09 | espíritu de luchadora

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IX. FIGHTER SPIRIT

Allison dio tres toques a la puerta de madera del despacho de la profesora McGonagall, y escuchó un «adelante» proveniente del interior, por lo que la abrió y se adentró en él. Habían pasado ya dos semanas desde su accidente, y no se olvidaba de que tenía una conversación pendiente.

La habitación era pequeña, con vistas al campo de quidditch. Además, tenía una chimenea y una cama con estampado floral en las colchas.

—Señorita Potter, ¿en qué puedo ayudarte? —preguntó la profesora McGonagall, dejando un pergamino encima de una pila de trabajos de sus alumnos.

—Venía a hablar del profesor Moody —dijo en un tono de voz indeciso.

McGonagall pareció asustada por un momento.

—¿Ha vuelto a pasar algo en su clase?

Allison negó rápidamente con la cabeza, y la profesora suspiró, aliviada, y le indicó que tomara asiento.

—Espero que te encuentres mejor después del accidente. Fui a la enfermería cuando me enteré, y la señora Pomfrey me relató cómo había sido todo.

—No se preocupe, profesora. Me encuentro genial ya —aseguró Allison—. Quería hablarle de otro tema. —McGonagall le miró atentamente, y Allison entendió que le daba pie a expresarse—. Me preocupa su ojo mágico.

—¿Te preocupa? ¿En qué sentido?

—Verá, me he fijado en que es capaz de ver a través de las cosas. En la primera clase lo hizo con una mesa, en otra con un armario y, bueno, ya se va haciendo una idea. —Allison hizo una pausa, pensando bien sus palabras—. Ya sé que antes era un Auror y todo eso, pero no creo que sea lo más... adecuado.

—El profesor Moody puede dar cierta impresión —concordó McGonagall—. Entiendo a lo que te refieres, Allison. Pero no podemos obligarle a que se lo quite.

Allison frunció el ceño.

—¿De verdad es legal? Es una clara privación de la intimidad. Por no hablar de lo perturbador que es que un señor tenga un ojo que puede ver por debajo de la ropa de sus alumnos. Me da igual que lo use para eso o no.

McGonagall soltó un suspiro y se quitó las gafas.

—Opino lo mismo que tú, Allison. No veo muy apropiado que el profesor Moody lo utilice en el colegio, pero no puedo hacer nada por impedirlo. Ya viste cómo castigó a Draco Malfoy, no sigue las mismas reglas éticas. Si te hace sentir mejor, Remus y Maddy conocen bien al profesor, escríbeles y estoy segura de que te tranquilizaran.

—Creo que no me entiende del todo. Para lo que el profesor Moody utilice el ojo es algo que solo él sabe, pero esa no es la cuestión. Yo no me siento cómoda sabiendo lo que puede hacer, sea o no sea lo que haga él en realidad —insistió Allison pensando bien en sus palabras—. Y si no podéis hacer nada, investigaré por mi cuenta.

La profesora McGonagall notó el tono casi desesperado de su alumna, que solo quería que la tomaran en serio y sentirse segura. Estaba claro que aquel tema le afectaba en lo personal.

—Allison, ¿hay algo más que no me has dicho sobre esto? —preguntó McGonagall suavemente—. Algo que haga que pienses así.

—No me gusta la manera en la que me mira —confesó la chica, sin querer ver a la profesora a la cara—. Es inquietante y me siento totalmente desprotegida, porque no es la primera vez que me he cruzado con esa mirada. Me siento muy impotente sin poder hacer nada.

—¿Quieres que hable con Moody?

—Quiero que ninguna persona tenga la capacidad de invadir mi privacidad de esa forma, sobre todo dentro de la escuela. Se supone que deberíamos sentirnos a salvo en Hogwarts, y yo, con él, no me siento así. Probablemente no sea la única.

McGonagall parecía pensativa. Suspiró y asintió con la cabeza.

—¿Cuándo has madurado tanto? —preguntó, con un tono nostálgico—. Todo lo que me estás diciendo suena demasiado a algo que opinaría Lily. Siempre estaba dispuesta a luchar por lo que veía erróneo.

