Flagrare cupiditate

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Berlín, Reino de Prusia, 1850

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Duerme, niña dormida,

tu lindo sueño a soñar.

En tu lecho adormecida

partirás a navegar.

De nuevo. Ese hombre que tanto odiaba.

Lothar Ral observaba ceñudo desde la gran ventana de su despacho la manifestación que ese muerto de hambre de Levi Ackerman venía a hacerle frente a su fábrica textil, al frente de unos idiotas anarquistas como él, unos ignorantes analfabetos que sí que eran rápidos para esas ideas estúpidas como el marxismo y demás sandeces. Pedían un aumento de salario acorde a las horas de trabajo y abogaban por una economía no opresiva en la que pretendían hacer un intercambio equitativo, algo justo según ellos, pero para el empresario no eran más que excusas para no ponerse a trabajar y vivir bien de arriba. No como él, que toda su vida trabajó para mantener sus propiedades, que constaban de fábricas y fincas rurales que obtuvo por derecho de nacimiento, como todo Junker (noble terrateniente prusiano).

Los revoltosos allí en el gran patio de la fábrica comprendían la mitad de sus trabajadores, lo cual al principio lo alarmó, pero luego pensándolo bien, sería mejor, así verían quién mandaba. Encendió su elegante pipa y con un asentimiento, dio carta blanca a sus encargados para que la policía hiciera lo suyo.

Ya estaba cansado de esas impertinencias de igualdad de condiciones y esas cosas. Ahora correría sangre; eso les pasaba por agotarle la paciencia.

Mientras, abajo en la algarabía, Levi Ackerman lideraba la huelga en contra del capitalismo que mantenía a los trabajadores siendo prácticamente esclavos, laborando como burros de carga a cambio de una miseria de dinero y con nada de beneficios ni tiempo para sus familias. No era su caso, pues él no tenía familia, pero pensaba en sus compañeros y en cómo añoraban poder pasar aunque sea una buena noche con los suyos, sin siquiera poder ver a sus hijos despiertos al regresar. El joven en cuestión, bajo pero fuerte y de oscuros cabellos, vivía en una caseta humilde en Kreuzberg, barrio obrero y por lo tanto pobre, a pocas casas de sus amigos Farlan Church e Isabel Magnolia, joven matrimonio con el que había hecho buenas migas. Ellos también lideraban a su lado la causa a favor de los derechos de los trabajadores.

Desplegaban pacíficamente sus carteles ante el gran ventanal que se imponía en lo alto de la construcción, y en donde se encontraban las oficinas de su jefe, patrón y dueño, ese hombre insensible y con un marcado sentido del individualismo que los tenía comiendo migajas y sin descansar bien, y que en ese momento los contemplaba a través de su monóculo con una mirada llena de asco. De repente y sin previo aviso, Levi abrió sus avinagrados ojos azules de la sorpresa y el terror al ver a la policía avanzar hacia ellos con las armas listas para disparar, estando todos ellos desarmados y sin oportunidad siquiera para defenderse. De un segundo a otro, la tranquilidad de una simple marcha dio paso a gritos y camaradas desesperados corriendo de un lado para otro mientras los uniformados disparaban. Espantado y con lágrimas de furia en los ojos, Levi veía cómo hombres y mujeres caían muertos a su lado, y apenas pudo reaccionar cuando Farlan lo empujó a un lado mientras era acribillado por todo el cuerpo. El azabache gritó presa del más puro horror mientras desde el suelo veía a su amigo caer sin vida. Para acrecentar ese apocalipsis vivido, vio a unos pocos metros a Isabel muerta de un tiro en la cabeza. Llorando de impotencia y maldiciéndose, decidió huir de ese escenario dantesco; no permitiría que la muerte de sus amigos fuera en vano. Una vez a una distancia prudencial, pudo distinguir a lo lejos, la sonrisa llena de maldad de Lothar Ral desde su cumbre intocable. Levi apretó los puños y los dientes, jurando que haría pagar a ese hombre por todo.

