amándose, en un amor que estaba destinado a no ser.
Y todo por culpa de la sangre que corría por sus venas.
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