E l escenario era el mismo, sin embargo, el ambiente era diferente esta vez. Mientras que el mismo reflector brillaba frente a su rostro, iluminándola en medio de la oscuridad de la arena casi vacía, algo en el aire había cambiado. Lo que el día anterior había parecido ansiedad, ahora parecía resignación. Y la multitud esperaba impaciente por el veredicto de los Ancianos. Expectantes por ver si algo que sólo sucedía una vez en una luna azul ,y que no sabían si presenciarían dos veces en sus vidas, volvía a suceder.
"Todos de pie, por favor." Dijo el maestro de ceremonias mientras los cinco Ancianos se dirigían a sus respectivos asientos. Cada uno de sus rostros tan solemnes como siempre. "¿Han llegado ya a un veredicto?" Preguntó.
"En efecto." Dijo Minerva, quien ocupaba el lugar central, poniéndose de pie. Rowan y Ben estaban ya sentados al borde de sus asientos. Esperando impacientemente que aquella mujer diera más detalles. Los ojos de Ameria se centraron por un momento en las puertas metálicas cerradas justo frente a ella. Deseando poder correr hacia ellas y atravesarlas.
"¿Cuál será el veredicto en esta oportunidad?" Preguntó el maestro de ceremonias. Sus palabras haciendo que todos contengan la respiración y escuchen atentamente.
"Nosotros el jurado, en el caso de la ciudad de Donumdell versus Voron Weisven," comenzó haciendo una pequeña pausa. "Encontramos al acusado digno de que se le conceda un permiso de residencia permanente." Dijo ella y Voron se mantuvo erguido en su lugar. Orgullo escrito en todo su cuerpo mientras el sonido de la multitud aplaudiendo los rodeaba.
"Silencio por favor." Dijo el maestro de ceremonias en un intento de que la multitud mantuviera la calma.
"Nosotros el jurado, en el caso de la ciudad de Donumdell contra Ryo Kealen," continuó añadiendo una breve pausa una vez más. "declaramos que el acusado no es digno de que se le conceda un permiso de residencia permanente." Dijo y a través de su visión periférica, Ameria lo vio bajar la cabeza con derrota.
La multitud permaneció inquietantemente silenciosa esta vez, permitiendo que el único grito desgarrador que venía de algún lugar de la arena volara por el área sin interrupción. Un grito que Ameria sólo podía suponer pertenecía a la madre de Ryo, que fue rápidamente silenciado por algunos guardias.
"Y por último..." El maestro de ceremonias dijo invitando a Minerva a continuar.
"Nosotros, el jurado, en el caso de la ciudad de Donumdell versus Ameria Iarvaris," habló deteniéndose una vez más antes de pronunciar su sentencia final. "declaramos que la acusada no es digna de que se le conceda un permiso de residencia permanente." Afirmó, y Ameria escuchó a la multitud inhalar fuertemente como señal de su sorpresa. El resto de su veredicto se volvió borroso después de eso.
Mordiendo la parte interna de sus mejillas, Ameria intentó contener las lágrimas que luchaban por caer de sus ojos. Y es que a pesar de que siempre supo que lo que acababa de suceder era el resultado final más probable, aquello no significaba que le doliera menos. Estaba enamorada de un pueblo que no la amaba; y en muchos casos el amor no correspondido se pagaba con dolor.
Respirando profundamente, Ameria sonrió con tristeza ante los jueces aceptando respetuosamente su veredicto final. Y una vez que hubieron pronunciado sus últimas palabras y ella fuera liberada, rápidamente se alejó del centro de atención y corriendo se alejó de la arena.
Al ver eso, Ben simplemente no pudo contenerse. Y levantándose rápidamente de su asiento, salió con torpeza. Pisandole los pies a sus amigos mientras luchaba por salir de aquella estrecha fila de asientos. Tendría tiempo de disculparse con ellos más tarde, ahora su mente estaba puesta sólo en ella.
"Ben, ¿adónde vas?" Preguntó Clover tratando de levantarse e ir tras él, pero Rowan la sujetó por el hombro volviendola a sentar.