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Esa misma noche, un contento y cansado Lothar Ral volvía a su mansión en Charlottenburg, donde lo esperaban su esposa e hija. Estaba casado con Clara Fritz, mujer de noble cuna, con quien tenía una hija de nombre Petra. Clara Fritz era todo lo que una buena esposa debía ser: sumisa, obediente, hacendada y dispuesta a ignorar y permitir las infidelidades del marido, así como conformarse con la vida que le tocaba, sin exigencias ni reclamos que hacer. Era una mujer infeliz, pero se mostraba orgullosa y satisfecha con su realidad, ya que era considerada el modelo de mujer perfecta tanto para la sociedad como para la iglesia. Era un gran consuelo para su miserable existencia escuchar que el cura la ponía de ejemplo durante sus homilías acerca del deber de la mujer según los preceptos de Dios.

En la sala, mientras el hombre leía el periódico y su mujer tejía esperando que estuviera la cena lista, la joven Petra bajó las escaleras, ansiosa de hablar con su padre. Al fin había juntado valor para lo que iba a pedirle.

-Padre. – lo llamó dulcemente. – Me gustaría que me cumpliera un deseo.

-Dime, Petra. – respondió su padre mirándola con curiosidad – Si está de mi mano, haré ese deseo realidad a la única hija que Dios me dio. – miró con desdén a su esposa – Ya que tu madre no me pudo dar un hijo macho.

-Perdón por eso. – musitó Clara bajando la cabeza. Petra los miró ceñuda, no quería ese destino para ella.

-Quiero que me dé permiso para estudiar el profesorado de... - no terminó porque su padre pasó de la serenidad a la ira al escuchar sus pretensiones. Clara jadeó horrorizada mientras se llevaba una mano en el pecho.

-¡Nada de trabajar! ¡Eso no es cosa de mujeres! – espetó Lothar Ral - ¡¿Para qué si toda tu vida vivirás como reina?!

-¡Pero quiero ganar mi propio dinero y tener un trabajo al que dedicarme! – insistió su hija, sabiendo que sucedería esto. - ¡Quiero salir al mundo, padre! ¡Sueño con conocer el amor!

-¿Soñar? Tú no tienes que soñar nada, hija mía. – trató de hacerla razonar su padre – Tú tienes que aspirar a un marido que te dé más nombre y respeto del que ya tienes.

-¡Yo no quiero casarme con nadie! – retrucó Petra - ¡Y no soy un pedazo de tela para ser vendida al que pague más!

-¡Eres atrevida, Petra! – le regañó Lothar, luego le dirigió una mirada filosa a su mujer, quien se encogió – ¡Mira la hija que criaste, Clara! ¡Eres una jumenta que no sabe hacer nada bien!

-¡Pero yo quiero aprender! – insistió Petra.

-¡Tú tienes que aprender a obedecer al marido que haz de tener! – exclamó su padre - ¡Ahora cierra la boca, que no quiero una hija respondona!

-¡Yo sólo quiero tener una profesión!

-¡La profesión de la mujer es atender al marido!

Con lágrimas de frustración corriendo por sus mejillas, la jovencita corrió escaleras arriba negándose a cenar con sus progenitores. Ellos la observaban irse con expresión severa.

-¡Ella tiene que casarse urgentemente! – sentenció el terrateniente - ¡Y ya sé con quién!

El candidato en cuestión era hijo de una prima de Clara Fritz. Zeke Jäger, un joven alto, rubio, de buena planta, apuesto y de lentes que le daba un aire interesante. No sólo era príncipe, militar y empresario de grandes propiedades, sino que también era todo un intelectual. Lothar Ral confiaba en que un hombre así disiparía las ideas de independencia de su hija, y si tanto la chica quería ponerse a leer y aleccionarse, qué mejor que el marido para enseñarle, con los filtros necesarios para emitir dichos conocimientos. Además, se había enterado por medio de su mujer, que el muchacho Jäger había quedado prendado de ella en el cumpleaños del hijo de los Galliard. Así que estaba decidido: su pequeña y grácil pelirroja de ojos amielados tendría próximamente la visita del joven Zeke, quien de inmediato tendría permiso para cortejarla.

Estoy presa en mi jardín,

con flores aprisionada.

¡Acudan! Me van a ahogar.

