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석진, 21 de Diciembre, 2020

Las agujas del tiempo martilleaban mi mente. Hoy debería ser para mí un gran día, y sin embargo mis ojos estaban empapados y debía hacer gran esfuerzo para no dejar mis lágrimas salir. No tenía razón aparente para llorar, ni para estar de aquella manera, pero el corazón tiene sus razones que la razón desconoce.

Había quedado con ella en el parque a las cuatro, una hora sin duda extraña, pero a mí  no me lo parecía. Después de todo, mi vida había sido extraña. Ahora eran las tres y cuarto, y aún no había decidido que jersey ponerme. Sabía que le gustaba que me pusiese guapo para ella, de la misma forma que me gustaba que se pusiese guapa para mí. Era algo que teníamos en común, un lazo más que nos acercaba.

Dejé caer un cuarto jersey estampado sobre mi cama con desgana y frustración, y cogí otro sin ya siquiera mirar. Siempre delante del espejo, me puse la prenda, y contemplé mi reflejo en el espejo.

Algo faltaba. Agarré la gorra sobre mí mesilla de noche y me la calé hasta que me cubrió la vista casi totalmente. Decidí no detenerme a observar los cambios que se habían producido en mí en los últimos meses,   y me giré para coger las llaves y el móvil. Llegaba de sobra, pero prefería estar allí con antelación, no fuera a ser que tuviera que esperarme.

Bajé a la calle y busqué mi coche, inusualmente mal aparcado. La noche anterior apenas me había molestado en mirar donde lo dejaba. Subí al coche y arranqué el motor con un bostezo. Aquella noche había dormido mal, cosa que no solía pasarme a menudo. A decir verdad, durante los últimos días me había sentido extraño, como si un peso desconocido colgado sobre mí y amenazase con aplastarme en cualquier momento. Tenía un mal presentimiento.

En la radio del coche sonaba la canción de Jungkook, aquella que Yoongi se había negado a escuchar, probablemente por vergüenza. La melodía era dulce, y su voz parecía dar un nuevo significado a las palabras. Siempre le había gustado cantar, pero su timidez le impedía lanzarse. Eso, y su complicado pasado. No sabía demasiado, pero tenía entendido que su familia estaba muy lejos de apoyar sus decisiones. Como la mayor parte de las nuestras.

Un golpeteo constante perturbaba la melodía. Miré alrededor y noté la foto que colgaba de mi espejo, que en su balanceo se golpeaba contra el parabrisas. En un determinado golpe se giró y pude verla con claridad. Aquella era una Polaroid que había sacado yo de nuestra escapada a la playa. Aquel día había sido lo más parecido a una imprudencia que había cometido, y quería guardar ese pequeño momento de juventud, para revivirlo siempre. Todos tenían una sonrisa alegre y despreocupada en la cara, y sus ojos brillaban. Eran jóvenes, y por una vez lo parecían.

Yo no aparecía en aquella foto, pero en todo bien momento, alguien debe quedarse rezagado. Me conformaba con observar, con beber de la juventud que manaba de sus risas. Como un perro fiel, me contentaba con las sobras. Robaba pequeños fogonazos de euforia y los guardaba en megapíxeles y en mi memoria. No se daban cuenta de ello, pero estaba bien. Mi tiempo se había acabado, y ahora les tocaba a ellos.

Solían pedirme  que les sacase algunas fotos, o directamente me quitaban la cámara para hacer payasadas con ella, y yo me las guardaba todas. Tenía cada momento desde que nos habíamos conocido guardado en una imagen, y aunque les cedía alguna copia, me las quedaba yo como un dragón guardando su tesoro. Era lo más cercano a la juventud a lo que podía aspirar.

Vislumbré las últimas imágenes de ellos que había sacado. Podría parecer una obsesión, pero era mi manera de estar junto a ellos, de ayudarlos a volar alto y no caer, o a levantarse del suelo cuando lo hacían. Cada momento de sufrimiento, yo lo veía, y lo documentaba. Sabía que no podía intervenir, pues habían tomado caminos muy diferentes, que ya no se entremezclaban. Sin embargo, sus caminos se cruzaban más veces de lo que creían, y aquello me había facilitado el poder seguir velando por ellos desde la distancia.

Sumido en mis pensamientos, no me di cuenta de que me había equivocado de calle. Aparqué el coche y al mirar a mi alrededor, comprendí que no estaba en el lugar esperado. No sólo me había equivocado de calle, si no que había salido directamente de la ciudad. Eran ya las cinco de la tarde, por lo que probablemente mi cita se habría cansado. No tenía sentido volver al parque.

De la misma forma que mi juventud había quedado lejos, sentía que mi felicidad también lo había hecho.

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