Ambos sabían bien a dónde iba. Hacia quién se dirigía con tanta prisa. Y Rowan se lo permitió. Dejandolo ir tras ella mientras ella se quedaba atrás. Aflojando su cuerpo se dejó caer en su asiento mientras el ruido a su alrededor se hacía cada vez más fuerte. Ensordecedor incluso. Todo lo que sintió fue el reconfortante brazo de Eroan rodeándola y sus labios presionándose suavemente contra su sien, mientras el resto de sus sentidos se entumecian.
"¡Ameria!" Ben gritó corriendo por los pasillos para alcanzarla. "¡Ameria, espera!" Exhaló cuando se acercó lo suficiente.
"Ben." Dijo en voz baja, secándose rápidamente una silenciosa lágrima con el dorso de la mano.
"Cásate conmigo." Le dijo. Y una risa aireada escapó de sus labios antes de que sacudiera bruscamente la cabeza.
"¿Qué?" Le preguntó. Su cabeza aún sacudiéndose, pero poco a poco deteniéndose. "No." Exhaló.
"Vamos." Dijo él acercándose un paso más. Sus manos agarrando las de ella. "Tiene sentido." Aseguró. "Sabes que no creo en almas gemelas, ni... nada de eso." Intentó sonar tranquilo, pero sus ojos le suplicaban que se quedara. "No me importa que no compartamos la misma marca. Ni siquiera me importa que no tengas ningún don aparente. Si casarte conmigo es lo que necesitas para quedarte, entonces lo haré." Dijo, y la vio negar con la cabeza una vez más. "No hay nadie en esta tierra con quien pudiera casarme, excepto tú."
"No." Respondió ella. "Me niego a casarme sólo para quedarme aquí. No voy a hacer eso." Dijo, absolutamente ajena al significado detrás de sus palabras, mientras distraídamente frotaba sus pulgares sobre las manos de Ben. Liberandolas con cuidado de su agarre, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
"¿Espera, a dónde vas?" Preguntó alcanzándola una vez más.
"La torre." Murmuró ella.
"Pero es plena luz del día. ¿Qué pasa si alguien te ve?" Preguntó preocupado. Ameria rió irónicamente.
"¿Qué van a hacer? ¿Exiliarme?" Dijo poniendo los ojos en blanco cuando llegó a las escaleras de piedra. Ben suspiró siguiéndole los pasos, asegurándose de que nadie los viera.
Finalmente llegando a la cima de la torre, Ameria se detuvo justo en el centro de la misma. Su cabeza mirando hacia el vitral en el techo. Los alegres colores fundiéndose en la piel resplandeciente de su rostro. Cerrando los ojos, disfrutó por un momento de su calidez.
"¿No es hermoso?" Suspiró abriendo los ojos. Su mano alzándose en el aire, tratando de tocar los colores mientras que estos se deslizaban entre sus dedos.
"Sí." Respondió Ben con voz entrecortada; Aunque ciertamente no hablaban de lo mismo. Con pasos lentos, se acercó a ella. Hipnotizado por la vista frente a él.
Había estado en la torre muchas veces, pero nunca antes había presenciado las maravillas que ésta proyectaba durante el día. O tal vez era sobre quién aquellos colores se proyectaban. Estaba hipnotizado por la mujer frente a él; lo había estado desde hacía ya mucho tiempo.
Con cuidado, se acercó a ella en lo que parecía un trance. Temiendo que si se movía demasiado rápido o demasiado repentinamente, la imagen de ella se haría añicos frente a sus ojos. Parecía mágica, y Ben temía haber seguido algún tipo de espejismo.
"Escucha." Dijo completamente inconsciente de la forma en que él la había estado mirando. Sacándolo de su trance y devolviéndolo a la realidad. Todo era real; tan real como el sol brillando en el cielo a más de noventa millones de millas de ellos. "Te lo agradezco." Ella le dijo, su voz quebrándose un poco. Sus ojos volviéndose llorosos una vez más.
"¿Te dolió físicamente decir eso?" Bromeó Ben, dando unos pasos más para acabar frente a ella. Ameria rió suavemente, esta vez usando sus dedos para evitar que las lágrimas corrieran por su rostro.
"No sé qué me pasa. Ahora lloro todo el tiempo." Añadió riendo un poco más.
Permitiéndose dar un paso extra, la mano de Ben se estiró para limpiar una lágrima rebelde que había logrado escapar de su cuidado. El simple toque haciendo arder la piel de su rostro.
