Sin elección

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Cassandra nunca había sido una chica modelo, era la pequeña de siete hermanos, todos ellos barones. Era un terremoto, ágil, fuerte, lista y extremadamente cabezota. Su madre quería que debutara, hace uno o dos años que le tocaba, pero por una razón u otra se había podido escaquear. Pero este año no tenía escusa, aunque estaba intentando buscar cualquier resquicio de esperanza hasta el último momento.

- Vamos mamá, aún queda un mes para que la temporada empiece... No quiero ir, no quiero empezar antes esta tortura - chilló amargada mientras se sentaba en el suelo

- Ni se te ocurra, niña mal criada, levántate o te van a levantar - su madre estaba perdiendo la paciencia, hacia media hora que ella ya estaba dentro del carruaje. Todo estaba listo para salir y llegar justo a tiempo antes de que la noche les alcanzara durante el viaje. - te prometo que no te va a quedar ni un céntimo y vas a podrirte solterona hasta el fin de tus días - aunque le hubiera gustado que la amenaza funcionara Cassandra estaba harta de oír las mismas palabras una y otra vez y no le podía importar menos - Robert, Matthew hacerle el favor a vuestra madre y levantar a Cassandra

- Mamá, te quiero... pero no quiero que me parta un brazo - Matthew se quejó, pero la mirada de su madre fue demasiado severa como para escabullirse - Hazlo fácil, Sandy, no quiero hacerlo y lo sabes

- ¡¡¡ Entonces no lo hagas!!! ¡¡ Es así de fácil !! Tu no estas casado, Federick tampoco, ni Paul, ni ninguno de vosotros - medio chilló mientras seguía removiéndose - Bueno excepto Robert pero es que el me lleva catorce años!! ¡Y se casó el año pasado! ¿Como puede ser que yo ya deba casarme?

- Cassandra Victoria Shalby, sube al carruaje ya - no hubo tiempo a ninguna réplica porque sus hermanos estaban arrastrándola escaleras abajo. La mansión Shalby se componía de una escalinata blanca preciosa de más de 50 escalones. Los sirvientes se aguantaban la risa mientras observaban la escena. Una escena que no era muy diferente a la que venían viendo des de que nació Cassandra hace ya diecinueve años. El mayordomo, el señor Hoffkins ayudó a los hermanos a bajarla en brazos y, ni con tres hombres, fue fácil encerrarla dentro del carruaje

- Hoffkins, voy a hacerte la vida imposible cuando vuelva

- Señorita, creo que el poder de servirle chocolate durante una semana va a hacer que me perdone

- Si me lo plantea así, seguramente antes de la semana ya este perdonado, pero vosotros dos, cabezas de chorlitos, ni lo soñéis - y se sentó por fin en el banco ya que, aunque lo intentara, no cabía por la ventana del carruaje. Lo sabía ya que hacía un tiempo ya lo había intentado y se había quedado estancada durante varias horas hasta que habían desmontado la puerta pieza por pieza. - Malditos niños huevones que solo hacen caso a su mamá - Estaba muy cabreada y siguió refunfuñando todo el maldito viaje mientras su madre la ignoraba y se alisaba el vestido con más frecuencia de lo normal. Su hija la estaba desesperando. Sabía que eso iba a ser un desastre, pero... ¿Qué podía hacer? Era su única hija, tenía unas ganas terribles de comprarle vestidos, de que fuera a bailes y hacer de casamentera. Pero no, allí estaba pensando si realmente había hecho bien o si debería haberla dejado que decidiera por ella misma. No. Estaba claro que Cassandra nunca hubiera elegido presentarse en sociedad. Se pasaba los días fuera al jardín con los animales o estudiando los libros de sus hermanos. Su madre estaba bastante segura de que Cassandra se hubiera sacado todas las carreras universitarias de sus 6 hermanos sin ni si quiera esforzarse. Pero la sociedad no permitía estas cosas.

Cuando llegaron a la casa de los Quirian había entrado la noche. El viento aullaba pero el cielo se mantenía a raya. Su madre se apresuró a entrar mientras se recogía las faldas y esperaba a que el servicio les entrara las maletas. Los pies de Cassandra no se habían movido de dentro del carruaje.

