13. Terrores Nocturnos

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Al día siguiente, por la mañana, las coordinadoras Adalia y Monzón habían buscado a Ana Julieta para llevar a cabo el procedimiento para su biopsia. Tan solo un par de minutos luego, la camarera se encontraba acostada en una camilla, dentro de un pequeño cuarto que prácticamente parecía de hospital, esperando a su médica de cabecera.

Estaba nerviosa, tenía que admitirlo. ¿Estaba asustada? También. Sin embargo, no se lo dijo a nadie más que Maialen. No quería poner a sus compañeros en una situación comprometida como aquella, tampoco quería sentir las miradas de pena. Por eso, se lo guardó todo para sí misma.

—Buenos días, Ana Julieta.

Por la puerta entró la doctora Martínez, con su características sonrisa y aquellos ojos de color miel gigante.

—Hola, Alba —la camarera sonrió al verla, y rápidamente se reincorporó en la camilla para quedar sentada.

—Preferiría que me llames por mi apellido fuera del consultorio —miró a su alrededor, algo cohibida.

—Vale, sí, lo siento —sonrió levemente—. A veces me olvido de esa fachada profesional que ponen en este lugar, parecen robots, sólo nos hablan para lo necesario.

—Sólo seguimos reglas —se encogió de hombros. Seguidamente se acercó hasta al lado de la camilla—. ¿Cómo te sientes?

—Podría estar mejor —suspiró y levantó las cejas con algo de resignación—. ¿Puedo decirte algo?

—Claro. Lo que sea.

Ana Julieta miró hacia los costados, comprobando que no hubiera nadie antes de hablar.

—Estás muy bonita hoy.

Aquella confesión tomó por sorpresa a la médica. Tanto que la mujer quedó algo impactada, abriendo su boca mientras intentaba formular una oración coherente. A su vez, sus mejillas comenzaban a tornarse algo sonrojadas. Finalmente, la doctora optó por tomar el expediente de Ana Julieta y abrirlo rápidamente, mientras pretendía que leía.

—Bien. Esto es lo que vamos a hacer —dijo la médica con la voz algo temblosa por la sorpresa. Ana Julieta solo levantó las cejas y sonrió de forma burlona—. Te haré un chequeo de rutina. ¿Va? Luego te llevaremos al quirófano, es un procedimiento bastante rápido. Te pondremos anestesia en la zona y haremos una pequeña incisión para sacar una muestra de médula ósea —explicó con rapidez—. Tendrás que pasar la noche aquí por cualquier complicación, mañana por la mañana te daré el alta. Sentirás una molestia por un par de días, y tendrás que evitar hacer grandes esfuerzos, pero podrás seguir con tu vida normalmente.

Cuando la médica terminó de hablar, Ana Julieta asintió con convicción, aunque la profesional pudo ver un leve pánico en sus ojos.

—Vale. Gracias.

—Anajú, no tengas miedo —Alba posó una mano en el hombro de su paciente—. Todo saldrá bien. Tienes mi palabra.

El cuerpo de la camarera se relajó un poco al escuchar las palabras tan seguras de su médica. Simplemente, sonrió agradeciendo el gesto y apoyó su mano sobre la de Alba, que reposaba en su hombro.

La tranquilidad del ambiente se rompió cuando un grito furioso se escuchó a lo lejos.

—¡Ana Julieta!

La médica rompió todo contacto con su paciente en el momento que una rubia bastante alta entraba por la puerta de cristal hecha una completa furia.

—Sam... —la camarera intentó tranquilizarla.

—¡No! —la señaló con el dedo—. ¡Ni se te ocurra decir una palabra! —la rubia se acercó hacia la camilla, ignorando la presencia de la médica y golpeó con rabia el brazo de Ana Julieta—. ¿¡Por qué me tengo que enterar por Maialen todo esto!? ¿¡Tú quieres que yo me muera de un disgusto!?

—Sam, lo siento... —se frotó el brazo con una mueca de dolor—. No quería preocuparte.

—Patrañas, Ana Julieta —expresó, con la vena de su cuello marcándose—. Casi me muero, te juro que casi me muero.

—Estoy bien. Estaré bien. Es sólo un examen. ¿Verdad?

Ana Julieta miró de reojo a la médica, en busca de ayuda.

