E n el momento en que Ameria logró reconocer que sus posibilidades de permanecer en Donumdell eran escasas, comenzó a trabajar en lo que dejaría para sus amigos.
Y aunque normalmente hubiera preferido dárselos ella misma, esta vez las cosas tendrían que ser diferentes. Por primera vez, ella no estaría allí para verlos recibir sus regalos. Sin embargo, y con un poco de ayuda, eso no había impedido que los dejara escondidos alrededor del edificio. Colocados en diferentes lugares donde sabía que seguramente los encontrarían.
Seis eran las cajas que había preparado antes de partir. Y cada una de ellas contenía objetos que habían sido pensados específicamente para sus destinatarios. Regalos de despedida si se quiere, que ahora yacían en algún rincón del edificio esperando ser encontradas y abiertas.
Gracias a su turno matutino, Edgar había sido el primero en encontrar la suya. Apoyada sobre su escritorio, la caja color negro esperaba pacientemente que alguien la abriera.
El hombre de ojos grises inhaló profundamente, conteniendo la respiración mientras se acercaba a la oscura mesa. Examinando atentamente aquella misteriosa caja desde una distancia segura. Finalmente acercándose, se inclinó ligeramente sobre el escritorio acercando su oído al objeto e intentando escuchar si de él salía algún tipo de sonido. Nada.
Deslizando la caja más cerca suyo, sus ojos la examinaron cautelosamente por última vez antes de que sus dedos levantaran con cuidado la tapa. Dentro había dos bandejas de galletas. Una con seis galletas de chocolate amargo; y seis macarons en la otra. Eran su snack favorito y lo que comía religiosamente durante sus largas jornadas laborales.
Entre ambas bandejas se hallaba una caja más pequeña, rectangular y de color azul oscuro. Un papel blanco doblado y pegado con cinta adhesiva sobre ella. Una sonrisa se dibujó en sus labios y, sacando la nota de la caja, la leyó:
"Querido Edgar,
Ahora que los días van a ser mucho más largos sin mi presencia, lo mínimo que podía hacer era dejarte unos cuantos regalos con los que me recuerdes.
Algunos, para cuando tu nivel de azúcar en sangre baje al darte cuenta de que ahora tendrás que encontrar un reemplazo para mí después de haber dejado la vara demasiado alta para literalmente cualquier otra persona.
Y el otro es para que nadie más tenga que pasar por lo que yo pasé a diario. Ahora no tendrás que pedírselo prestado ni robárselo a nadie más. Cuídalo, porque es un poco caro.
Gracias por creer en mí incluso cuando no mucha gente lo hacía.
Con cariño,
Amería."
Edgar sacó la caja azul y la abrió. Un bolígrafo dorado brilló intensamente bajo las luces fluorescentes de la oficina. El mismo bolígrafo que solía robarle todas las mañanas y devolverle justo antes de que su turno terminara. El mismo bolígrafo que escribía como ningún otro ahora tenía sus iniciales grabadas en un costado. Girándolo entre sus dedos, lo agarró. Sujetándolo con fuerza mientras un suspiro salía de sus labios. Era una pena y una injusticia lo que le habían hecho; y él deseaba haber podido hacer más.
***
Octavia estaba separando algunos libros de la caja de "devolución" cuando sus ojos se posaron en dos objetos negros en el fondo; debajo de las caóticas pilas de libros utilizados. Curiosa, se agachó y sacó todos los libros con un fuerte gruñido. ¿Qué hacían dos cajas como esas entre los viejos y gastados libros? Usando su brazo derecho, hizo a un lado algunos de los libros haciendo espacio sobre la mesa y recogiendo las cajas las colocó una al lado de la otra.
Esta vez el par de sobres estaban pegados encima de las cajas en lugar de dentro de ellas. Su nombre bellamente escrito en la parte trasera de uno de ellos, en una caligrafía que fácilmente pudo reconocer como la de Ameria. El nombre de Jamie escrito en el otro.
Octavia despegó el sobre de la caja, y con cuidado lo abrió, sacó el papel y lo desdobló rápidamente. Su cuerpo cayendo sobre una silla mientras leía.
"Querida Vía,
¿Qué puedo escribirte más que un inmenso agradecimiento?" Leyó y un sollozo escapó de sus labios mientras sentía que su corazón se encogía dentro de su pecho.
"Gracias por alentar a una muy frustrada niña de tan sólo nueve años a creer que podía hacer cualquier cosa. Y por creer en ella.
Gracias por transmitirme tus conocimientos y por estar siempre abierta a responder cada una de las preguntas que se le ocurrían a mi mente curiosa. Gracias por todas las historias que me recomendaste leer, así como también por aquellas que me leíste cuando estaba sola y triste.