- Por favor, ven ya - susurró su madre desde la entrada. No quería hacer un nuevo espectáculo. Pero ella se encogió en el asiento mullido y sacó todo el aire. Estaba asustada, ella no encajaba en ese ambiente, lo sabía. Iba a decepcionar a su madre Bianca tanto que estaba segura de que nunca más volvería a pisar la ciudad ni ninguna fiesta. No es que eso le pareciera mal pero no quería decepcionar a su madre, no quería cagarla, pero su instinto, su forma de ser, no le permitía ser de otra manera. Se cogió las faldas de ese vestido ridículo, esponjoso y voluminoso, y respiró, se sentía como si fuera una cebolla llena de capas. Salió con la poca dignidad que le quedaba y subió las escalinatas de mármol marrón que serpenteaban delante de sus ojos hasta llegar a una puerta preciosa de madera. Se giró a su alrededor, la noche no permitía ver casi nada, pero la luz de la luna permitía intuir la belleza de esos campos quilométricos, mañana disfrutaría de un paseo larguísimo. Iba a desaparecer hasta la hora de comer y se iba a perder entre esos caminos que ya la estaban llamando. Sonrió satisfecha con su plan y entró en la casa.

- Oh queridas, Bianca, tu hija está preciosa, ha crecido una barbaridad

- Si, la verdad que es que si, Gianna. La última vez creo que medía medio metro y ya te destrozó varios jarrones. Espero que ahora que mide el doble no te rompa nada - sonrió afable Bianca con una disculpa en los labios. Mínimo media tres veces medio metro, pensó Cassandra, haciendo las cuentas. Estaba claro que a su madre no se le daban bien las matemáticas, estaba claro que Cassandra tenía que coserse la boca antes de decirlo en voz alta y que su madre la degollara por dejarla mal. Así que decidió mirar el interior de la casa para no meterse en la conversación.

Las paredes se cernían sobre ellas de una manera majestuosa, los techos eran altos y la decoración algo cargada para el gusto de Cassandra. Estaba claro que ella no entendía de arquitectura ni decoración aun así le pareció que la casa podía ponerte los pelos de punta de lo imponente que era. Había columnas de mármol que subían dos plantas mínimo y a cada lado de la entrada al comedor se cernía unas escaleras preciosas que subían a la parte superior. Donde estaba claro que debía haber las habitaciones.

Gianna era la señora de la casa por lo que Cassandra había entendido de toda la chapa que su madre le había dado mientras venían hacia aquí. La familia Quirian se componía de tres hijos, dos chicos y una chica. Por lo que contó Bianca eran condes con mucho poder adquisitivo que tenían más tierras que cualquiera de la región. Parecía ser que los hermanos Leonard y Angelo querían buscar esposa. Su padre había muerto hacía unos meses atrás y necesitaban ahora coger las riendas de la situación. Leonard era el heredero de todo, pero según decían Angelo se iba a quedar la mitad de las tierras del norte porque era la única manera de tenerlo todo controlado. Bianca no se había dejado ningún detalle y a Cassandra había hecho caso omiso a cada palabra que había ido contándole durante el viaje, la verdad que le daba igual, ella sabía que no se iba a casar con ninguno de los dos ni con nadie. La idea de casarse le repelía, le revolvía la barriga y la hacía querer vomitar. Ella era alguien de campo, alguien libre y no estaba dispuesta a cortar su libertad ni por todo el dinero del mundo. Aunque debía confesar que le gustaba leer historias de amor, aunque no creyese en el amor. Igual la llamaréis pragmática, pero ella realmente quería creer con toda su alma pero solo de pensar en permitir que alguien hiciera lo que quisiera con su corazón la paralizaba. El amor no era tan bonito como describían los libros, podía destruir a cualquiera. O alejar a uno de la gente que le querían. Había visto desaparecer a su hermano des de que se casó con Irma. Y eso era algo que la tenía molesta. Le dolía más de lo que nunca iba a admitir. Robert era como un padre para ella, su padre nunca había sido alguien cariñoso y bondadoso, por lo tanto, había cogido siempre la figura de Robert, su hermano mayor, como su referente. Él la había querido y cuidado todas las noches de tormenta, cuando se había hecho daño, que era bastante a menudo, le contaba cuentos, la mimaba y le daba bollos a escondidas a pesar que una dama tenía restringido el número de bollos por semana.

Y ahora sentía que ya no estaba.