"Gracias." Dijo ella una vez más, y Ben supo que no se trataba sólo de la lágrima recién enjugada. "Lo intentaste. Y siempre estaré agradecida por eso." Le dijo.
"No te vayas." Suplicó él. Su pulgar recorriendo suavemente el fantasma de aquella lágrima.
"Debo hacerlo." Afirmó. "Aquí no hay lugar para gente como yo."
"¿Qué estás diciendo?" Cuestionó él. "¡Mereces estar aquí tanto como cualquier otra persona! Sólo necesitamos un poco más de tiempo." Le dijo. "Puedo asegurarte que tu don está ahí. Puedo sentirlo."
"Es muy dulce de tu parte decir eso pero," Dijo, mientras su mano envolvía la de él bajandola lentamente. "de nada sirve negar la realidad. Tuve el tiempo suficiente para demostrar a todos y a mi misma que estaban equivocados, pero no pude. No pertenezco aquí." Dijo, sus últimas palabras simplemente un susurro. Mirándolo a la cara, vio cómo su rostro pasaba de preocupado a decidido.
"Si te vas, yo iré contigo." Afirmó él. Ambos brazos a sus lados.
"No seas ridículo." Ella rió nerviosamente. "Tienes un futuro brillante aquí. Tienes a tu hermana, amigos, dones e... incluso un alma gemela en algún lugar entre estas paredes." Le dijo y Ben tuvo que luchar contra el impulso de reir ante la ironía. "Incluso si no crees en nada de eso, no seas injusto con ella. O con él." Dijo ella, sus manos sosteniendo las solapas a cada lado de la cremallera de su chaqueta.
"Sabes que nada eso me importa. ¡Nada!" Él le aseguró. Sus manos recorriendo todo el camino hasta arriba y descansando sobre las de ella. "No creo en almas gemelas. En lo único que creo es en tener una elección propia. Quiero poder estar con quien yo quiera, sin importarme la marca aleatoria que alguien haya puesto en mi piel." Continuó con sus ojos fijos en ella.
"Sólo estás asustado porque aún no la conoces." Ella le dijo con calma.
"¿Y que tal si eres tú?" Soltó él, logrando confundir su calma.
"Eso no es..." Ella comenzó a decir, pero su cerebro parecía no poder convertir las letras en palabras.
"¿Y si eres mi alma gemela? Eso no sería justo para mí, ¿verdad?" Cuestionó, dejando claro su punto.
"Eso no sería posible." Afirmó ella finalmente. "Las personas con don no son aparejadas con almas gemelas sin don alguno." Explicó y él simplemente bufó. "Realmente estás desesperado por tenerme como alma gemela, ¿eh?" Bromeó, tratando de hacerlo sentir lo suficientemente incómodo como para abandonar el asunto.
"Supongo que no sería lo peor..." Admitió él alzando los hombros. Ameria negó con la cabeza. "Espera," Dijo después de un segundo. Uno de sus dedos en el aire. "¡Eso es!" Sonrió, orgulloso de sí mismo.
"¿Qué?" Cuestionó ella.
"Podemos fingir ser almas gemelas."
"Eso no es... ¿Qué?" Preguntó perpleja. "¡No! Eso es... ¡Eso es una locura!"
"Podría funcionar." Dijo moviendo su dedo en el aire.
"No lo hará." Le aseguró ella.
"Pero podría." El insistió.
"Todo el mundo sabe que las personas con don no son aparejadas con aquellas que no lo tienen."
"Eso es verdad." Reconoció él. "Pero siempre hay excepciones a las reglas. Además, si afirmamos ser almas gemelas, la gente tendría que asumir que tienes un don. Cosa que, por cierto, es verdad."
"En primer lugar, no lo es. Y en segundo lugar," Dijo contando con los dedos. "sería realmente obvio que estamos dando manotazos de ahogados aquí." Le indicó. "Es ridículo. ¿De verdad no crees que la gente sentirá curiosidad por este cambio repentino?" Ella razonó. "Pronto descubrirían que no es más que un montón de basura. Quiero decir, ¿cómo sería posible que dos personas que parecían odiarse hasta hace unos días ahora se llamen almas gemelas? Y lo más importante, ¿cómo sería posible que hayamos pasado todos estos años sin saber que compartíamos una misma marca?"
"Porque, como bien acabas de mencionar, ¡nos odiabamos!" Explicó él.