—No hay nada de qué preocuparse —afirmó Alba—. Son exámenes muy seguros, mañana por la mañana estará como nueva.

Solo en aquel momento, Samantha se dio cuenta que había una tercera presencia en la habitación. Al notarla, inspeccionó a la médica de abajo hacia arriba, hasta centrarse en su rostro.

Algo en el rostro de aquella mujer se le hizo completamente conocido. La reportera juraba que la había visto antes, en algún lado. Pero no recordaba de dónde.

—¿Te conozco? —preguntó Samantha, rebajando su furia para centrarse en la médica.

—No... —Alba titubeó, algo nerviosa. La profesional tuvo que hacer su máximo esfuerzo para no desviar la mirada de manera sospechosa—. Soy la nueva médica, el reemplazo de Capdevila. Doctora Martínez. Mucho gusto —le sonrió levemente—. Aún no he tenido consulta contigo, pero estoy segura de que nos tocará pronto juntas.

—Así que tú eres la niña bonita —murmuró por lo bajo.

—Lo siento. ¿Qué has dicho?

—Nada, que mucho gusto también, doctora —fingió su mejor sonrisa—. ¿Está segura de que no nos hemos visto antes?

—Completamente segura —afirmó con una seguridad inexistente—. Me estará confundiendo con otra persona.

—Claro... —dijo Samantha, entrecerrando sus ojos de manera sospechosa.

—Eh, bueno. Os dejo solas —dijo Alba—. Dentro de una hora vendré a buscarte para hacerte el chequeo y llevarte a hacer el examen. ¿Está bien? —se dirigió a su paciente.

Ana Julieta asintió, mientras Samantha seguía inspeccionando el rostro de la médica, fijamente y cruzada de brazos, con sospecha.

Sin más que decir, la profesional abandonó la habitación a gran velocidad.

—No pienses que no sigo enojada contigo —Samantha se volteó hacia la castaña—. Estoy furiosa. ¿Me escuchas? FU-RIO-SA.

—Lo siento, enserio —se estiró hasta poder llegar a tomar la mano de la rubia y acariciarla—. Déjame compensártelo.

—¿Cómo lo harás, Ana Julieta? —sonrió de forma irónica—. No hay manera de hacerlo, te lo aseguro.

Ante eso, la camarera se movió en su camilla, hasta dejar un gran espacio a su lado. Hizo un gesto para invitar a la rubia a acostarse con ella. Fueron un par de segundos que Samantha permaneció en su sitio, sin moverse, completamente indignada, pero finalmente sucumbió a los encantos de la camarera y se recostó a su lado.

—Después del examen, tendré mucho tiempo aburrida aquí. Horas, completamente sola...

—Qué pena —fingió desinterés.

—Tal vez podrías venir —se posicionó para quedar frente al rostro de la rubia y lo acarició con delicadeza—. Puedes contarme los avances que tuviste con el caso, podemos comer algo, pasar tiempo a solas, las dos... Sin que nadie nos moleste.

—No lo sé —siguió en su papel ofendido—. Me lo pensaré.

—Vaale —sonrió con confianza—. Luego pasaré toda la noche sola, me gustaría tener un poquito de compañía... —suspiró, con una tristeza y un anhelo fingido.

—Ya, Ana Julieta. No hace falta que te arrastres —Samantha sonrió, saliendo de su papel.

—Por ti me arrastro toda la vida, mi amor.

—¿Cómo me has llamado?

—¿Qué? —apartó la mirada, haciéndose la desentendida.

Samantha sonrió, completamente cautivada. Seguido de eso, tomó a la camarera por el rostro y dejó un suave beso en sus labios.

Nuevamente, la tranquilidad se vio rota por unas voces a lo lejos. Ambas supieron reconocerlas como Eva y Maialen. Sin pensarlo, Samantha dio un brinco y se paró nuevamente, rompiendo el contacto con la camarera.

—Hola, Jujiti. Siento no haber guardado el secreto. Es que todos estaban muy preocupados por ti —dijo Maialen a gran velocidad, con la voz un poco encogida.

La camarera no tuvo tiempo a responder, porque Eva entró como un torbellino a la habitación. La de pelo lacio la inspeccionó por unos segundos y luego se acercó hasta acostarse en el hueco que había dejado Samantha. Eva la abrazó con gran fuerza y tardó menos de un segundo en romperse en llanto escondida en el pecho de la camarera.