¡Acudan! Me van a matar.

¡Acudan! Me van a casar,

en una casa a enterrar,

en la cocina a cocinar,

en el arreglo a arreglar,

en el piano a tocar,

en la misa a confesar.

¡Acudan! Me van a casar,

y en esa cama a preñar.

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Por consejo del resto de sus camaradas, Levi tuvo que dejar por un tiempo sus actividades subversivas, ya que la tragedia sucedida en la propiedad de Lothar Ral había provocado que otros ricos empresarios fueran más duros con sus empleados por las dudas, algo injusto a ojos del chico Ackerman. Como era obvio que no trabajaría más en esa fábrica, se dedicó de lleno en ultimar los detalles de la imprenta que iba a abrir con Farlan e Isabel, ahora estando solo al frente. Se encargaría de distribuir propaganda contra el capitalismo y la burguesía que oprimía a los trabajadores.

Y más temprano que tarde tendría a Ral en sus manos.

-Juro que acabaré contigo, Lothar Ral. – masculló con odio a la vez que desgarraba con los dientes su cena.

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En tu lecho adormecida

partirás a navegar.

Días después, el panorama no mejoraba para Petra. Sus padres la habían mandado a llamar y eso ya no auguraba nada bueno a juicio de la chica.

Sus padres le dedicaron sendas sonrisas al verla entrar en la sala familiar. Y no estaban solos; junto a ellos estaba una familia que la pelirroja conocía muy bien.

Los Jäger. Grisha y Dina Jäger acompañados de su hijo Zeke. El rubio no disimuló una mirada libidinosa al verla, recorriéndola de pies a cabeza.

-Querida Petra, tu padre tiene una novedad para ti. – le anunció su madre.

-Conseguí un pretendiente para ti, Petra. – dijo su padre feliz – Un novio ideal: Zeke Jäger. Ponte feliz que te vas a casar pronto.

-¿Es Zeke el novio que me consiguieron? – preguntó Petra con desprecio.

-Sí, soy yo, Petra. – respondió el joven por todos – Y estoy muy satisfecho.

-Partido mejor que mi hijo no hay. – acotó su tía Dina.

-¡Claro! – exclamó Lothar Ral emocionado – Imagínense, nuestras fincas están pegadas la una con la otra, y ellos dos las juntarán y harán un imperio con ellas y las fábricas.

-Me gusta mucho esa idea. – dijo Grisha Jäger.

-Entonces es un negocio. – señaló su hija con el rostro crispado de la ira.

-Todo casamiento es un negocio, Petra. – repuso él - ¡Ahora a festejar! ¡Clara, manda a servir unas copas!

-¡Yo quiero que mi Petra tenga una fiesta de compromiso! – gorjeó su mujer mientras llamaba a la servidumbre.

-¡El casamiento tiene que llenar los ojos de la ciudad! – concordó Dina.

-Nos vamos a casar, y de ahí a vivir en la finca que tengo en Schönhausen. – le dijo Zeke con una sonrisa de oreja a oreja. – Y ahí te pongo las riendas. Tu padre me contó que no eres fácil.

-¿Riendas? – preguntó Petra sin poder creer.

-Es lo que te hace falta, Petra. – intervino su padre – Necesitas un hombre que te ponga los puntos.

-Y yo estaré más tranquila si te casas con Zeke, que es de confianza. – añadió Clara tímidamente.

-¿Para qué? – inquirió la pelirroja - ¿Para llevar la vida que usted lleva, madre?

-Si Dios quiere, sí. – le respondió esta.

-Te vas a casar, Petra. – dijo Lothar – Y esta, vez no quiero escuchar ni pío. ¿Oíste?

-Estoy decepcionada de usted, padre. – le contestó ella dolida – Usted me quiere entregar al primero que se aparece.

-Zeke no es cualquiera y no es el primero que se aparece. – replicó su padre – Ya lo tenía en la mira desde hace un tiempo, y como nos llevamos bien con los Jäger, vamos a reforzar el parentesco.

Petra empezó a derramar lágrimas de impotencia.