"Jamás te odi-" Comentó.
"Estás difiriendo del punto." Él interrumpió. "No podíamos ver que éramos almas gemelas simplemente porque estábamos demasiado ocupados en que no nos agradara el otro."
"Oh, ¿y de repente ya no lo hacemos?" Ella se burló.
"Algo así." Asintió él con orgullo.
"Te das cuenta de lo estúpido que suenas ahora, ¿verdad?" Preguntó ella. Ben simplemente estiró su postura, pareciendo más alto que antes. "Tu plan parece bastante defectuoso."
"¡Yo no diría defectuoso!" Dijo en su defensa. "Estaba pensando más bien... ¿Cuál es la palabra? Oh, eso es: genial."
"La gente va a hablar." Ameria le dijo. "Piensa en lo que puedan llegar a decir. No querrás pasar por eso. Créeme, lo sé." Murmuró. "Y piensa también en tu verdadera alma gemela. Ella quedará destrozada, no puedo hacerle eso."
"¡Pero tú no la conoces! Y ella no te conoce a ti. ¡Diablos, ella ni siquiera sabe quién soy!" Gritó exasperado, pasando una mano por sus oscuros mechones. Los ojos de Ameria siguieron el movimiento de su mano. Y se preguntó por un momento cómo se sentiría entre sus dedos. Suave probablemente.
"No me importa Ben; no voy a hacer eso. Ya he aceptado mi destino y creo que tú también deberías hacerlo." Ella le dijo una vez que pudo reventar su propia burbuja.
"Entonces, planeas rendirte así de fácil."
"¿Y qué más me queda por hacer?" Cuestionó ella. "Estoy cansada, Ben." Admitió; aquellas palabras dichas por primera vez en voz alta.
"Por supuesto que lo estás, no has dormido en días." Él respondió, confundido por sus palabras.
"No, no es eso." Dijo ella. "Estoy cansada de tener que demostrar mi valor cada vez que quiero hacer algo, y de que haya sido de ese modo desde que era sólo una niña. Ya me cansé de intentar hacer que la gente vea algo que claramente les encanta ignorar. No quiero intentarlo más. Ya terminé." Aseguró.
"¿Sabes qué es lo peor de ti?" Ben preguntó de repente. Y la mirada de Ameria se giró para verlo esperando que continuara. "Te importas una mierda a ti misma." Afirmó.
"¿De qué estás hablando?" Ella le preguntó. Sus cejas frunciendose lentamente.
"Siempre estás ahí para otras personas." Le dijo. "Y te preocupas profundamente por ellos; pero no podría importarte menos si dormiste bien durante días. O si comiste lo suficiente." Explicó él. "Ofreces descuidadamente tu tiempo a cualquiera que te lo pida y no esperas nada a cambio, pero parece que no puedes reservar algo de tiempo para ti. Te esfuerzas demasiado en ganarte la confianza y el amor de todos, pero no tienes la misma paciencia contigo misma."
"Es precisamente por eso que necesito detener esta farsa." Ella le dijo. "Necesito dejar de esperar que algún día este pueblo despierte y mágicamente me acepte tal como soy. Porque nunca lo harán, y a esta altura es inútil seguir intentándolo." Le explicó. "¿Sabes siquiera lo difícil que es estar en un lugar donde nadie te quiere? ¿Que la gente te menosprecie sólo por ser diferente? ¿Ser una decepción sólo por algo sobre tí de lo que no tienes control?" Ella le preguntó pero sin esperar respuesta. "Amo esta ciudad, pero ni siquiera les agrados. El amor no correspondido apesta. Pero hay algunas cosas que simplemente no se pueden forzar."
"¿Bromeas? Hay mucha gente aquí que te adora. Y te extrañarían profundamente si te vas." Le dijo. "No puedes irte simplemente porque unas pocas personas así lo decidieron." Afirmó. "Tienes que hacer algo." Dijo. "Tiene que haber algo que podamos hacer."
"Estás hablando de los Ancianos, Ben. 'Algunas personas' a las que todos admiran y siguen ciegamente." Comentó Ameria citando con las manos.
"¡No puede ser así como termina! No, así no es como debería ser la historia."
"No hay nada que alguno de nosotros pueda hacer." Ella dijo. Sus manos presionándose ahora contra su firme pecho.