—¿Me voy a morir en cinco minutos y recién me entero? —bromeó Ana Julieta, abrazando a su amiga con delicadeza.

En vez de tranquilizar a la pequeña, el llanto de Eva se incrementó aun más.

—No, Ev. Tranquila, cariño —acarició su espalda y dejó un besito en su cabello—. Que estoy bien, sólo me harán un pequeño examen.

Eva sacó su rostro del pecho de la camarera. Sus ojos azules se encontraban cubiertos de lágrimas y lucía una expresión afligida.

—Me muero si te pasa algo, Anajú, me muero.

—No me va a pasar nada —estiró su mano para limpiarle una lágrima—. Voy a estar bien. Mañana por la mañana estaré como nueva. Te lo prometo.

La de pelo lacio asintió, un poco más tranquila ante la confirmación de la castaña

—¿Pasarás la noche aquí? —murmuró, limpiándose las lágrimas. Ana Julieta asintió—. ¿Puedo pasarla contigo?

—No hace falta —intervino Samantha por primera vez—. Yo la pasaré con ella.

—No te preocupes, Sam —dijo Eva—. Puedes irte tranquila, yo la cuido. Sé que seguro querrás pasar la noche con Flavio o algo.

—No —la cortó—. Yo me quedo. Seguro estarás cansada luego de hacer la cena.

Maialen y Ana Julieta miraban el intercambio algo descolocadas.

—Ev, no te preocupes —dijo Ana Julieta—. Sam ya se ha ofrecido a cuidarme. Te prometo que cuando salga de aquí haremos una pijamada sólo las dos. ¿Va?

—Vale.

La cocinera asintió, bastante conforme. Sin más, la de pelo lacio se acurrucó nuevamente contra el cuerpo de la camarera.

—Gracias a las tres, por estar aquí —miró a Maialen, luego a Samantha—. No saben lo bien que me hace tenerlas a las tres.

—Siempre estaremos, Jujiti... —Maialen sonrió, conmovida—. Aunque no somos las únicas...

—¿Cómo? —preguntó la castaña.

—Los demás compis vendrán a visitarte cuando termines. Están preocupados y tienen muchisisimas ganis de verte, Juji.

—Maialen.. —le reprochó.

—Lo siento...

Sin embargo, Ana Julieta sonrió con un calorcito en su corazón.

Sentía que estaba encontrando una nueva familia.

{...}

Nick se encontraba más pensativo de lo normal, aquello Javy Ramírez podía notarlo. El disyóquey se hallaba muy callado, y mucho más nervioso de lo normal. Casi como si estuviera guardándose algo para sí mismo. Javy había notado aquel cambio de actitud importante en el rubio. Nick solía ser charlatán, energético, amigable. Pero ahora parecía como si algo lo estuviera atormentando, y Javy sabía leerlo a la perfección, pero no sabía cómo ayudarlo.

Se encontraban en el pequeño gimnasio, Nick sudaba luego de terminar su rutina y Javy sólo había estado ahí, admirando mientras escribía poesías en su diario.

Sin duda, la rutina de Nick aquella mañana había sido algo parecido a un completo desastre. El rubio se encontraba distraído, provocando que sus movimientos fueran completamente descoordinados. Había algo que estaba acaparando su mente.

—Luces exhausto —dijo Javy, cerrando su libro de poesías.

Nick sólo hizo una pequeña mueca, para luego tomar agua y sentarse al lado del filósofo.

—Ha sido una rutina cansadora —se limpió el sudor con una toalla.

—No me refería a lo físico. Sino a lo mental —expresó con un tono suave.

El disyóquey sólo se encogió de hombros, restándole importancia, e intentó inclinarse para ver la libreta del filósofo.

—¿Qué has estado escribiendo? Se te veía muy concentrado.

Esta vez, Javy apartó la mirada un tanto avergonzado y escondió su libreta fuera del alcance del rubio.

—No me cambies de tema, por favor. Se te ve atormentado, Nick. ¿Estás seguro de que no pasa nada?

—Es una tontería —negó con una falsa sonrisa.

