N egligencia, abandono y absoluto desdén era todo lo que Ameria había recibido de su familia a lo largo de su vida. Y no era de extrañar que sucediera lo mismo en un día como ese. Un día hecho para que Ella brillara en todo su esplendor mientras ella se escondía en las sombras.
Habían dejado de hacerle espacio en sus vidas hacía ya mucho tiempo, pero Ameria parecía no poder acostumbrarse a la idea. Le costaba resignar la esperanza de que algún día, por alguna especie de milagro, la miraran del mismo modo en que miraban a su hermana.
El sonido amortiguado de la música resonaba a través de las paredes de los vacíos pasillos fuera del salón. Las ventanas temblando con reverberación. En el interior, la gente parecía pasar un buen rato. O al menos eso era lo que pretendían.
Con su espalda presionada contra la pared, Ameria esperaba que Ben saliera. Rogando en su interior que no estuviera sólo jugando con ella sino que realmente hubiera hablando en serio. Después de todo, Ben era uno de ellos y no exactamente uno de sus más cercanos amigos. Respirando profundamente, se preparó mentalmente para contar hasta diez. Si él no aparecía para entonces, ella se iría sin él.
"¿Lista?" Preguntó Ben, apareciendo antes de que ella pudiera contar el número dos.
"Como siempre." Respondió ella con un suspiro de alivio. No podía esperar a salir corriendo allí y estar en cualquier lugar menos ese. "¿Acaso robaste comida?" Cuestionó al mirar sus manos. Una caja blanca y dos latas de refresco fácilmente distinguibles dentro de una bolsa.
"Así es. Ni siquiera lo notarán." Respondió él haciéndola reír mientras la guiaba fuera de allí.
"¿A dónde vamos?"
"Adivina." Le dijo.
"Está bien." Dijo ella mordiéndose el labio. "Pero el camino es más corto si giramos a la izquierda justo aquí." Agregó, sabiendo exactamente en qué estaba pensando.
"Adelante, yo te sigo." Le dijo él, deteniéndose y extendiendo su brazo para que ella tomara la delantera.
"No estás sólo intentando verme el trasero, ¿verdad?" Bromeó, guiándolo a través de un pasaje oculto.
"Bueno," Respondió Ben siguiéndole el juego. "te ves increíble esta noche." Admitió y Ameria se giró para mirarlo. "No es que no luzcas increíble el resto del tiempo." Añadió nerviosamente.
"No tenía la impresión de que pensaras en mí de esa manera." Bromeó Ameria disfrutando del manojo de nervios en el que acababa de convertirse Ben. "Sabes, siempre me pregunté cómo sería si tú... ya sabes, no me odiaras." Le comentó retomando su caminata. "Pero esto es demasiado extraño." Rió.
"Pero no te odio-"
"Sí, sí. Privilegio, lo que sea." Dijo mirando a ambos lados mientras se quitaba los zapatos antes de saltar a las escaleras. Ben siguiéndole el paso.
La torre los recibió con brazos abiertos. Su tranquilidad contrastando claramente con la ruidosa fiesta de la que acababan de escapar. Al ser una parte abandonada del edificio, la torre no tenía electricidad y Ameria generalmente prefería mantenerla a oscuras. De esa manera nadie podía notar si había alguien allí. Pero esa noche la mayoría de la gente estaba demasiado ocupada en la fiesta como para prestar atención a lo que sucedía en ese lado del edificio.
De un viejo gabinete, Ameria sacó un par de velas que escondía allí por si acaso. Con cuidado, las encendió y las puso en el suelo dándole a Ben suficiente luz para ver dónde sentarse. Regresando al gabinete, tomó dos tazas y se sentó a su lado con cuidado.
"Creo que esto es tuyo." Le dijo a Ben, entregándole la taza que él le había enviado horas antes.
"Cómo sabes que es-?" Preguntó arremangando las blancas mangas de su camisa, pero Ameria lo interrumpió al señalar la inscripción en el asa. Su rostro, de repente ardiendo de manera intensa, afortunadamente pasó desapercibido bajo la tenue luz de las velas.
"Gracias." Murmuró, arreglando su vestido para distraerse de lo incómoda que se sentía la situación.