Y por otro millón de cosas que has hecho por mí durante tantos años, pero que este pequeño trozo de papel nunca sería suficiente para enumerar. Todas y cada una de ellas son una razón más por las que estoy agradecida por ti y el impacto que has tenido en mi vida.
Dentro de esta caja hay algunas cosas que espero puedas disfrutar y usar mientras devoras uno de esos fantásticos libros que tanto amas.
Con amor,
Tu hija de mentira,
Ameria."
Octavia se secó una lágrima rebelde, guardó la nota y abrió la caja con ambas manos. Una sonrisa llorosa apareció en su rostro, porque conocía el significado detrás de cada objeto.
Un lindo par de calcetines mullidos. De esos de los que siempre hablaba cuando se le enfriaban los pies después de largas horas sentada, pero que en realidad nunca se atrevía a comprar. Y junto a ellos, una gran taza redonda con lunares, idéntica a la que Ameria solía utilizar cada vez que tomaban té cuando era pequeña y que se había roto fatidicamente después de una gran caída hacía ya muchos años. En su interior, un montón de pequeños chocolates de cada uno de sus sabores y combinaciones favoritos. Aquellos que Octavia solía guardar en un frasco en su rinconcito del escritorio de recepción y que Ameria solía robar cada vez que se le antojaba algo dulce.
"¿Todo bien?" Preguntó el chico moreno. Sus ojos azules observando a Octavia con preocupación.
"Jamie." Dijo usando ambas manos para secarse las lágrimas de la cara. "Sí, sí." Dijo volviendo a poner sus artículos dentro de la caja. "Este es para ti." Le dijo levantando su caja y entregándosela.
"¿Para mí?" Preguntó tomando la caja que le acababan de ofrecer. Octavia asintió. "¿De quien?"
"Amería." Dijo sorbiendo su nariz.
"¿Ameria?" Preguntó estupefacto. Sus ojos mirando su nombre escrito en el sobre. "¿Ella... ya se fue?"
"No estoy segura." Admitió con cierta pesadez. "Probablemente." Suspiró y él asintió.
"Gracias." Dijo con tristeza alejandose de la recepción. Una de sus manos golpeteando suavemente la caja mientras caminaba hacia su esquina de siempre.
Quitándose el bolso, lo colocó en una de las sillas y se sentó en otra. La caja colocada cuidadosamente encima de la mesa de madera frente a él. Sus dedos recorrieron la superficie hasta llegar al sobre blanco. Su mano tirando de él, y sacando el papel guardado adentro.
"Jamie,
Quería agradecerte por tu ayuda durante este momento difícil. Y por ser un gran compañero de biblioteca para mí durante todos estos años. Significó mucho para mí saber que podía confiar en alguien como tú.
Espero te guste este regalo que he preparado para tí. Sé que es algo que siempre has querido. Encontré tu nombre escrito en cada renglón de la tarjeta de préstamo de la biblioteca para este artículo, ahora podrás tenerlo siempre en casa o llevarlo a donde quiera que vayas. Pero ten cuidado, puede que lo haya robado de la biblioteca de mis padres...
Sólo bromeo (o tal vez no).
Con cariño,
Amería."
Al abrir la caja, el corazón de Jamie explotó de felicidad. Una brillante sonrisa adornando su rostro de izquierda a derecha. Era su libro favorito.
Pero los sentimientos pronto se mezclaron dentro de su pecho y la sonrisa se desvaneció lentamente. Si bien su amiga acababa de regalarle su libro favorito, ella ya no estaba ahí. Había sido exiliada por algo de lo que no tenía control; Y él, un Dador de Dones, no había podido ayudarla.
***
"Tengo un paquete para entregarle." Dijo aquel hombre aclarándose la garganta y entregándole a Jax su caja negra.
"¿Un paquete? ¿De quién?" Preguntó Jax. Raramente recibía correo, por lo que encontrar al cartero en su puerta había sido sin lugar a dudas una sorpresa.
"No cuento con esa información." Respondió, entregándole la caja con impaciencia una vez más.
Con cautela, Jax recibió la caja y usando su cuerpo para mantener la puerta abierta, volvió a entrar. Sacudiendo la caja, intentaba descubrir qué había dentro. Y moviéndola de un lado a otro buscaba encontrar algún nombre o cartel escrito en ella, pero no había nada. Dejando la caja sobre su escritorio, se sentó frente a ella.
Levantando la tapa, encontró una bolsa de seda negra con cordón. Y pegado a la cara interior de la tapa, una nota. Despegándola lentamente, la desdobló y leyó.