-Con permiso, necesito retirarme. – se excusó. No iba a ocasionar un escándalo rechazándolo frente a todos, pero tampoco podía permanecer ni un segundo más allí asfixiada.

Los demás se quedaron un rato más brindando y festejando.

Mi marido, mi señor,

en mi vida va a mandar.

A mandar en mi ropa,

en mi perfume a mandar.

A mandar en mi deseo,

en mi sueño a mandar.

A mandar en mi cuerpo,

en mi alma a mandar.

Derecho mío es llorar.

Derecho de él es matar.

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Semanas después...

Petra salía de paseo con su mejor amiga Hange Zöe, recientemente casada con el industrial Erwin Smith. Ambos constituían un matrimonio "raro": no sólo porque a ojos de la sociedad ella fuera considerada fea y él un Adonis, sino por su condición de intelectuales. Recibían todo tipo de personalidades en su hogar, desde filósofos y científicos hasta artistas y personas excéntricas; por otro lado, Hange hacía de las suyas provocando a la sociedad al empezar a usar pantalones y otras prendas consideradas exclusivamente masculinas, además, le gustaba dar su opinión y armar debates en las reuniones, y todos miraban escandalizados al marido, al cual los arrebatos de su mujer le parecían lo más normal del mundo. Para colmo, sus personalidades eran diametralmente opuestas: allí donde Erwin era serio y prudente, Hange era ruidosa y divertida. Petra todavía se preguntaba cómo era posible que dos personas tan distintas congeniaran tan bien. Misterios del amor, suponía. Desde luego, para ella no funcionaría un matrimonio así: ella soñaba con enamorarse de un hombre educado, tranquilo y sonriente como ella. Ése era el complemento que la pelirroja necesitaba para que el amor creciera cada día más.

Como ya empezaban a tener hambre, las chicas decidieron ir a degustar unos krapfen (berlinesas) para luego ir a caminar por la plaza.

-Petra, no deberías provocar a tu padre por un tiempo. – le decía la castaña de anteojos con mirada seria – Digo, haz una tregua con él y luego vemos cómo le hacemos para que lo convenzas de no casarte con el tonto de Zeke. – Le guardaba cierto rencor a Jäger, ya que una vez en un baile, enumeró en voz alta las fealdades y rarezas de la chica frente a todos los nobles, quienes reían con las ocurrencias del joven. Aquello hizo que Erwin casi se fuera de las manos con él, pues fue rápidamente detenido por sus amigos antes de poder ir a romperle la cara al otro rubio. Fue la única vez que Hange vio a su marido hecho un diablo.

-Me sorprende que seas tú quien me diga que haga una tregua. – le dijo Petra incrédula.

-¡Es que mi padre y Erwin no son como tu padre y Zeke! – repuso su amiga – De lo contrario, serán capaces de amordazarte hasta la iglesia y hacer que te cases sin necesidad de dar el sí. Tenemos que ser mañosas y ver cómo te puedes librar de ese compromiso.

-No quiero casarme con él, pero no sé cómo salir bien librada de todo esto. – observó Petra con tristeza. Sabía que su padre, Lothar Ral era capaz de matarla si le hacía pasar un mal momento. Pero no se rendiría, eso lo tenía claro.

-De última huyes y nosotros te cuidamos. – sugirió Hange abrazándola. Entraron al local y se dirigieron al mostrador - ¡Yo quiero un krapfen de crema! ¿Tú qué eliges, Petra?

-Mmmm... me gustaría probar el de frambuesa. – pidió la pelirroja.

-Yo también quiero un krapfen de frambuesa. – dijo una voz ronca detrás de ellas.

Ambas se dieron la vuelta y Petra vio a un joven azabache de profundos ojos azules. La fuerza de su mirada a pesar de su corta altura era algo que la intimidaba y atraía a la vez, mientras que él, aunque no lo mostrara, se sentía fascinado por esos ojos dorados e inocentes que lo miraban con desconfianza, como un tierno animalito frente a un posible depredador. El graznido de Hange los sacó del momento.

-¡Enano! – chilló ella, haciendo que el otro se sonrojara avergonzado del adjetivo utilizado por la castaña. - ¡Hace mucho que no te veo! ¿Sigues metiéndote en problemas?