"No hay problema." Respondió él, ocupándose de abrir una lata y vertiendo un poco de refresco en ambas tazas. "Espero haber robado algo bueno." Dijo viendo a Ameria abrir la caja con curiosidad.
"¿No miraste que era lo que había dentro?"
"No." Respondió, haciendo reír a Ameria.
"Bueno, espero entonces que te gusten los escargots." Dijo ella, y observó la expresión de Ben contraerse. Y aunque la luz era demasiado tenue, Ameria podría jurar que vio su rostro cambiar de color. "Sólo bromeo. Son sándwiches." Le aclaró volteando la caja para que pudiera ver su contenido.
Sentados allí, solos en la torre bajo la luz de las velas, disfrutaron de la vista frente a ellos. Un cielo nocturno despejado, salpicado de innumerables estrellas. Una gran luna llena cuya luz competía justamente con la de sus velas. Y copas de pinos que bailaban al ritmo de la brisa primaveral.
Sumergidos en un cómodo silencio, disfrutaron del sabor de la comida robada. Un atisbo de victoria en sus labios, aunque los otros posiblemente jamás se enterarían de la escasez de bocadillos. O sus ausencias siquiera.
"Eroan me comentó que la relación con tu familia no era la mejor." Dijo Ben rompiendo el silencio. No porque éste le molestara, sino porque extrañaba el sonido de su voz. "Nunca creí que fuese tan así."
"Yo no diría eso." Respondió Ameria bajando su taza. "Para que sea mala, primero tendría que haber una relación." Añadió con una risa seca.
"Tan malo, ¿eh?" Preguntó jugando con la taza en su mano.
"Bueno, para empezar soy la desgracia de la familia." Explicó. "La oveja negra del rebaño. O cómo sea que gustes llamarlo. Lo he oído todo."
"¿Pero por qué?"
"No sé." Respondió Ameria con un suspiro. "¿Supongo que la reputación es más importante? La imagen de la familia perfecta con la que ambos siempre soñaron." Se cuestionó. "Tal vez sólo querían traer niños a este mundo para expandir su imperio. Pero luego llegué yo y arruiné cada uno de sus planes. Entonces, hicieron lo mejor que supieron y optaron por ignorar mi existencia por completo desde que tenía tan sólo ocho años." Explicó. "¿Puedes imaginarlo? La vergüenza de tener a alguien como yo como parte de su familia."
"En realidad puedo." Murmuró Ben, pero se aclaró la garganta cuando ella se giró para mirarlo. "No de esa manera, por supuesto." Dijo cerrando los ojos. "Nunca de ese modo. Pero..."
"¿Pero que?"
"Mi madre." Dijo Ben, mordiéndose el labio nerviosamente. "Ella era como tú." Le dijo. Aquel tema aún seguía siendo uno delicado para él. "Sin don." Susurró, como si le temiera a la palabra.
"¿Hablas en serio?" Preguntó en voz baja. Un nudo en la garganta dificultandole el habla. "Lo siento tanto."
"Sí." Ben suspiró y tragó saliva. Incluso si le resultaba difícil hablar del asunto, quería decírselo. Para dejarla entrar en cada pedacito de él. Partes que nadie más había visto u oído hablar de él. Secretos tan cuidadosamente guardados en los lugares más recónditos de su corazón que nadie más conocía. Ni siquiera Eroan o Taena.
"Mis padres se querían mucho. ¿Sabes?" Le dijo a ella. "Se conocieron cuando aún eran muy jóvenes y se enamoraron perdidamente." Dijo mirándola a los ojos. "Mi padre había encontrado su don a temprana edad, pero mi madre no corrió con la misma suerte. Aunque eso a él no le importaba." Rió entre dientes al recordar. "Se casaron cuando sólo tenían dieciocho años y me tuvieron poco después." Le dijo. "Cuando mi madre cumplió veinticinco años, descubrimos que estaba esperando a Taena." Ben continuó. "Y yo rezaba todas las noches para que apareciera su don. Para que finalmente lo encontrara, para que al final todos pudiésemos vivir en paz. Porque aunque hicieron todo lo posible para ocultármelo, sabía que sus preocupaciones crecían cada día que pasaba." Confesó y Ameria lo dejó continuar.
