La mirada de los tres quedó entonces de lleno en el árbol de al lado.
Era un naranjo que estaba crecido justo al borde del paredón que separaba los terrenos: el de mi abuela y el de Doña Rosa. Estaba alto, con sus ramas bien abrigadas de hojas grandes y de un verde fuerte, a pesar de la temporada invernal en la que andábamos. Y a nuestra vista tenía únicamente dos naranjas.
-Ese es Don Domingo -dijo mi abuela en cuanto alcanzó a mirar atrás.
Me quedé callado unos segundos.
-Sí, el que está en la punta es Don Domingo. Y la de más abajo, más cerquita, esa es Doña Rosa.
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