Fue inevitable sonreír. Le habían hablado tanto del espíritu de luchadora de su madre, y resultaba que esa parte de ella vivía dentro de Allison. Ahora tenía algo más a lo que aferrarse.

—No se preocupe, profesora. Puedo parecer más madura, pero estoy segura de que me verá en más de un castigo este curso.

—No lo dudo, Allison.

—¿Todo esto quiere decir que haréis algo?

—Hablaré con el profesor Moody. No le contaré que fuiste tú quien me comentó nada, pero le intentaré explicar que no debe comportarse de cierta manera. Sin embargo, no puedo prometerte que vaya a renunciar a su ojo mágico.

—Es un comienzo, no voy a ceder en esto.

La profesora pareció quedarse pensando un momento.

—¿Sabes, Allison? Siempre he pensado que eras igual que James, siendo tan revoltosa. Pero creo que estás sacando la parte de tu madre que llevas dentro. Y eso es bueno, porque igual que ellos, te complementarás muy bien.

—Oh, profesora. ¡Ahora me dieron ganas de abrazarla! —admitió Allison, haciendo un puchero.

McGonagall no trató de ocultar su sonrisa, y tampoco quería hacerlo. Quería mucho a sus alumnos, y la iniciativa de Allison le había encantado.

* * *

Las semanas seguían pasando, y las lecciones se hacían más difíciles con el tiempo. Moody había vuelto a intentar lanzar imperius sobre la clase, aunque esta vez Allison se negó a participar, y Moody no la obligó a hacerlo por razones obvias. Harry, a su cuarto intento, logró resistirse a la maldición. Y fue entonces cuando Allison decidió que volvería a probar. No consiguió resistirse del todo, pero al menos no había acabado en la enfermería con la cabeza abierta.

En Pociones, Snape les machacaba con encontrar muchos tipos de antídotos distintos, y todos ponían mucho de su parte en ello, porque tenían la certeza de que Snape envenenaría a alguno para probar la eficacia de sus antídotos.

Hagrid también parecía haberse unido a la fiesta de mandarles tarea extra a sus alumnos, y los escregutos no hacían más que crecer, a pesar de que nadie sabía qué comían. Les sugirió ir tarde sí tarde no a su cabaña para observar a los escregutos y tomar notas. Malfoy no se mostró muy contento con ello, pero a nadie le importó lo que pensara. Cuando Hagrid le recordó el momento en el que Moody le transformó en un hurón, todo Gryffindor estalló en carcajadas.

Al llegar al vestíbulo ese mismo día, un tumulto de gente se había agrupado alrededor de un cartel en la escalera de mármol. Ron, que era el único lo suficientemente alto de los cuatro, se puso de puntillas para leer:


TORNEO DE LOS TRES MAGOS

Los representantes de Beauxbatons y Durmstrang llegarán a las seis en punto del viernes 30 de octubre. Las clases se interrumpirán media hora antes.


—¡Estupendo! —exclamó Harry—. ¡La última clase del viernes es Pociones! ¡A Snape no le dará tiempo de envenenarnos a todos!

Los estudiantes deberán llevar sus libros y mochilas a los dormitorios y reunirse a la salida del castillo para recibir a nuestros huéspedes antes del banquete de bienvenida.


—¡Solo falta una semana! —dijo emocionado Ernie Macmillan—. Me pregunto si Cedric estará enterado. Me parece que voy a decírselo...

—¿Cedric? —dijo Ron sin comprender, mientras Ernie se iba a toda prisa.

—Diggory —explicó Harry—. Querrá participar en el Torneo.

—¿Ese idiota, campeón de Hogwarts? —gruñó Ron mientras se abrían camino hacia la escalera por entre la bulliciosa multitud.

—No es idiota. Lo que pasa es que no te gusta porque venció al equipo de Gryffindor en el partido de quidditch —repuso Hermione—. He oído que es un estudiante realmente bueno. Y es prefecto.