"Como ella estaba casada con mi papá y nos tenía a nosotros, optaron por pedir una estadía especial; Incluso aunque no tuviera dones. Pero los Ancianos lo rechazaron sin pensarlo dos veces." Suspiró. "Las leyes eran mucho más estrictas en aquel entonces y sólo unos meses después de dar a luz a Tae la exiliaron." Le dijo a Ameria. "Fue brutal. Yo era sólo un niño, pero todavía lo recuerdo como si fuera ayer." Admitió.
"Lo siento mucho." Dijo ella. Su voz tan suave como la seda. "Ni siquiera puedo imaginar por todo lo que tuvieron que pasar."
"Mi padre estaba devastado, pero tenía que mantener una sonrisa en el rostro por nosotros. Y me culpé durante años porque sabía que si no hubiera sido por Tae y por mí, él habría corrido tras ella. Sin siquiera pensarlo." Ben sonrió y Ameria estiró su mano para tomar la de él. Para hacerle saber, sin palabras, que nada de ello había sido culpa suya. "Eso es lo mucho que la amaba. Pero sabía que mi madre lo mataría si llegase a ponernos ante tal peligro. El exterior era un lugar demasiado peligroso para estar con dos niños pequeños; entonces se quedó." Le dijo. "Pero nunca volvió a amar. Porque sabía que no podía amar a nadie más como había amado a mi mamá." Dijo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. "Incluso si sus marcas no coincidían, él sabía que ella era su alma gemela. Y nunca buscó a nadie más."
"¿Es por eso que no crees en el sistema de almas gemelas?" Preguntó con una suave sonrisa, mientras se secaba las rebeldes lágrimas que habían escapado de sus ojos. Descubriendo un Ben diferente. Un Ben vulnerable, o romántico incluso, escondido bajo capas y capas de frialdad e indiferencia. "¿Por tus padres?"
"Supongo." Él asintió. "Pero sí creo en las almas gemelas," Afirmó mirando en sus ojos brillantes. "sólo no creo que sean necesariamente aquellos con los que hemos sido marcados."
"¿Taena sabe algo de esto?" Preguntó Ameria. Taena era muy cercana a ella y nunca había mencionado ninguna de las cosas que Ben acababa de decirle. Quería ser cautelosa y no estropear las cosas dejando escapar algo.
"No." Respondió Ben. "Nuestro padre creyó que sería mejor si no lo hiciera." Le dijo. "Y agradecería que pudieras mantenerlo así."
"Claro." Dijo ella. "No es mi secreto para contarlo."
"Gracias." Dijo ofreciéndole una pequeña sonrisa.
El silencio volvió a caer en la habitación. Cubriéndolos como una manta de seguridad envuelve a un niño. Cómodo, cálido y familiar. Se sentía bien poder conocer partes del otro que nunca habían visto. E incluso aunque sus días estuvieran ya contados, Ameria estaba agradecida de haber tenido la oportunidad de conocer al Ben a quien Eroan llamaba su mejor amigo. Porque ahora sabía que sus amigos estarían en buenas manos cuando llegara su momento de partir.
"Aquí tienes." Dijo Ben envolviendo su saco alrededor de sus hombros al verla temblar. La temperatura había bajado unos cuantos grados y las velas no difundían suficiente calor como para mantener la habitación templada.
"¿Crees que los chicos ya se dieron cuenta de que nos fuimos de la fiesta?" Se preguntó él.
"Si, pienso que sí." Respondió Ameria. "Rowan sabe que nunca me quedo demasiado tiempo." Le dijo.
"¿Crees que alguno sospeche algo de que nos fuimos juntos?"
"No precisamente." Sacudió su cabeza. "Somos básicamente enemigos. ¿Por qué nos iríamos juntos?"
"Hacer el amor enojado dentro de un armario de escobas." Bromeó Ben y Ameria le arrojó una servilleta hecha una bola.
"Es sexo enojado. No amor." Le informó, siguiendo su broma. "¿Y por qué un armario de escobas?"
"Veo que estás familiarizada con el concepto." Dijo él alzando una ceja. Una sonrisa juguetona apareciendo en sus labios, haciendo que Ameria pusiera los ojos en blanco. "Los armarios de escobas pueden ser lugares interesantes." Añadió. Risa brotó de ambos inundando el ambiente con su armonioso sonido.