- Un jarrón precioso - dijo Cassandra con una sonrisa lobuna. Ambas madres se quedaron de piedra, pensando que igual sería capaz de romperlo - Era una broma, no pretendo romper nada... apropósito. Pero si es precioso la verdad.

- Tienes buen ojo, es un jarrón exportado de Italia - un hombre alto de piel tostada y de pelo oscuro sonrió mientras se acercaba a Cassandra - Soy Angelo, para servirla

- No necesito que me sirvan - respondió ella sin pensar - Pero me llamo Cassandra

- Sandy, por favor, compórtate - le riñó su madre - siento la desfachatez de mi hija, a veces tiene la lengua muy afilada y las manos muy patosas

- Recuerdo a la pequeña Sandy la última vez que vinisteis. Creo recordar que todos queríamos estrangularla para que se estuviera quieta.

- ¡¡ Angelo !! - chilló su madre

- No se preocupe señora Quirian, es un efecto que causo a menudo, por suerte con seis hermanos más una sabe estrangular antes de que la estrangulen - la sonrisa de Cassandra estaba ensanchada por toda su cara, encontraba esa conversación realmente divertida. Ver las caras de las pobres mujeres era demasiado gratificante. Y se le ocurrió pensar que igual aún se lo pasaría bien.

- Bueno Gianna, como ves no ha cambiado ni un pelo, solo se ha vuelto más lista e insoportable - la mirada que dirigió a su hija no pasó inadvertida para Angelo.

- Y más bella, eso está claro - dijo con una sonrisa lobuna

- Que pena que casarme no esté en mi lista de prioridades

- Ah, ¿que tú tienes una lista de prioridades? - contratacó su madre - Se va a casar esta temporada. Está hablado. Y dicho esto creo que deberíamos dejar a estos dos solos antes de que tanto hablar de estrangulamiento acabemos siendo nosotras quien hagamos algún acto poco decoroso.

La risa brotó del pecho de Cassandra, en verdad adoraba a su madre. Era perfecta, bella, educada y con un toque de humor escondido en su remilgo. Las dos mujeres negaron con la cabeza mientras se cogían del brazo y desaparecían de la vista de los jóvenes.

- Espero que no estés en problemas - susurró Angelo mientras la sacaba de su ensoñación

- Nací siendo un problema, asique no es nada nuevo. Siempre tengo una reprimenda antes de ir a dormir. Son palabras perfectas para conciliar el sueño, cuando me doy cuenta no ha llegado ni a terminar la primera frase que estoy durmiendo como un lirón.

La sonrisa lobuna no había desaparecido de la cara de Angelo des de que la había visto mirando ese jarrón. Cassandra era una belleza, era algo que no se podía negar. Tenía un pelo ondulado de un color chocolate brillante. En general lo llevaba suelto hasta el culo, pero le habían hecho un recogido que hacía que muy pocos mechones se ondularan detrás de su espalda. Odiaba ese peinado repipi, ella quería su cabello libre. Pero sabía de qué iba las normas sociales. Asique cuando esta mañana su doncella le había tirado de la cabeza desenredando todos los nudos que tenía y la había hecho llorar de dolor, había callado. Bueno mejor dicho se había quejado, pero se había dejado hacer. Sus ojos azul verdoso destacaban de una manera inapropiada en su tez blanquecina. Aunque todo el mundo odiaba sus pecas, ella las amaba con fiereza. Le salpicaban todas las mejillas y la nariz. Le encantaba pasar tiempo al Sol y sabía que ese era el precio de disfrutar de la naturaleza. Era su recuerdo constante de como quería vivir la vida. Aunque Cassandra era inocente no tenía miedo a hablar con el género masculino. Al contrario, se sentía mucho más cómoda que si tenía que hablar con mujeres. Ellos se reían de sus bromas, en cambio, las mujeres se escandalizaban y la miraban como si le hubieran salido aletas por manos o si su cara se hubiera desfigurado. Ahora se reía, pero a veces eso le provocaba inseguridad e incomprensión y a veces le era difícil gestionarlo.

- ¿Le enseño la casa? - y alargó el codo para que Cassandra se lo cogiera. Dudó por un instante porque una cosa era hablar con hombres y la otra tener que cogerles el brazo. Se dejó de remilgos y deslizó su brazo por debajo de su codo. Apoyó su mano en su antebrazo y respiró profundamente. Allá iba. 


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