"Eso no es cierto." Aseguró Ben moviendo su cuerpo hacia atrás para mirarla a los ojos. "Lo intentaré de nuevo. Seguiré intentándolo hasta que lo hagamos bien." Le prometió.
"Ben, no lo hagas." Ameria le dijo. "No quiero irme, pero tampoco quiero que te destruyas intentando salvarme de mi destino."
"Pero-"
"¿Podemos simplemente... no hablar más de esto?" Ella le preguntó.
"Lo último que quiero hacer ahora es discutir." Dijo. "¿Puedo disfrutar de esta vista por última vez?" Suplicó, rogando presenciar una última puesta de sol desde la torre.
Su torre. La hermosa torre que había sido abandonada hacía ya mucho tiempo al igual que ella. La vieja torre que la acompañó en su soledad. Que la recibió con brazos abiertos después de tanto rechazo. Un rincón donde corría para esconderse del mundo. Donde a nadie le importaban los dones, las marcas o las almas gemelas. Un frío nido en el cual se acurrucaba y que, incluso en la oscuridad de la noche, dejaba que la luz se colara e iluminara su tristeza recordándole que incluso en sus momentos más oscuros la luna aún brillaba para ella y sólo para ella.
"Por supuesto." Ben respondió. Y en lugar de salir, la vio alejarse y sentarse frente a la gran ventana. En silencio, se sentó a su lado. Mientras ella le permitiera acompañarla, no pensaba irse a ningún otro lado.
El sol se despidió, escondiéndose detrás de las montañas ante ellos. Sus rayos dorados reflejándose en todo lo que encontraba a su paso haciéndolo brillar con un halo mágico. Las nubes cambiaban de forma y color a medida que el viento las movía a través del cielo. Hermosos tonos que iban del lavanda al magenta y al naranja intenso. Algunos puntos blancos comenzaron a verse también, cuando las estrellas llegaron para despedirse de ella. Un retrato que Ameria deseaba haber sabido pintar, sólo para poder llevarlo consigo a todas partes.
"¿Cómo te sientes?" Ben preguntó una vez que solo se veía una delgada línea de sol detrás de las montañas. El silencio volviéndose insoportable para él. Necesitaba oír su voz; quería que su cerebro la memorizara.
Ameria suspiró, mirando su regazo. Tomándose un momento para analizar sus sentimientos. Intentando seleccionar alguna palabra que pudiera expresar el desastre en el que se encontraba.
"Asustada." Susurró odiando admitirlo. Su mirada volviéndose para encontrarse con la de él. Grandes ojos marrones que parecían dos estanques de la miel más dulce bajo la dorada luz del sol. Las lágrimas comenzaron rápidamente a acumularse en ellos, ahogando la dulzura y reemplazándola con tristeza. Y apretó los labios con fuerza entre los dientes para intentar mantener la compostura.
Ben no pronunció una palabra más, en lugar de eso, con cuidado le rodeó los hombros con el brazo y suavemente acercó su cuerpo al suyo. Y Ameria negó con la cabeza; Y trató de establecer cierta distancia entre ellos. Odiaba ser tan vulnerable delante de él o de cualquiera. Sabía cuál sería el resultado de aquel abrazo y podía asegurar que no había nadie que pudiera escapar de ese hechizo. Era una ley no escrita, una orden inconsciente que cada cerebro había sido programado para seguir. Si alguien te abrazaba y te preguntaba si las cosas estaban bien cuando claramente no lo estaban, automáticamente desbloqueaba todas esas lágrimas que creías cautivas. Liberándolas para que cayeran e hicieran lo que quisieran.
Cediendo al final, rápidamente giró su cuerpo hacia el de él. Apoyando la cabeza sobre su hombro derecho, con la cara hacia su cuello. Su preciosa puesta de sol volviéndose irrelevante, mientras sus brazos se envolvían instintivamente alrededor de su torso. Aferrándose a Ben como si de eso dependiera su vida. Entonces lloró. Soltando el peso que llevaba cargando desde hacía tanto tiempo. Demasiado tiempo. E incluso todas esas cosas que no sabía que todavía cargaba. Lo bueno y lo malo, lo feliz y lo triste; todo juntandose dentro de su pecho y haciendo nudos en su garganta.
Sus brazos la rodearon naturalmente,
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