"Creo que es hora de que regresemos a nuestras habitaciones." Comentó Ameria terminando los restos de su bebida.
"Entonces, ¿es un no al armario de escobas?" Cuestionó ganándose una mirada de parte de ella. "Está bien, lo entiendo. Las habitaciones son más cómodas."
"¡Ben!" Ameria dijo soplando las velas para ocultar el tono carmesí en el que se estaban tornando sus mejillas.
"¡Está bien! ¡Está bien!" Dijo con ambas manos en alto en señal de rendición; y ayudó a Ameria a limpiar el desorden. "Espera." Dijo de repente. "Creo que tengo una idea." Afirmó. "¿De verdad ya quieres irte a dormir?"
"No lo sé, ¿qué tienes en mente?" Preguntó y él le sonrió descaradamente, haciendo que Ameria lo mirara con los ojos entrecerrados.
No estaba pensando exactamente en lo que sabía que ella imaginaba que era, pero disfrutaba molestándola. Si bien sus burlas y disputas nunca habían cesado, podía sentir que últimamente tenían un carácter diferente. Juguetón, más ligero, mucho más divertido; Y eso le gustaba.
"Ven, quiero enseñarte un lugar." Le dijo parándose junto a la puerta y extendiendo una mano para que ella la sostuviera.
"Espera," Dijo haciendo una pausa para pensar por un segundo antes de poner su mano sobre la de él. "no es algo espeluznante, ¿verdad?"
"En lo absoluto." Prometió con una ligera risa. "¿Confías en mí?" Preguntó.
"Supongo que no tengo otra opción." Respondió ella.
"Eso es suficiente para mí." Dijo él tomando su mano y guiándola con cuidado por los pasillos una vez más.
"¿A dónde me llevas?" Le preguntó en un susurro.
"Ya verás." Dijo abriendo una puerta de madera grande y pesada que los llevó a un lugar donde ella nunca había estado antes.
"No creo que debamos estar aquí..." Dijo antes de que un grito ahogado escapara de su boca al ver el viejo y abandonado salón del trono frente a ella. Sus ojos recorriendo la habitación con detalle asimilandolo todo.
"Está bien, este no es nuestro destino final." Señaló. "Vamos." Dijo tomando su mano una vez más. El sonido de sus pasos, el único entre las paredes olvidadas de cada habitación. Y la luz de la luna, su única fuente de iluminación.
"Oh, wow." Fue todo lo que salió de su boca en el momento en que cruzaron el último umbral.
"¿Cierto?" Preguntó Ben adentrándose unos pasos más en la habitación.
"¿Cómo diste a parar con esto?" Preguntó Ameria, siguiéndolo y parándose a su lado bajo el gran candelabro de cristal que colgaba justo en el centro de la habitación. Ojos fascinados por su belleza.
A esa hora de la noche, la luz de la luna incidía sobre los cristales con forma de lágrima en el ángulo correcto, reflejando destellos del arcoiris sobre cada superficie. Haciendo que de repente los pisos de madera y los espejos que cubrían las paredes ya no estuviesen tan sucios. Todo brillaba con una luz diferente, porque de alguna manera las estrellas que habían estado mirando no hacía mucho tiempo atrás habían logrado irrumpir en el edificio e invadir el olvidado salón de baile
"Espero que no te importe, pero utilicé tus pasillos secretos para deambular." Dijo Ben. "Hace algún tiempo oí hablar de que había un palacio en este lado del edificio y tenía curiosidad por verlo con mis propios ojos." Explicó. "¿No es una locura que este hermoso salón de baile esté aquí vacío justo al lado del salón del que acabamos de huir?" Se cuestionó. Y sólo entonces Ameria se dio cuenta de que una suave música era el único otro sonido que llenaba la habitación además del de sus bajas voces.
"¿Por qué la gente no usa esta sala? ¿Por qué construir la otra cuando esta es ciertamente mucho más hermosa?"
"Eso es porque ésta es solo para ti y para mí." Respondió él con total naturalidad. Ameria sólo rió sacudiendo la cabeza lentamente. "¿Me concedes éste baile?" Preguntó extendiendo una mano hacia ella.
"¿Hablas en serio?" Le preguntó sin estar segura de qué pensar. Él sólo estiró un poco más el brazo en señal de confirmación. "Está bien." Suspiró.