—Es cierto —concordó Allison—. No me gustó que nos ganara, pero es un buen chico. Hasta quería que se repitiera el partido.

—Solo os gusta porque es guapo —dijo Ron mordazmente.

—Perdona, a mí no me gusta la gente solo porque sea guapa —repuso Hermione indignada.

Ron fingió que tosía, y su tos sonó algo así como: «¡Lockhart!»

—Bueno, a ti solo te cae mal porque es más guapo que tú —se burló Allison. Ron le puso mala cara.

La semana siguiente parecía que solo se hablaba del Torneo de los Tres Magos, y de los estudiantes de Beauxbatons y Durmstrang que vendrían. Incluso parecía que estaban limpiando exhaustivamente el castillo.

La mañana del 30 de octubre, bajaron a desayunar para descubrir que habían puesto estandartes colgando de los muros. Había cuatro representantes de cada casa: rojo con un león dorado para Gryffindor, verde con una serpiente plateada para Slytherin, amarillo con un tejón negro para Hufflepuff y azul con un águila color bronce para Ravenclaw. Además, detrás de la mesa de los profesores, había otro más grande con el escudo de Hogwarts.

Ron se acercó a los gemelos, que estaban apartados y cuchicheando. George le había hablado a Allison sobre Ludo Bagman, y que el dinero que les había entregado para la apuesta de los Mundiales era de leprechaun, así que se había esfumado. Harry, Hermione y Allison siguieron a Ron.

—Es un peñazo de verdad —le decía George a Fred con tristeza—. Pero si no nos habla personalmente, tendremos que enviarle la carta. O metérsela en la mano. No nos puede evitar eternamente.

—¿Quién os evita? —quiso saber Ron, sentándose a su lado.

—Me gustaría que fueras tú —contestó Fred, molesto por la interrupción.

—¿Qué te parece un peñazo? —preguntó Ron a George.

—Tener de hermano a un imbécil entrometido como tú —respondió George. Después se giró hacia Allison, que se sentó a su lado, con una sonrisa y le dio un corto beso en los labios—. Buenos días.

—Quieres más a tu novia que a tu hermano —protestó Ron.

George no contestó.

—¿Ya se os ha ocurrido algo para participar en el Torneo de los Tres Magos? —inquirió Harry, para cambiar de tema—. ¿Habéis pensado alguna otra cosa para entrar?

—Le pregunté a McGonagall cómo escogían a los campeones, pero no me lo dijo —repuso George con amargura—. Me mandó callar y seguir con la transformación del mapache.

—Me gustaría saber cuáles serán las pruebas —comentó Ron pensativo—. Porque yo creo que nosotros podríamos hacerlo. Hemos hecho antes cosas muy peligrosas.

—No delante de un tribunal —replicó Fred—. McGonagall dice que puntuarán a los campeones según cómo lleven a cabo las pruebas.

—¿Quiénes son los jueces? —preguntó Harry.

—Los directores de las escuelas seguro —declaró Allison, y todos se volvieron hacia ella—. Los tres fueron heridos por un basilisco en un Torneo de hace tropecientos años. ¿También pondrán un basilisco este año? Porque Harry se cargó al que teníamos.

Hermione abrió mucho la boca, sorprendida por que su amiga supiera todo aquello.

—¿Has leído Historia de Hogwarts? —preguntó con asombro.

Allison asintió, sin darle importancia.

—Lo empecé a principios de mes, después de hablar con McGonagall. Quería ver si salía algo sobre artículos prohibidos a lo largo del tiempo, pero por ahora no sale nada de ojos perturbadores que ven a través de las cosas.

—¿Tú... has leído... ese libro? —repitió Fred.

—¿Por qué os sorprende tanto? ¿Acaso pensabais que era estúpida, o analfabeta?

—Solo me sorprende que no me hayas comentado nada —repuso Hermione—. Podríamos haber discutido juntas sobre qué título sería más adecuado para él —añadió con sorna—. Tal vez «Historia censurada de Hogwarts», o bien «Historia tendenciosa y selectiva de Hogwarts, que pasa por alto los aspectos menos favorecedores del colegio».