"Querido amigo, o como a mí me gusta llamarte, Jax-ofón,
Después de todos estos años de complicidad y bromas internas, no podía irme sin enviarte primero un regalo tan especial como este. No sólo para dejarte algo para que me recuerdes; sino que también, con la esperanza de que finalmente aprendas una cosa o dos sobre el buen gusto.
Espero que encuentres algún lugar especial donde colocarlos. Preferiblemente en exhibición, para que cualquier chica que visite tu habitación pueda admirarlos.
Con mucho amor, tu amiga favorita,
Ameria."
Dejando la nota a un lado, Jax levantó la bolsa con ambas manos. Sus dedos desatando la cuerda para abrirla. Ni siquiera tuvo que sacar los artículos de la bolsa para saber de qué se trataba. Los tonos coloridos contrastaban vivamente con la oscuridad de la bolsa. Una risa aireada salió de sus labios mientras sacaba uno de ellos. Las figuras plásticas de animales que habían bromeado sobre regalarle a Rowan en su boda estaban dentro de la bolsa. Sus extrañas formas enredándose unas con otras.
***
"¿Qué es eso?" Preguntó Rowan, frotándose el cabello con una toalla, mientras observaba a Eroan entrar una de las cajas negras a la habitación.
"No lo sé," Respondió él dejándola sobre la cama. "pero tiene tu nombre." Indicó despegando el sobre de la caja y entregándoselo a su prometida.
Rowan tomó el pequeño sobre en su mano y rápidamente reconoció la caligrafía de quién había escrito en él. Sus dedos torpes rápidamente lo dieron vuelta y abrieron. Su mejor amiga le había dejado una carta y estaba ansiosa por saber qué palabras contenía.
"Mi querida Rowan,
Las palabras no pueden comenzar a expresar lo agradecida que estoy de haberte tenido en mi vida. De haber conocido a alguien tan amable y cariñosa como tú. La loca muchacha que me eligió como amiga cuando nadie más lo hizo, y se quedó conmigo desde entonces. Contra viento y marea, siempre juntas.
Lamento muchísimo no poder estar ahí para acompañarte en tu día especial. Al menos no de manera física. ¿Qué clase de dama de honor no asiste a la boda de su mejor amiga, cierto? Así que espero a través de estos dos elementos seguir estando presente. Para acompañarte en este momento, el que has soñado durante los últimos diez años.
Como dice el viejo refrán: algo viejo, algo nuevo, algo azul, algo prestado y una moneda en el zapato; Esas son las cosas que una novia debe usar en su boda para tener buena suerte. Quería asegurarme de que ninguno de estos artículos faltara en tu boda, así que me encargué de dos de ellos. Ahora puedes tachar tu algo azul y la moneda de tu lista. (Bueno, en realidad no pude encontrar un penique, pero conseguí una moneda de plata en su lugar. Espero que funcione de igual modo.)
Realmente les deseo lo mejor en esta nueva aventura a la que se dirigen tú y Eroan. Recuerda relajarte y disfrutar el momento. Su momento.
Con mucho amor, por siempre y para siempre,
tu persona favorita,
Ameria."
Al abrir la caja, Rowan encontró, como había sido prometido, dos artículos en su interior. Dentro de una caja cuadrada, brillaba una preciosa moneda de plata. Las iniciales de ambos inscritas en su superficie con hermosa caligrafía. Sujetándola con fuerza en su mano derecha, la presionó contra sus labios.
Generalmente era el padre de la novia quien entregaba la moneda a su hija. Sin embargo, el padre de Rowan había fallecido hacía muchos años. El hecho de que Ameria hubiera pensado en aquel detalle hizo que Rowan sintiera su cálido abrazo en el corazón.
Ameria sabía cuán romántica era su amiga y cuánto había soñado con la boda perfecta. Tanto así, que se había asegurado de dejar todo listo para el gran evento. Aún sabiendo que tal vez no pudiese asistir. Y a pesar de que su mente debería haber estado en otra parte, siempre se aseguró de estar ahí para su amiga. En cada petición, o en cada exigencia. Incluso en las cosas que nunca le había mencionado o las que ni siquiera había tenido en cuenta, Ameria se había encargado de cada una de ellas.
Cuidadosamente doblado al lado de la caja de la moneda, Ameria había colocado su 'algo azul'. Un elegante pañuelo blanco, con un precioso monograma bordado en el tono más bonito de azul.
'Algo azul donde recolectar muchas lágrimas de felicidad. Con amor, Ameria.', decía en la nota adhesiva adjunta. Sacándolo de la caja, y colocándolo entre sus dedos, se lo llevó a la nariz. Aún persistía en él un leve aroma a lavanda y jazmín.