Estirando un poco más el brazo, Ben le quitó los zapatos de la mano y los colocó en el suelo. Una vez que se levantó, tomó su mano y sonrió mientras ella le permitía tomar la iniciativa. Acercándose un paso más, su brazo libre encontró lugar alrededor de su cintura. Su toque era ligero como una pluma, mientras guiaba cuidadosamente sus cuerpos por la pista.
Ameria lo miró por un momento, sus ojos observándolo con diversión. Con una ceja levantada y media sonrisa, su expresión decía más que cualquier palabra. Ben simplemente le sonrió, orgulloso de haber logrado no sólo sorprenderla, sino también arrancarle una sonrisa.
Y Ameria quería decir algo. Algún comentario ingenioso que le quitara el nerviosismo que él le estaba produciendo. Pero el silencio caía tan hermosamente sobre ellos que no se atrevió a romperlo. Ante ella, Ben también brillaba con una luz diferente. Una suave sonrisa estiró sus labios y sus ojos brillantes la miraron con algo que Ameria no podía descifrar. Algo a lo que no se atrevía a poner nombre por miedo a equivocarse.
"¿Sabes?" Habló Ben rompiendo el silencio. "Durante años, he sentido este sentimiento hacia ti que pensé era odio, pero creo... creo que estaba equivocado." Dijo mientras se balanceaban, tratando de distraerse de otros pensamientos.
"Creí que habías dicho que no me odiabas." Le señaló con humor. "Pero lo entiendo." Agregó. Aunque su percepción de ella y de su situación familiar no hubiera sido del todo exacta, ella lo entendía. "No debe ser fácil creer que alguien tendrá una oportunidad que tu madre, con dos niños pequeños, no tuvo sin considerarlo injusto."
"Sí." Suspiró, sabiendo que eso no era todo. Porque Ben sabía que lo que sentía era algo diferente. Mucho más profundo y complicado de lo que estaba dispuesto a admitir. Y que sus acciones a menudo habían estado guiadas por el miedo. Miedo a vivir el destino que vivieron sus padres y ver la misma historia repetirse como si ésta corriera en su sangre.
Y es que desde el día en que se conocieron, no había hecho más que enamorarse perdidamente de ella. Mientras descendía en espiral por aquella madriguera de conejo, que ella no había hecho esfuerzo alguno por cavar. Pues no tenía ni que intentarlo; Ben ya estaba perdido, y más de lo que podía explicar.
Pero no compartían la misma marca de almas gemelas. Y ella no tenía dones. Entonces, hizo lo que mejor sabía para proteger su corazón y la alejó. Incluso cuando éste anhelaba alcanzarla, tocarla, hacerla sonreír; Su cerebro tomaba el control y le recordaba el dolor que aún marcaba su alma.
Antes de que el ritmo de la canción comenzara a disminuir, Ben la hizo girar por última vez y dio un paso adelante, acercándose a ella. Con su rostro acercándose lentamente, sus ojos recorrieron su rostro tomando imágenes mentales de cada pequeño detalle hasta que aterrizaron en sus labios.
Ella lo miró. Con el aliento atrapado en la garganta, sorprendida por la repentina proximidad, y con una sensación extraña invadiéndola mientras intentaba descifrar lo que estaba pasando por su mente en ese momento.
Pero su curiosidad tendría que esperar porque, antes de que pudieran decir o hacer algo más, fueron sobresaltados por el sonido de alguien aclarándose la garganta. Separándose rápidamente y eliminando cualquier tipo de contacto entre ellos, se dieron la vuelta para encontrar a un hombre bajo, medio calvo y de piel color oliva parado en la puerta. Su codo derecho descansando cómodamente sobre una escoba nueva.
"Ustedes saben que no pueden estar aquí, ¿verdad?" Dijo levantando una ceja y vio cómo se ponían rojos bajo su mirada. No sólo porque habían sido atrapados en un lugar en el que no debían estar, sino porque habían sido sorprendidos actuando como algo más que enemigos. Alguien había sido testigo de su cercanía y eso de alguna manera los hacía sentir incómodos.
"¡Kurtis!" Dijo Ameria riendo nerviosamente. "Yo... creo que deberíamos irnos." Dijo ella, medio girándose
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