—¿De qué hablas? —preguntó Ron.

—¡De los elfos domésticos! ¡Ni una sola vez, en más de mil páginas, hace la Historia de Hogwarts una sola mención a que somos cómplices de la opresión de un centenar de esclavos!

Allison asintió, dándole a Hermione la razón, en ninguna página de las que había leído hacía mención a los elfos domésticos.

Harry y Ron no habían puesto mucho entusiasmo —nada, en realidad— en todo el asunto de la PEDDO. Ambos habían puesto los dos sickles para la insignia, aunque solo lo habían hecho para que Hermione no se enfadara. A ninguno de los dos parecía importarles en lo absoluto nada en relación con los elfos domésticos. Allison, por el contrario, había ayudado mucho a Hermione para organizar las ideas: profundizar en las útiles y desechar las que no funcionaban bien. Incluso había aceptado ponerse la insignia en su mochila, pero había escrito al lado, en la tela, el nombre entero para evitar confusiones.

Pero eso no era lo único que Allison estaba investigando. Como ya había dicho, se estaba leyendo Historia de Hogwarts en busca de algo que poder utilizar para que prohibieran el ojo mágico dentro del colegio, pero había sido en vano. No salía nada sobre objetos mágicos con esas cualidades. Tenía pensado visitar la biblioteca en busca de más libros sobre el uso indebido de la magia y los objetos encantados.

Hermione se pasaba el tiempo intentando reclutar gente para la PEDDO —se suponía que los otros tres también debían hacerlo, pero la única que colaboraba algo era Allison— en la Sala Común de Gryffindor. Era entretenido verla perseguir a los alumnos haciendo sonar la hucha ante sus narices.

«¿Sois conscientes de que son criaturas mágicas que no perciben sueldo y trabajan en condiciones de esclavitud las que os cambian las sábanas, os encienden el fuego, os limpian las aulas y os preparan la comida?», les decía furiosa.

Neville se había acabado uniendo porque Hermione no dejaba de mirarle mal. Había bastantes personas que parecían interesadas, pero que no querían meterse mucho en la campaña, y a muchos otros les parecía una broma.

«No seas idiota, Creevey. Aquí no pone pedo, ¿o es que no sabes leer?», dijo una Allison muy cabreada a Colin Creevey. «Mira, si te unes te regalo unos calcetines usados de Harry. ¿Hay trato?»

El chico, que estaba algo asustado, acabó dándole los dos sickles a Allison, y despertó a la mañana siguiente con un par de calcetines a los pies de su cama. Allison no supo qué hizo con ellos, pero se los quedó.

Quería convencer a los gemelos de que se unieran, pero Fred se negaba rotundamente. Le aseguró que George solo quería unirse para que luego ella le recompensara. Allison le llamó degenerado y le dijo que era posible que a George le importasen los elfos. Pero él le susurró a su hermano que no y Allison acabó dándole un golpe. 

Volviendo a la mesa del desayuno, Ron se dedicaba a mirar el techo, y Fred observó con fingido interés el tocino de su plato. George se acercó a Hermione.

—Escucha, Hermione, ¿has estado alguna vez en las cocinas?

—No, claro que no —dijo Hermione de manera cortante—. Se supone que los alumnos no...

—Bueno, pues nosotros sí —la interrumpió George, señalando a Fred—, un montón de veces, para mangar comida. Y los conocemos, y sabemos que son felices. Piensan que tienen el mejor trabajo del mundo.

—¡Eso es porque no están educados! Les han lavado el cerebro y... —comenzó a decir Hermione acaloradamente, pero la llegada de las lechuzas la interrumpió. Los gemelos le habían dejado de prestar atención, y Eliza acababa de llegar.

—Me ha llegado la respuesta de mi padre —les susurró, sujetando un pergamino con la mano y Hedwig sobre su hombro—. Dice que ya está en el país y que no se ha tragado la mentira. Que le digamos todo lo que ocurre en Hogwarts y usemos distintas lechuzas.

—¿Por qué tenéis que usar diferentes lechuzas? —preguntó Ron.