"¿Cómo pude ser tan egoísta?" Lloró ella. Y Eroan le prestó su hombro para que descansara su cabeza. "Debería haber estado ahí para ella. Ayudándola en lugar de estar pidiéndole cosas."
"No digas eso." Le dijo él. "Estoy seguro de que Ameria disfrutó hacer esto contigo. Pasando tiempo juntas y ayudándote en tanto como pudo. Porque así es ella. Y también sé que no hubiera permitido que fuese de otro modo."
"En verdad es así, ¿no?" Dijo Rowan. El pañuelo blanco fuertemente sostenido en su mano. "La mejor dama de honor y la mejor amiga que una persona podría pedir."
***
Las sábanas de la cama de Ben se arrugaron alrededor de su cuerpo al sentarse en ellas. Su pierna derecha rebotando con ansiedad. Con ambos antebrazos apoyados en sus rodillas y dedos entrelazados, su cabeza gacha miraba fijamente el suelo.
Levantando un poco la cabeza, notó debajo de su puerta una sombra. Algo impedía que la luz del pasillo entrara por la rendija. Pensando que tal vez se trataba de alguien parado ahí fuera, esperó. Pero la sombra no se movió. Curioso, se levantó de la cama y caminó hacia ella. Al abrir la puerta, encontró una caja negra cuidadosamente colocada en el suelo. La sexta caja. Y su nombre estaba escrito en el reverso del sobre adjunto.
Inclinándose, la recogió y la llevó dentro. Dejándola sobre su cama, abrió el sobre y sacó la nota que este contenía.
"Ben,
Pienso que si alguien le hubiera dicho a la Ameria de hace cinco meses que escribiría esta carta, se habría reído por lo ridícula que sonaba la idea. Pero aquí estoy, escribiéndola de todos modos. Porque resulta importante para mí el hacerte saber lo agradecida que estoy por todas las cosas que hiciste por mí durante el último mes. Por haber apartado algo de tu tiempo solo para ayudarme, aunque sé que no soy una de tus personas favoritas.
Gracias por estar ahí; por escuchar; y por compartir silencios y hasta una de tus sudaderas favoritas conmigo. Gracias por mostrarme un lado tuyo que jamás pensé que conocería. Nunca lo olvidaré.
Lamento que tengas que buscar otro regalo para la boda con tan poca antelación. Te recomendaría que elijas algo para la cocina, estoy segura que les encantará.
Por favor, cuida bien de nuestra torre durante mi ausencia.
Te deseo lo mejor.
Tu amiga de un amigo,
Ameria."
Una triste sonrisa apareció en sus labios mientras leía su última línea. Claramente ya no era tan sólo la amiga de un amigo. Y si estaba siendo honesto, ella nunca había sido sólo eso para él.
"No me desees lo mejor," Susurró, hablando con aquel trozo de papel. "porque fuiste lo mejor para mí y te perdí." Dijo. "Todo por ser lo suficientemente tonto como para no hacértelo saber antes." Añadió frotándose los ojos con frustración.
Dejando la nota a un lado, abrió la caja. Una risa aireada cayendo de sus labios al ver su contenido. Su sudadera estaba adentro, cuidadosamente doblada. Encima de ésta, su pañuelo. Aquel que alguna vez había intentado robarle y usar como propio. Tomándolo se lo llevó a la nariz. Su dulce aroma impregnando sus fosas nasales. Embriagador como siempre. Adictivo.
"Desearía haber podido hacer más." Dijo sosteniendo con fuerza el pañuelo. "Ojalá te hubieras quedado." Le dijo al objeto como si a través de él pudiera comunicarse con ella. "Quería salvarte. Quería ser yo quien lograra que te quedaras. Lamento haberlo hecho todo mal." Se disculpó, lleno de arrepentimiento mientras hundía su rostro en el suave trozo de tela que olía igual que ella.
Sacando la sudadera de la caja, pasó ambas manos por la suave tela. Estirándola sobre su regazo para verla mejor. Las imágenes de Ameria llevándola puesta se reproducían en su mente como una película. Y un nuevo deseo por verla usar cada una de las prendas de su guardarropas ardió en lo más profundo de su alma.
Con un rápido movimiento se la colocó. Apresurándose para no perder ni una pizca de su aroma antes de que este se desvaneciera en el aire. Con la sudadera puesta, Ben podía sentir aquel dulce perfume a su alrededor. Envolviéndolo; Manteniéndolo cerca. Tan cerca como hubiera deseado estar de ella; Si tan sólo hubiera jugado bien sus cartas y no como un completo imbécil.
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