—Nada es una tontería si te pone así —dejó una leve caricia el hombro del rubio—. No dejes que pequeñas cosas arruinen tu día. Debes aprender a disfrutar lo bueno de la vida.

—Lo sé —suspiró, tirando la toalla a un lado.

—Nada es demasiado importante al final, Nick. Un día, cuando seas viejo, volverás a estos momentos y verás que te preocupaste por cosas que no valían la pena.

Nick permaneció en silencio, con la cabeza gacha. Las palabras filosóficas de Javy repercutieron en su mente.

—¿Y si en verdad no es una tontería? Porque creo que no lo es —murmuró Nick—. ¿Y si es más importante de lo que creo?

—¿Qué puede ser tan importante, Nick? —Sin embargo, ni bien Javy hizo la pregunta supo que el rubio no estaba dispuesto a contarle—. ¿Es algo malo?

—No sé si esa vendría a ser la palabra, sinceramente...

—¿Por qué no lo quieres contar?

—Porque puede ser peligroso si las personas equivocadas se enteran.

Ambos se entendían tan bien, que Javy no necesitó más preguntas para intuir la magnitud del problema.

—Dime una cosa. ¿Alguien puede salir perjudicado?

Nick se debatió internamente su respuesta, parecía tener una expresión de culpabilidad en su rostro.

—Alguien ya ha salido perjudicado, por mi silencio...

—Y si lo dices... ¿Podrías ayudar a alguien?

—Sí —respondió totalmente convencido.

—Entonces, no te lo guardes para ti —le sonrió dulcemente—. Tienes la forma de ayudar, no te lo guardes para ti... De otra forma, jamás dejará de atormentarte. Tan sólo mírate ahora. Si puedes cambiar algo para bien, te sentirás bien contigo mismo.

Unos segundos pasaron en silencio, ambos parecían poder leerse con solo sus miradas.

—No sé a quién decírselo —expresó el rubio, con frustración.

—Busca a la persona indicada, observa a tu alrededor. Es la ley de la vida. Aprende a buscar, y lo encontrarás.

La mirada de Nick lucía abatida, parecía tener un gran debate interno. Sin duda, las palabras del filósofo lograron apagar un poco la llama de desesperación dentro de él. El rubio se sentía un poco más aliviado, un poco más comprendido.

—¿Cómo es capaz que sepas aconsejarme sin ni siquiera saber de lo que estoy hablando? —preguntó, mirando cautivado al muchacho a su lado.

—Querido Nick, he aprendido con el tiempo que hay cosa que jamás lograré saber, debo acostumbrarme a eso. Debo encontrar respuestas a preguntas inconclusas. Debo reflexionar ante lo desconocido.

Con cada palabra que pronunciaba, Nick se quedaba más ensimismado, más cautivado ante la personalidad del filósofo. Quedó un poco embobado, casi sin aire, pero finalmente pudo arreglarse para responder.

—Realmente me fascina la forma en la que funciona tu mente, Jav. Es otro mundo completamente diferente. Eres... Como una bocanada de aire cuando me estoy ahogando.

—Vaya, te has puesto poético —soltó una pequeña risa.

—He aprendido del mejor.

Los ojos de ambos brillaban ante los otros. Nick pareció olvidarse por unos segundos de aquello que tanto lo perseguía. Aquello lo lograba cuando se embriagaba de la sabiduría de Javy. Era un suspiro para su vida.

Sin duda, el nombre de Javy Ramírez marcaría un antes y un después en su vida.

{...}

Hace varios minutos que Samantha se encontraba mirando a una pared en blanco, sin emitir una sola palabra, completamente en silencio. Flavio tenia que mirar el vaivén que hacía su pecho para asegurarse que la mujer aun seguía respirando. Parecía que la reportera se encontraba en una burbuja, muy lejos de este universo. Ante eso, el pianista se sentía impotente. No sabía qué hacer para traer a Samantha de vuelta a la tierra.

—Sam... ¿Quieres hablar de eso? —preguntó, Samantha ni se inmutó—. ¿Es por lo de Anaju?

—Por supuesto que es por Anaju —respondió la rubia, con un tono brusco y bastante a la defensiva.

—Lo siento —respondió, avergonzado por la pregunta tan estúpida que había hecho—. Estará bien. Deberías despejarte.