—Oh, es que Hedwig llama mucho la atención —respondió Eliza, acariciando al ave—. Es preciosa, pero es tan blanca que se ve enseguida, y si empezara a ir y venir hasta donde papá esté oculto...

—¿Desde cuándo le llamas papá a Sirius? —preguntó Harry con curiosidad.

—Bueno, es mi padre, ¿no? —contestó ella, sonrojándose.

Lo cierto era que le había mandado algunas cartas más, y había tenido más contacto con él del que le había dicho a Harry, a Allison o a su madre. Y no quería que se enteraran, porque sentía como si estuviera haciendo algo malo, y ellos no podían saberlo.

—¿Deberíamos contarles a Maddy y a Remus que está de vuelta? —preguntó pensativo Harry.

—Yo me encargo —se ofreció Liz, sonriendo y marchándose. Parecía emocionada, demasiado.

* * *

Poco antes de las seis, todos estaban esperando fuera a la llegada de los estudiantes de las escuelas extranjeras. George abrazaba a Allison por la espalda, apoyándose en su cabeza para hacerla rabiar porque le recordaba lo bajita que era. Pero no podía enfadarse, estaba demasiado cómoda.

Los alumnos de Beauxbatons fueron los primeros en llegar, volando en un enorme carrusel guiado por unos enormes caballos alados, Abraxans.

—Tengo que aprender francés —murmuró Allison a George, cuando escuchó a un par de alumnos hablando mientras entraban dentro del castillo—. Se escucha caliente, ¿no crees? —Se aclaró la garganta sonoramente—. Oh là là, le croissant, la baguette... ¿Me veo más sexy ahora?

—Sin duda —dijo George, sonriéndole.

—Por eso los franceses son todos tan guapos, míralos —señaló Allison a los estudiantes que estaban entrando al vestíbulo.

Después de pasmarse de frío un rato más, llegaron los estudiantes de Durmstrang. Nada más y nada menos que en un barco que surgió del Lago Negro. Cuando se acercaron a ellos, Allison no podía creer lo que veía.

—¡Es Krum! —exclamó Fred.

—Por Merlín, es Viktor Krum. No puedo creerlo. Soy muy bajita para ver, ayudadme.

Lee, que estaba tratando de divisar al jugador de quidditch dando saltitos, se ofreció a levantarla para probar si así veía. Se agachó para agarrarle de las piernas y Allison se sujetó con las manos a sus hombros.

—Ahí está, ahí está —señaló la chica en voz baja, mientras entraban en el colegio—. ¿Puedes conmigo, Lee?

—No te preocupes, tú mantén la vista en Krum.

Antes de entrar en el Gran Comedor, George le dio un golpe en el brazo a Lee y él se quejó, aunque Allison no sabía por qué lo había hecho.

A pesar de que Allison no sobresalía mucho entre la multitud —Lee solo le había subido lo justo para que pudiera ver—, la profesora McGonagall les pilló y se acercó a ellos.

—Mierda, mierda. Bájame, Jordan, que viene Minnie.

En cuanto Allison tocó el suelo con los pies, se escondió detrás de los gemelos, mientras seguían avanzando hacia el Gran Comedor.

—Cinco puntos menos para Gryffindor, señorita Potter y señor Jordan. Si os vuelvo a ver llamando la atención, tendré que castigaros.

—Pero, profesora, solo tratábamos de ver dónde estaba...

McGonagall la hizo callar y se dirigió de nuevo a la fila de los profesores.

Los cuatro fueron a sentarse en la mesa de Gryffindor, al lado de Ron, Hermione y Harry. Los alumnos de Beauxbatons se habían sentado en la mesa de Ravenclaw, y los de Durmstrang ya se estaban dirigiendo a la de Slytherin.

—¿Por qué le has dado una cachetada a Lee antes? —preguntó Allison a George, en un susurro.

—Cosas de chicos —contestó George, mirando de refilón a su amigo.

—A mí no me salgas con esas.

Como él no parecía dispuesto a responder, Allison le dio la espalda y se

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