Él se limitó a lanzarle una mirada filosa y contestó conteniéndose – Estoy bien, Hange. – Moría por decirle algo hiriente, pero no era el lugar y no quería tentar al enojo de Erwin.

-¡Ah, disculpen! Petra, él es Levi Ackerman, amigo de Erwin y militante a favor de los obreros. – los presentó Hange – Levi, ella es Petra Ral, hija de Lothar Ral. Le gustaría ser profesora, pero lástima que su padre quiere forzarla a casarse con Zeke Jäger. – Petra la miró azorada, sí que era lengua larga su amiga.

Un brillo lacerante cruzó por los ojos de Levi Ackerman al escuchar no sólo el apellido Ral, sino también por tener delante de él a su propia hija. Tragó en seco y miró a la pelirroja con indiferencia.

-Mucho gusto, Petra. – dijo haciendo gala de su educación y besando su mano.

En ese momento, y de pasada, Lothar Ral andaba en carruaje por una calle aledaña rumbo a la fábrica cuando vio esa escena horripilante para él. Se bajó como un tornado, y acomodándose la galera, se apresuró a irrumpir en la presentación de Hange.

Levi adoptó un gesto peligrosamente serio en cuanto lo vio venir, mientras que Petra veía a su padre confundida.

-Hange, llévate a Petra de aquí. – le ordenó a la castaña sin dejar de mirar fijamente a Levi, y la otra supo que en ese momento era mejor no contradecirlo. No sabía los detalles, pero Erwin algo le había contado acerca de la rivalidad de esos dos.

Hange tomó suavemente del brazo a Petra y la alejó del lugar.

-Su hija Petra... - empezó el azabache con ironía.

-Levi Ackerman, yo no quiero el nombre de mi hija Petra saliendo de su boca. – le advirtió el hombre con odio.

-Tsk... usted no me da miedo, Lothar Ral. – le contestó Levi severamente.

-¡Qué osadía! – exclamó Ral perturbado.

-Señor Ral, no quiero empezar una riña de gallos en un lugar público. – se contuvo Levi, que si fuera por él hacía rato ya estaría moliéndolo a golpes. – Pero debo confesarle que hay algo que admiro mucho de usted: tiene una hija muy linda. – a continuación, hizo una reverencia rápida y se marchó sin esperar su pedido.

Una cosa era segura: esa noche, tanto Levi como Petra dormirían pensando en el otro.

En tu lecho adormecida

partirás a navegar.

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A la mañana siguiente, la casualidad hizo que nuevamente Petra Ral y Levi Ackerman se encontraran por las calles de Berlín. Aunque la joven había sido amenazada en su casa de que no hablara con ese hombre por ser enemigo de la familia, no le importaba, así que se acercó él para saludarlo e iniciar conversación.

-¡Petra! – la saludó Levi.

-Espero que esté bien, Levi. – replicó ella amablemente.

-Me imagino que sabrá el trasfondo de la situación con su padre.

-Se imagina bien. – afirmó ella – Anoche me lo dejó bien en claro. Prefiere verme muerta y enterrada antes que hablando con usted.

-Pues es usted muy valiente. – la apremió él para después invitarla a dar un paseo por el parque.

-¿Por qué mi padre y usted son enemigos? – quiso saber ella.

-No sé si usted lo sabe, Petra, pero yo trabajaba para él en la fábrica. – le empezó a relatar Levi – Y le puedo asegurar que ni usted se quedaría callada si viera las condiciones infrahumanas en las que mantiene a sus propios trabajadores. Aparte de pagarnos una miseria, no tenemos vacaciones ni beneficios médicos, teniendo en cuenta que la gran mayoría tiene hijos pequeños a quienes apenas pueden ver y por quienes no pueden hacer casi nada si se enferman.

-No sabía eso de mi padre. – observó Petra atónita – Sé que es un hombre de mal carácter y tiene sus cosas, pero nunca pensé que fuera un monstruo sin corazón con los que menos tienen. – terminó de decir con lágrimas en los ojos.

-Lamento que se haya tenido que enterar de esta manera. – se disculpó el azabache.

-No, usted hizo

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