—¿Cómo quieres que me despeje sabiendo que ella está en un quirófano ahora mismo, Flavio? ¿Y si algo sale mal?

Flavio tuvo que dejar de jugar con las teclas del piano para acercarse a Samantha. Sigilosamente, se sentó a su lado en el suelo y la abrazó por los hombros. La reportera tardó menos de un segundo en esconder su cabeza en el pecho del pianista. Sin embargo, la rubia no derramó ninguna lágrima.

—Todo saldrá bien. Créeme, es una operación muy fácil —pronunció el muchacho. Seguido, acarició la espalda de la rubia, para luego acomodarse sus gafas.

—No tengo miedo de eso —murmuró—. Tengo miedo de lo que pasará después.

—No ha pasado nada aún, no pienses en eso —dejó un pequeño besito en la cabellera de la reportera—. ¿Quieres que te toque algo en el piano? Tal vez puedas poner la mente en blanco por un rato.

—Ni siquiera eso puede ayudarme... —suspiró, con lamento—. Me gustaría dejar de existir por unos minutos. Todo sería más fácil.

—Sin ti, para mí sería más difícil —pronunció con timidez, mirando al suelo—. Me has ayudado... En muchas maneras.

—Me alegra saber eso —dijo, con los ojos tristes y la mirada pérdida.

Flavio volvió a sentir ese dolorcito en el pecho al notar lo triste que estaba la reportera, y a la vez, sentía impotencia al saber que no podía hacer nada para animarla. Al pianista le costaba tratar con la gente en aquellas situaciones.

—¿Por qué no hacemos algo esta noche? —propuso el muchacho—. Podemos... Podemos hacer lo que quieras. Una cena, ver una peli, te puedo preparar un baño relajante, o lo que quieras... —habló con rapidez—. Cualquier cosa para hacerte sentir bien. Lo que sea, yo me encargo.

—Es muy tierno de tu parte... —Samantha sonrió por primera vez al ver la actitud tan preocupada del pianista—. Pero hoy me quedaré con Anajú en los laboratorios para cuidarla.

—Oh, por supuesto —sonrió levemente, comprensivo—. Asumí que Mai o Eva se quedarían con ella.

—Pues no.

—Lo entiendo... Lo entiendo perfectamente. Es tu amiga, debes estar allí para ella.

Samantha clavó su mirada en el pianista, parecía completamente sincero ante lo que decía. La rubia no pudo evitar sentirse un tanto culpable al respecto.

—Gracias, Flavio.

—No hay nada que agradecer, Sam. Estoy para ti, para lo que sea. Siempre.

Flavio conectó su mirada profunda con Samantha, haciéndole saber que lo que decía era completamente honesto, que aquello venía de su corazón. La reportera le sonrió, notando la mirada de admiración del pianista.

Se quedaron así por un par de segundos, en silencio, tan solo mirándose. Hasta que Flavio se llenó de valor, inclinándose hacia el rostro de la rubia en busca de aquel segundo beso tan esperado.

Un beso que nunca llegó.

Samantha se apresuró en mover su rostro para que los labios de Flavio aterrizaran en su mejilla.

—No es el momento —fue lo único que pronunció la rubia.

El pianista asintió, un tanto avergonzado y volvió a acomodarse las gafas. Por otro lado, la reportera acarició el antebrazo del muchacho y luego reposó su cabeza sobre el hombro del joven.

Ninguno de los dos volvió a emitir una palabra.

{...}

Por experiencia propia, Bruno sabía que había cosas que no podía dejar sin decir. No debía guardarse nada, debía ser lo más sincero posible en lo que quería. Lo había aprendido con la muerte de sus padres, y también, con las largas charlas filosóficas que Javy solía brindarle cada vez que podía.

Ahora con todo el tema de Ana Julieta, no podía evitar sentir aquella sensación de necesidad que lo carcomía. Era como si su cuerpo le estuviese rogando por expresarse.

Hace tiempo que las cosas habían cambiado dentro de la cabeza de Bruno. Había conocido gente nueva, tenía sensaciones nuevas dentro de su cuerpo, y la intensidad de ellas muchas veces le asustaba. Nunca hubiese pensado que aquellos laboratorios cambiarían su triste y aburrida vida, pero realmente

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